Ayer informamos como fue que INVAP y la CNEA diseñaron e instalaron el Centro de Medicina Nuclear en El Alto, Bolivia. Ahora AgendAR cuenta, entre otras cosas, la historia detrás de la relación con la Agencia Boliviana de Energía Nuclear (ABEN), y como fue que cuando ya teníamos asegurada la venta y construcción de TODO el centro nuclear a mayor altura del mundo, el componente más caro lo termionó poniendo Rosatom:
Esta obra de INVAP en la ciudad de El Alto, Bolivia, se acaba de inaugurar sin que se aplicaran «penalties» por demora, aunque las hubo, debidas a la pandemia.
La parte específicamente argentina de la obra es ya casi un paquete standard de INVAP: los búnkers para tratamientos con rayos gamma, los laboratorios de farmacia nuclear con diversos blindajes radiológicos para preparación de inyectables o ingeribles de diagnóstico con marcadores radioactivos, los aparatos de imagenología, y los irradiadores TERADI (marca de INVAP) de tratamiento por teleterapia gamma. También hay irradiadores de partículas: los aceleradores de protones.
Este paquete INVAP lo arma con máquinas y sistemas de otros fabricantes de medicina nuclear, salvo el caso de los sistemas TERADI. Estos a su vez constan de simuladores de tratamiento, sin carga radioactiva, que se usan para discutir y planificar los desplazamientos posteriores del cabezal radiante sobre el cuerpo del paciente. La marca de simuladores de INVAP es UNISIM. Y por supuesto, están los TERADI emisores de rayos gamma, con su unidad sellada de cobalto 60, que en el tratamiento real van siguiendo estrictamente el programa de irradiación generado en el UNISIM. La idea es maximizar la dosis absorbida por los tumores, que pueden tener formas bastante caprichosas, y minimizar el daño colateral a tejidos sanos.
INVAP también diseña y fabrica las «celdas calientes», los laboratorios industriales de radioquímica donde operadores protegidos por vidrios blindados al alto plomo, y usando telemanipuladores, extraen los diversos radioisótopos útiles para diagnóstico o tratamiento. Luego de extraídos, los formulan con alguna molécula biológica que, dentro de la circulación sanguínea o humoral del paciente, los dirija a su blanco específico.
Las celdas calientes forman parte del «downstream» de un reactor nuclear donde se irradian diversas sustancias precursoras. Al atrapar neutrones u otras radiaciones ionizantes, las sustancias precursoras se transforman en radioisótopos de uso médico.
El radioisótopo que más se usa y más dinero mueve en todo el mundo es de diagnóstico por imagen nuclear, el molibdeno 99 metaestable, o «Moly 99». Desde hace dos décadas, resulta indispensable para detectar, medir y planificar tratamientos de enfermedades serias: oncológicas, cardíacas, neurológicas y autoinmunes.
Ya existen casi un centenar de radioisótopos de uso terapéutico, pero el Moly 99 constituye entre el 80 y el 90% del mercado mundial de radiofármacos. Y es caro, entre otras cosas, por su cortísima vida media, que obliga a suministrarlo casi a pie de reactor, como se hará en el El Alto, hasta que Bolivia arme una cadena logística nacional hasta sus hospitales con medicina nuclear, que serán varios.
Y si a Bolivia aún le sobra Moly 99, la cadena se volverá internacional, para transportarlo a diferentes destinos en vuelos express con canales aduaneros abiertos de antemano. El reactor RA-3 en el Centro Atómico Ezeiza, de la Comisión Argentina de Energía Atómica (CNEA), viene abasteciendo así a casi todo el Cono Sur desde los años ’80, incluida Bolivia.
Las celdas calientes para extraer radioisótopos y formular radiofármacos son un artículo de venta por sí mismas para INVAP, es decir pueden venderse con o sin el reactor de irradiación (y obviamente, la firma prefiere ubicar ambas cosas). Hasta 2012, Bolivia nos iba a comprar las dos: un reactor parecido al RA-10 de Ezeiza, pero de menor potencia (10 MW térmicos, en lugar de 30) y además las celdas calientes, amén del entrenamiento en el uso de ambos ítems y la capacitación general de químicos en radiofarmacia, y de médicos en medicina nuclear.
Durante varios años y para ello, decenas de jóvenes médicos bolivianos estudiaron las asignaturas correspondientes a maestrías y posgrados en el Instituto Balseiro de Bariloche, propiedad de la CNEA, y con becas y titulación otorgadas por la Argentina. Del mismo modo, cantidad de ingenieros venía formándose en operación de reactores nucleares en dos unidades de la CNEA: el RA-6 de Bariloche, que es experimental y de docencia, y el RA-3 de Ezeiza, que es industrial y de producción. Nuestro país apostó con todos sus activos tecnológicos y aparato de formación de recursos humanos a la exportación de un centro completo a Bolivia.
Poco podíamos prever que la empresa rusa ROSATOM aparecería a último momento (ultimísimo en verdad) con un reactor de baja potencia a precio de regalo, como parte de su campaña para vender tecnología nuclear rusa en Sudamérica, y bloquear la venta de tecnología china. Y la nuestra, que empezó en los años ’70, cuando China todavía era un país campesino.
INVAP ha vendido no pocas plantas de radiofarmacia: las que hoy depende de la producción del RA-3 de Ezeiza y nos hace independientes y exportadores en el rubro, la de Cuba, una muy grande, en la India, y ahora se prepara para otra en China, que seguramente no será pequeña. Valga la aclaración: INVAP no está vendiéndole ningún reactor nuclear a China. Ya no es un país campesino. Los chinos tienen reactores propios. El diario Rio Negro, habitualmente de información bien chequeada, y máxime en temas relacionados con la firma de mayor densidad tecnológica de la provincia (y del país), está haciendo circular que se trata de un reactor. Aunque nos encantaría, no es el caso.
Con su sorprendente movida, los rusos le bloquearon a la Argentina la venta cantada de un reactor, y fue un modo de castigarnos por la renuencia del Programa Nuclear local para comprar centrales nucleoeléctricas rusas VVER. Ojo que la diferencia no es poca: los reactores producen todo tipo de servicios y cosas, salvo electricidad. Las centrales, únicamente electricidad. Y son plantas mucho mayores en potencia, y transitan por un mercado incomparablemente más rumboso.
Como centrales, las VVER son máquinas muy buenas, absolutamente distintas de las RBMK que le ganaron tan mala fama (y merecida) a la URRS en 1986, con el desastre de la máquina Chernobyl 1.
Pero aunque ahora sean buenas, las VVER vienen con condiciones de venta BOO («Build, Own and Operate») prácticamente coloniales: ROSATOM trae su gente y sus componentes, te construye la máquina y te la opera.
Los nativos atrasados pueden pintar, si los dejan, la puerta de la casilla de guardia: desde firmada su compra, la central es tan intocable como una embajada. Nuestra respuesta a ROSATOM ha sido siempre la misma: no tenemos 70 años de experiencia nuclear en la CNEA, ni una empresa de diseño y construcción de centrales con una trayectoria de seguridad impecable, como NA-SA, ni INVAP es el más respetado exportador de reactores de irradiación para soportar ese trato de recién llegados.
Todavía hoy, ya firmada la compra de una central Hualong-1 a la China National Nuclear Corporation, la letra chica del acuerdo hay que discutirla ferozmente, y la expectativa máxima -según el Ing. José Luis Antúnez, director de NA-SA– es meter U$ 500 millones de dólares de componentes electromecánicos argentinos, en una central que costará U$ 8300 millones.
Tiene gusto a poco y ese precio no es barato. Pero la escasa participación de la industria nuclear argentina es consecuencia inevitable del estado de desastre en que puso la administración nuclear macrista a la CNEA, a NA-SA, a INVAP y a unas 140 empresas privadas. Y el precio viene con una financiación de locos: 5% anual, por el 75% del costo y con 8 años de gracia para empezar a devolver el préstamo. El aparato se paga solo vendiendo electricidad en un par de décadas, y luego tiene 4 décadas más de vida operativa prevista. Hoy las centrales nucleares duran 60 años, mínimo.
No es lo que queríamos ni lo que queremos. Hasta 2018, esa misma financiación comprendía también la construcción, a cargo casi exclusivamente de NA-SA como organizadora de la industria nuclear argentina de otra central más chica (700 MW). Esta responde a una tecnología que el país domina de punta a punta desde 1984: la CANDU, con tubos de presión, agua pesada y uranio natural. Lo que pensaba hacer NA-SA era una copia muy actualizada y mejorada de nuestra central de Embalse, en Córdoba, la mejor que hemos tenido y tenemos, según los números de disponibilidad y seguridad.
Los chinos, aunque casi no tuvieran baza en esta máquina, llamada «Proyecto Nacional» por el citado Antúnez, estaban dispuestos a financiarla con tal de que compráramos su Hualong-1, en buena parte para pintarle la cara a Rusia, y en mayor parte para un poco más de eso, pero con Estados Unidos. La región casi no tiene nucleoelectricidad, de modo que el techo para vender mercados queda lejísimos, es invisible. Con tal de mostrar su Hualong-1 en Sudamérica, y en su vidriera nuclear más prestigiosa (modestamente, nosotros), los chinos aceptaban incluso que empezáramos a construir primero la CANDÚ «Proyecto Nacional». Tanto como dos años antes. En 2016.
El resto de la historia la hemos contado tanto que nos aburre: vino el presidente Mauricio Macri y endeudó el país hasta la manija, y su lugarteniente Juan Carlos Aranguren, el mejor ministro de energía de la Shell, la canceló definitivamente, dado que el país estaba tan endeudado (tal vez él no tuvo nada que ver, aunque parece haber formado parte de ese gobierno). Qué difícil decisión, hombre….
La historia de aquel gobierno de gerentes, en materia de energía es un poco como el que te atropella dos veces, la segunda en marcha atrás porque quedaste descalabrado, pero vivo.
Con todo ello, el único proyecto que quedó en pie fue la Hualong-1. Que de todos modos no empezó, porque Macri, desde el día uno de su gestión, logró embarrar la cancha con esta y otras obras chinas nada petroleras (las centrales hidroeléctricas en el río Santa Cruz) y así hasta su último día como presidente, precedida por el primer apagón nacional de la historia.
La financiación por esa segunda obra se cayó. NA-SA está planificando la construcción de las piezas principales en Embalse, Córdoba, con fondos propios. Mientras Antúnez siga en NA-SA, y si le gustan las apuestas, esa obra se hace. Es el tipo que terminó de construir Atucha II con 27 años de atraso, abandonada por sucesivos gobiernos desde 1983 a 2006, y la terminó en 2014 contra todo pronóstico, y hoy está en marcha.
De modo que hoy celebramos que INVAP haya concluído su obra, pero lamentamos que los rusos nos hayan ganado una baza en el mercado sudamericano de reactores. Los dos de Perú, el RP-0 y el RP-10, son de la CNEA, con participación de INVAP, es decir de Argentina, y pasaron casi 40 años y funcionan joya.
Éste es el contexto para entender esta noticia boliviana. Vamos, INVAP, todavía. Vamos la CNEA, vamos NA-SA.
Daniel E. Arias