La pandemia que cuestiona la globalización

«El 95% del ibuprofeno, el 70% del paracetamol, y entre el 40% y el 45% de la penicilina que consume Estados Unidos llega de China. Así que, en medio de la pandemia del coronavirus, cabe preguntarse qué puede suceder si ese país cierra sus exportaciones, o, simplemente, si el impacto de la enfermedad frena su actividad económica de tal manera que sus fábricas no pueden seguir produciendo esos fármacos.

En realidad, ya tenemos la respuesta a ambas cuestiones. La empresa de Massachusetts PerkinElmer tiene 1,4 millones de kits para la detección del coronavirus paralizados en su fábrica china de Suzhou, muy cerca de Shanghai, después que el Gobierno de ese país cambiara los criterios para permitir la exportación de esos sistemas. No es un caso aislado. El vicealcalde de Shanghai ha prohibido a la compañía estadounidense 3M – famosa en todo el mundo por las hojas adhesivas ‘Post-it’ – la exportación de barbijos N-95, justo el tipo que las autoridades sanitarias estadounidenses quieren que lleve el personal de sus hospitales. «Levantar la restricción a la distribución de los barbijos de la empresa requerirá instrucciones de Pekín», afirma un documento interno del Departamento de Estados de EEUU filtrado al diario The Wall Street Journal.

Los problemas de PerkinElmer y de 3M son ejemplos de uno de los cambios más profundos que va a causar el coronavirus a escala mundial: la transformación de la cadena de suministros. En las últimas tres décadas, a medida que las economías han ido integrándose, las empresas han distribuido su producción por todo el mundo y han reducido al máximo los inventarios. El concepto de «just in time», creado por el directivo de Toyota Taiichi Ohno en la década de los cincuenta se ha convertido en la piedra filosofal de toda empresa. Hay que fabricar lo justo para cubrir la demanda, no tener excedentes, y nunca tener nada almacenado, porque eso solo ocupa espacio y cuesta dinero.

Son fórmulas que ha copiado todo el mundo, y que han funcionado muy bien hasta que una catástrofe a escala planetaria paralizó todas las economías de la Tierra. Así es como hemos llegado a 2020: sin producción, sin transporte, y sin reservas. Y, encima, con los países limitando la producción de bienes esenciales para salvar vidas. Porque el caso de China no es único. El 2 de abril, el Gobierno francés denunció que un equipo de estadounidenses había sustraído ilegalmente equipos de protección contra el coronavirus destinados a Francia en el aeropuerto de Shanghai. Al día siguiente, el Gobierno alemán acusó al de Estados Unidos de «piratería» al sustraer, con la connivencia de las autoridades aduaneras de Tailandia, 200.000 máscaras producidas por 3M en ese país. Pocos días antes, el estado de Massachusetts había presentado los mismos cargos contra el Gobierno de Donald Trump, al que había atribuido la sustracción de 3 millones de máscaras protectoras. Según el diario The Washington Post, la Casa Blanca está dando a los estados en los que gobiernan sus aliados incluso más equipos de los que han pedido, mientras que deja a los que controla la oposición -entre ellos, Nueva York, donde han muerto ya más de 10.000 personas por el Covid-19- sin abastecimientos.

Pero Europa tampoco es un ejemplo. Alemania y Francia, por ejemplo, han decidido que el mercado único se acaba al llegar al comercio de máscaras y equipos de protección y rastreo del coronavirus y han prohibido su exportación.

Evidentemente, todos esos problemas se habrían evitado si los países, o las administraciones locales, hubieran tenido stocks. Pero nadie planifica pensando en algo que no ha pasado desde 1918. Las pandemias ocurren, piensan, una vez al siglo, mientras que las empresas presentan resultados cada trimestre, y los países celebran elecciones cada cuatro años.

Ahora, con la economía mundial en coma inducido, esa cadena de suministros está siendo puesta en tela de juicio. No hay producción y no hay, tampoco, medios de transporte, porque las flotas están amarradas y, de hecho, en el sector del petróleo, los barcos están haciendo la función de depósitos de combustible ante la acumulación de inventarios. Reordenar la cadena de suministro mundial va a ser problemático.

LA CADENA DE SUMINISTROS GLOBAL
Es todo un reto para la economía mundial, porque la cadena de suministros mundial es mucho más profunda de lo que se piensa. Por ejemplo, todos creemos que un iPhone es un teléfono estadounidense. Pero eso es, en realidad, mentira. En la producción de un iPhone participan 43 países en los cinco continentes. Los hay que hacen el diseño, fabrican piezas, las ensamblan… Tampoco hay que olvidar los países en los que se extraen las materias primas del teléfono inteligente de Apple.

De los 82 elementos estables y no radioactivos de la tabla periódica, 62 están en el iPhone, entre ellos algunos del exotismo del indio (imprescindible para que la pantalla sea táctil), praseodominio (para la cubierta del dispositivo), o el galio (para el microprocesador). Esos elementos no están ahí por capricho. Según un estudio de la Universidad de Yale realizado en 2013, 12 de las 62 materias primas que se emplean en la manufactura del iPhone no tienen sustituto.

Un coche tiene 30.000 piezas que, cuando se examinan en detalle, han sido construidas en 10 procesos diferentes, contando sus propios subcomponentes y las diferentes manufacturas. Eso implica 300.000 materias primas o manipulaciones. Cuando usted conduce, está en un monumento rodante a la globalización. Ahora, el coronavirus ha puesto de relieve la vulnerabilidad del sistema. Y, con él, de la globalización.»

VIAEl Mundo