En Argentina estamos justificadamente orgullosos de un sistema de salud que, en medio de las penurias económicas de un Estado empobrecido, todavía mantiene la posibilidad del acceso gratuito, que no existe en países más prósperos.,
Pero en la práctica ese acceso gratuito resulta… muy difícil de acceder para los más vulnerables. Especialmente en el campo de la salud mental.
Gerardo Codina, psicólogo, con una maestría en políticas sociales, ex Secretario General de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, nos cuenta un episodio de su experiencia que lo muestra dolorosamente.
«Violeta Parra daba gracias a la vida, porque le había dado la risa y el llanto, con los que podía distinguir dicha de quebranto. Una y otro formaban su canto y el de todos, decía, porque siempre nuestra existencia nos confronta con el dolor y la alegría.
Pero a veces se hace todo más difícil y nos cuesta soportarlo. Es lo que le sucede a Rosario. Llega al consultorio casi sin fuerzas, al borde del llanto a cada palabra, agobiada por sus penas. Es una mujer de mediana edad, nacida en el norte, de rasgos andinos y que vive en un barrio de emergencia en la zona sur de la ciudad.
Después de dos años de tener asignadas tareas sociales por la emergencia sanitaria, debe regresar a una oficina pública. Es un paso adelante, porque la han efectivizado. Pero ya no hace la limpieza, sino que debe ocuparse del café con una máquina que está rota. Se siente una inútil sin tarea. Esta es la gota que desborda su vaso. Un vaso que ya estaba muy lleno.
“Es una historia más, dolorosa por cierto. Pero que ilustra el desamparo en el que se encuentran aquellos sobrepasados por su angustia”.
Dos de sus hijos mayores son adictos. Uno de ellos yace postrado después de un episodio confuso en el que sufrió daños neurológicos irreversibles. El otro le ha hurtado cada cosa de la casa para comprar droga y ahora hasta perdió su vivienda. La violencia de los narcos tomó como víctima a uno de sus hermanos y la amenaza a ella. Rosario no sabe qué hacer frente a esto ni a dónde ir. Tiene miedo por el futuro de su chico menor y no sabe cómo protegerlo.
Son demasiadas cosas para ella, que colapsa. Piensa en suicidarse. La detiene en un andén la mirada de una nena que iba con su madre. No quiere despertarse en las mañanas. Su hermana le dice que es una vaga. Pide turno con psicólogos y psiquiatras en los centros públicos cercanos, sin suerte. Alguien le pasa el dato de que la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) atiende a los afiliados de ATE con un arancel módico y solicita tratamiento. Así llega a mí.
Le indico que también requiere asistencia médica. Va a la guardia de un hospital público especializado, la entrevista un equipo, le indican medicación pero le niegan tratamiento por contar con cobertura de salud. Va a su obra social pero le dicen por un portero eléctrico que mande un correo electrónico que nadie responde. Sucesivamente le fallan uno y otro intento, en medio de su crisis.
Es una historia más, dolorosa por cierto. Pero que ilustra el desamparo en el que se encuentran aquellos sobrepasados por su angustia, en una sociedad donde sentirse bien y ser feliz se impone como obligación. Un laberinto en el que algunos pierden su salud mental.»