Reproducimos esta nota de mitad del año pasado, porque las circunstancias actuales en nuestro pais lo hacen muy vigente.
“Va… cayendo gente al baile”, dijo Martín Fierro en la pulpería, para provocar. Algo de eso está haciendo Irán en la guerra de Ucrania. Acaba de pintar como ladero inesperado de Rusia, la cual por ahora no logró apoyo militar material –o al menos declamativo- de China ni de la India.
Efectivamente, Kiev dice que su artillería de campo está siendo atacada con el Shahed-136, un dron iraní del tipo “loitering munition”, es decir un arma kamikaze barata, propulsada a hélice, capaz tanto de navegar y golpear un objetivo preasignado como de deambular horas sobre un área a búsqueda de blancos de oportunidad.
El Shahed es un ala delta de vuelo autónomo de 3,5 m. de largo por 2,5 de ancho. Es singularmente chata, lo que le da baja visibilidad de radar. Parece muy precisa, gracias a sistemas de navegación muy precisos o a sensores ópticos de detección de blancos en el rango infrarrojo cercano o de radar, no se sabe aún. Se ignora también si la toma de decisiones de ataque es plenamente autónoma, o si conserva siempre un operador a distancia en el “loop”. La respuesta del mundo armamentista es que siempre hay un humano en la toma de decisiones, pero a eso debería añadirse “depende de cada caso”, y en general nadie dice “esta boca es mía”.
El Shahed lleva una carga explosiva de 40 kg. a 185 km/h. en relativo silencio. Su motorcito hace el mismo ruido que la modesta motocicleta de un «rappitero», y porque es ese mismo tipo de motor baratísimo. Sin embargo, el arma tene un alcance máximo de entre 1800 y 2500 km según “Islamic World News”, o más cautelosamente de 1700 km, según fuentes de la OTAN bastante inquietas. En ambos casos, tanto la artillería como la logística y la infraestructura civil de Ucrania están en problemas.
Rusia lo empezó a testear contra las baterías de obuses de largo alcance y tiro rápido M777, de diseño originalmente británico, provistas a Ucrania hace un par de meses por los EEUU. Con una cadencia de 5 tiros por minuto, un calibre de 155 mm. y un alcance de 40 km., los “triple siete” eran una pesadilla no menor para el Ejército Ruso. Venían haciendo desastres sin exponerse a fuego de contrabatería, por su alta movilidad: tiran y se van a otro lado, arrastrados por un camioncito de 7 toneladas o colgando de un helicóptero. Así de livianos son.
Y así de frágiles. Los primeros empleos del Shahed, nuevo enemigo natural de la artillería ucraniana, sucedió en agosto, bastante antes del colapso del ejército ruso en Jarkov, el frente del Norte del país. Esta fuga caótica ocupó los noticieros en todo lo que va de septiembre.
Lo raro es que Kiev salga de su triunfalismo veraniego y anuncie esto del Shahed recién ahora, con el otoño avanzando: no es imposible que se hayan avivado tarde de lo que podría venirse. Los artilleros suelen ser hipoacúsicos y el pedorreo del motor de dos tiempos del Shahed no es demasiado notable, y menos en el ruido de una ciudad: llegó relativamente indetectado, te cayó encima desde la nada, y fuiste. Y ni rastros quedaron del aparato.
“Pa’ conocer a un cojo/ lo mejor es verlo andar”, añade el Martín Fierro. Por eso, mandamos sin más este corto de Youtube producido por una empresa de divulgación tecnológica de los EEUU. Este arma parece haber hecho su debut militar en 2017, en un ataque en enjambre contra las refinerías de Aramco, en Arabia Saudita.
Si Kiev no se equivoca, ésta es la primera vez que el Shahed-136 sale de Medio Oriente. Estimadas, estimados, en una reedición del mundo MUY al revés: ahora el imperio persa pinta en una guerra de Europa.
Acaba de ver, lector, algo muy simple, un ala delta con un motorcito pistonero, hélice trasera en configuración “pusher” y planos de deriva en la punta de las alas. El que quiera decir que es una vil fotocopia del Harop israelí, que lo diga. La gente fina y del palo diría que está muy inspirado en el Harop.
La maquinita persa parece haber desembarcado en Europa con el pie derecho. El coronel Rodion Kulagin, a cargo de la artillería ucraniana en el frente de Jarkov, dijo al New York Times que en su primer empleo el dron iraní partió por el medio un M777. Sobre 6 ataques admitidos por Kulagin, todos encontraron su blanco y destruyeron este tipo de obuses, y también blindados de infantería, y dejaron 4 muertos y 16 heridos.
El militar añadió que estos drones son mucho más efectivos que el recurso habitual del Ejército Ruso desde tiempos del Zar: saturar con artillería y mandar 100 obuses, con la esperanza de que alguno pegue en el blanco; lo que en Occidente se llama «spray and pray».
Añadido nuestro: este dron, armado con componentes electrónicos y aeronáuticos de anaquel de supermercado, tiene que ser un recurso más costo-efectivo que los misiles crucero Kalibr (U$ 1 millón por ejemplar) y los hipersónicos de trayectoria sinuosa Kinzhal, armas sofisticadas y medianamente precisas, cuyo precio AgendAR ignora pero no hace falta ser Werner von Braun para saber que son carísimas.
La mala noticia para Ucrania es extensiva a otro “game changer” reciente en esta guerra, y más decisivo: el camión lanzamisiles M142 Himars, algo tan avanzado que cuesta llamarlo “artillería”.
Las 16 unidades Himars que puso EEUU en Ucrania tienen un alcance limitado a 85 km. El ministro de Defensa de Ucrania, Oleksei Reznikov, se enamoró del sistema y exige 100 de estas plataformas. El Pentágono evitó darle su misil táctico (valga la contradicción) una pizca más estratégico, el ATMS, que llega a 230 km., como para que los ucranianos se abstengan –por ahora- de destruir objetivos en suelo indiscutidamente ruso. Eso abriría las puertas a Dios sabe qué nuevas cagadas históricas.
Un camión Himars lanzando sus misiles.
Si hay que atribuir el actual derrumbe del frente Norte de Jarkov a un arma, ésa ha sido el Himars, pero usado en otro lado muy al Sur, en Kherson. Estos camioncitos permitieron que Ucrania pasara bruscamente del combate estático de trincheras, al estilo de la Primera Guerra Mundial, a la actual “blitzkrieg” que se vio este verano en el frente Noreste. Muy móviles, usados “en red” con observación desde drones, desde aviones AWACS, desde satélites y por informantes terrestres, los Himars vienen destruyendo el lado más flaco del Ejército Ruso: su logística de retaguardia.
A fuerza de potencia continental y atada mentalmente más a defenderse que a atacar, la logística rusa siempre dependió de la red ferroviaria nacional. Por algo Ucrania hace tiempo que dinamitó toda conexión por riel con Rusia: son vías de igual trocha (152 mm.) y de una misma red, reconstruida por la URSS luego de expulsar a Alemania, y cuando no era siquiera imaginable la secesión ucraniana de 1991. Pero desde la punta de riel actual hasta llegar al frente, Rusia necesita de camiones y no tiene la cantidad necesaria.
La llanura ucraniana en general no ofrece más obstáculos militarmente significativos que sus ríos, que son escénicos, caudalosos, anchos y profundos. Casi hechos a medida de esta situación, los Himars cruzan 80 km. a velocidad supersónica y pegan con una precisión de 2 metros.
Primero los Himars eliminaron los puentes de acero y hormigón que cruzan el Dnieper y el Siviersky-Donetsk, y luego de que a los rusos se les hizo imposible repararlos, los Himars siguieron destruyendo los puentes de pontones improvisados como plan B. Tienen esa precisión.
De este modo, los ucranianos dejaron la primera línea rusa de fuego del Sur, la que defiende Kherson, aislada de su retaguardia, sin reaprovisionamientos y peor aún, sin vía de escape en caso de cercamiento. Ver este video de la CNN.
Rusia, cortísima de recursos humanos por primera vez en su historia militar, durante todo agosto mandó sus tropas de élite a impedir el asedio de Kherson, una llave posible de acceso a la península de Crimea. Pero al hacerlo tuvo que desguarnecer Járkov y dejar el frente de esa provincia en manos de reclutas escasamente entrenados. Lo dicho: no le sobran hombres ni camiones.
En cambio, ese amague en el Sur a Kiev le salió redondo: atacó en el Norte con tropas voluntarias (las Brigadas Territoriales, algo así como nuestra Gendamería) y en una semana y media reconquistó 6000 km2 de terruño.
Pero ahora Rusia está sugiriendo, sin declaración alguna al respecto, que si empezaron con los Triple Siete, los próximos blancos van a ser esos Himars que tan buen resultado venían dando a Ucrania.
Asunto complicado, porque –por cuestiones de entrenamiento- estos sistemas misilísticos no son armas de tubo. Los comandan expertos con uniforme muy ucraniano, pero acento texano o de Missouri, y no quieras ver sus nombres y cómo le pegan a las hamburguesas. Cosas de la globalización.
Los obuses Triple Siete han sido los primeros blancos de los Shahed. Ahora seguirán los Himars.
Lo curioso es que Rusia, con su tradición ya centenaria en construcción aeronáutica y mucha trayectoria en aviación robótica, haya tenido que comprar este dron a Irán, tecnológicamente un recién llegado. ¿No es ridículo, un país con semejante cultura militar, probada en tantas guerras, capaz de liquidar a adversarios tan “high tech” como los alemanes? ¿Y de yapa ganar sus batallas con despliegues masivos de armas casi demasiado racionalistas, más bien sacrificables, y siempre de menor costo?
Como dijo alguna vez el “padrecito” Iosip Stalin: “Hay algo cualitativo en la cantidad”. Es lo que se le ocurrió al Pepe mientras, pipa en mano, miraba una interminable marea de tanques T-34, espléndidamente diseñados, pésimamente construidos, sin siquiera pintar, pero sobre todo, sencillos, irrompibles y baratos. Desfilaban ante el Kremlin antes de ir a estrellarse, sin parada previa, contra las avanzadas alemanas en Yásnaia Poliana, a apenas 15 kilómetros de Moscú. Los resultados de esa batalla del 31 de Septiembre de 1941, y de todas las que siguieron hasta la toma de Berlín, le dieron razón al Pepe.
Pero hoy lo cuantitativo evade a Rusia. Los ivanes son tan capaces de “high tech” como los países fundacionales de la OTAN. Pero en la secesión que fragmentó a la URSS en 1991 se perdieron la mitad de sus 290 millones de habitantes, un total de 15 repúblicas y dos tercios del PBI de 1990. Lo que no les da a los rusos es el sobolyi para llevar su tecnología más finolis a un frente de guerra, incluso de cercanías, en suficiente cantidad como para hacer diferencia.
Es fama que el mejor caza multirrol de estos tiempos es el Sukhoi 57. Se trata de un avión de combate de 5ta generación “stealth”. Probablemente sea superior en aviónica, armamento y maniobra a los F-22 o F-35 estadounidenses, esas maravillas tan caras. Y seguro que es de precio considerablemente menor. Pero desde 2002 Rusia no logra construir los Su-57 necesarios para armar siquiera 2 regimientos aéreos. Y desde ya, la vez que los Su-57 pintaron en Ucrania –sobre Kiev, por ejemplo- fue más bien “para la foto”.
Que una tecnopotencia tan wow como Rusia deba comprarle el Shahed-136 a Irán no cierra. Salvo que se tenga en cuenta que a veces la tradición militar previa pesa en contra, y que los recién llegados tienen a su favor la ventaja de haber empezado desde cero. No por nada, mal que pese esto en algunas capitales, la panoplia más diversificada y peligrosa de drones en el mundo hoy la tienen Turquía, Irán e Israel, y los dos primeros países son unos recién caídos de la palmera en trayectoria aeronáutica.
Ahí hay un mensaje para la Argentina, que en 2016 tuvo la extrema deferencia (hacia Washington) de interrumpir el programa SARA, Sistema Aeronáutico Robótico Argentino de INVAP y FAdeA.
Hay otra cosa en esta compra rusa de drones persas: que la denominación de origen del sistema quizás sea un mensaje más poderoso que los más o menos 40 kg. de explosivo que lleva cada Shahed a bordo. Si Ucrania tiene los 30 países de la OTAN –incluida Turquía- como back-up en armamento, Rusia dice que, bueno, tampoco es que esté tan sola en este mundo.
Los destinatarios de ese mensaje tal vez no sean tanto la OTAN o Ucrania como China y la India, que por ahora vienen dejando a Rusia en la estacada, a ver cómo se las arregla, si se las arregla. Al parecer, se las arregla.
Y parece que seguirá arreglándoselas. Si la ofensiva relampagueante en la provincia de Jarkov puso a Rusia contra las cuerdas, ahora ésta movió las cuerdas: el ring crece sobre el ringside. Rusia sumó como co-beligerante a otro país más, en una guerra que, al menos del lado de la OTAN, ya involucra a demasiados partícipes indirectos y en demasiadas partes del mundo, y que está costando demasiado -y de modo global- en vidas, infraestructura, inflación y desempleo.
Si Rusia hace una compra masiva o se pone a fabricar este dron bajo licencia, no sólo la retaguardia ucraniana sino todo el país y su infraestructura eléctrica, de agua y de transportes se vuelven muy vulnerables, y todo a muy bajo costo para Moscú.
“Que nos den algo como esto”, reclamó el citado artillero ucraniano Kulagin a nada menos que el Wall Street Journal: no es que el coronel no tiene quién le escriba.
En realidad, a Ucrania le vienen sobrando drones de todo tipo y origen: desde el comienzo de la guerra, ha usado con notorio éxito el TB2 Bayraktar turco, que no es un arma kamikaze sino un dron de observación a hélice, propulsado con un motor pistonero Rotax 912 de 100 HP. Es el mismo que usan nuestros banales pilotos de ultraliviano en los fines de semana. Pero ese Rotax cuesta N veces más que el motorcito de dos tiempos del Shahed.
Los Bayraktar, arma estrella de los 5 primeros meses de esta guerra, pueden portar misiles antitanque TOW y otras municiones bajo las alas. Ya se perdió la cuenta de tanques rusos que hicieron pomada, y queda para la fama el papel de al menos un Bayraktar como apuntador de artillería o como distractor en el hundimiento del crucero misilístico Moskva con misiles crucero Neptuno, el 14 de Abril de este año.
Un dron turco Bayraktar TB2, arma que desde febrero de 2022 viene desequilibrando la guerra de Ucrania en contra de Rusia.
Drones que observan, provocan o distraen, drones que hacen naufragar un monstruo naval tripulado de 10.000 toneladas, ¿no da la impresión de que los humanos empezamos a ser tecnología bélica obsoleta?
Esta guerra está cambiando la guerra.
No es por contradecir al coronel Kulagin, pero Ucrania ya ligó drones ajenos para tener y repartir. Los EEUU le dieron al menos 1000 “Switchblade” (traducción, navaja automática), “loitering munitions”, avioncitos robóticos kamikaze que viajan en mochila, se lanzan con aire comprimido, vuelan con un motorcito eléctrico inaudible y vienen demoliendo búnkeres, trincheras y depósitos de municiones rusos.
Switchblades los hay de dos modelos: el antipersonal y el antiequipamiento, capaz –con suerte- de tronar un blindado liviano. El primero tiene una carga explosiva equivalente a la de un lanzagranadas de 40 mm., sólo que explota direccionalmente, agrupando la perdigonada hacia adelante. El último, en cambio, tiene una carga hueca (que perfora blindaje), un alcance máximo lineal máximo de 40 km, con 40 más de sobrevuelo de rastreo, y una autonomía temporal de 40 minutos.
Ideal para todo pelotón sin apoyo aéreo garantizado. Pero lo que mata de todo lo fabricado en “la tierra de los libres y el hogar de los bravos” es el precio, entre libre y bravo: ¿qué tal U$ 59.000 cada Switchblade antiequipamiento?
Switchblade liviano lanzado con aire comprimido, antes de encender su motorcito eléctrico y con las dos alas a medio desplegar.
No por nada los ucranianos prefieren drones comerciales, de los que te comprás en Easy, pero “tuneados” con minas Claymore u otros armamentos. Como sea, los drones, ya sean de los que vuelven a casa y aterrizan, como los Bayraktar, o los kamikaze como los Switchblade, no son armas mágicas.
O tal vez sí lo son, pero en el sentido de las Wunderwaffen nazis: probablemente se necesita una cantidad enorme y empleada desde el principio mismo para cambiar la ecuación geopolítica de una guerra. En Afghanistán los EEUU desplegaron al menos 4000 Switchblades desde 2018. Resultados, a la vista.
La llegada a esta guerra del Shahed-136, con su autonomía mucho mayor y su desconcertante precisión, podría mandar al olvido el concepto tradicional de artillería. Ésta ha durado mucho tiempo como un arma que consta básicamente de cañones y de misiles, y de observadores adelantados con radios portátiles y baja expectativa de jubilación.
El citado coronel Kulagin dice que Kiev no tenía idea del arribo de los Shahed, hasta que uno cayo casi intacto en Kupyansk. Tenía limados los caracteres en farsi y los números en la chapita que atestigua origen e identidad, y estaba repintado para parecer un Geran-2 de fabricación rusa.
Pasando la película para atrás, Kulagin infiere que el primer uso exitoso del dron persa sucedió en agosto, en el frente Norte, contra un cañón “Triple Siete”, y que los rusos estaban recién empezando a testear el sistema cuando se les derrumbó el ejército en Jarkov.
Sobre la precisión del poco bienvenido Shahed, Kulagin dice que puede alcanzar un mortero autopropulsado M777 justo en el punto de la torreta donde se almacenan las bolsas de tela de pólvora propelente. El objetivo de esa maldad sería desatar explosiones secundarias.
Kulagin exagera o algún traductor metió la pata: el M777 es un cañón transportable, sin ningún componente específicamente vehicular, salvo las ruedas. Su arrastre o su vuelo son pasivos. Puede tener un armón a mano para guardar el propelente, pero de torreta, olvídate cariño.
Tal vez la respuesta la tenga una aseveración de otro artillero ucraniano, el capitán Volodymyr Danchenko, que vio cómo un presunto Shahed obliteraba un obús autopropulsado estadounidense de 155 mm. Ese sistema es una bestia de 25 toneladas con orugas, blindaje y torreta, muy distinta de un cañón M777. Parece un tanque en propiedad horizontal, demasiado alto de torreta, y hormonalmente hipertrofiado en cuanto al cañón, al estilo de nuestro TAMSE Palmaria criollo. En ese caso, Danchenko vio los segundos finales de un viejo «howitzer» autopropulsado estadounidense M-109. Y lo que vio no le gustó: declaró una voladura totalmente distinta a la de un tiro de artillería. “Nunca vi nada parecido”, resume el tipo en el New York Times.
Kulagin da su propia visión de la llegada del dron persa: “Es un problema muy serio. Si no nos dan contramedidas, van a destruir nuestra artillería”. La intención, al menos, está.
Los ganadores absolutos de esta movida son los iraníes. Al Organismo Internacional de Energía Atómica, dirigido por nuestro compatriota Rafael Grossi, que debe negociar con Teherán el desmantelamiento del programa de enriquecimiento de uranio de los persas, se le acaba de complicar la diplomacia.
Y es que Irán acaba de ampliar brutalmente el campo de negociación: ya no hay que disuadir a los persas de armas atómicas, ahora también hay que convencerlos de que no anden exportando armas robóticas y metiéndose en guerras de europeos rubios. Es decir, de que no se vuelvan una potencia. ¿Obedecerán los iraníes?
“Good luck with that”, como decimos los de Racing antes de un partido. Lo que se acaba de abrir es un campo de discusiones diplomáticas que excede el ámbito del OIEA.
El mundo militar se vuelve muy robótico, y el diplomático, muy multipolar.
Daniel E. Arias
PS del 30 de enero de 2023:
En Ucrania el frente se estabilizó en trincheras, como en la Primera Guerra Mundial, y ninguno de los bandos contendientes parece capaz de desestabilizar este equilibro. La guerra se ha vuelto de desgaste y probablemente termine en negociación cuando ambas partes estén exhaustas y ambas puedan inventar que ganaron. Pero lo cierto es que lo que está desapareciendo en Ucrania, debido a la lluvia de drones Shahed-136, es la infraestructura eléctrica, y tendrá un precio de reconstrucción infernal, si alguna vez se reconstruye.
Como mensaje al resto del mundo sobre su carácter de hueso duro de roer, el de Rusia es convincente. La paz que se firme será más un armisticio y probablemente no dure mucho, pero no parece que los países de la OTAN contiguos a la frontera rusa tengan ganas de repetir el destino de Ucrania durante los próximos años, aunque EEUU y el Reino Unido les prometan el oro y el moro.
Hasta 2022, la sorpresa para los países que solemos autodenominarnos «Occidente» era que la suerte de una guerra ya no dependiera demasiado de la aviación tripulada sino de robots aéreos, y sobre todo los de precio más bajo. La segunda sorpresa era que Turquía se hubiera vuelto el proveedor más exitoso del mercado mundial en drones de precio y tamaño intermedio, como el Bayraktar, y dejara atrás a las tres potencias dominantes de este rubro: los EEUU, Israel y China.
Pero la tercera sorpresa es que Irán se haya añadido de un modo tan notable a ese trío de fabricantes, y en una guerra capaz de cambiar las reglas de juego ya no de una región, sino del mundo. Lo que nos lleva de cabeza a la siguiente pregunta.
En 2016, el gobierno de Mauricio Macri truncó el incipiente programa SARA, Sistema Argentino de Aviación Robótica, siguiendo instrucciones de los EEUU: matemos a los niños en su cuna, no sea que crezcan y se nos vuelvan incontrolables. El gobierno del presidente Alberto Fernández no habilitó a INVAP, origen del SARA, a retomar el trabajo, aunque es el único modo en que un país sin plata pero con buenos tecnólogos puede reconstruir su sistema aeronáutico de defensa con desarrollos propios y sin pedirle permiso a nadie.
Por el contrario, en diciembre de 2022, el Ministro de Defensa, Jorge Taiana, un exdiplomático de credenciales impecables y en su nuevo rol, un patriota, decidió -muy para nuestra sorpresa- comprar drones israelíes HERO-120 y HERO-30, «municiones merodeadoras», clasificación en la que cae el descripto Shahed-136.
Lectores, AgendAR no está diciendo en absoluto que haya que comprarle ni un tornillo a los iraníes. Pero tampoco a los israelíes. Tampoco a los turcos o a los chinos. A nadie, para ser claros. Es obvio que con este tipo de armas sencillas, baratas y de terrible efectividad podemos solos y sin ayuda, y de paso que blindamos al país, desarrollamos nuestra industria y creamos empleo calificado. El FONDEF se creó para eso. ¿Qué estamos haciendo?