Hace 40 años, en la tarde del martes 25 de mayo de 1982, el capitán Roberto Curilovic y el teniente de navío Julio Barraza dispararon desde sus aviones Super Étendard los dos misiles Exocet que provocaron el hundimiento del buque inglés de 31.600 toneladas Atlantic Conveyor con un valioso material bélico. Fue la mayor pérdida logística británica durante la Guerra de Malvinas, e incluso la más grande de cualquier país beligerante desde la II Guerra Mundial.
La pérdida del material osciló las 230 millones de libras esterlinas: la fuerza británica se quedó sin 12 aeronaves, tres helicópteros Chinook, otros seis helicópteros, un Sea Lynx y dos aviones Harrier. También significó la pérdida de equipamiento para una brigada de 4.500 hombres, vehículos de combate, misiles y una pista de aterrizaje vertical que iba a ser montada en San Carlos.
En este reportaje, el capitán de escuadrilla de Super Étendard Roberto Curilovic, oriundo de San Telmo, relató cómo fue ser protagonista a sus 35 años del ataque que causó «la pérdida logística unitaria más grande en la historia de las operaciones navales inglesas» y, luego de la guerra, encarar la «misión más importante a nivel personal»: el apoyo a los familiares de los caídos en Malvinas.
– Télam: ¿Cómo fueron los preparativos los días previos al ataque al Conveyor?
– Curilovic: Primero hubo una preparación logística de los aviones. Fue de vital importancia la labor de los mecánicos, quienes suelen ser anónimos, pero cuya tarea es fundamental porque cualquier falla en la preparación de los aviones, imposibilita la misión. Luego, hubo una preparación operativa: teníamos blancos prioritarios para tratar de neutralizar la operación anfibia de los británicos disminuyendo la capacidad aérea de sus portaaviones. Eramos 10 pilotos con un equipo de 90 mecánicos pero sólo disponíamos de 4 aviones y 5 misiles, debían ser utilizados contra los buques del núcleo -los principales- que significara el mayor daño posible. De hecho, lo significó.
– T: ¿Qué recuerdo tiene del momento exacto del ataque ese 25 de mayo?
– C: Uno no ve el blanco, lo detecta con un sistema de radar. Con un estudio rápido de la pantalla determinamos la presencia de dos buques: uno grande y otro mediano. Ahí le ordené a Barraza: «Vamos por el más grande». Cuando vi salir esos dos misiles con sus estelas de fuego en medio de la oscuridad pensé «qué arma poderosa tenemos». Yo sabía que esos misiles pegarían en un buque pero no sabía cuál.
– T: Inmediatamente luego del ataque fueron detectados por el portaaviones inglés Invincible que los atacó ¿Cómo describiría ese momento?
– C: Hubo una gran confusión electrónica en la fuerza de tareas británica, se sintieron vulnerables al ataque misilístico, para ellos era algo prioritario determinar la aproximación de aviones. El Invincible lanzó 6 misiles de a pares. Un par de ellos fue a un helicóptero inglés que hacía cortina antisubmarina y lo derribó. Los otros no nos alcanzaron.
– T: ¿Cómo describiría el daño que causó la misión llevada a cabo?
– C: Con nuestro ataque al Conveyor, donde falleció el capitán Ian North y otros 12 tripulantes, Gran Bretaña sufrió la pérdida logística unitaria -dado el alto nivel de concentración de pertrechos en un mismo buque- más grande en la historia de sus operaciones navales. Es más, al perder sus helicópteros, tuvieron que cambiar su estrategia y caminar 100 kilómetros por la turba con mochilas de 45 kilos lo que hizo que un combate casi del siglo XXI se transformara en medieval.
– T: Durante esas horas de vuelo ¿Tenía comunicación con Barraza o con la base en continente?
– C: Hablar es decirle al enemigo dónde estás. Nos habíamos adiestrado en parejas de secciones y con Barraza siempre volábamos juntos de manera que sólo era mirarnos o hacer una seña para entender qué es lo que debíamos hacer. Volamos sin hablar hasta el momento que debíamos trepar de la baja altura para saber dónde están los blancos y hacer el lanzamiento, esa fue la única indicación.
– T: ¿Se puede describir en palabras lo que se siente en esos minutos previos y posteriores al mando del ataque de un blanco enemigo?
– C: Nuestro entrenamiento lleva esto implícito. Un piloto cierra la cabina, despega, se funde con el avión y cumple su misión. Vas volando muy rápido, a mil kilómetros por hora, las distancias se acortan, hacés unas 4 cuadras por segundo. Todo pasa muy rápido.
– T: Ese mismo día, con diferencia de minutos, una escuadrilla de A4B de la Fuerza Aérea atacó con éxito la fragata Coventry en San Carlos ¿Es verdad que no hubo coordinación entre ambos ataques?
– C: No fue coordinado. Siempre digo coloquialmente que fue «la mano de Dios», como el gol de Maradona. Una de las causas por las cuales volamos tan al norte es porque en la entrada del estrecho de San Carlos había dos buques británicos conocidos como «trampa de misiles» que avisaban al núcleo de la fuerza la presencia de aviones enemigos. Los aviones argentinos los atacaron y produjeron el hundimiento del Coventry. Los británicos volcaron todo su esfuerzo para recuperar a los sobrevivientes y armamentos. Veinte minutos después, por un lugar inesperado, llegamos nosotros y atacamos el Conveyor.
– T: ¿Cómo fue el operativo de regreso?
– C: Podíamos aterrizar en Puerto Deseado -único lugar al que podíamos arribar con el combustible que teníamos- pero al ser un aeródromo bastante pobre en su capacidad de operación y ya con la noche sobre nosotros, era complicado. Le pregunté al avión tanque C130 si todavía estaba para hacer otro reabastecimiento y así aterrizar en Río Grande. Esos aviones, eran como «la gallina esperando que todos sus pichones regresen al nido». No nos abandonaban. Así que hicimos combustible nuevamente y pudimos llegar a la base de Río Grande después de 4 horas y diez de vuelo.
– T: Cuando regresaron del operativo ¿cómo fue el recibimiento?
– C: Nuestros compañeros se habían quedado esperando, sin saber qué estaba pasando. El reloj se hace muy pesado, ya después de 4 horas, pensaron que no volvíamos. Cuando en medio de la oscuridad vieron las luces de los dos aviones aproximándose, hubo una algarabía enorme. Cuando llegamos a la plataforma, abrieron la puerta del hangar, prendieron las luces y había una multitud esperándonos. Nadie sabía el resultado de la misión, nos enteramos más tarde a través de la BBC.
– T: Una vez terminada la guerra y pasado unos años, comenzó una nueva y noble «misión»: De la mano de Eduardo Eurnekian colaboraron con las familias de los caídos en llevar adelante grandes tareas como lo fue la reconstrucción del Cementerio de Darwin y los viajes con comitivas de familiares a Malvinas ¿Cómo comenzó el vínculo con Eurnekian?
– C: Cuando dejé la Armada en el 98 «no sabía cruzar la calle o tomar un colectivo». Fueron 38 años dentro de las Fuerzas. Tenía que buscar trabajo con 51 años. El destino me cruzó con Eurnekian que buscaba a alguien para la actualización del espacio aéreo argentino. Así fue como comencé a trabajar para Aeropuertos Argentina 2000 S.A. y empezamos a caminar juntos hace ya más de 20 años.
– C: Sabiendo que era un ex combatiente, Eduardo me involucró en este proyecto realmente humanitario que era el soporte a las familias de los caídos. La dedicación más importante a nivel personal que me tocó fue poder continuar con la vivencia de Malvinas en el desarrollo del cementerio para los caídos que se hizo en Darwin y la organización de los vuelos para llevar a esas madres que esperaron 35 años para poder ver la tumba de sus hijos. Hicimos todas las gestiones para poder hacer viajes con 300 personas y llevarlos al lugar de descanso de sus seres queridos. Lo hicimos en dos oportunidades, en 2018 y 2019.
– T: A nivel humano debe haber sido muy movilizador poder ayudar en esta causa…
– C: La imagen que me viene a la mente es una madre que me dijo «Gracias». Es inexplicable para mí lo que significa eso cuando las gracias hay que dárselas realmente a ella y a tantas otras madres que entregaron lo más sagrado.
ooooo
Nota de AgendAR:
El hundimiento con dos Exocet del destructor antiaéreo HMS Sheffield, el 10 de Mayo de 1982, generó cierto tranquilo pánico en la Task Force, y también cierto alivio esperanzado. Uno de los misiles al menos no había pegado. Tal vez ese robot aéreo francés no era tan bueno como decía Aérospatiale, su fabricante. Tal vez los argentinos habían tenido suerte.
En realidad, la suerte argentina tenía nombres y apellidos: Julio Pérez, Luis Torelli, Antonio Shugt. El primero ya murió, con condecoraciones y grado de contralmirante. Los otros dos son civiles, ingenieros electrónicos, y en esta parte del año suelen ser muy entrevistados. Pero no parece que nuestros almirantes los hayan dejado desarrollar nada interesante en la posguerra.
El devastador ataque a ciegas de Curilovic y Barraza con otro par de Exocets el 25 de Mayo sacó de dudas a los ingleses. Estábamos teniendo demasiada suerte: el portaaviones HMS Invincible se había salvado por un pelo, pero el misil (o los dos misiles) que le dieron al STUFT Atlantic Conveyor hizo de la campaña terrestre británica un caos logístico, y retrasó al menos dos semanas la caída de Puerto Argentino.
Todo eso lo causó la pérdida de una única conteinera civil demasiado cargada de demasiados insumos indispensables por un alto oficial de la Royal Navy demasiado apurado por sus almirantes. Los Brits también meten la pata.
Somos un portal industrialista, científico y tecnológico. Los temas de defensa nos gustan desde esa mirada. No muchos la tienen. Por eso cada 25 de Mayo hablamos del entonces capitán de navío Julio Pérez y de sus dos ayudantes civiles. Los países que tienen mucha gente de este tipo y la deja trabajar no pierden tan fácilmente sus guerras.
Se dice que, tras el sorpresivo desembarco argentino en las islas, los asesores técnicos de Aérospatiale, forzados desde Francia por el artículo 5to de defensa recíproca de los integrantes de la OTAN, dejaron 5 misiles entregados a la Armada como 5 enigmas. Andá a usarlos.
Había que resolver la conexión entre dos sistemas tecnológicos que para la mayor parte de la Armada eran dos perfectas «cajas negras»: el radar de baja potencia Agave del avión portador y la computadora de navegación inicial del Exocet. El radar le marca a la computadora la ubicación del blanco, y en la primera fase de su vuelo, el misil sigue ciegamente esas instrucciones, impermeable a toda señal externa. Pero en la etapa terminal, prende su propio radar de proa y se deja guiar por éste, porque sus constructores asumen que un blanco naval es móvil por naturaleza, y ya no está donde figuraba en su programación inicial. Esto se llama guiado semiactivo.
El diálogo informático entre el radar del avión y la computadora del misil no estaba resuelto, o eso le habría asegurado Francia a Inglaterra cuando aquí se armó la trifulca. Duerman sin frazada, messieurs les anglais, ces missiles la ne voleront pas! Sin embargo, sí lo hicieron, y sabemos que casi todos, incluido el 5to y ultimo, disparado contra el HMS Invincible el 31 de mayo, hicieron impacto.
Hoy probablemente un grupito de estudiantes avanzado de una escuela técnica especializada en informática podría generar el programa y la circuitería para resolver ese enlace bidireccional entre misil y avión. Pero en 1982 el mundo militar argentino, acostumbrado a importar soluciones en lugar de resolver problemas, era mayormente analógico, pre-digital y bastante bruto. Los «nerds» de las tres armas, incluso de una tan tecnológica como la Aviación Naval, eran usuarios avanzados, no investigadores ni desarrolladores.
Ese cisma profesional se inscribe dentro de otra grieta mayor: la comunidad militar y la universitaria llevan décadas odiándose: al menos desde el golpe de Uriburu en 1930. Es un «aquí nosotros y allá ustedes» que no empezó la Noche de los Bastones Largos del general Juan Carlos Onganía, cuando cesanteó a 2000 profesores de la Universidad de Buenos Aires, tras romperles un poco la cabeza. Sin duda, eso agravó el problema.
Pero como uno nunca sabe cuándo va a necesitar bichos raros, los investigadores estaban recluidos en CITEFA (Centro de Investigación Tecnológica de las Fuerzas Armadas), donde desarrollaban sistemas de menor potencia militar pero propios, como el misil antibuque MP1000 Martín Pescador, y nadie les daba bola. Es fama que cuando la Fuerza Aérea le quitó su apoyo al Martín Pescador, adujo que su negocio era atacar blancos terrestres, no marinos. La prospectiva no parece el punto fuerte de estos muchachos. La historia, aquí.
El bicho raro en jefe en misiles de nuestra Armada era Julio Pérez. Había visto el abandono del proyecto Martín Pescador, una historia bien característica de CITEFA: no nos dan un mango, el diseño se atrasa cada vez más, ningún cronograma se cumple, y si alguna vez llega a prototipo y se ensaya, ya es obsoleto. Nadie protesta, somos una organización vertical. Mejor compramos algo afuera, bien poderoso. Obviamente, sólo a un país OTAN, añade la cúpula. Gente generosa, además: eso deja vueltos.
Sólo lo conocimos a Pérez por las cosas que dijo en diversas entrevistas de posguerra, cuando ya tenía aseguradas la fama y los ascensos. Nos parece, por su precisión al hablar, una persona de gran claridad mental.
No tenemos pruebas firmes de que haya sido el trío Pérez-Torelli-Shugt el que redescubrió comó programar desde un radar aeronáutico (el Agave) el vuelo inicial de un Exocet AM39. Van apareciendo otros nombres, civiles, para sorpresa de nadie. Pero tenemos bastante evidencia circunstancial de que los franceses, quizás muy contra su voluntad (cero amor por los ingleses), nos jodieron y se fueron dejando cosas sin hacer.
La primera evidencia circunstancial es que la Task Force no parece haber estado esperando un ataque misilístico el 10 de mayo, cuando, ups, perdió el HMS Sheffield. El Almirante Sandy Woodward estaba bastante convencido de que el combo formado por un destructor Type 42 y una fragata type 21 era técnicamente imposible de atacar. Tuvo que cambiar de idea.
La otra evidencia es que recién después del ataque al Sheffield el MOD, o Ministry of Defence británico, le pidió ayuda al gobierno militar chileno para organizar una desprolija y desesperada operación de los legendarios comandos SAS (Special Air Squadron). El objetivo era destruir los Super Étendard en sus hangares, en la Base Aeronaval Río Grande, en Tierra del Fuego, ametrallar a los pilotos en sus dormitorios, y escaparse luego en helicóptero a Chile. Era de película de James Bond, pero al SAS esas cosas a veces le salen bien. Ésta en particular le salió para el carajo, pero ésa es otra historia.
La evidencia final de que los ingleses no esperaban que pudiéramos usar los Exocet AM39, es decir los aerotransportados, la da el relato de Ali Magoudi, psiquiatra durante más de 9 años del presidente francés Francois Mitterrand. Al toque del hundimiento del Sheffield, relata Magoudi en su libro «La psychanalyse de François Mitterrand » (Éditions Maren Sell)», Maggie Thatcher llamó a Mitterrand para exigirle, en términos taxativos unos códigos informáticos que, transmitidos por radiofrecuencia a un Exocet en vuelo terminal, permitirían engañar a su radar de búsqueda activa.
Si esto es cierto debía tratarse de un algoritmo muy avanzado. Y es que tenía que burlar un misil verdaderamente inteligente: incluso aquel AM39 de 1982, hoy tan superado, podía detectar una fuente de interferencia. Y cero tolerancia con eso: estaba programado para transformarse automáticamente de un antibuque a HARM, es decir un misil antirradiación: apuntar hacia esa antena interferente y hacer impacto en ella. Bueno, había que engañar ese sistema de defensa, y a distancia.
Maggie Thatcher fue bastante brutal con maitre Francois: si Mitterrand no suministraba los códigos, ella daría orden de ataque a sus 4 submarinos misilísticos Polaris estacionados frente al Mar Argentino, y borraría del mapa alguna de nuestras ciudades. ¿Córdoba Capital, tal vez?
Agoudi publicó todo esto en 2009, con Mitterrand ya muerto y enterrado, y el libro causó su revuelo. Ignoro si Thatcher hubiera volatilizado Córdoba de un misilazo balístico. Es cierto que su flota todavía no tenía una opción blanda, llámese misiles crucero de carga explosiva química, como los Tomahwk. Y es igualmente cierto que los Polaris A3, llamados «Topsy Turvy» (vieja borracha) por la alegre muchachada de la armada inglesa, estaban preparados para barrer con blancos soviéticos muy defendidos: tenían como única carga útil un trío de MIRVS (Vehículos Múltiples de Reentrada), cada uno de 0,6 kilotones de potencia. Estos debían caer anillando el blanco para un buen «daisy cutting», es decir «cortar las margaritas», lo que significa demoler todo muy al ras. Es argot técnico naval de época.
Maggie tal vez no se hubiera atrevido a tanto: de haber hecho na Hiroshima en la capital cordobesa, la furia antibritánica en Sudamérica podría haber llevado a rupturas diplomáticas y sanciones comerciales, e Inglaterra detesta perder dinero.
¿Y para qué empujar a la región, que guarda algunos malos recuerdos del Reino Unido, a aliarse con la URSS, en aquel momento obstinada en seguir existiendo y sin final a la vista? Por lo demás, siempre que Londres quiso ahorcar al gobierno de Buenos Aires durante el siglo XIX su arma de elección fue bloquear el Río de la Plata. No se necesita una gran flota para ello, y el recurso probó ser muy costo-efectivo.
Pero no quiero desviarme. Volvemos a al Contraalmirante Julio Pérez. Creemos en serio que fue quien le enseñó a la Armada cómo programar el vuelo inicial de un Exocet, y que eso no lo sacó de ningún manual, aunque probablemente los conocía todos de memoria. Son esas cosas que un buen vendedor de armas avanzadas, como Aérospatiale, no enseña, porque prefiere vender pescado y no repartir redes y manuales de pesca.
Sin embargo, por una parte Pérez había hecho una estadía larga de entrenamiento en la sede de Aérospatiale en Paris, junto a Torelli y Shugt, cuando la Armada adquirió el misil y la guerra de Malvinas no era siquiera imaginable. Por otra parte, había estado años diseñando el sistema de guiado manual del Martín Pescador.
Por último, sabemos con evidencia plena que este trío criollo, un milico acivilado y dos civiles amilicados, logró algo probablemente más difícil: programar el vuelo inicial de un AM38, es decir un Exocet antibarco, y usando no un sofisticado Agave, sino un minúsculo radar francés de infantería RASIT de 2 kW de potencia.
En este caso, funcionaban ellos mismos, calculadora en mano, como computadoras de tiro vivientes, intermediando entre el radar y el misil. Y usaban no algoritmos en hexadecimal, sino instrucciones más bien analógicas: cambios de intensidad, voltaje o frecuencia de una señal eléctrica. En nuestra cultura digital de hoy, suena raro. En la necesidad, había que inventarlo.
Y lo inventaron. Tiene que haber sido una tarea mucho más ardua que programar un Exocet desde un radar Agave, espefícamente hecho para eso. Magia pura. Los franceses seguramente no pensaban que seríamos capaces de algo así, y los ingleses menos. Pero es la historia del éxito (tardío e inútil) del misileo del crucero antiaéreo HMS Glamorgan en la madrugada del 12 de junio de 1982 desde una desprolija y pesadísima colección de bultos, rascuaches, estoperoles, madrolas y pendorchos que Pérez, Torelli y Shugt llamaron ITB, o Instalación de Tiro Berreta. La historia, aquí.
El ataque de la ITB fue doblemente sorpresivo: Argentina estaba a 2 días de rendirse. Y aquel misil puramente naval, sacado del destructor ARA Seguí, averiado y anclado en Puerto Belgrano, no tenía nada qué hacer en Hooker’s Point, en la costa adyacente a la Base Militar Malvinas, a 1461 km. de distancia. Pero ahí estaba y dejó knock-out al Glamorgan. Único buque inglés que zafó de visitar el fondo del mar tras comerse un Exocet disparado por argentinos.
CITEFA ya no existe, y hoy se llama CITEDEF. Pero no parece que ninguna fuerza armada se esté tomando en serio esa institución. Hace años que allí dan vueltas y vueltas con un sistema director radarizado de tiro antiaéreo con cañones Oerlikon de 20 mm. El problema no es que la idea sea vieja, o una sola: el problema es que nadie cree que ninguna industria lo vaya a producir, y ninguna fuerza lo vaya a desplegar. Es trabajo desesperadamente inútil. Ésas cosas -la superioridad dixit- se compran afuera.
No discutimos la efectividad del Exocet. Si hubiéramos desembarcado en Malvinas cuando ya habían llegado los 15, la respuesta inglesa habría sido probablemente más diplomática, o su triunfo militar mucho más penoso. ¿Quién lo puede saber? Pero cada vez que recordamos esa guerra nos preguntamos si los Pucarás y los Aermacchi bipostos no habrían sido más efectivos disparando misiles guiados Martín Pescador, por muy toscos que fueran, y no usando únicamente bombas bobas, o misiles cohetes FFAR de 70 mm. sin sistema alguno de guiado.
No fuimos los únicos en hacerse estas preguntas. En la posguerra el Martín Pescador se fabricó en serie, en tiempos de Alfonsín, y voló bajo las alas de TODOS los aviones militares de dos asientos de Argentina. Atacando en enjambre y desde varias direcciones, podían darle leña, fruta y verdura a casi cualquier barco desde unos 5 km. de distancia. Esos misilitos de morondanga, los Martín Pescador, amén de los Exocet remanentes, pueden haber sido una explicación (no la única) de que en tiempos de Alfonsín Chile haya resistido la tentación de hacer leña del árbol caído con nosotros. Tener armas propias a veces sirve para ganarse la paz, o cierta paz.
Nos preguntamos también cuánto más efectivos habrían sido los A4B y A4C de la Fuerza Aérea si hubieran contado con alguna bomba planeadora nacional, dotada de algún sistema de guiado autónomo o a distancia, capaz de atacar las naves inglesas desde un «stand off» de 60 km. o más. Eso habría dejado a los aviones de ataque argentinos más de 10 km. fuera del alcance máximo del misil aire-mar más peligroso de la Task Force, el Sea Dart.
¿Estamos hablando de tecnología marciana? No, lectores. Son fierros que tuvimos en fase de prototipo entre 1950 y 1956, con la bomba voladora Tábano, diseñada por un equipo de ingenieros polacos dirigido por Ryczard Dyrgalla, y con la PAT-1 (Proyectil Autodirigido Argentino), a cargo de un equipo de alemanes (Julius y Karl Heinrici y Dieter y Goets Mandel). Ambos armamentos fueron testeados desde distintos bombarderos y cazas, no sin contratiempos y alguna tragedia propias del desarrollo de armas complejas. El proyecto alemán era más ambicioso: los Heinrici y los Mandel tenían encima toda la experiencia de la V-1, el primer misil crucero de la historia. Y de uso masivo, además. Nuevamente, la historia, aquí.
Lo cierto es que la Tábano y la PAT-1 quedaron en prototipos y los equipos se desbandaron. Sí, típicamente. Excepción hecha del Exocet, y crudas como todavía estaban, esa bomba planeadora y aquel intento de una V-1 criolla eran mejores armas que todo lo que le tiramos encima a los ingleses en Malvinas 34 años después. Pero sobre todo, eran nuestras.
Por eso, entiéndase, éste artículo no está dedicado a la hazaña más vistosa de aquel día, que fue el hundimiento del HMS Coventry con bombas bobas a cargo de la Fuerza Aérea Argentina. Por supuesto que hay más adrenalina y cosa de Hollywood en atacar destructores y fragatas armadas con lo último en sistemas antiaéreos, usando tristes aviones de los años ’50 y bombas de la 2da Guerra.
Pero lo que cuenta en guerra son los resultados. Con mucho menos peligro para sí mismos y sus aviones, aquel 25 de Mayo de 1982 Curilovic y Barraza lograron mucho más. No estamos en contra del heroísimo. Sólo en contra de la estupidez y entreguismo crónicos del sistema argentino de adquisición de armamentos.
Lo que nos preguntamos es por qué Argentina a sus Pérez, Torelli y Shugt nunca los deja dirigir y terminar proyectos, salvo cuando las papas queman. Si este paradigma persiste, no importa qué o cuántos chiches de destrucción se compre el país ni a quién.
Sin investigación, desarrollo y producción industrial propios, nuestras fuerzas serán irremediablemente bananeras.
Daniel E. Arias