(OPINIÓN) – El reciente episodio en el que los valores a futuro del petróleo resultaron negativos, disparó una serie de notas catastróficas sobre el futuro de la industria. El problema es que no son exageradas, ni se trata solamente de malas apuestas sobre los precios. Tampoco el problema se limita a las consecuencias de la pandemia, o una «guerra de precios» entre Rusia y Arabia Saudita.
La situación se origina cuando el mercado estadounidense, insaciable consumidor de petróleo, deja de ser el gran importador global. Hubo una gigantesca inversión en el «fracking», y EE.UU. pasó a ser exportador neto. Pero la economía global no crece con rapidez, y los costos ambientales de los combustibles fósiles empiezan a ser tomados en cuenta.
El resultado fue que este año comenzó en Estados Unidos una segunda ola de quiebras de petroleras medianas -cien, en las estimaciones más moderadas- que afectan también a los bancos y fondos de inversión que los financiaron. Es razonable suponer que el precio del petróleo permanecerá bajo por algunos años. Y es seguro que no habrá inversiones de riesgo en la explotación petrolera en el futuro previsible.
Esto significa para Argentina que el yacimiento Vaca Muerta no será, como esperó en su momento el gobierno de Macrí y más tarde el de Alberto Fernández- una carta salvadora para la economía argentina. Tampoco son buenas noticias para los países petroleros en general, pero esa no es nuestra preocupación inmediata.
En opinión de AgendAR, esto obliga a nuestro país, que tiene una «carta fuerte» en el mercado global -una mucho menos sujeta que el petróleo a los avatares de las burbujas y crisis- como productor de alimentos, a preguntarse qué es lo que va a exportar para conseguir las divisas que necesita su industria. Y como va a armonizar las necesidades de su mercado interno y su irrenunciable vocación industrial.
A.B.F.