Chocolate por la noticia: se destapó por enésima vez que el Reino Unido mandó a la Task Force a la Guerra de Malvinas con bombas nucleares. Se sabe desde 1983, y desde entonces que los ministros de Su Graciosa Majestad explican al mundo –con toda intención de no ser creídos- que fue demasiado el apuro en juntar la flota en Ascensión y zarpar hacia las islas. No hubo tiempo de sacar esas molestas bombas de los fragatas antisubmarinas. Pero no pensaban usarlas, qué va.
Sólo atinaron a mudarlas de las fragatas antisubmarinas a los dos portaaviones. Como núcleo de flota, las tendrían mejor defendidas contra los ataques de la aviación argentina. Era preferible a dejarlas en los más sacrificables barcos de escolta. No querían que una bomba expusiera al aire, dentro de un barco incendiado, su “primer” o espoleta de fisión de plutonio 239, o que algunas de estas armas quedaran regadas en el fondo del Atlántico Sur. Re-ecologistas, los Brits.
Las bombas del caso eran termonucleares antisubmarinas tipo WE-177A, bastante viejas pero temibles. Con 272 kg, eran demasiado aparatosas como para volar bajo el ala de un caza liviano de ataque Harrier, pero se adaptaban joya para lanzarse con paracaídas desde los helicópteros navales Westland Wasp, Lynx y Wessex. La utilidad principal o secundaria, según el caso, de tales helicópteros era cazar submarinos.
Como cazadores, tales helicópteros en realidad operan mejor en la cubierta amplia y relativamente estable de portaaviones de entre 18.000 y 20.000 toneladas, como los HMS Invincible y Hermes. Si hay que despegar de apuro para un ataque nuclear antisubmarino, mejor hacerlo desde el Invincible que desde la ínfima plataforma de popa de una fragata Type 21 de 3600 toneladas, cuantimás sacudida por los oleajes y ventoleras despiadadas de nuestro Atlántico Sur.
Los Brits no estaban cuidando el ecosistema marino. Más bien, cuidaban sus portaaviones. Y se cuidaban de nuestros submarinos.
La WE-177A era una bomba “sesentosa”, algo anticuada en 1982 por grandota. Tenía un punto a favor: la potencia se podía regular antes del lanzamiento, entre un mínimo de 0,5 kilotones y un máximo de 10 kilotones. Como referencia, la bomba de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, rindió 16 o 17 kilotones.
En una explosión submarina, y máxime con poco fondo, los efectos mecánicos son enormes: la onda de choque la transmite el agua, que es 830 veces más densa que el aire, y además es inelástica o “incompresible”: un ariete. Incluso a potencia mínima, una vieja WE-177A aplasta instantáneamente cualquier estructura hueca de acero –como un sub- a centenares de metros del centro de la explosión.
Una WE177A antisubmarina, modelo que muestra pedagógicamente sus interioridades en el Museo de Aviación de Boscombe Down.
La pregunta es qué tenía en la cabeza a Maggie Thatcher cuando se trajo esas armas hacia aquí. En sus planillas, las Malvinas eran improductivas, un gasto inútil: le interesaban menos aún que las unidades de superficie de la Royal Navy.
Tan improductivas, en la visión de Thatcher, que según el historiador Federico Lorenz, dos años antes de la guerra, en 1980, había ofrecido secretamente el archipiélago entero con sus más de 200 islas, islotes y rocas al dictador argentino de turno, general Roberto Viola, con una fórmula de retrocesión medio rara: “Mire, quedan argentinas a sola firma, don Bob… pero (ejem) Ud. adquiere la soberanía plena tras garpar 99 años. Joya nunca taxi”. Viola no contestó.
Doña Maggie sabía que con lo de las WE-177A estaba violando frontalmente un tratado redactado entre EEUU, Gran Bretaña, Francia y China con algo de ayuda soviética –probablemente en la traducción al castellano- para uso de aborígenes sud y centroamericanos, el de Tlatelolco, de 1967. Este declaraba nuestras tierras como libres de armas nucleares. Incluidas las de ellos, je.
Como todo violador, Maggie tenía una excusa: los argentinos habíamos firmado Tlatelololco (puteando), pero sin ratificarlo. Si Lady Britannia, la que reina sobre los mares, nos tenía que soltar un cuetazo nuclear, lo teníamos bien merecido.
Maggie se cuido de aclarar que le había insistido a sus almirantes de no entrar con esas armas a menos de 3 millas de las costas “de las Falklands”. Debían de abstenerse de llevarlas a aguas territoriales para ella inglesas, pero geográficamente sudamericanas (todavía no tenían vigencia las 200 millas).
Y eso los Admirals lo hicieron de mil amores. Odiaban ponerse a tiro de las islas. Sólo una vez –el 25 de Mayo- arriesgaron los portaaviones muy dentro del radio de acción nuestros aviones, y les salió mal.
El Hermes casi se come un par de misiles Exocet aquella tarde. Tras gran gasto de chaff y otras contramedidas, los misiles franceses reengancharon un blanco secundario y terminaron impactando en el igualmente grande pero más inofensivo STUFT Atlantic Conveyor.
Era una pacífica conteinera, pero llena de carpas, equipos de purificación de agua, munición de todo tipo, combustible ídem y muchos helicópteros pesados. Se encendió como un fósforo. Esa hoguera naval, y la consiguiente la falta de helicópteros pesados, atrasaron entre 2 y 3 semanas el triunfo de la infantería británica.
No todas las 31 bombas antisubmarinas que admite la “desclasificación” del Ministry of Defence (MoD) estaban en los portaaviones. 21 días antes del incendio del Atlantic Conveyor, otros 2 Exocet habían sido lanzados contra el destructor clase 42 HMS Sheffield, uno de los cuales pegó y lo incendió sin recuperación posible.
4 de mayo de 1982, evacuación del HMS Sheffield, que se fue al fondo 5 días más tarde y probablemente con armás nucleares a bordo
Es raro que el Sheffield siguiera a flote, 5 días después, cuando se hundió de pronto. Pero más raro aún es que los ingleses lo estuvieran arrastrando todo ese tiempo a la sirga. ¿Para llevarlo adónde y hacerle qué? Estaba irreversiblemente rostizado. Algo debía tener a bordo que no convenía dejar “in situ” en el fondo.
Me resultaron cómicas las declaraciones del exvicecanciller británico, Sir Antony Acland, cuando se entera con alivio, ufff, de que en el Sheffield no había siquiera un simulador de una WE-177A. No fuera que lo usáramos para hacer bombas en serio por ingeniería inversa.
Pero las bombas nucleares son artículos que nosotros, los argentinos atrasados, teníamos y tenemos la física y el know-how para haberlos desarrollado a principios de los ’60, de haber querido. Nos detuvo la decisión de evitarnos una carrera armamentista con Brasil, no el temor a Su Graciosa Majestad, Sir Tony. Iba a añadir: «Duerma sin frazada», pero viendo que Ud. se murió en 2021, mi jefe, Abel Fernández, prefirió un sobrio «Descanse en paz».
Parte de aquella guerra se explica por la genial obstinación de Maggie Thatcher en no caerse de la palmera: no estaba en mínimos históricos de aprobación. Más bien en máximos de desaprobación: Liverpool y Londres se habían llenado de cosas tan poco británicas como piquetes y barricadas de nuevos desocupados pidiendo su cabeza. Y hablando de cabezas, los “Bobbies” se dedicaban a reventar a palos todas las que pudieran, de un modo absolutamente poco elegante.
La Dama de Hierro no podía perder aquella guerra sin destruir no sólo su carrera, sino la primera chance seria del Partido Conservador, en la posguerra, de transformar a Inglaterra, antes país industrial en problemas, en lo que es hoy, un paraíso fiscal con vista a los pozos de gas del Mar del Norte.
La Royal Navy tenía a la dama ferruginosa atravesada en el garguero, porque ésta, con sus cuentas de almacenero, quería vender las unidades de superficie y reducir la fuerza a sus submarinos de ataque y misilísticos. A esta chica la tendríamos que haber contratado nosotros.
Pero los del Admiralty no son de arrearlos con la vaina: si hubieran objetado lo de las armas nucleares, habrían filtrado la cosa a los medios y se publicaba seguro.
Si se callaron no fue sólo por patriotismo: suponían que tras triunfar en esta guerra la Royal Navy quedaría fuera de todo ajuste y sería reconstruida a estándares casi imperiales. Y en eso acertaron bastante.
Pero temían a los submarinos argentinos. Sabían que teníamos sólo 3, ninguno nuclear, y que al menos uno no servía para nada de puro viejo. Los otros dos eran dos joyitas infernales alemanas y nuevas, y los Admirals a estas máquinas type 209 les tenían un razonable julepe. Sobre todo, por lo silenciosas y por su capacidad de disparar salvas de hasta 8 torpedos filoguiados, es decir teledirigidos, contra 3 blancos a la vez.
El suficiente miedo como para que la Royal Navy se bancara el odio eterno de casi toda América Latina contra Inglaterra, y Whitehall, la cancillería, una crisis en su relación con los EEUU. Y EEUU se habría tenido que bancar la denuncia del Pacto de Tlatelolco de muchos de sus firmantes. Todo eso era casi seguro si la Task Force se veía obligada a eliminar sí o sí estos 3 submarinos usando alguna de sus bombas WE-177A.
Los Admirals no contaban con el Almirantazgo argentino. Que los eliminó con una eficacia mucho mayor. Vamos a eso.
(Continuará mañana)
Daniel E. Arias