Mientras los turistas disfrutan de la Costa Atlántica, en la temporada más poblada de los últimos años -gracias al cepo y al impuesto PAIS, pero eso no se enfatiza tanto- sigue avanzando el problema que advertía, entre otros, el periodista Gustavo Sarmiento hace un año y nosotros tocamos en octubre:
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«Se profundiza la erosión de las playas argentinas: cada año se pierde un promedio de dos metros de playa. Dunas que se achican, intervenciones urbanas que empeoran la situación, sudestadas; el combo se multiplica y los investigadores alertan, pero la política municipal sigue privilegiando concesiones que en dos décadas quizás ya estén tapadas por el agua.
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Más allá de sus 1200 kilómetros, la costa bonaerense se comprime. «En algunos lugares, los médanos han retrocedido de uno a dos metros por año, como en Villa Gesell y Pinamar, donde han metido avenidas costaneras y balnearios de cemento que nunca debieron haberse construido. En el Partido de la Costa y Mar Chiquita es hasta siete metros por año. Se han caído casas construidas hace 50 años. Realmente es para alarmarse». Quien lo advierte es Federico Isla, investigador del Conicet y director del Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario de la Universidad de Mar del Plata.
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Es viernes al mediodía en Gesell, pleamar, no hay playa. El turista sentencia: «La próxima vamos a otro lugar». Vecinos y comerciantes advierten que estas ciudades viven de la playa. Sin ella, serían pueblos fantasma. «No toda la costa retrocede», aclara Rubén López, del Laboratorio de Geomorfología y Dinámica Costera del Departamento de Geología de la UBA. «Registramos focos de erosión en la mayoría de los cascos urbanos ya establecidos. San Clemente, Las Toninas, Santa Teresita y Mar del Tuyú son los más complicados. Te alejás de esos cascos y la playa tiene otros comportamientos, incluso de acumulamiento». Pero hasta en lugares más pequeños como Pehuén-Có, en el extremo sudoeste, la playa retrocedió, como puede atestiguarlo el barco La Soberana, encallado a fines del siglo XIX, apreciado perfectamente hace dos décadas, y hoy cada vez más tapado por el agua. Al este, Monte Hermoso exhibe sus grandes edificios frente a la costa, sin saber que va camino a un inevitable proceso de erosión.
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“Si hacés una encuesta la gente te pide balnearios en la playa, entonces no pasa por si ponés o no balnearios, sino dónde los ponés, y que sean aptos para desmantelarse y trasladarse”, explica López. Junto a Silvia Marcomini y María Bunicontro publicaron en 2017 un trabajo sobre las dunas costeras en el cabo San Antonio (Partido de la Costa): señalan que las dunas y las playas generan un equilibrio, y que cualquier cambio en el balance de intercambio de sedimentos del sistema playa-duna son potenciadores y disparadores de fenómenos de erosión de playas y retrocesos de la línea de costa. Desde sus fundaciones, las localidades coincidieron en permitir loteos incompatibles con el ambiente, la construcción de balnearios de cemento sobre la arena y el trazado de avenidas costaneras y perpendiculares a la línea de costa que producen modificaciones en el escurrimiento superficial, y la evacuación de excedentes pluviales a la zona de playa que genera pérdida de sedimentos.
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«Además, la extracción de arena, y también la interrupción de la dinámica litoral por la construcción de muelles y paredones, afectan la disponibilidad y el transporte de sedimentos», señala el texto, y agrega la forestación con especies exóticas, como los tamariscos, y la circulación (prohibida) de vehículos en la playa y las dunas, degradándolas y erosionándolas, desconociendo que son claves en la interacción con el mar durante las tormentas. En sudestadas, el mar puede superar los tres metros de altura por encima de la media.
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El estudio alerta que «entre los años 1935 y 2000 se degradó el 61% de las dunas costeras a una velocidad promedio de 0,65 km por año. De mantenerse esta tendencia, para 2030 no existirían sectores relativamente importantes del cordón de dunas costeras naturales, quedando restringidos a las inmediaciones de Punta Médanos y Punta Rasa».
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«Donde se alteró el equilibrio, la arena queda engrampada y no se devuelve a la playa», subraya Isla, y remarca que las dunas también son fuente de agua: «Son acuíferos. Uno de los grandes problemas de la Costa Atlántica es que dentro del médano hay agua dulce, y por debajo pasa agua salada. Con esta situación, a los dos meses se empieza a bombear agua salada de los pozos. Antes los médanos daban mucha más agua que ahora. En Mar Chiquita y Santa Teresita es dramático: llegaron a prohibir que laven autos. Pero las autoridades igual quieren hacer concesiones a 15 años para usar la plata en su administración, aunque sepan que al terminar la concesión la playa estará 30 metros para adentro”. Y nombra a Punta Mogotes, La Perla y los balnearios del sur de Mar del Plata con gimnasios y piscinas, como algunos ejemplos característicos.
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A los desarrolladores inmobiliarios no parece importarle. En Pinamar, a pesar de una mejor política de balnearios más sustentables, se multiplica la proliferación de construcciones de todo tipo linderas a la playa. Pinamar SA ofrece desde «lotes ideales para eventos, acciones de marca, exhibición de productos» con una foto de camionetas y garitas en plena arena, hasta «una ciudad jardín frente al mar». En el kilómetro 374 de la Ruta 11 se desarrolla Villarobles, una ciudad–pueblo premium de mil hectáreas con tres de línea de playa que incluye hasta aeropuerto, liderada por Raúl Vertúa y «destinada a público ABC 1». Vertúa fue detenido en la «causa de los cuadernos». Costa Esmeralda y Barrio Marítimo 3, en Pinamar, Arenas Chico y Arenas del Sur en Mar del Plata, La Tinaja en Mar de las Pampas y Los Mirasoles en Las Gaviotas, son otros casos de megaconstrucciones privadas con intervención en las playas, a las que tienen acceso exclusivo, y en la mayoría de los casos fuera de la órbita de controles ambientales. Los costos superan los u$s 60 el metro cuadrado. Entre San Clemente y Necochea ya se relevaron más de 20 countries. En la mayoría, las constructoras utilizan la arena de la playa para sus edificaciones.
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En Gesell se venden por más de 130 mil dólares dúplex como el de Avenida 1 y 109 Bis, al que promocionan: «Emplazado sobre un médano, en el centro de la ciudad y a una cuadra de la playa».
En Mar del Plata, los concejales llegaron a pedir la interpelación de la titular del Ente Municipal de Turismo, Gabriela Magnoler, por movimientos de camiones con arena en Playa Grande, y construcciones playeras sin autorización.
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La Red Ambiental Querandí denunció que «en Villa Gesell hubo y hay reiterados intentos de depredar el cordón de dunas costeras para construcciones. La secretaria de Planeamiento municipal es coequiper de este tipo de tentativas». La Red presentó un proyecto de ley nacional que prohíbe el tránsito vehicular en playas y dunas, con el control de Prefectura Naval Argentina. Aún no hay respuestas.
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Guillermo Guindani presidió la Sociedad de Fomento Toninas Norte. Guarda fotos de paisajes desde Las Toninas a San Clemente de hace unas décadas, «cuando era toda una línea de médanos de casi 12 metros. Todo eso desapareció». Ahora sueña con que halle eco en las autoridades su iniciativa de crear un banco artificial de coral a 300 metros de la playa de Las Toninas, «para ganar altura y hacer mejor frente a las sudestadas».
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«La zona está muy embromada por la erosión –se lamenta Jorge Gómez, vecino de Santa Clara del Mar–. Hubo que hacer escolleras y piedraplenes paralelas a la costa, para intentar frenar el avance del agua, porque disminuyó mucho el volumen de arena que traía el mar desde el sur, al haberse construido hace muchos años la escollera norte en Mar del Plata». La presión afecta a los acantilados, generando consecuencias fatales. En la primera semana de 2018, se desprendió un barranco en la playa del barrio Camet, en Mar del Plata, y mató a Emma Perazzo, una nena de 3 años de La Plata que jugaba en sus vacaciones. Con posterioridad se han derrubado otros acantilados, por suerte sin víctimas.