La CONAE no es una empresa. Es un organismo del estado, sujeto a presupuesto. Ha sido, eso sí, cuna directa de una empresa como VENG SA, o indirecta de su creciente cantidad de proveedores. Pero nos parece importante destacar que sus productos -los satélites argentinos SAOCOM- han encontrado mercados y producen beneficios. Nos extendemos al final de este reportaje a su Director:
«Luego de diseñar y fabricar satélites en el país, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) retoma el desafío de lanzarlos desde Argentina con vehículos propios en el Centro Espacial Manuel Belgrano, ubicado en Bahía Blanca.
Allí se instalará la plataforma y la infraestructura necesaria para el gran objetivo. Se prevé que hacia fines de 2023 se lance uno de los vehículos experimentales.
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“Tronador II es un vehículo lanzador que tendrá la posibilidad de colocar en órbita satélites o conjuntos de satélites de hasta 500 kilos de peso en su conjunto, en órbitas bajas de entre 400 y 700 kilómetros de altura y Tronador III tendrá una capacidad de hasta 750 kilos”, explica el director ejecutivo y técnico de la CONAE, Raúl Kulichevsky.
Desde hace unos años la agencia espacial nacional impulsa la idea de contar con una base y cohetes lanzadores propios que ahora ganó un nuevo impulso. “Estamos retomando la dinámica para acondicionar buena parte de la infraestructura que necesitamos para llevar adelante distintos tipos de ensayos y el desarrollo de motores”, indica el ingeniero a cargo de la CONAE sobre los trabajos que permitirán ganar madurez en la elaboración de vehículos experimentales hasta finalmente contar con los lanzadores Tronador II y III.
Según el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación de la Nación para el relanzamiento del programa de Acceso al Espacio destinado a la elaboración de los vehículos experimentales VEx, los lanzadores Tronador II y III, la infraestructura auxiliar asociada y las bases de ensayo y de lanzamiento, para este año se esperan inversiones de unos 4.500 millones de pesos.
Con un 2022 dedicado al desarrollo y prueba de los motores y a la mejora de la infraestructura en Centro Espacial Punta Indio en la localidad bonaerense de Pipinas, para realizar los ensayos, “estamos previendo el lanzamiento de algún vehículo experimental hacia fines del año próximo”, estima el ingeniero.
El propósito final es brindar un servicio completo de lanzamiento de satélites nacionales, privados o de agencias espaciales de la región a un precio competitivo. Kulichevsky agrega que “en el hemisferio sur hay una empresa con su base de lanzamiento en Nueva Zelanda. Y Brasil tiene una que ofrece para alquilarla pero que aún no está efectiva. Nosotros, además, de la base tendremos el desarrollo de vehículos lanzadores propios”.
Para ello, también se acondicionará en Bahía Blanca el Centro Espacial Manuel Belgrano. “Está en una posición bastante interesante para el lanzamiento de satélites de órbita baja, órbitas del tipo polar heliosincrónicas que son las que en general necesitan los satélites de observación de la Tierra”, asegura el ingeniero.
El director de CONAE aclara que si bien el mercado es difícil “hoy hay una gran demanda debido a los distintos desarrollos de satélites pequeños que se están haciendo en todo el mundo y una gran necesidad de distintos tipos de vehículos lanzadores”. A esto se le suma que el proyecto posibilita el “crecimiento de una cantidad de Pymes que trabajan con nosotros y pueden estar involucrados en desarrollos que a la larga permiten ofrecer servicios y su experiencia a otras empresas en el exterior”.
En el proyecto Tronador intervienen instituciones y empresas del ámbito científico y tecnológico como VENG, que es el contratista principal del segmento de Vuelo del programa Inyector Satelital de Cargas Útiles Livianas. Mientras que en el segmento Tierra participan la Universidad Nacional de La Plata, la Fábrica Argentina de Aviones y la empresa INVAP.
El modelo de los lanzadores se compone de dos etapas y tendrá como propelentes oxígeno líquido y kerosene. Para alcanzar el desarrollo tecnológico necesario, se llevarán a cabo ensayos previos con vehículos experimentales tal como se hizo dos veces en 2014, experiencias que permitieron obtener información para hacer cambios en el diseño y comprobar sistemas de propulsión, navegación y de guiado y control.
Nuevos satélites argentinos
Para el estudio del mar y las costas, la agencia espacial nacional también trabaja en el diseño y desarrollo del satélite SABIA-Mar, cuyo lanzamiento está previsto para el año 2024. Con la incorporación de distintas cámaras y sensores estará al servicio del campo científico y del productivo. Así, proveerá información sobre pesca ilegal y manejo de los recursos pesqueros y para el estudio de ecosistemas marinos, cambio climático, y calidad del agua en costas y estuarios.
“Está diseñado para dar soporte e información en todo lo que tenga que ver principalmente con el Mar Argentino, pero como también observa de manera global, por lo que podrá generar información sobre el mar y los océanos en cualquier parte del mundo”, expresó Kulichevsky.
El director de la CONAE informó que “ya estamos trabajando en la ingeniería de detalles y este año programamos empezar con la fabricación de los distintos tipos de cámaras y en los subsistemas de las plataformas de servicios. Así que en 2022 el SABIA-Mar ya va a empezar a tomar forma física real con la fabricación de las distintas partes que nos van a servir para ir haciendo distintas pruebas en tierra”.
En 2021 se hicieron los paneles solares del satélite y los ensayos de despliegue sobre los mecanismos y la estructura. Una vez probados, fueron enviados a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) que está trabajando en la integración de las celdas solares en la estructura.
Por otra parte, y en relación a lo que comentaba Kulichevsky sobre las nuevas oportunidades que habilitan estos proyectos, la CNEA está próxima a firmar un contrato con la empresa privada Innova Space para la integración de los paneles solares de cinco picosatélites (el pasado 13 de enero se lanzó el primero de este tipo) y además ya entregó a INVAP los sensores solares que serán exportados a Italia.
Según el director de CONAE, el proyecto SABIA-Mar tiene una inversión de alrededor de 20 millones de dólares que está parcialmente financiada por la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el costo total del proyecto es de alrededor de 120 millones de dólares. En este satélite también participan INVAP, VENG, CNEA, la Universidad Nacional de La Plata y Ascentio.
Además, la CONAE planea darle continuidad a la misión SAOCOM de satélites de observación de microondas que cuentan con antena radar que les permite medir la humedad del suelo para brindar servicios al sector agropecuario como así también identificar zonas en riesgo de inundación, detectar suelos muy secos con peligro de incendio, elaborar mapas de desplazamiento del terreno y de glaciares; advertir sobre derrames de petróleo y hacer seguimiento, mitigar y evaluar catástrofes. Actualmente hay dos satélites argentinos de este tipo puestos en órbita a los que en el futuro se les sumaría una segunda constelación.
Los futuros satélites también tendrán como instrumento principal la antena radar que permite poder tener información de la Tierra más allá de los factores climáticos y que sea de noche “pero queremos incorporar una serie de avances tecnológicos que se van dando con los años. Hoy sabemos que podemos hacer un SAOCOM todavía un poco mejor que el que ya tenemos”, detalla el director de CONAE. Kulichevsky calcula que en los próximos cinco o seis años Argentina tendrá la nueva generación de SAOCOM.
Las imágenes que proveen los satélites activos de la misión SAOCOM también se comercializan en el exterior y a fines de 2021 la empresa VENG designada por CONAE para ese fin, firmó acuerdos para su uso en Japón y en China.
Otro de los planes de la CONAE para los próximos años es diseñar una serie de satélites pequeños de alrededor de 200 kilos de peso con distintos tipos de instrumentos.
Finalmente, durante este año se instalarán dos sistemas de antenas de reflector parabólico para comando de satélites y recepción de información en la base antártica Belgrano II y constituir la tercera estación terrena de la CONAE. “Vamos a aprovechar esa ubicación privilegiada ya que los satélites de observación de la Tierra, repiten mucho el paso por los polos”, explica Kulichevsky. Esto es ventajoso para el seguimiento de satélites propios, privados y de otros países. “Son servicios que son muy apreciados y que se cobran a precios muy interesantes”, concluye el director de CONAE.
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Observaciones de AgendAR:
Esta nota de TELAM ha sido reproducida por pocos medios argentinos, pese a su importancia. Eso merece un análisis.
Por empezar, la comunicación de la CONAE tiene otros temas más inmediatos y urgentes. Y de yapa, son buenas noticias, aunque menos impactantes que la agencia espacial argentina siga apostando a que algún día lancemos satélites propios y de otros, con vehículos propios y desde suelo propio. Vamos al grano:
Efectivamente: dos de los satélites-radar SAOCOM en banda L están vendiendo sus imágenes con éxito a través de Japón y de China. Los SAOCOM 1A y 1B pueden detectar las napas freáticas bajo tierra hasta 2 metros de profundidad en suelos sedimentarios, y predecir cosechas, encharcamientos, inundaciones, incluso deslaves de montañas.
Pero como herramienta nueva, las gigantescas antenas de los SAOCOM encuentran nuevos usos antes inexistentes, y algunos son militares: las microondas L de estos satélites son demasiado largas como para dar imágenes definidas de barcos, pero pueden detectar sus estelas, porque son muy sensibles a pequeñísimas diferencias altimétricas, incluso las que genera un derrame de petróleo sobre el agua. Esto significa que probablemente también puedan detectar las estelas de los submarinos a profundidades mayores que las de periscopio. Y la banda L funciona de noche o de día, haya lluvia, viento o brille el sol. Si yo fuera un submarinista de la Royal Navy, me preocuparía. Si fuera un submarinista de cualquier otra marina, también.
Más interesante aún, con dos de estos satélites nuestra única competencia por ahora en la radarística espacial en banda L es Japón, con su Alos-Daichi 2. La NASA y la ESA, las agencias espaciales de EEUU y la UE, no tardarán en imitarnos. Pero por experiencia, construir antenas de radar espacial en banda L les resultará difícil y caro incluso a ellos. Todavía tenemos ventaja. Si quieren asesoramiento técnico de la CONAE, por favor, primero tienen que certificar sus intenciones de uso pacífico, y luego pasar por la caja. Aceptamos tarjetas pero hoy no hay promos.
Hablando en serio, la noticia más importante que ha dado Raúl Kulichevsky, el director actual de la CONAE, es que se van a construir más SAOCOM de una segunda generación. Los dos primeros, los que hoy reciben elogios y pedidos, estuvieron más de 20 años en sala de integración porque al menos 6 presidentes argentinos al hilo, contando sólo los que duraron más de dos días, no les dieron importancia ni plata.
Por lo cual los SAOCOM salieron al espacio con baterías viejísimas, de níquel-cadmio, bien de fines del siglo XX, mucho más pesadas y de menor capacidad de almacenar carga eléctrica que las de iones de litio que dominan la tecnología actual. No por nada, la CONAE no podría, aún quisiera, clonar estos 2 SAOCOM: los componentes electrónicos principales desaparecieron del mundo hace entre una y dos décadas. Hoy habría que rediseñarlos «da capo al fine».
Esto muestra no poca estupidez tecnológica entre nuestras clases dirigentes, homogénea y por encima de «la brecha». Máxime en un país cuyo comercio exterior vive de que la napa freática no esté fuera de alcance de las raíces de los cultivos, o demasiado pegada a la superficie y a punto de dar encharcamiento o inundación con la primera lluvia pesada. Examino la web y desde 2008 en adelante no encuentro ninguna queja de La Mesa de Enlace por las demoras de construcción de los SAOCOM. A esta altura, ¿ya sabrán qué son?
AgendAR da también la importancia debida a la noticia de que la CONAE va a avanzar con su satélite SABIAMAR, de observación costera y oceánica. Va a ser un satélite diurno. Sus cámaras colorimétricas pueden medir desde alta productividad en fotosíntesis marina (buen lugar para pescar) a baja (mal lugar), pero además predecir fenómenos litorales de importancia capital: ¿cuánto tiempo le queda a tal o cual playa bonaerense hasta que la tape el mar? ¿Habrá que retirar una ruta costera algunos kilómetros tierra adentro? ¿Cuáles son las zonas, según el oleaje, con mejores vientos costeros para turbinas eólicas terrestres y marinas? ¿Qué ciudades costeras están contaminando el mar, y cuánto? ¿Qué impacto sobre el agua genera ese 17% del gas argentino que viene de pozos off-shore?
Brasil iba a ser socio en la constelación SABIAMAR con un satélite igual, tras recibir la tecnología, pero -como en todo lo que significa emprendimientos espaciales binacionales- se terminó borrando. Lo que me parece magnífico es que la CONAE se obstine en seguir, aunque sea sola.
Es pavoroso lo que la Argentina ignora sobre sus costas atlánticas: el Instituto Geográfico Militar (IGM) dice que, exceptuando las islas demasiado famosas y nuestros reclamos antárticos, miden 4725 km. Pero el Instituto de Hidrografía Naval (IHN) de la Armada mide 5087 km. Y el Instituto Argentino de Oceanografía del CONICET indica 6816 km., 2000 km. y monedas más que el IGM. Esta discrepancia no se resuelve desde… 2005.
En revancha, y mientras se acuerda sobre cuánta costa continental tenemos, una buena medición colorimétrica del agua le puede decir a la Armada y a la Prefectura adónde hay que ir a cazar pesqueros piratas, si el país se decide a hacerlo. Entre tanto, el SABIAMAR le puede vender servicios a países que tienen sus mares mejor vigilados y cuidados, e incluso saben a ciencia cierta cuánta costar marina tienen.
Y vamos a lo central, causa posible por la cual la nota de la CONAE sobre sus planes coheteriles tarda en circular. Toda nota sobre cohetes argentinos choca con el escepticismo justificado de los periodistas. A principios de los ’90 la Argentina, después de todo, tenía un aparato de estos a punto de volverse viable para usos duales: el Cóndor II.
Con un buen sistema de navegación y algunos «thrusters» (microcohetes) de los que usan los satélites para regular su posición y apuntar sus cámaras o antenas, el Cóndor II podría haber sido indistintamente un buen misil balístico con más de 1000 km. de alcance, pero más importante aún para nuestra economía, un inyector de cargas útiles satelitales en órbitas bajas. La historia se sabe: la Fuerza Aérea lo desarrolló más bien para lo primero, y aunque el presidente Raúl Alfonsín lo defendió, no hizo ninguna tentativa de usarlo para lanzar el primer satélite científico argentino, el SAC-B, lo que podría haberle dado un paraguas diplomático más resistente.
Como sea, el presidente posterior, Carlos Menem lo hizo destruir a pedido de los EEUU, y además. En sus típicas sobreactuaciones de sumisión, el riojano arrasó con casi todas las instalaciones necesarias para fabricar sucedáneos del Cóndor II, aunque se tratara de cohetes impecablemente civiles y se construyeran bajo vigilancia de los EEUU.
A Menem lograron disuadirlo por minutos de dinamitar las instalaciones de Falda del Carmen, hoy el principal centro de comunicación, comando y control (C3, en la jerga) de la escueta flota satelital argentina de hoy, pero también de las flotas de decenas de otras agencias espaciales, a las cuales la CONAE les da servicios de estación terrena. Y son pagos. Pero además, habilitan a que cuando nuestros dos SAOCOM (toda la flota actual de la CONAE) están del lado opuesto de la Tierra, y tenemos que pasarles órdenes urgentes, nuestros socios espaciales desparramados por el planeta «las suban» desde sus antenas.
El hecho de que la CONAE vaya a abrir una nueva estación terrena en la Antártida le da una importancia interesante a nuestra agencia espacial. Casi todos los satélites del mundo que hacen observación terrestre desde alturas entre los 300 y 1000 km utilizan órbitas llamadas «polares heliosincrónicas». Se las llama así porque en sus órbitas alrededor de la Tierra, los aparatos vuelan primero sobre uno y luego el otro polo terrestre, con algunos grados de desalineación.
Lo de «heliosincrónica» es porque ese giro está coordinado con la rotación de la Tierra sobre su eje para coordinarse con los movimientos aparentes del sol. Por ejemplo, todos los satélites ópticos de la CONAE desde 1996 en adelante pasaban sobre la Argentina en dirección de Sur a Norte a la misma hora matutina promedio, más o menos la del amanecer. Si no hay nubes, la rasante es la mejor luz.
Nuestros satélites pasan también de noche y algunos, como el SAC-C o el D, tenían cámaras infrarrojas para ello. A los SAOCOM, que como buenos radares producen su propia iluminación en microondas, que haya o no luz solar les da igual, pero aún así son polares helisincrónicos, porque eso les permite ir sobrevolando todo el planeta en sucesivas órbitas. Es el modo de venderle imágenes a Japón y China, por ahora, pero esto recién empieza: habrá más clientes.
La estación antártica como tener una estación de servicio en una ruta donde no sobran, pero con mucho tránsito. Unas antenas de la CONAE bien protegidas de la furia del coma permitirán darle servicio de C3 a casi toda la flota mundial de satélites de observación. Casi, porque no creo que nos contraten para satélites militares ni de espionaje. Pero como los clientes potenciales son muchos, se puede cobrar bien.
Más interesante aún, se puede «rosquear» a lo grande, pidiendo servicios espaciales en contrapartida. Cuando Conrado Varotto, el fundador de la CONAE, prefirió que la agencia estuviera en el Ministerio de Relaciones Exteriores era porque rosqueaba tanto que el SAC-C llevó a bordo 11 instrumentos de 7 países.
Y lo de pedir servicios en contrapartida nos hace volver al meollo de la cuestión: hasta que no tengamos un lanzador propio, estaremos yendo al espacio «a dedo». El SAC-D subió a órbita gratis, porque para la NASA era simplemente la plataforma de servicios de un instrumento costoso que le implantaron: el Aquarius, para medir la salinidad superficial del mar, asunto determinante de cambios en el clima planetario. Pero además estaba lleno de instrumentos específicamente argentinos y para temas argentinos.
Y obviamente el límite de todo esto es comercial: el día que querramos competir con una constelación de servicios de los EEUU, o de la UE, o de Rusia, o de China, o de la India, nos encontraremos con que se acabaron los favores, o con precios inhibitorios, o con un cartelito sin fecha que diga «Vuelva mañana». Por eso necesitamos todos los VEx (Vehículos Experimentales) que le hagan falta a la empresa VENG SA, que es de la CONAE, hasta llegar a un Tronador II creíble, capaz de poner una, dos, tres o muchas cargas de hasta 500 kg. entre los 300 y 1000 km. de altura con un grado de seguridad medible. ¿Es aceptable que falle un 5% de los lanzamientos? Mientras no se trate de vuelos tripulados, sí.
Y no remato la frase anterior con un «y para competir en el mercado del lanzamiento a baja altura», porque para eso se necesita escala. ¿La tendremos alguna vez? Para acreditar un 5% de certeza de que su satélite no se va a hacer puré durante el lanzamiento, el cliente tipo nos va a pedir que hayamos lanzado 20 o 30 satélites nuestros. Sin esa estadística y sólo con documentación que muestre que los Tronador fueron hechos bajo normas ISO del número que se le ocurra, va a ser difícil que a nuestros clientes las aseguradoras no les saquen la cabeza.
Para llegar siquiera al primer Tronador II y ser primeros clientes de nuestro propio taxi hay que recorrer un camino con inevitables fracasos. El presidente Mauricio Macri hambreó duro a la CONAE, y se debe haber felicitado por ello cuando en 2017 Varotto lo llevó a Pipinas, provincia de Buenos Aires, a ver el despegue de un VEx que terminó en un estallido. Sin embargo, el 7 de Octubre de 2018, cuando se lanzó exitosamente el SAOCOM 1A desde la base de Vandenberg, Macri no dejó de atribuirse cierta paternidad en este vehículo… que estaba en construcción desde principios de siglo, y cuya finalidad no parece haber entendido aún. Aunque es ingeniero.
Por lo menos, Macri fue menos letal que Menem: no se propuso destruir los VEx y dinamitar las instalaciones de la CONAE en Pipinas. Y es que los VEx y los Tronador son vehículos a combustible líquido, y en la Primera Guerra del Golfo, 1991, quedó demostrado que no sirven para nada. Si se trata de «storables», propelentes líquidos almacenables como la hidracina y el tetróxido de nitrógeno, que se pueden mantener líquidos a temperatura y presión comunes, son tóxicos, corrosivos y hay que cargarlos durante un par de horas y con mucho cuidado. Los aviadores de la coalición occidental que salió a defender a la monarquía de Kuwait de la tiranía de Saddam Hussein embocaban en tierra y durante la maniobra de carga de combustible a los trenes de camiones que llevaban los viejos cohetes Scud al punto que fuera del desierto iraquí. Poquísimos de ellos pudieron ser lanzados hacia Israel.
Los misiles como la gente son de combustible sólido, por lo cual soportan traqueteos, condiciones extremas de viaje y/o almacenamiento, y parten a toque de botón. En su necesidad de demostrar mañana, tarde y noche a los EEUU que los VEx y los Tronador son vehículos industriales y civiles, se los hizo de combustibles líquidos, pero semicriogénicos. Efectivamente, usan esa mezcla de querosene y oxígeno líquido que tenían las primeras etapas de algunos cohetes históricos y célebres, como el Saturno V con que el programa Apolo de la NASA puso a Neil Armstrong y Buzz Aldrin en la Luna.
Y no es una mala elección, no sólo diplomática sino tecnológicamente. El oxígeno líquido da un alto impulso específico a este cocktail, o «llegas mucho más lejos con muchas menos toneladas de propelentes», dicho en castellano. Pero manejar oxígeno líquido es como ponerle un babero a un tigre: a presión atmosférica, hierve si la temperatura supera los 182,96 grados Celsius, y además vuelve frágiles como el vidrio a los mejores aceros. Eso quiere decir que almacenarlo en un cohete tiene sus vueltas, pero no tantas como impulsarlo hacia las cámaras de combustión con bombas que deben girar a decenas de miles de RPM.
La CONAE eligió un camino particularmente áspero y angosto a órbita, pero es una opción defendible. Y tal vez haya sido y sea el único posible. Compatriotas, mi intención no es bajarle el precio de lanzamiento a Space X. Hay países dedicados a la cohetería desde hace 70 años, y con presupuestos enormes, y no logran pisar las cifras de Elon Musk. Mi intención, y creo que también la de la CONAE, es tener una escalera propia a órbita baja, aunque sea cara. Porque entonces quien decida que la Argentina no tiene nada qué hacer ahí arriba y nos quiera negar SU escalera y «rosquear» con el resto de los países espaciales para dejarnos en tierra, se va a joder. ¿Y por qué? Porque tenemos medios propios.
Por supuesto, para dar vuelta la imagen perdedora que tiene nuestro país desde hace décadas, y particularmente desde 1982, quiero ver esa foto de un Tronador II saliendo desde Puerto Belgrano con un satélite de la CONAE bajo la cofia. Tengo mis años, pero creo que mis expectativas de ver eso son razonables.
Por último, si mientras los Tronador II no son una realidad tenemos dos centros espaciales de lanzamiento, uno en Pipinas y otro en Puerto Belgrano, valen plata. Particularmente, el último. Tiene todo el vacío del Atlántico hacia el Este, donde puede llegar a caer un cohete accidentado durante el lanzamiento. Y su latitud media es perfecta para lanzar satélites a órbitas polares heliosincrónicas, las favoritas de casi todo el mundo.
Daniel E. Arias