El ADN de más de 1.200 especies de invertebrados, incluidas arañas e insectos, se encontró en muestras de té y hierbas secas compradas en comercios.
Suena poco higiénico, pero estos no eran restos de insectos: eran rastros de ADN ambiental (eDNA), que los organismos arrojaron a su entorno al caminar, masticar o interactuar con las hojas.
El objetivo, dicen los investigadores, es comprender mejor cómo han cambiado las poblaciones de insectos. “Cuando se publicaron por primera vez los estudios de disminución de insectos, mucha gente se quejó de que no hay datos reales de plazos realmente largos”, dice el genetista ecológico y coautor Henrick Krehenwinkel.
Se inspiró en el banco de especímenes de su universidad en Alemania, que ha estado recolectando muestras de árboles durante 35 años. «Y lo que me pregunté es: ‘¿No podrías monitorear también el ADN de los insectos que han vivido en esta hoja?».
Comentario de AgendAR:
El título -que lo pusimos nosotros- es metafórico. El DNA ambiental no implica transmisión de genes. Encontramos que esta breve nota sobre una investigación biológica sirve para recordarnos que la incorporación de genes entre distintas especies es tan vieja como la vida en la Tierra.
Pero debido al «complejo de Frankestein», que se extiende cada vez más en nuestra sociedad, si esa incorporación la hace un bioquimico/a, temen que pueda causar consecuencias no especificadas pero horribles.
Toda forma de vida es transgénica, y así ha sido desde sus comienzos. Los genes, algunos de ellos inmemorialmente viejos, fluyen a través de las especies, colecciones efímeras y cambiantes.
Para acceder a la investigación (en inglés), cliquear aquí.