El río Paraná atraviesa su bajante más pronunciada desde 1944, que tiene un impacto negativo tanto para los ecosistemas como para las numerosas actividades productivas que dependen de su caudal, la principal vía comercial de la América del Sur. Las lluvias -100 milímetros diarios promedios en el sur del Brasil y Misiones en los últimos 10 días ¿alcanzarán para poner fin a esta bajante?
En varios tramos del río Paraná, el décimo más grande del mundo en caudal, la pronunciada bajante que atraviesa actualmente cambió el paisaje acuático por bancos de arena. Si bien el gigante fluvial está habituado a un ritmo constante de crecientes y bajantes, el caudal del río registra el descenso más importante desde hace 77 años. Por eso, la semana pasada el Gobierno nacional declaró el estado de emergencia hídrica, con el objetivo de gestionar los riesgos y mitigar las consecuencias de la bajante que afecta de manera directa a siete provincias: Formosa, Chaco, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y Buenos Aires.
Los antecedentes de esta crisis se remontan al año 2017 en algunas partes del río y empezó a verse de forma más generalizada en la segunda mitad de 2019, especialmente en la cuenca del río Paraguay, el principal afluente del Paraná.
“En ese momento, dejó de llover en la cuenca media del río Paraguay, que tuvo la bajante más pronunciada en 120 años. Fueron 156 días de bajante persistente a la altura de Clorinda y Formosa. Esa bajante, que respondía a la sequía de la región, se fue extendiendo a la alta cuenca del Paraná, en Brasil, adonde se empezó a notar una disminución importante de lluvias”, explicó el ingeniero Juan Borús, subgerente de Sistemas de Información y Alerta Hidrológico del Instituto Nacional del Agua (INA).
El ingeniero cuenta que, si bien en el verano del 2020 y 2021 hubo algunas crecidas estacionales, ya van cinco años seguidos en los que no se produce una crecida importante que permita recuperar niveles más altos de caudal. Por eso, los tres países que atraviesa el Paraná vienen trabajando de forma articulada para tratar de reducir el impacto de la bajante en diversas actividades productivas. Así, mientras a Brasil le interesa fundamentalmente la disponibilidad de reservas hídricas para la generación de energía, a Paraguay le preocupa más la circulación de la flota fluvial y la exportación de su cosecha, y a la Argentina el funcionamiento de las tomas de agua urbanas. “El contraste entre los tres objetivos se fue armonizando y se logró sobrellevar bastante bien el año pasado”, señala Borús.
Si bien en el verano del 2020 y 2021 hubo algunas crecidas estacionales, ya van cinco años seguidos en los que no se produce una crecida importante que permita recuperar niveles más altos de caudal.
Para entender la dimensión del problema, es útil señalar que la cuenca del río Paraná abarca nada menos que 2.583.000 metros cuadrados, casi el mismo tamaño que la superficie argentina continental. De esa amplia zona geográfica, hay una que despierta mayor atención. “Si te parás sobre un mapa y te situás en la provincia de Misiones, a mitad de camino entre Puerto Iguazú y Posadas, y trazás un radio de 300 kilómetros, esa es la parte de la cuenca donde más quisiéramos que llueva ahora. Ese círculo, por una cuestión morfológica, tiene respuesta rápida y, cuando llueve, el agua se distribuye enseguida. Por eso lo monitoreamos a cada hora a través de radares y satélites”, indica el ingeniero.
Con respecto a los motivos de que la bajante sea tan pronunciada, el geólogo Carlos Ramonell, investigador de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), dice que la causa principal es el déficit de lluvia en el territorio brasileño. “Las lluvias que caen en primavera y verano son las que hacen que el río tenga los repuntes estacionales en febrero y marzo. Esas lluvias no estuvieron y eso estuvo asociado al fenómeno climatológico conocido como La Niña, vinculado al enfriamiento de las temperaturas del océano Pacífico, que inhibió de precipitaciones a la cuenca alta del Paraná. Ese fenómeno ya pasó pero la condición de sequía sigue”, apunta. De todos modos, Ramonell considera que aún es pronto para afirmar si el déficit de lluvia obedece a la variabilidad natural del clima o si está acentuado por la acción antrópica.
Por su parte, Borús coincide en que, cuando ocurre un fenómeno extremo, las causas quedan más claras cuando finaliza el evento, pero afirma: “La variabilidad climática que tenemos en la región es la manifestación más evidente del cambio climático. La dinámica atmosférica y de temperatura del océano es más rápida que lo que sucedía décadas atrás. Entonces, de golpe, se da un escenario con una intensidad que no se daba desde hace casi 80 años. Lo mismo pasa con otros eventos extremos como las inundaciones en Alemania y las olas de calor en California. Se están dando situaciones a las que nos cuesta encontrar un parangón en el pasado”.
Donde hubo agua, incendios quedan
Una de las consecuencias más preocupantes de la crisis hídrica es el impacto en los ecosistemas que rodean el río. La Cátedra de Ecología Vegetal de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) trabaja desde la década del 90 en la relación entre la vegetación del río Paraná y los ciclos de sequías e inundaciones. Una de las tareas que llevan a cabo hoy es la elaboración, junto con organizaciones sociales y ambientales, de un plan de manejo y conservación de la reserva municipal Los Tres Cerros.
La doctora en Ciencias Agrarias Graciela Klekailo, integrante de la cátedra, cuenta que la bajante del Paraná los afectó de diversas maneras. Para empezar, les dificultó el acceso a la reserva, ya que accedían por agua y actualmente hay varios canales por los cuales no se puede navegar. Además, explica que, al reducirse el caudal del río, se acumulan sedimentos y la vegetación terrestre empieza a ocupar más lugar, desplazando a la vegetación acuática o hidrófila. Por eso, años después de una bajante pronunciada, la vegetación puede cambiar notoriamente.
“Es una bajante histórica desde varios puntos de vista y es difícil predecir cómo se va a recuperar la vegetación. Estamos hablando de una bajante en un río que tiene represamientos en muchas zonas del delta, secciones que se impermeabilizan para hacer agricultura y lugares que se tabican para que el agua no pase y poder realizar ganadería. A través de esas actividades, le estamos quitando agua al sistema y, cuando se recupere, no va a ser de la misma forma que hace 30 o 50 años. Lo mismo sucede con las poblaciones de peces y de otras comunidades animales afectadas, porque se reduce el hábitat y se dificulta la reproducción”, señala la investigadora.
Una de las consecuencias más preocupantes de la crisis hídrica es el impacto en los ecosistemas que rodean el río.
Además, Klekailo suma otra arista al problema de la recuperación de la biodiversidad: el impacto de los incendios y la reducción de humedales. Estos ecosistemas funcionan como esponjas que absorben y regulan el agua procedente de las precipitaciones. “Si bien el fuego como práctica de manejo para los sistemas ganaderos se usa todos los años, lo que se ha visto el año pasado es que las superficies que se prendieron fuego fueron mucho mayores que otras veces. Esto probablemente tenga que ver con un desplazamiento de la ganadería hacia el territorio de humedales, ya que antes se hacía en tierra firme pero hoy la mayor parte está ocupada por la agricultura. Otra presión productiva es la actividad inmobiliaria. Por eso, el reclamo por la Ley de Humedales está más vigente que nunca”, sostiene la investigadora.
La salida del túnel
Además del impacto en los ecosistemas, la bajante del Paraná también tiene consecuencias negativas en las actividades de alto impacto económico y social que dependen del río, entre ellas, la navegación, la generación de energía eléctrica, la pesca comercial, el dragado y el turismo. “El hombre realiza una serie de prácticas que son bastante depredatorias, como las prácticas de quema para aprovechamiento rural o esa suerte de pampeanización que se quiere hacer. Pero también hay actividades muy valiosas y necesarias que surgen de la convivencia del ser humano con el río y que se están complicando por la falta de agua, como la generación de electricidad en Yacyretá y el funcionamiento de las tomas de agua urbanas, industriales y agrícolas”, indica Ramonell.
Teniendo en cuenta la gran cantidad de actividades que dependen del río, y pese a la dificultad de realizar un pronóstico preciso debido a la amplia variabilidad climática, desde el INA se plantearon tres escenarios posibles para los próximos meses. Uno apunta a que se dé una situación similar a la bajante de 1944. El otro es un poco más optimista y plantea que no se va a llegar a la bajante histórica, mientras que el tercero es más pesimista y prevé que en los próximos días puede haber una disminución del caudal entrante al Paraná desde Puerto Iguazú que lleve a un nuevo récord en la bajante.
“La salida del túnel todavía no se ve. Según el último informe que nos mandó el Servicio Meteorológico Nacional, lo que vimos es que va a ser muy difícil que en el último bimestre del año haya una recuperación importante desde el punto de vista climático. Y para que se normalicen los niveles de humedad en los suelos va a pasar un tiempo más. Por lo tanto, de aquí a mediados de febrero no deberíamos esperar un cambio importante. Probablemente, el mínimo se alcance hacia octubre y después tengamos una mejora, pero sin llegar a los niveles normales”, explica Borús.
Así, mientras el decreto de Emergencia Hídrica tiene como principal objetivo apoyar económicamente a las provincias afectadas y reducir el impacto de la bajante desde lo macro, los investigadores ponen énfasis en la importancia de la acción individual y la concientización sobre el uso del agua. “Tenemos que aprender a cuidar el recurso. Ahora estamos preocupados por la bajante del Paraná pero, si miramos la Argentina desde arriba, vemos que hay sequía en muchos lugares. Sería bueno aprovechar esta oportunidad para concientizar a la población, adquirir hábitos culturales distintos y usar el recurso de manera más eficiente”, sostiene el ingeniero.
En tanto, Klekailo reflexiona sobre los cambios que deberían plantearse a largo plazo para que la situación actual no se vuelva cada vez más frecuente. “Es necesario repensar nuestras formas de producción, qué queremos como país y cómo queremos hacerle frente al cambio climático. Y es necesario hacerlo a nivel regional porque hay decisiones que se tienen que articular con otros países. En este sentido, hay un reclamo fuerte de diversos sectores de la sociedad, que es una fuerza que debemos aprovechar para motorizar el cambio”.