(La primera parte de esta nota está aquí)
La planta compacta de potencia nuclear del Otto Hahn, de 38 MW eléctricos, a punto de ser embarcada en el carguero homónimo. Con su primer núcleo, la nave cruzó 463.000 km. de mares propulsada únicamente con 22 kg. de uranio 235.
Hace 35 años, cuando el CAREM se presentó en un congreso sudamericano de energía nuclear en Perú, era sólo una idea. Era una adaptación terrestre muy simplificada y mejorada de la planta de potencia de 38 MW de un barco mercante experimental alemán, el Otto Hahn, cuya bitácora se resume en los epígrafes de las fotos precedentes.
Bajar esta idea naval “a tierra” y mejorarla conceptualmente le dio por primera vez en su historia a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) un proyecto nucleoeléctrico de construcción 100% nacional. Pero donde el proyecto caló más fuerte no fue en la CNEA sino en INVAP.
Ya plantada como empresa exportadora, y a sabiendas de que si no vendía cosas afuera moría, INVAP vio al CAREM como una solución en busca de problemas: desalinización de agua en desiertos costeros, minería en cordilleras remotas, iluminación de islas superpobladas, como algunas de Indonesia… Parecía fácil de exportar sin socios externos a decenas de nichos de mercado, países con redes eléctricas subdesarrolladas o con necesidades de “oasis eléctricos” fuera de red. Empezando por nosotros, inevitablemente. En parte, porque la Argentina, 8vo país de la Tierra por extensión, en 1984 adolecía de un tendido eléctrico precario y discontinuo. Y fundamentalmente porque si el mundo no ve una idea nueva funcionando bien en su país de origen, no compra.
Pero la sensatez y credibilidad del proyecto le ganaron enemigos inmediatos: por un lado, parte de los reactoristas de la Dirección de Centrales Nucleares de la CNEA creían sinceramente –persuasión común en los ’80- que el camino para bajar el costo de la electricidad nuclear pasaba por el gigantismo: unidades de más de 1000 MW, mínimo. Los ingenieros de la empresa mixta con SIEMENS de la CNEA, llamada ENACE, pensaban que era imposible sentarse siquiera a vender algo que no tuviera al menos 360 MW y luchaban desesperadamente por lograr algún avance de obra de Atucha II en una CNEA cuyos fondos se habían reducido en un 50% de un año para otro. Sin dudar, todos archivaron el minúsculo CAREM, de 25 MW, en el cajón de las estupideces interesantes.
Con más visión de futuro, el Department of Energy (DOE) y el State Department, organismos federales de los EEUU, decidieron que el CAREM no debía construirse jamás, el menos en Argentina. Discretamente fueron buscando empresas que pudieran copiar la idea. Sobraban, porque desde 1981, las centrales estadounidenses se habían vuelto tan gigantes y complejas que eran invendibles incluso dentro del mercado interno, y el mercado nuclear yanqui civil pasó de inaugurar una central (gigante) nueva cada 21 días al congelamiento. Tras el accidente de Three Mile Island, sin consecuencias radiológicas pero con la pérdida total de la inversión, ese extraño mundo eléctrico estadounidense propulsado por “utilities” privadas no puso un centavo más en el átomo. Pero copiar el diseño argentino, muy difícil de proteger con patentes, les resultó fácil. Una máquina chica de «de seguridad inherente» bien podía servir para un renacimiento de la industria, ¿por qué no?
Hoy en EEUU, propulsado por la constructora FLUOR con otras casi 70 empresas, con «siting» en las frías estepas del Idaho National Lab y la electricidad a generarse ya pre-contratada por una cooperativa eléctrica, UAMPS, Utah Associated Municipal Power Systems, avanza a toda máquina el NuScale, una especie de «super CAREM» de 12 módulos de 60 MW cada uno. Obstáculo aún a vencer: la autoridad regulatoria, la Nuclear Regulatory Commission (NRC), por ahora aprobó únicamente el diseño. La idea de que, para ahorrar en personal, sólo 3 «managers» por turno puedan manejar semejante planta de 720 MW desde una sala con decenas de pantallas, va contra la cultura de seguridad preexistente.
El DOE y el State Department son burocracias permanentes, muy profesionales. Casi no se enteran de los cambios de presidente en los EEUU, y ante casos como el del CAREM saben ser tenaces, efectivas, silenciosas y cuentan con muchos operadores al Sur del Río Grande, su “backyard”. Tienen políticos, funcionarios, activistas antinproliferación y ecologistas de alto vuelo (literal, viajan en business), amén de economistas y periodistas al uso.
Pero su mayor poder de fuego en Argentina son los caciques del sector “Oil & Gas” ascendidos a la función pública con no poca ayuda de La Embajada. Para ellos, 1000 MW nucleares implican 1.600 millones de m3/año de gas natural no explotados, transportados ni quemados. Motivados por el órgano más sensible del ser humano, el bolsillo, los caciques petroleros van mucho más allá del “que parezca un accidente”. Directamente eliminan el cuerpo del delito. No hay telegramas de despido ni movilizaciones, y el público no se indigna. ¿Cómo podría hacerlo por un proyecto muerto en planos?
Sepultado el proyecto CAREM por ajenos y propios, pasaron 15 años de penas y olvido salvo para un pequeño núcleo de juramentados dispersos en la CNEA y concentrados en INVAP: Conrado Varotto, Héctor Otheguy, Roberto Radicella, Dan Beninson, el economista Aldo Ferrer, y siguen los nombres. Gracias a todos ellos, y en insólita oposición al modelo económico y energético de entonces, en 1999 el Poder Legislativo aprobó y el Ejecutivo promulgó la ley 25.160 que atribuyó fondos (132 millones de pesos-dólares) para construir el CAREM. Daba para un prototipo de 25 MW de una sencillez espartana, la propuesta inicial de INVAP. La noticia no tuvo difusión.
Debido a ello, la ley fue incumplida a rajatablas por el multiministro serial Domingo Cavallo: pisó los fondos sin explicaciones, y de inventarlas se encargó el ex secretario de Energía (o de apagones) de Raúl Alfonsín, el Dr. Jorge Lapeña, nombrado presidente y director de la CNEA. Gasífero de cuño, administró los asuntos atómicos como el zorro un gallinero.
Lapeña demoró el inicio del CAREM pidiendo primero un estudio de factibilidad (le salió mal, es decir aplaudía el proyecto). Entonces encargó otro (y vino con otra felicitación, pucha), de modo que finalmente pidió un tercero. Este también salió horrible, es decir “proyecto muy vendible, etc”, etc. Pero a esa altura del défault público, 132 millones de pesos no se conseguían, pero además no valían nada y ya no pagaban ni los aprontes de obra. Misión cumplida.
En medio de una pobreza nuclear que se fue agravando en la CNEA desde 1983 hasta 2006, el CAREM, había sobrevivido en las catacumbas barilochenses de INVAP como el cristianismo primitivo: ganando adeptos a una velocidad sólo ligeramente mayor a la de la fuga de cerebros nucleares al exterior. Los dudosos que se quedaban en la CNEA se convencían, a fuerza de miserias, de que una central chica pero escalable podía ser el salvavidas de todo el Programa Nuclear Argentino. El CAREM fue ayudado enormemente durante toda esta etapa sombría por los excelentes laboratorios de combustibles y los científicos de materiales del Centro Atómico Constituyentes de la CNEA. Diseñaron los combustibles, un “loop” de alta presión y hasta construyeron un reactorcito de potencia cero, el RA-8, en el Centro Tecnológico Pilcaniyeu, para testearlos.
Bajo ese paraguas, la centralita fue hasta 2006 el proyecto madre de INVAP. Esta SE o Sociedad del Estado rionegrina, un “off-shoot” de la CNEA, lograba perdurar al desmantelamiento del resto. Con el Programa Nuclear siempre en la cornisa, INVAP se iba especializando en reactores de investigación y/o de irradiación, plantas totalmente distintas de las que producen electricidad, y hacía sus primeros pasos en ingeniería satelital. Toda vez que INVAP estaba a punto de quebrar, ganaba la licitación de un reactor en el extranjero y se salvaba 6 años más.
Entre 1998 y 2002 INVAP y un embajador tan raro como la propia INVAP estuvieron a punto de quebrar aquel karma. El CAREM se volvió por un tiempo un proyecto binacional con la TAEK, la Comisión de Energía Atómica de Turquía, e INVAP. Terrible entusiasmo alrededor de este asunto, pero todo del lado turco. Fui personalmente a aquel país a ver el milagro del Parlamento turco votando ¡por unanimidad! la creación de una sociedad mixta binacional para hacer dos prototipos, uno en Turquía, otro en Argentina. Pero mi país ni se enteraba, hipnotizado como estaba en otra espiral de hiperinflación, apagones eléctricos y manifiesta acefalía. Escribí un artículo al respecto en la página de opinión de Clarín: “Turcos fuera de la neblina”. ¿Resultados prácticos? Ninguno.
La operación fue minuciosamente tejida en Ankara por nuestro embajador en aquel país, el tucumano Adolfo Saracho, pero fácilmente saboteada en Buenos Aires por la Cancillería del ministro Guido Di Tella y el entonces director de la CNEA, Manuel Mondino. Expeditivamente, quitó a INVAP del medio y obligó a los turcos a negociar con él. La TAEK, harta de que aquí no aparecieran las firmas, los fondos para integrar la sociedad binacional o ni siquiera la maldita voluntad de construir un prototipo, se “bajó” a Buenos Aires para anoticiarse en Núñez, Buenos Aires, y a puertas cerradas, de que debía pagar precios demenciales y se fue con un portazo. Los “multimedia” argentinos, que ya ganaban plata dejando pasar robos para la corona, no silenciaron este escándalo: sencillamente lo ignoraron. Qué eficacia, el State Department.
Nuevos y muy inesperados gobiernos nacionales le hicieron resucitación cardiopulmonar al Programa Nuclear desde 2006, nuevas leyes y nuevos decretos destrabaron el CAREM, y el proyecto regresó de INVAP a la CNEA, que se dotó de una gerencia nueva ad-hoc. Hoy es el alma viviente de la casa. La Dra. Norma Boero justificó así la movida: “Sin un proyecto aglutinador, la CNEA se me desarma”. Boero sin duda tenía razón. ¿Pero y el CAREM?
Nada se hace rápido en CNEA porque, a diferencia de INVAP, que vive a velocidad de multinacional de bolsillo, la institución madre no pasa la vida colgada del acantilado. La gente se ha acostumbrado a proyectos que no avanzan y salarios miserables, pero a fin de mes, cobra. Cuando cunden vacas demasiado flacas, como ahora, INVAP muere, mientras la CNEA se limita a entrar en coma.
Cachazuda pero talentosa, la CNEA invirtió años en rediseñar lo diseñado y y mejorarlo, especialmente con nuevos generadores de vapor y una deslumbrante robótica para testearlos y repararlos. El CAREM que se está construyendo hoy no tiene 25 MW eléctricos sino 32, debido a dichas mejoras. Sin duda es mejor y más vistoso que el austero proyecto de INVAP, con una salvedad: el de INVAP probablemente ya estaría funcionando.
Entre muchos “y ya que estamos” se perdió tiempo que no se tenía, ante la inminencia de 19 proyectos competidores en el Hemisferio Norte y de la probable irrupción de un nuevo gobierno antiindustrial, antinuclear y anticientífico en la Argentina. Así las cosas, la primera excavación de cimientos se inició en 2011.
Midiendo desde esa fecha, en 2017, según usos y costumbres de la industria, el CAREM debió estar licenciado, terminado y funcionando. Pero además de nuevos atrasos por mejoras y rediseños en 2016 su avance se frenó en seco un año, en revisiones de lo revisado. Luego la obra arrancó de nuevo, rengamente, entre sucesivos recortes del presupuesto nuclear, a las que se sumaron decisiones drásticas del mejor ministro de Energía de la Shell, el ingeniero Juan José Aranguren: la construcción ya no la dirige NA-SA, una sociedad anónima del estado, sino Techint.
Y a eso siguieron aún más ajustes tomados por la Subsecretaría de Energía Nuclear, cuando Energía perdió el rango ministerial. No fue un cambio de filosofía: el organismo responde más a la república gasífera independiente de Vaca Muerta que a la nación (o al menos, a esta nación), y su objetivo de máxima sigue pareciendo el desguace del Programa Nuclear Argentino.
Ha ido desmontándolo con razonable pericia. Ya logró desactivar, en un silencio mediático sepulcral, sus dos plantas más críticas para la autonomía nuclear criolla: la PIAP, la industrial de agua pesada, en Arroyito, Neuquén, y la experimental de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu, Río Negro.
Son dos balazos, uno al corazón y otro a la cabeza: el cierre de la PIAP deja sin su insumo principal a las centrales CANDU de uranio natural, como Embalse, que se pueden construir para el mercado interno con tecnología nacional y en pesos. Lo sabemos porque entre 2015 y 2018 NA-SA hizo algo mucho más difícil que construir una CANDU nueva: prolongó en 30 años la vida útil de la existente en Embalse, Córdoba, y la repotenció en un 6% con la colaboración de unas 100 empresas argentinas, entre ellas algunas verdaderamente grandes, con contratos vigentes y no pocos abogados. En 2018 Aranguren pagó, con 250 despidos en NASA y la eliminación de Atucha III, otra CANDU mayormente nacional y con una financiación china «de regalo», el pecado de esa patriada.
El cierre de “Pilca”, la planta de enriquecimiento en Pilcaniyeu, en cambio, ocurrió al toque de la creación de la Subsecretaría, en 2016. Enjabona el palo al que deberá trepar el CAREM para subir de prototipo a artículo fabricable y exportable en serie. Bien puede ser que sea en ese momento cuando se quede sin combustible. ¿O no nos sucedió en 1978? China proveerá, me dicen algunos esperanzados. ¿O no nos está vendiendo una majestuosa central Hualong-1 de 1180 MW con uranio enriquecido?
¿Nos ayudará, por ende, con el CAREM? ¿Seguro? ¿A qué precio? En marzo de este año anunció oficialmente su propio proyecto de SMR, el ACP 100, una centralita compacta anunciada en marzo de este año, a construirse en Chanjiang, provincia de Heinan.
Compite directamente con el CAREM.
Continuará… de algún modo.
Daniel E. Arias