El gobierno de Gran Bretaña envió docenas de bombas de profundidad nucleares en los buques que desplegó durante la Guerra de Malvinas, en 1982, y “causó pánico entre los funcionarios en Londres”, según documentos desclasificados ayer en los Archivos Nacionales británicos.
La información que estuvo oculta durante casi 40 años fue revelada por el sitio Declassified UK, en un artículo escrito por el periodista de Seguridad y Defensa, Richard Norton Taylor. Traducimos su nota:
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«La revelación está contenida en un nuevo archivo publicado en los Archivos Nacionales. Marcado como “Atómico, alto secreto”, muestra que la presencia de las armas nucleares causó pánico entre los funcionarios en Londres cuando se dieron cuenta de los daños, tanto físicos como políticos, que podrían haber causado.
El régimen militar en Argentina reclamó las islas Malvinas e invadió el 2 de abril de 1982. El gobierno del Reino Unido bajo Margaret Thatcher envió una fuerza de tareas naval al Atlántico Sur para retomar las islas.
Un acta del Ministerio de Defensa, de fecha 6 de abril de 1982, se refirió a la «gran preocupación» de que algunas de las «bombas nucleares de profundidad» pudieran «perderse o dañarse y el hecho se hiciera público». El acta agregó: “Las repercusiones internacionales de tal incidente podrían ser muy dañinas”.
«Las repercusiones internacionales de un incidente de este tipo podrían ser muy dañinas»
Las bombas de profundidad nucleares se despliegan en barcos escolta de la Armada para atacar submarinos sumergidos.
El funcionario no identificado que escribió el acta continuó: “El secretario de Estado [John Nott] deseará continuar con la práctica establecida desde hace mucho tiempo de negarse a comentar sobre la presencia o ausencia de armas nucleares del Reino Unido en un lugar determinado y en un momento determinado”.
La existencia de las armas provocó una acalorada disputa entre el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Este último pidió al Ministerio de Defensa que «desactivara» las armas. La Marina se negó a hacerlo.
El Ministerio de Defensa tomó nota de los principales argumentos a favor de mantener las armas a bordo. Declaró: «En caso de tensión u hostilidades entre nosotros y la Unión Soviética en forma simultánea con la Operación Corporate [el nombre en clave dado a la recuperación de las Malvinas], la capacidad militar de nuestros buques de guerra se reduciría drásticamente«.
Un documento en el archivo dice que no hubo riesgo de una «explosión de tipo bomba atómica». Pero existía la amenaza de la «pérdida de material fisionable» si alguna de las armas resultaba dañada, lo que a bordo de las naves que llevaban estas bombas podría haber provocado hasta 50 «muertes adicionales» por cáncer.
Incluso si no hubiera contaminación en caso de un arma nuclear dañada o hundida, los argentinos podrían hacerse con tecnología nuclear y “podríamos haber tenido que enfrentar una gran vergüenza en el campo de la no proliferación”, registró un funcionario del Ministerio de Defensa.
Manteniendo el secreto
La Marina rechazó un plan para descargar las armas que venían a bordo en la base británica en la isla Ascensión en el Océano Atlántico Sur. Dijo que esto retrasaría el paso del grupo de tareas a las Malvinas y que la operación perdería su secreto.
En cambio, las armas fueron transferidas desde las fragatas y destructores a los portaaviones HMS Hermes y HMS Invincible, donde podrían estar mejor protegidas. El príncipe Andrew se desempeñó como piloto de helicóptero en el Invincible durante la guerra.
A mediados de mayo de 1982, el Hermes tenía 18 armas nucleares a bordo y el Invencible 12, mientras que el buque auxiliar de la Royal Navy, el Regent, tenía una, según el archivo. Los barcos estaban dentro de la «zona de exclusión total» impuesta por Gran Bretaña alrededor de las Islas Malvinas, dicen los documentos.
El archivo no dice si alguno de estos fueron bombas de control «inertes» (es decir libres de las esferas de plutonio 239 potenciada con tritio, un isótopo muy pesado del hidrógeno, los materiales que entra en fisión el primero y fusión el segundo al sufrir una compresión explosiva). Las bombas de control suelen ser utilizadas para monitorear el «deterioro de las armas (a lo largo del tiempo)», como lo expresó el académico Lawrence Freedman en su Historia Oficial de la Campaña de las Malvinas, publicada en 2005.
(Normalmente, el deterioro se produce por la lenta depleción del stock de tritio, y se traduce como una pérdida progresiva de potencia termomecánica en el momento del estallido. El deterioro de los explosivos químicos usados para comprimir la esfera de plutonio raramente es significativo, pero sí lo es el de la electrónica usada para lograr una implosión coordinada a la millonésima de segundo que genere una onda de compresión perfectamente simétrica. Sin esa coordinación, una bomba de fisión potenciada, como las WE-177A que se trajo la Task Force a nuestras aguas, puede disipar su potencia en un «fizzle» termomecánicamente inofensivo, un episodio de fisión menor y de baja potencia, e incapaz de generar un segundo episodio secundario e inmediato de fusión termonuclear. Nota de AgendAR).
Se utilizaron armas falsas de vigilancia y entrenamiento para testear las cargas de profundidad y ver cómo funcionarían. Eran idénticas a las armas activas, excepto que el material fisionable fue reemplazado por uranio empobrecido y sustancias inertes.
Pero incluso la presencia de bombas inertes causó alarma en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Su principal funcionario, Sir Antony Ackland, escribió a Sir Frank Cooper, su par en el Ministerio de Defensa: “Me alegré mucho de tener su confirmación de que el HMS Sheffield no llevaba una munición inerte cuando fue alcanzado”.
El destructor se hundió el 10 de mayo de 1982 tras ser atacado por un misil argentino Exocet seis días antes.
Zona libre de armas nucleares
La Cancillería británica también se mostró preocupada por la presencia de armas nucleares por el Tratado de Tlatelolco de 1967. Esto estableció una zona libre de armas nucleares en América Latina y las aguas circundantes, incluidas las Malvinas.
Aunque Gran Bretaña ha firmado y ratificado los protocolos del tratado, otros países, incluida la Argentina, no lo han hecho. Según Freedman, Margaret Thatcher insistió en que ningún barco con armas nucleares entraría en las aguas territoriales de tres millas alrededor de las Malvinas (según la legislación todavía vigente en 1982, el límite de las aguas territoriales), lo que habría constituido una «posible violación» del tratado de Tlatelolco.
El Ministerio de Defensa admitió en 2003 que los barcos británicos de la fuerza de tareas llevaban armas nucleares y que un contenedor de las mismas había sido dañado. La cantidad de armas no se había revelado antes de que este documento fuera transferido a los Archivos Nacionales en Kew, al suroeste de Londres.
Pero el Ministerio de Defensa o la Oficina del Gabinete han eliminado varios documentos del archivo. Incluyen una nota intrigante, fechada el 11 de abril de 1982, que comienza con «Los Jefes de Estado Mayor creen …» Lo que creían los jefes militares en ese momento no se nos permite saber.»
Comentario de AgendAR:
Más allá de los datos interesantes que presenta esta nota de Richard Norton Taylor, en AgendAR tendíamos a opinar que estas repetidas «revelaciones» sobre la existencia de armas nucleares en las naves británicas durante la Guerra de Malvinas cumplen con un objetivo tradicional de la guerra psicológica: convencer al adversario que uno está dispuesto a emplear en un futuro enfrentamiento todos los recursos disponibles. Que la Task Force se vino con bombas termonucleares se sabe y se discute públicamente desde 1983.
Ahora, en un largo artículo que publicaremos mañana, Daniel Arias sostiene que los militares británicos pensaban que podían llegar a necesitar bombas nucleares de profundidad ante la amenaza de los submarinos argentinos.
Nuestra fuerza submarina estaba en condiciones mucho peores de mantenimiento y homologación de armas que lo que suponían los británicos. Aún así, las posibilidades de infligir daño al enemigo del único submarino argentino que logró entrar en combate, el S-32 ARA San Luis, fueron reales.
En cualquier caso, con el Atlántico Sur vuelto un paraíso de pesca ilegal, los submarinos son una herramienta de soberanía que debemos recuperar. No porque sirvan para controlar pesqueros piratas, para lo cual son tan útiles como un bate de baseball para la neurocirugía, y por lo mismo. Pero sí sirven para ir disminuyendo el sentido de perfecta impunidad militar y diplomática con que Londres permite que Port Stanley emita centenares de licencias pesqueras sobre aguas en disputa, y así pagar los gastos militares de «Falklands Fortress».
A los pesqueros piratas se los controla con mejores y más naves de superficie en la Prefectura y la Armada, y a los jueces federales que habilitan el caos actual con su desidia, sustituyéndolos. Esos son asuntos internos nuestros.
Otra cosa sucede con el Reino Unido (RU), que desde 1986 habilitó el actual descalabro pesquero. Por ahora, en una Argentina finalmente privada de su último submarino operativo, el ARA San Juan, el RU percibe una indefensión naval y geopolítica perfecta. Por eso decide lo que quiere, adónde quiere y cómo quiere, unilateralmente y sin negociar.