El premio Fundación Bunge y Born es el «honor» científico más importante de la Argentina, más aún que el Konex dentro de la comunidad investigadora por específico de la investigación, y se otorga más por trayectoria que por un descubrimiento o hallazgo particular.
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En el caso de la Dra. Raquel Chan, el premio se da por ambas causas. Lo que dio sentido a toda la larga carrera de Chan como biotecnóloga vegetal fue descubrir el equipo de genes HB4: es el que le da al girasol su enorme tolerancia a extremos hídricos. Identificar estos genes todavía podía verse como ciencia básica de punta, algo que a la Argentina le valió los premios Nobel de Bernardo Houssay y Luis Leloir.
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Pero lo que hizo Chan a continuación ya no fue ciencia básica: logró con enorme trabajo y a lo largo de toda una década transferir esos genes a tres cultivos industriales argentinos: la soja, la alfalfa y finalmente el trigo. El único cultivo cuyo manejo de la falta o el exceso de agua no logró mejorar fue el maíz.
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Con una honestidad intelectual impresionante, llegó a la conclusión de que se trata de una planta muy mejorada por cruzamiento selectivo durante miles de años de historia precolombina, y que no necesitaba los genes HB4. Hay otras cosas que la pintan de cuerpo entero: cuando debe someterse a fotografía, al parecer con tanta alegría como Ud. o yo al dentista, trata siempre de no posar jamás sola sino con sus equipos de investigación.
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Lo que logró Raquel Chan (y equipo) con la soja, la alfalfa y el trigo resulta sorprendente, paradójico. Ante la sequía, estos cultivos recombinantes no mantienen sus rindes: ¡los aumentan! Los HB4 probablemente juegan más roles que la sola regulación hídrica vegetal, sino que de alguna manera tienen alguna relación misteriosa con el crecimiento. Parecen una solución en busca de problemas.
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Como sea, se trata del desarrollo tecnológico más importante de la historia nacional, por encima incluso de muchos otros logros en que somos líderes, como los nucleares y espaciales. Porque el uso del HB4 en cultivos industriales distintos del girasol van a la mejora de la raíz de la existencia de la civilización humana: la alimentación.
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Y Raquel Chan, estimadas/os, obtuvo cultivos resistentes a nuestra pesadilla actual: el cambio climático.
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Lo de los genes HB4 es algo que a las grandes empresas de biociencias como Monsanto (hoy Bayer) o Syngenta sencillamente no se les había ocurrido. Es también un paquete de conocimiento cuyo valor comercial para nuestro país excede largamente el de la exportación de esas cosechas industriales. Y lo hará mientras no expiren las patentes.
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Simultáneamente, con una visión muy clara de cómo funciona el mundo, Chan logró que el IAL (Instituto de Agrobiotecnología del Litoral), creado por ella en 2008, y que pertenece al CONICET y a la Universidad del Litoral, se volviera el núcleo de investigación de BIOCERES.
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Ésta es una empresa rara, que agrupa a unos 200 productores agrícolas y a dos farmacológicas argentinas, y que se fue ocupando de empujar el patentamiento de las semillas y su licenciamiento por el Ministerio de Agricultura.
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La resistencia de las multinacionales de biociencias ante los HB4 fue inmediata. Se habían perdido el negocio del siglo. Atacaron. La guerra sorda de pasillos que se desató en los organismos regulatorios contra los cultivos HB4 logró atrasar hasta una década (en el caso del trigo) el licenciamiento del Ministerio de Agricultura para que estas semillas recombinantes pudieran comercializarse. Funcionarios que llevan aprobados casi 60 otros eventos transgénicos, en algunos casos en meses, pero presentados por enormes empresas extranjeras.
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Curiosamente, las grandes asociaciones de productores, que pagan fortunas por usar semillas transgénicas patentadas extranjeras, se plegaron a la lucha para que las semillas anti-inundación y anti-sequía desarrolladas por la ciencia de su propio país no pudieran sembrarse a campo, ni comercializarse. Con excusas que uno no sabe si dan risa o asco, o sin ninguna.
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Decir que estos tipos se tirotearon los pies es quedarse corto.
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Nunca una idea biotecnológica fue tan oportuna como la del uso de los genes HB4. El cultivo más controversial, ya que se trata de un alimento humano y no de un forraje, fue el trigo HB4. Y lo aceptaron al toque Brasil, y luego Sudáfrica, Nigeria, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia y Colombia, y siguen los participantes. La Argentina lo autorizó… porque lo hizo Brasil.
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El recalentamiento del mundo ha logrado que en la llanura chacopampeana la alternancia de años demasiado secos y otros demasiado lluviosos, en general decidida por el ciclo climático Niña-Niño, se acorte, agrave y empeore. Pero de un modo que mete miedo.
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La última racha de años secos, entre 2020 e inicios de 2023, no tiene antecedentes históricos. Se podía caminar por el fondo del Paraná, el 2do río más caudaloso del Hemisferio Sur. Sólo en 2022 esta racha de tres Niñas al hilo le provocó al campo pérdidas por más de U$ 20.000 millones por cosechas perdidas. No se sabe aún cuántos productores chicos y medianos quebraron.
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Estas empresas y familias argentinas nunca se enterarán de que su suerte podría haber sido otra si Agricultura hubiera aprobado los cultivos HB4 en tiempo y forma. El daño doloso hecho a los productores y a las finanzas del estado por los responsables de esta campaña contra la ciencia y contra el país debería medirse, investigarse y ejecutarse incluso en forma penal. Sólo que todos sabemos que eso no va a ocurrir.
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Entre tanto, este premio (bastante tardío) pone al menos un poco de justicia, un poco de reconocimiento personal, en todo este asunto. Y no alcanza.
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Raquel Chan le ha hecho un servicio a la Humanidad, e hizo de la Argentina un país mejor.
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Nuestro homenaje para ella.
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Daniel E. Arias