Carla Notari, Ana María Lerner
Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson – CNEA/UNSAM
La Argentina tiene cuatro tareas nucleares urgentes:
- garantizar la prolongación de la vida útil de Atucha I,
- incrementar a nivel industrial su capacidad de enriquecimiento de uranio,
- decidir sus opciones tecnológicas para nuevas centrales núcleoeléctricas,
- y terminar el prototipo de su reactor modular CAREM.
Nuestro país estaba en recesión mucho antes del cambio de gobierno nacional, seguido trascartón por la pandemia de coronavirus, que la agravó en Argentina y la desató en el mundo. Si nuestra recuperación se implementa con políticas activas de empleo e infraestructura eléctrica de baja huella de carbono, la energía nuclear tiene un papel importante a desempeñar. Y comienza por la extensión de vida de las instalaciones actuales.
Lo interesante es que, en un giro inesperado o al menos largamente demorado, ahora esto lo dice también la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo) respecto del resto del mundo.
Hasta que nos sorprendió en julio de 2020 con un trabajo llamado “Sustainable Recovery”, la Agencia Internacional de Energía (IEA) de la OCDE siempre fue elusiva respecto de la nucleoelectricidad. Si mencionaba el átomo, lo hacía instando blandamente a “mantener abiertas todas las opciones”.
Sin embargo, a la luz de los costos humanos, económicos y políticos del recalentamiento del clima planetario, hasta la IEA termina aceptando que, junto con la hidráulica, la nuclear es la forma de generación menos emisora de gases de invernadero. Y que por lo tanto es un contrasentido desactivar plantas nucleares y rellenar el bache de oferta con fuentes renovables, cuya intermitencia y/o impredictibilidad se compensa, sistemáticamente… quemando gas.
En el artículo mencionado, al cual se accede aquí, se resumen los principales argumentos encontrables en la bibliografía respecto de la necesidad de la componente nuclear. Sin ésta, alcanzar un sistema eléctrico sustentable es mucho más complejo, tanto técnica como económicamente.
Todo este análisis es directamente aplicable a nuestro país. No se trata únicamente de alinearse con objetivos globales. Se trata de mantener (y en algunos casos recrear) lo que se ha ido perdiendo de desarrollo tecnológico en el área nuclear. Es una de las pocas en las que el país ha conseguido un nivel de evolución y autonomía inusuales para países con similar y aún superior grado de desarrollo económico.
Su desarrollo nuclear es la causa por la que la Argentina es invitada frecuente por asuntos nucleares de la OCDE, y también miembro pleno del G20. Evidentemente la Argentina no figura en este último organismo representante de 20 países ricos y poderosos por su PBI (está en el número 73 en el ránking mundial), o por sus capacidades militares (hoy casi inexistentes), y menos aún por la sofisticación de su canasta de exportaciones (73,2 por ciento primarias, según muestra aquí la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, 2019). Tampoco se explica su presencia en ese foro por ser uno de los 30 compradores/usuarios de centrales nucleares. Está ahí por ser un creador y exportador de tecnología nuclear, salida de un programa independiente.
La discusión actual sobre cuáles líneas de reactores han de equipar las futuras plantas nucleares argentinas remite, aunque no se lo diga explícitamente, a la discusión de los años ’60 y ’70 sobre uranio enriquecido o uranio natural.
Naturalmente el contexto es diferente. Desde la decisión por el uranio natural, nuestro país ha recorrido un largo camino. Tiene tres centrales nucleares en operación, de las cuales la terminación de la tercera, Atucha II, constituyó poco menos que una epopeya tecnológica: las capacidades locales para recrear y movilizar todos los saberes y tecnologías necesarios se sometieron a una exigencia poco común.
Éste también es un país que concretó exitosamente la extensión de vida de la Central Nuclear de Embalse, que además tiene proyectos de vanguardia como el reactor CAREM y que ha desplegado en forma sostenida las múltiples aplicaciones de esta tecnología, particularmente las vinculadas con el área médica. Ineludible mencionar que la Argentina se convirtió en exportador de reactores para investigación y producción de radioisótopos de la mano de la empresa INVAP y de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). También exportó otras plantas del ciclo de combustible. Y todo esto coloca al país en una posición internacional de privilegio.
Ahora bien, puestos a decidir respecto de la próxima planta de generación, carecemos de los recursos financieros que permitan una continuidad necesaria. En el brete, China se presenta como una opción válida si se atienden tanto los intereses propios como los de la contraparte. Y estos últimos están claros. Son los primeros los que están en discusión.
Se plantean las alternativas de: a) acordar la construcción de dos plantas, una de uranio natural (tipo CANDU) y otra de uranio enriquecido (tipo Hualong) o b) eliminar el proyecto CANDU e ir directa y únicamente a la de uranio enriquecido. Esta central es la que fundamenta el interés chino: la Hualong es una exportación “de bandera” para ese país. Ambas alternativas quedan viabilizadas por un importante financiamiento de China.
Los argumentos que sustentan la primera opción pueden verse muy claramente expuestos en “Energía nuclear y soberanía económica”, artículo firmado en 2020 por el ing. José L. Antúnez y los Dres. Gabriel Barceló, Andrés Kreiner y Eduardo Barreiro, del Instituto de Energía Scalabrino Ortiz (IESO). (Este portal reproduce una versión abreviada aquí).
Desconocemos la argumentación fundada de la segunda opción.
En cualquiera de las dos situaciones nos veremos en la necesidad de utilizar uranio enriquecido, aun suponiendo que se obtenga la necesaria transferencia de tecnología para fabricar el combustible en el país. Y esta necesidad se mantendrá durante los 60 años que las nuevas plantas proyectan como vida útil, si nos limitamos a la Hualong china y al proyecto argentino CAREM: ambos utilizan uranio enriquecido como combustible.
Estamos ante la misma encerrona que se planteaba en los años ’60. Pero la salida hoy debe ser diferente. Es importante concretar los proyectos argentinos de enriquecimiento que están demorados y seguramente desfinanciados. Nos referimos concretamente a transformar nuestra planta de demostración tecnológica de Pilcaniyeu, Río Negro, en una unidad de capacidad industrial.
Y esto debemos hacerlo no sólo por la demanda de uranio enriquecido que nos impondrá la Hualong, sino también y fundamentalmente por el CAREM. Éste es el proyecto que mejor se inserta en la nueva corriente internacional de armonizar la generación nuclear con la renovable intermitente. Pero además de un respaldo de potencia de base libre de carbono para los parques eólicos o solares, el CAREM puede llegar a ser la mayor exportación tecnológica de este país, así como una refundación de su imagen económica externa.
Así surge claramente la necesidad de avanzar en el Plan Nuclear tomando una decisión respecto de la 4ta y 5ta central nuclear, que es una decisión controvertida y que merece ser saldada cuanto antes.
Pero más urgente aún, y con esto no debería haber controversia alguna, es la prolongación de vida de Atucha I, para lo cual concretar el almacenamiento en seco del combustible gastado es una prioridad absoluta.
La otra decisión indiscutible e importante debe ser reforzar el proyecto de enriquecimiento de uranio por método centrífugo, en sustitución del que tenemos hoy (de difusión gaseosa, energéticamente ineficiente). Y esto debemos hacerlo reivindicando la histórica posición argentina de usos pacíficos de la energía nuclear y no proliferación.
Éste es un programa de mínima, e incluye, como es obvio e imperativo, la terminación del prototipo CAREM. Su entrada en línea mostrará al mundo una posible opción comercial y elevará nuestra presencia en el mercado mundial a un plano cualitativamente superior.