El cometa SWAN (cisne) fue descubierto el 25 de marzo de este año por una cámara que viaja a bordo de la sonda Solar Heliospheric Observer (SOHO), lanzada en diciembre de 1995 por la Agencia Espacial Europea y la NASA para estudiar el Sol, en cuya cercanía los cometas se ponen más brillantes. Se calculaba que sería visible desde la Tierra hasta fines de mayo, pero ya desde fines de marzo el C/2020 F8 SWAN empezó a atraer a los cazadores de cometas y amantes del cielo nocturno.
Uno de los que se puso a observarlo es el ya célebre Víctor Buso, cerrajero rosarino que ingresó a los libros de astronomía en febrero de 2018 por haber logrado fotografiar por primera vez en la historia el inicio de la explosión de una supernova.
Lo que no se esperaba era que, junto con el profesor de matemática, investigador adscripto de la Fundación Félix de Azara y guía de astroturismo Claudio Martínez, podría haber hecho otro descubrimiento sensacional, según todo indica: obtuvo lo que serían las primeras fotos de la rotura del núcleo del cometa, un acontecimiento que permite ver el material fresco que emana de su interior y conocer la composición química de los elementos básicos que formaron el Sistema Solar.
«Estamos esperando confirmación internacional», cuenta Buso desde su casa en Rosario, donde tiene instalado el observatorio que frecuenta siempre que puede. El problema es que ¡también los grandes observatorios del mundo están en cuarentena! Buso empezó a tomar fotos el 5 de mayo, pero en las que obtuvo el 8 se advierte la imagen de lo que sería el núcleo dividido del cometa.
«Uno puede estudiar su comportamiento a partir de cómo va cambiando el brillo -explica Martínez-. El 26 de abril, el SWAN tuvo un pico extraño, que normalmente se asocia con que al núcleo le pasa algo. Le pedí a Víctor que empezara a tomar fotos muy detalladas. Y a partir del 8 de mayo se ve claramente que está dividido. Pero aunque el de Víctor es un telescopio grande para un aficionado, está al límite para este tipo de cosas».
Los cometas son bolas de polvo y hielo. La mayoría se origina en la Nube de Oort o en el cinturón de Kuiper, más allá de Neptuno, en los arrabales del Sistema Solar. Al acercarse a nuestra estrella, el Sol, van sublimando su material y eso hace que su cola brille de manera espectacular. El SWAN mide alrededor de cuatro kilómetros y su órbita es tan excéntrica que tardará unos cuatro o cinco millones de años en regresar.
«Es pequeño, por lo que solo un telescopio como el Hubble podría ver su núcleo -cuenta Martínez, que se dedica a la divulgación de la astronomía desde hace 40 años y coordinó el International Halley Watch en 1986-. Pasará a 109 millones de kilómetros de la Tierra. Pero aunque por estos días los aficionados esperaban poder observarlo en zonas oscuras a ojo desnudo, por la rotura su brillo se está perdiendo».
Un pegote de hielo con piedras
Según el especialista, es normal que los cometas se rompan porque son un ‘pegote’ de hielo con piedras y a veces hay materiales que subliman mucho, otros que subliman poco, entonces si justo hay un chorro de gas suficientemente fuerte, lo puede fracturar. La importancia de registrarlo es que el estudio de su composición química da información sobre los ladrillos básicos de la formación de los planetas».
Al ver los detalles llamativos en el núcleo del SWAN, Buso decidió volver a fotografiarlo con filtros azul e infrarrojo para tratar de atravesar las nubes que lo acompañan. Sorprendidos, advirtieron que la imagen estaba partida en dos. El problema surgió después, al buscar la confirmación por parte de otro observatorio, como lo dictan las normas.
«Publicamos en Facebook y empezamos a buscar un confirmador -cuenta Buso-, pero por la cuarentena los astrónomos están todos en las ciudades. Hablamos con San Juan, para ver si podían observarlo con el telescopio del IAFE o con un telescopio ruso que ya había descubierto otro cometa desde territorio argentino. Pero ese instrumento está preparado para rastrear el cielo, y para apuntar a un objeto hay que reprogramarlo. Lo hicieron, pero estaba tan bajo que se les vino el crepúsculo encima muy rápido y no pudieron fotografiarlo.
Gracias al descubrimiento de la supernova, pude tomar contacto con personas de los telescopios más grandes del mundo. Entonces, llamé a Chile, al Géminis Sur. Es remoto, pero todos los días suben 80 personas a hacerle mantenimiento. Sin embargo, por la cuarentena están todos abajo. Verónica y Lidia, que manejan dos de los aparatos, me confirmaron que no podían hacer nada y me sugirieron contactarme con Australia. Hablé con un español, Lobos, y también me dijo que no tenía acceso a los telescopios. Entonces, se me ocurre llamar al Telescopio Espacial, pero allí los turnos están reservados con meses de anticipación y cuestan miles de dólares. Intenté con uno de Hawai, pero fue imposible porque no podían apuntar hacia ningún lado en el que hubiera claridad solar. Ahora me acaban de avisar que van a hacer el intento con un telescopio ruso que está en Sudáfrica».
La astrónoma Gloria Dubner, ex directora del Instituto Astronomía y Física del Espacio (IAFE) explica que «Los núcleos de los cometas son reliquias congeladas del Sistema Solar temprano, mezclas porosas y frágiles de polvo y hielos de agua, metano, amoníaco, monóxido y dióxido de carbono. Son excelentes mensajeros de nuestro pasado. Las cabezas o núcleos pueden fragmentarse por mecanismos muy diferentes, pueden ser destrozados por fuerzas de marea cuando pasan muy cerca de cuerpos grandes (como le pasó al cometa Shoemaker-Levy 9, que se rompió en pedacitos cuando pasó cerca de Júpiter en 1992, y dos años más tarde terminó estrellándose contra su superficie). También pueden desintegrarse cuando el núcleo gira muy rápido; pueden sufrir stress térmico cuando pasan cerca del Sol (el material en el interior se contrae y se expande por variaciones de temperatura), o pueden separarse explosivamente con trozos saltando como corchos de botellas de champán cuando brotan gases volátiles atrapados. De hecho, la desintegración catastrófica en trozos es seguramente el destino final de la mayoría.Cuando se detecta que un cometa se desintegra, se estudian los trocitos en que se deshacen estos viajeros con cabellera, que nos dan información importante sobre la naturaleza del núcleo y los procesos físicos que allí ocurren».
Mientras tanto, Buso y Martínez están esperando que dentro de unas horas haya novedades. Si no pudieran volver a fotografiarlo con otro telescopio, tendrían que aguardar algunas semanas a que el cometa pase cerca del Sol y lo observen desde el Hemisferio Norte.
«Lo importante es que las fotografías que se tomaron de la partición las tomé yo y las procesó Claudio desde la Argentina -se enorgullece, esperanzado, Buso-. A cruzar los dedos.»
El rosarino es aficionado a la astronomía desde que tenía 11 años. Ya de adolescente en el colegio Cristo Rey descubrió una estrella variable, la NSV19555, un tipo de objetos que tienen crisis en su estructura física y al envejecer emiten pulsaciones y se ponen cada vez más inestables, entre otras causas, porque tienen otra estrella al lado que las eclipsa. Tiene un telescopio de 40 centímetros montado en la terraza de su casa, a metros del Hospital Italiano de Rosario, en una torre que construyó gracias a la venta de un terreno. Muchas veces, trasnocha hasta que a la mañana temprano, antes de que salga el Sol, puede hacer sus observaciones. Después, desayuna y se va a trabajar. Esta vez parece que volvió a sacarse la lotería cósmica.