El Mercosur informático que no fue. Y algunas lecciones que deja

Hace una semana publicamos en AgendAR La industria electrónica argentina, la de Brasil, y el Mercosur que no fue. Ahí Daniel Arias contó de Cifra, la rama informática de FATE, del físico Carlos Varsavsky, del fundador de la computación científica en el país, Manuel Sadosky, y cómo entre la empresa nacional y los expertos formados por la Universidad Nacional de Buenos Aires entre 1969 y 1976, hicieron de la Argentina uno de los 10 mayores fabricantes mundiales de electrónica de oficina.

El «Proceso» tronchó ese desarrollo, como tantas otras cosas, pero en los ’80 volvió a surgir una posibilidad de que la Argentina recuperara algo de su relevancia en esta industria, esta vez en asociación con Brasil. Ésta es la crónica (tengan presente que Daniel la escribió en 2017, para un blog personal) de cómo se frustró ese otro desarrollo informático que nos quiso embarcar, el de los vecinos.

Y es un buen ejemplo de algo que dijimos aquí el viernes: más decisivo que presiones o amenazas para que un país dominante imponga sus intereses es el control del acceso a su mercado interno, si éste es lo bastante tentador.

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El Gran Comunicador nos hunde también la balsa

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El Gran Comunicador Ronald Reagan y su gabinete en actitud natural. 

En 1983 uno de los cinco mejores oncólogos clínicos argentinos, el Dr. Pedro Politi, era “fellow” en el National Cancer Institute de Bethesda, Maryland. A diferencia de muchos de sus colegas, que toman distancia para no terminar con la cabeza quemada, Politi “adopta” emocionalmente a sus pacientes y deja el cuero por ellos. Cree con razón que eso contribuye a curar, pero a veces provoca reacciones impensadas. Aquel año, un alto oficial de la Marina de los Estados Unidos, con una “papa” irremediable, en su agonía le pidió perdón: el año anterior, durante nuestra guerra de Malvinas, aquel hombre había debido pasarle a la Royal Navy la posición del ARA Belgrano, posteriormente torpedeado y hundido.

La historia viene a cuento, porque tras el hundimiento de CIFRA, nave insignia de la electrónica argentina, por Celestino Rodrigo y Martínez de Hoz, el presidente Ronald Reagan nos hundió la balsa salvavidas: Brasil.  Y bien a lo Reagan, sin siquiera saberlo.

En 1986, los vecinos nos habían remplazado como potencia informática regional. Su país era el 6° mercado mundial de hardware y software. Con no poca envidia, uno veía computadoras brasileñas en todos los aeropuertos de los primos, pero también en las oficinas públicas y las empresas privadas. Era bastante impresionante: sin todavía aquella presencia dominante que había sabido lograr FATE Cifra en el mercado latinoamericano, dentro del propio los brasileños estaban llegando aún más lejos que nosotros entre 1969 y 1976, y no con una única firma sino con varias.

Y era esperanzador: los vecinos se habían asociado a nosotros en la ESLAI, la Escuela Latinoamericana de Informática, por nuestros recursos humanos y nuestra capacidad de reproducirlos. Capaz que al menos salvábamos eso, no nuestra otrora temible industria electrónica, pero sí los cerebros y las universidades, la fábrica de los mismos.

En medio del auge informático brasileño, el 15 de agosto de 1986, según información ya desclasificada por EEUU, Ronald Reagan reunió su gabinete para encarar un “encuentro cumbre” con su contraparte brasileña, Jose Sarney. Esta reunión a puertas cerradas terminó con toda esperanza de un Mercosur Informático. Trato de resumirla:

William Casey, el director de la CIA, tildó al nuevo presidente brasileño de izquierdista, un crítico de la política de EEUU hacia Cuba y hacia Angola, opuesto además al régimen racista de Pretoria (Sudáfrica era todavía el pilar militar de los EEUU en África). Sarney, de yapa, era renuente a aplicar los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional. El espía en jefe yanqui acusó también a Sarney de estar desarrollando vínculos comerciales con la URSS y de proponer una “Zona de Paz en el Atlántico Sur” (verbigracia, la exclusión de la 4° Flota de la Armada estadounidense en el área).  Y además, había restablecido relaciones diplomáticas con Cuba.

El Vicesecretario de Estado, John Whitehead, abundó con que Brasil creaba centenares de asuntos irritantes en lo económico: estaba armando lío en la última ronda de los acuerdos de tarifas GATT, ignoraba abiertamente a los acreedores del Club de París, copiaba sin pagar patentes farmacológicas estadounidenses…

El almirante John Pointdexter, consejero de seguridad de la Casa Blanca, sopesó la seriedad del caso: Brasil, dijo, aunque el estadounidense de a pie no tiene la más peregrina idea de ello, ocupa la mitad de Sudamérica, era (en 1986) la 8° economía del mundo por tamaño, y su PBI registraba un crecimiento del 8% anual, entonces el mayor del planeta (sí, más alto que el de China en aquel momento). Whitehead dejó caer que con semejante rampa a Brasil le sobraba dinero y que no tenía que pedirle nada al FMI, lo cual era (sic) un verdadero problema.

El Secretario de Defensa, Caspar Weinberger, opinó que los brasileños fabricaban muy buen armamento y se lo vendían a cualquiera, incluyendo países a los que EEUU preferiría que no… Y que seguían negándose a firmar el TNP (Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares). Y que podían tener algún proyecto nuclear “non sancto”.

Entrando en materia informática, el attaché comercial Clayton Yeutter le explicó a su presidente que los brasileños creían –erróneamente, según Yeutter- poder competir con los EEUU y Japón. Dejó claro que la “reserva de mercado” con que Brasil amparaba su desarrollo en TICs le estaba costando a los exportadores estadounidenses hasta U$ 1000 millones/año. En su opinión, se podrían quebrar tales barreras gravando en represalia las exportaciones agroindustriales y las manufacturas brasileñas a EEUU, aplicándoles el artículo 301. Añadió que la cancillería brasileña, ya anoticiada, le había advertido a Yeutter que eso significaría una crisis, y la posibilidad de que Sarney levantara unilateralmente su reunión con Reagan. Los brasileños tenían la pelota en su campo, y debían contestar en 10 días.

Fiel a la imagen que dejó de sí mismo a la posteridad, Reagan no tenía la más mínima idea de nada de lo dicho, ni siquiera de que Brasil a la sazón tuviera 130 millones de habitantes. Pero estaba interesado en saber si el dictador militar Joao Baptista Figueiredo seguía vivo, y en ese caso, si se llevaba bien con Sarney.

No se llevaban, le contestaron.

Impertérrito, el Gran Comunicador confesó que Figueiredo le había regalado un caballo de salto fantástico, cruza de pura sangre y de Hannaford alemán, capaz de salvar vallas de 6 pies y 9 pulgadas. Y dio más detalles.

Yeutter y los demás presentes esperaron, pacientes, a que Reagan terminara sus divagaciones equinas para rematar los detalles prácticos del “meeting” con Sarney, y también echar pestes de la prensa yanqui, siempre crítica. Los curiosos pueden leer aquel documento desclasificado, la reunión del National Security Council del 15 de agosto de 1986, la tienen aquí.

Luego del encuentro Reagan-Sarney, sucedido sin sobresaltos el 9 de septiembre de 1986, el 13 de noviembre Reagan anunció sorpresivamente unas tasas mortíferas sobre U$ 107 millones de exportaciones brasileñas de frutas, jugos, cueros, calzado, carnes e incluso aviones de Embraer. Por circuitos más oficiosos, Yeutter le hizo saber a Sarney que del total de compras yanquis a Brasil (U$ 6.200 millones el año anterior), en realidad eran U$ 700 millones las que se caían. Sao Paulo ardía.

El New York Times explicó que la ofensa principal de Brasil a los EEUU había sido su renuencia a importar el sistema DOS de Mycrosoft “por tener sistemas operativos propios superiores”, según la opinión brasileña. Habida cuenta de cómo funcionaba el DOS, no es difícil creer que los primos tuvieran razón. Pero el presidente Sarney reculó en chancletas y cambió la ley informática de 1984, dando fin a un despegue rampante industrial de 8 años. Ahí fue cuando tras habernos hundido el barco en los ’70, los EEUU nos pincharon la balsa en los ’80.

Hoy Brasil en informática es la sombra de lo que fue, un importador neto. El hardware y el software no figuran en absoluto en los 15 primeros renglones de exportaciones brasucas de valor, aunque sí los aviones (puesto # 10) y los motores tipo turbojet (puesto #15).

Si alguien entiende que insinúo que un país que deja estas cuatro tecnologías, la nuclear, la aeroespacial, la informática y las biociencias en manos extranjeras tiene toda la vocación de evaporarse como estado-nación, la respuesta es: “Sí”.

Y hablo más de nosotros que de los vecinos.

Daniel E. Arias