La información del INDEC sobre la evolución del empleo en el último trimestre del año pasado llegó para confirmar lo que se intuía: que la recuperación del empleo es muy lenta, frágil y por demás precaria. Claudio Lozano -funcionario del actual gobierno- analiza con dureza la situación actual de quienes no tienen empleo «en blanco».
En los últimos tres meses de 2020 se sumaron unos 500 mil argentinos a los 2,5 millones que ya estaban sin empleo o subsistían con changas. Un sector pauperizado a golpes de inflación y desempleo al que se deben agregar otras 650 mil personas con empleos informales”, señala Claudio Lozano en el último informe del Instituto Pensamiento y Políticas Públicas. Un universo sobre el que no tienen efecto directo las políticas públicas de sostenimiento del empleo.
Los indicadores de actividad y empleo registrado se disociaron el año pasado. La caída de la actividad fue considerablemente más pronunciada que la de los puestos de trabajo del sector formal. El principal motivo: el programa ATP, la prohibición de despidos y la validación ágil de suspensiones, que lograron mitigar el impacto de la crisis.
La resiliencia del empleo formal en pandemia contrasta con lo ocurrido con las inserciones más precarias y vulnerables. En el momento más agudo de la crisis, la cantidad de ocupados en empleos informales se redujo un 43 por ciento y la de trabajadores por cuenta propia un 27 por ciento, según los datos del Ministerio de Trabajo. La diferencia pone de manifiesto la urgencia de reducir los elevados niveles de precarización de la estructura ocupacional.
El resultado 2020 es crítico. Al menos 3 millones de argentinos sufren a diario el drama de vivir en los márgenes del mundo del trabajo. Algunos, ni eso. Está claro. La recuperación que exhibe la economía en el marco de un muy heterogéneo panorama no alcanza para recomponer un cuadro laboral diezmado por las políticas del macrismo, la pandemia y un estancamiento que lleva casi una década.
Si la foto del último tramo de 2020 es pésima, peor es la película. Lozano advierte que la recuperación muestra ya signos de ralentizarse en muchos subsectores. El efecto rebote se agota. “La tasa de expansión pasó del orden del 8 al 1 por ciento entre mayo y diciembre pasados”, puntualiza su análisis. Se podría agregar que los ingresos de los trabajadores formales que registraron una leve mejora entre diciembre de 2019 y febrero de 2020 se interrumpió por la pandemia. Desde entonces, perdieron lo recuperado.
Aunque la actividad se ubica casi en los niveles de la prepandemia, la velocidad con que se recupera la economía es claramente insuficiente para mejorar el mercado laboral. Ni qué decir sobre el efecto inocuo que tiene entre los grupos etarios más castigados: una de cada cuatro mujeres y dos de cada diez varones menores de treinta años están desocupados. Es lógico. El empleo formal se estancó en la segunda mitad de 2020. Casi no hubo incorporaciones.
El trabajo de Lozano hace foco en un tema central. El exangüe dinamismo laboral provino de las inserciones informales. Hacia el segundo trimestre del año pasado, en lo que fue hasta ahora lo peor de la pandemia, 2 millones de asalariados informales y poco más de un 1 millones de cuentapropistas habían perdido el empleo. Las changas explicaron la tenue recuperación del tercer trimestre, y el empleo informal – sumado al autoempleo – explicó la mayor parte de la muy tibia mejora que se registró en el último tramo de 2020.
“En este 4to trimestre 2020 – resume Lozano -, la recuperación más importante se dio por un mayor número de puesto de trabajo asalariados informales, categoría que ya había restaurado 1/3 durante el trimestre anterior y en el actual, recuperó otro tercio”.
En otras palabras: la subsistencia manda en amplísimos sectores de la sociedad. Un cuadro de crisis y expulsión. El año pasado cerró con una pérdida de 325 mil empleos registrados. De allí que la cantidad de ocupados que buscan empleo hayan subido del 14,8 al 18,4 por ciento en el último trimestre. Son personas que se mantienen con trabajos que pagan salarios de pobreza mientras buscan algún otro que les permita mejorar el ingreso familiar. No sorprende. Dependen de un mercado interno que no repunta. La inflación manda, erosiona los salarios y el consumo privado sigue estancado.
El análisis destaca otra cuestión central. Que si bien es cierto que la tasa de desocupación bajó, el descenso fue mínimo. Casi marginal. Pasó del 11,7 al 11 por ciento y no redundó en una menor cantidad de desocupados, número que se mantuvo en el orden de los 2 millones. Este último dato, si bien estadísticamente correcto, esconde una realidad que lo excede. Entre los cuartos trimestres de 2020 y 2019 cayó la tasa de actividad. De replicarse la de fines de principios de 2020, y con el mismo nivel de ocupación, el desempleo habría superado el 15 por ciento. El resultado arroja 2,9 millones de desempleados.
El flagelo productivo permite avizorar los datos sobre pobreza e indigencia del segundo semestre del año pasado. Los difundirá el INDEC el próximo miércoles. No habrá sorpresas. Con una canasta básica total que se ubicaba en diciembre último en 54 mil 200 pesos mensuales para una familia tipo, la pobreza habría superado el 45 por ciento hacia fines de 2020. Será la imagen que nos devuelva el cuadro laboral de un año que cerró con 1 millón más de desocupados y una crisis que refleja un mundo laboral más precarizado.
Lo dicho. La lenta recuperación no alcanza para revertir el drama social. Menos todavía cuando se manifiesta en forma acotada a los sectores industriales de capital intensivo y a las actividades ligadas al modelo agroexportador. Las pymes, el sector más dinámico en término de empleo y demanda privada, siguen a la intemperie. El inversión pública acotada no empuja. Por ahora, y nada señala que el proceso se revierta en el corto y mediano plazo, la mejora de la economía no se traducirá en mayor empleo. Para casi la mitad de los argentinos, en el escenario actual, solo se trata de sobrevivir.