La 1° parte de esta nota está aquí, y la 2° aquí. En esta 3°, se cuenta como INVAP y la misma Comisión Nacional de Energía Atómica se envolvieron en una región muy mentada, el Medio Oriente, como se ganó la ojeriza de una poderosa Cancillería… Pero los que más hicieron para cancelar nuestro desarrollo independiente… habían nacido acá. No es sorpresa.
, Pilcaniyeu, aquel pecado original
En 1983 el gobierno de Raúl Alfonsín, y desde 1989 los dos de Carlos Menem literalmente destruyeron a la CNEA, comprador fundacional de tecnología de INVAP. Así, dejaron sin ingresos a esta Sociedad del Estado rionegrina, que sólo vive de su facturación. Peor aún, Menem pulverizó minuciosamente el prestigio que ganado por INVAP como proveedor nuclear en Medio Oriente y el Magreb, algo que Alfonsín había respetado. Menem no.
A pedido de EEUU, Menem en 1990 detuvo en el puerto de Escobar un embarque de tuberías, compresores, filtros y sistemas. Eran componentes de una planta química para transformar mineral uranífero molido en “yellow cake”, polvo amarillo de dióxido de uranio. En un segundo embarque, también parado, estaban los componentes para fabricar una planta piloto de manufactura de combustibles para un reactor de investigación. Factura total: U$ 25 millones de 1990, equivalentes a 49,81 millones de hoy.
No se hacen armas nucleares con “yellow cake” ni los combustibles de reactores definen una pelea, salvo usados como garrotes. Ambas operaciones eran lícitas, ambas instalaciones serían civiles y todo debía construirse bajo salvaguardias, vigilancia y garantías del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Pero el cliente era el nuevo Irán integrista, que ya no era tan nuevo.
Aquel país cambiante supo ser ocasional vedette del comercio exterior argentino. Por ejemplo, ya en tiempos del Ayatollah Khomeini, Irán fue el mayor comprador de trigo de aquella Argentina poco sojera del gobierno de Raúl Alfonsín, es decir desde que la URSS ya no pudo pagarnos más y dejó de comer pan, y se desintegró.
Pero no sólo de pan vive el persa. La infraestructura nuclear académica iraní para formación de recursos humanos, especialmente el pequeño reactor TRR de la universidad de Teherán, o TRR, fueron construcción supervisada de Humberto Ciancaglini, de la CNEA, y su equipo de argentinos. Eso fue en épocas del presidente Arturo Illia, arrancando en 1966.
El TRR, Reactor de Investigación de Teherán, que la Argentina construyó en 1966 y rediseñó y reconstruyó a nuevo en 1987 a pedido del OIEA y bajo su supervisión.
En 1973 el contraalmirante Oscar Quihillalt, presidente saliente de la CNEA, reemplazó a Ciancaglini, sin despeinar a nadie en Teherán. La Iran Atomic Energy Organization (IAEO) y su director, el físico Akhbar Etemahd, le tenían tanta confianza a la CNEA como constructor y asesor que hasta nos pidieron ayuda a nosotros, argentos sólo duchos en uranio natural, para negociar en Europa la compra de centrales nucleoeléctricas de uranio enriquecido y agua liviana. Y eran grandes en serio: las 2 de Bushehr se firmaron con KWU-Siemens, y 2 más en Ahvaz a Framatome, de Francia, sumaban más de 4000 MW. El Shah de Persia, Rehza Palevi, era un monarca ilegítimo y brutal puesto por un golpe de la CIA y que gobernaba con la Shavak, la Policía Secreta. Pero tenía chequera.
La insurrección popular que en febrero de 1979 derribó al Shah degeneró, meses después en la construcción de otro estado ni un pelo menos policial: la República Islámica. Pero cuando ocurrió aquella revuelta, Quihillalt y los suyos habían regresado a sus pagos criollos por otras causas. Y es que en forma previa a ser tumbado de su trono, Rehza Palevi había echado de su cargo a Etemahd, impuesto un cambio de rumbo antieuropeo en la IAEO y firmado la compra de 8 centrales estadounidenses.
Tras derribarlo, medio asombrados aún por su emergente poder, los mullahs del Ayatollah Khomeini descubrieron que eran tan expertos en generar neutrones como la CNEA en interpretar el Corán. ¿Con quién hablar? Lejos de quedarse a completar Bushehr, la germánica muchachada de KWU-Siemens se había fugado en automóvil hacia Siria con la Guardia Islámica persiguiéndolos a través del desierto, al parecer por algunas cuentas que no cuadraban en la obra de Bushehr (o eso dijeron en la IAEO). Las 2 unidades de aquella megacentral tenían, promedio, un 80% de avance de obra.
Los devotos del Ayatollah Khomeini se tomaron una década en tratar de rescatar la relación con Argentina. De movida, no hubo tiempo: al toque de asumir ellos el poder, la OTAN les armó una guerra con Irak, que tardó 8 años y 2 millones de muertos en apagarse, en 1988, sin ganadores. Cuando volvió a reinar cierta paz de cementerios en la zona, a los mullahs les resultó una locura dejar 2000 MW casi terminados sin inaugurar. Además, debían hacerse reparaciones: Bushehr había recibido todo tipo de atenciones por parte de la artillería y la aviación irakíes. Si hay que juzgar la ingeniería nuclear alemana por su fortaleza, tanta bomba y misilazo no habían logrado daños irreparables en Bushehr, y no por no tratar.
Para no tener que negociar con “aquellos tramposos”, y para que los alemanes (que todavía se llamaban “Occidentales”) no tuvieran que mostrarse ante las cámaras con “aquellos barbudos medioevales”, ambas partes se valieron de la CNEA como intermediario. En Teherán los argentinos habían dejado buena obra y buena imagen, y por otra parte la CNEA de los ’80 estaba asociada a Siemens en ENACE, aquella empresa mixta que diseñó y estaba construyendo Atucha II, o más bien tratando.
Para no irritar a EEUU y comprometer un poco al resto de la UE en la movida, Siemens (que sin su Cancillería sería un quiosco) se reservó la parte del león, subcontrató a ENACE e INVAP y sumó a otra asociada española, Endesa. Esa firma había suministrado parte de los componentes de la central nuclear de Trillo, una típica PWR de Siemens.
Una de las 2 unidades de la central nucleoeléctrica Siemens de Bushehr, en Irán, terminada con décadas de atraso por la rusa Rosatom.
En 1985, aún antes de terminar su guerra con Irak, la nueva jefatura nuclear de Irán se bajó hasta estas pampas a ir emparchando relaciones con la CNEA y obtener de ENACE una evaluación de daños en Bushehr. En 1988, ya en paz, el nuevo e islámico director del IAEO, Dr. Rehza Amrollahi, volvió a Buenos Aires y se quedó paralizado cuando la Dra. Emma Pérez Ferreira, a la sazón recién puesta al frente de la casa le tendió la mano para saludarlo. Ups. ¡Una mujer! ¿Cómo tocarla, si no usaba velo y ni siquiera era su hija, su madre o estaba casada con él? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Momento difícil para navegar sin champagne, además, a puro canapé, café, té, y firmando papelitos con sonrisas pétreas.
Lo que se firmó eran dos cosas, una que convenía a EEUU y otra que no. Se hizo la primera.
La que no convenía a EEUU era la terminación de Bushehr, porque a contramano de la física, para el State Department una central núcleoeléctrica “es proliferante”, es decir serviría para fabricar armas nucleares cuando el vendedor es independiente (como nosotros), el comprador, antipático (como Irán) y de yapa, el producto es ajeno (como una máquina Siemens).
Las centrales nucleares no sirven para fabricar plutonio 239 “grado bomba” porque lo sobreirradian. Cuando en 1974 el New York Times, repitiendo paparruchadas de un “think tank” estadounidense, aseveró que Atucha I nos abría la puerta para “la bomba”, el reactorista argentino Jorge Cosentino retrucó que sí, efectivamente, la centralita fabricaba 100 kg. diarios de plutonio. Pero, añadió, lo “quemaba” casi todo en tiempo real, y además era del tipo equivocado de plutonio (con abundancia de los isótopos 240, 241 y 242, inútiles por hiperfísiles). Para obtener plutonio 239 de pureza militar, se tendría que extraer del núcleo de la central no un único elemento combustible, el más gastado, por día, sino uno “casi crudo” y cada hora.
¿Por qué con tanto petróleo como tienen los iraníes querían terminar Bushehr? Para exportar más crudo y así reconstruir un poco su descuadernado país. ¿Y por qué queríamos terminarla nosotros? Porque la mejor salsa es el hambre. En su nuevo integrismo religioso, Irán ya no era un país en el cual la vida cotidiana fuera grata para el ingeniero nuclear argentino tipo. Pero con Atucha II atrancada en un interminable “stop and go” porque Economía no soltaba un austral, con tal de facturar horas/hombre de ingeniería en dólares, ENACE e INVAP habrían agarrado trabajo adonde pintara. Estaban perdiendo recursos humanos día a día.
Sin embargo, cuando ya se estaban anotando los viajeros, un oportuno llamado de Cierta Embajada detuvo a cierto canciller llamado Dante, de cuyo apellido no quiero acordarme (pero terminaba en Caputo). Por eso Bushehr la terminaron los rusos. A eso en EEUU y aquí lo pagan como diplomacia.
“Otro pisotón más en las manos e INVAP se cae, por fin”, habrán dicho en el edificio Harry Truman de C Street, Washington DF. Allí trabajan unos 8000 tipos sumamente profesionales, cultos, memoriosos y expertos en llamar por teléfono o escribir “white papers” sin membrete ni firma, pero con instrucciones clarísimas y corteses. Meet the State Department crowd, dear reader!
El edificio Harry Truman del State Department, la cancillería de los EEUU.
Sólo se logró salvar la parte de lo firmado que esos buenos muchachos llaman “antiproliferante”. De modo que en 1987 INVAP rediseñó y reconstruyó a pleno el TRR, el reactor de Teherán, aquel TRIGA estadounidense de 5 MW construido entre 1966 y 1967 por Ciancaglini.
Originalmente, como todo reactor anterior a los años ’80, había funcionado con uranio enriquecido al 90%, grado militar, pero desde su puesta en marcha Irán no había comprado más combustible estadounidense. Ahora había que adaptarlo a uranio civil enriquecido al 19,7%, “grado reactor”, militarmente inútil. Eso implicaba un núcleo sustantivamente más voluminoso, hecho de 80 barras, y grandes cambios en los sistemas de refrigeración, en las celdas de irradiación y en las barras de enclavamiento.
Obviamente la muchachada del Truman no levantó siquiera el teléfono: esa política de reconversión de reactores en el Tercer Mundo, pagada en casi U$ 6 millones por el OIEA, había nacido en… sí, el mismísimo edificio Truman. Donde no querían uranio militar en el Tercer Mundo, y menos que menos en aquel nuevo Irán.
Y aunque estábamos trabajando realmente para Washington, la gente del Truman logró que nos fuera muy difícil conseguir 116 kg. de uranio enriquecido grado reactor: no estábamos ni estamos en condiciones de producir esa partida en nuestra pequeña planta de Pilcaniyeu. Lo proporcionó de nuevo la URSS, todavía emperrada en existir.
Finalizando los ’90 INVAP estaba demolida por la pérdida de todos sus mercados. La CNEA no encargaba ninguna obra de ingeniería desde 1983. Pero en Medio Oriente no lograba afirmarse, y máxime tras el traspie iraní. Esta historia la cuenta mucho mejor aquí el Dr. Diego Hurtado de Mendoza, Secretario de Políticas y Planeamiento del MinCyt.
Entre 1988 y 1993 el embajador Adolfo “Chinchín” Saracho, radical de los de antes (patriota), había logrado entusiasmar a Turquía con la central nuclear compacta CAREM. Era una máquina de potencia demasiado baja para la rampante demanda eléctrica industrial turca. Pero si había casorio de la tecnología de INVAP con la red turca de comercio exterior en Medio y Lejano Oriente, así como en África del Norte, esas centralitas se venderían como pan caliente.
En 1988 eso me dijeron, entusiasmados, los 4 partidos políticos turcos con representación parlamentaria, incluido “El del Justo Sendero”, la entonces pequeña fracción integrista de un tal Recep Tayyip Erdohan. Me lo decía también el presidente socialdemócrata de la TAEK (Autoridad Turca de Energía Nuclear), me lo decían las temibles FFAA locales, me lo aseguraban los dueños de los multimedia y también los servicios de espionaje, unos tipos con demasiada pinta de ser del oficio.
A Saracho, en la minúscula embajada argentina en Ánkara (doy fe, viví allí un tiempo) lo espiaban la CIA, el SIS inglés, el BND alemán, la DGSE francesa, nuestra SIDE, la consabida KGB, sus propios colegas y obviamente los turcos. Pero estos también lo mimaban como a una gallinita que ha prometido poner huevos de oro.
¿Cómo siguió la historia? No siguió. Se explica con una palabra capicúa: Menem. “E´ Nesario” incumplió la propuesta base del parlamento turco: dado que el CAREM tenía una ingeniería bastante audaz para los ‘80, tanto Turquía como Argentina debían clonar un prototipo en sus respectivos territorios. Onda: “Si no funciona bien de movida, que no seamos los únicos en quedar como unos bobos”.
El Parlamento turco votó apartar una suma de U$ 180 millones para ello (hoy serían U$ 400 millones), pero el nuestro jamás discutió siquiera el asunto. Aquí, sospechosamente, del CAREM no hablaba nadie. Sus correligionarios y nuestros medios estaban acuchillando silenciosamente a mi amigo Saracho por la espalda. Pero lo peor vino después, con El Capicúa.
Apartando enteramente de la negociación a INVAP, el presidente Carlos Menem puso al frente de la CNEA al Dr. Manuel Mondino. Éste tomó las riendas del negocio y estuvo 3 años bardeando a los turcos con demoras inexplicables y pedidos desmesurados, incluso en ese país donde hace 10.000 años y con otras fronteras, banderas e idiomas, fueron inventadas simultáneamente la escritura, el comercio entre estados y la coima. En 1993 los turcos se fueron de la Argentina con un portazo final. Hoy ellos también compran centrales nucleares rusas. En el edificio Harry Truman se habrán escuchado las carcajadas: “¡Con Menem somos ‘innesarios’!”.
La sala de control del reactor ETRR-2 de Egipto, entregado por INVAP en 1998, en la última visita del recientemente fallecido director del OIEA, Yukiya Amano.
Tras perder a la CNEA, a Turquía y a Irán en sucesión, INVAP tuvo que optar por la mutilación o el cierre. De 1300 personas que INVAP tenía en 1989 (todos expertos nucleares y tecnológicos, con apenas 50 administrativos), echó a 1000. Se quedó con 300 espartanos, a las que les pagaba cuando se podía, en general con bonos propios sin valor de compra ni en los supermercados de Bariloche.
En 1994 la llegada del exfundador de INVAP, Franco “El Petiso” Varotto a la dirección de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE, no confundir con CNEA), salvó a INVAP de quebrar aquel año. Lo hizo dándole la obra de un primer satélite de observación terrestre, el SAC-B, que representó una inyección de U$ 15 millones. INVAP de satélites no sabía nada, pero aprendió rápido. Luego seguirían otros 2 satélites, SAC, el A y el C, pero INVAP sólo lograba respirar en serio cuando ganaba alguna licitación nuclear, como la del reactor ETRR-2 en Inshas, Cairo, Egipto.
En 1998 ese reactor ya estaba funcionando, los egipcios, razonablemente contentos e INVAP de nuevo sin un mango y viviendo a salto de mata, entre satélites y contratitos petroleros e informáticos aquí y allá. Los 300 invapios espartanos cobraban poco pero salteado, trabajaban “por la camiseta”, y devorados por aquella empresa sin horarios o fines de semana, se divorciaban como estrellas de rock, pero con menos plata y menos prensa.
El gobierno de la Alianza fue mucho peor. El Parlamento, ablandado por el lobby del extinto presidente de la CNEA, Dan Beninson, y luego por Aldo Ferrer, el 27 de Septiembre de 1999 votó por ley 25.160 la alocación del equivalente en pesos de U$ 163 millones para la construcción del CAREM. Pero luego de Ferrer el director de la CNEA fue el exsecretario de Energía de Alfonsín, Dr. Jorge Lapeña (sí, el de los apagones de 1988). Lapeña decidió no gastar aquella partida hasta no recibir “un estudio imparcial” de factibilidad comercial. ¿Lapeña podía incumplir así una ley nacional? Al parecer, sí: lo hizo.
Como el estudio le salió mal (auguraba buenas ventas del CAREM) Lapeña mandó a hacer un segundo estudio: mismo resultado. Entonces mandó a hacer un tercero, que también le resultó contrario, es decir a favor del reactor. Pero a esa altura, el valor de la partida en dólares ya se había evaporado, el peso nacional y el presupuesto también.
Y la Alianza se iba de la Casa Rosada en helicóptero, dejando debajo un país en llamas.
(Concluirá mañana)
Daniel E. Arias