Hace 40 días -justo una semana antes que el primer ministro Boris Johnson fuera hospitalizado, un paciente grave más con COVID-19- el Financial Times publicó un editorial afirmando que «se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos», y que los «gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía».
No tendría nada de extraño en boca de Macron, o de la misma Merkel. Hasta el Boris podría haberlo dicho, para seducir votantes laboristas que desconfiaran de Jeremy Corbyn. Pero el FT no es un político en busca de votos, sino el diario que desde 1883 ha sido el adalid del liberalismo económico más ortodoxo y, en las últimas décadas, de la globalización financiera. Su público son los inversores, los especuladores y los brokers de todo el mundo.
Se puede decir que son sólo palabras. Y es seguro que la idea del FT de «reformas radicales» no es la misma que la de Altamira, o de Guillermo Moreno. Pero eso, nos parece, es no entender el tiempo y los significados.
Hace más de 40 años empezó a imponerse en el mundo una versión del capitalismo que ponía como criterio, antes que la producción o las ventas, la valorización financiera. Y estaba acompañada por el individualismo más radical. En la síntesis que acuño Margaret Thatcher «la sociedad no existe«. Existen los individuos, que persiguen sus intereses particulares «and the devil take the hindmost» (y que el demonio se lleve al último), según la vieja frase yanqui.
Ese paradigma, que llegó a ser hegemónico en la mayor parte del mundo, se ha deteriorado. Lo desafía el capitalismo de Estado de China; la crisis financiera que comenzó en 2007/2008 lo obligó a recurrir a la emisión («quantitative easing«); y se extiende el descontento en muchos países, en formas distintas e imprevistas.
Reproducimos la versión en nuestro idioma de ese editorial publicada entre nosotros, y agregamos al final una brevísima reflexión:
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«En medio de la crisis sanitaria mundial provocada por la pandemia del coronavirus, se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos», dice el Financial Times, y añade que los «gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía.»
Incluso hasta pide poner sobre la mesa impuestos a la renta y la riqueza.«Si hay un lado positivo en la pandemia de Covid-19, es que ha inyectado un sentido de unión en las sociedades polarizadas. Pero el virus, y los bloqueos económicos necesarios para combatirlo, también arrojan una luz deslumbrante sobre las desigualdades existentes, e incluso crean otras nuevas», señaló el periódico en un sorpresivo editorial, considerando su trayectoria centenaria en defensa del liberalismo económico.
En esta línea, FT se pregunta si luego de la enfermedad, que generó un propósito común, habrá cambios en las sociedades: «Como los líderes occidentales aprendieron en la Gran Depresión, y después de la Segunda Guerra Mundial, para exigir sacrificios colectivos debes ofrecer un contrato social que beneficie a todos».
«La crisis actual pone al descubierto hasta qué punto muchas sociedades ricas no alcanzan este ideal», analiza el medio británico, apuntando contra la falta de preparación en salud y la fragilidad de las economías.
Continúa: «Los bloqueos económicos están imponiendo el mayor costo a los que ya están en peor situación. De la noche a la mañana, se han perdido millones de empleos y medios de subsistencia en la hotelería, el ocio y los sectores relacionados, mientras que los trabajadores mejor remunerados a menudo se enfrentan solo a la molestia de trabajar desde casa».
El análisis de FT, sorprendentemente, apunta también a un problema muy presente en la Argentina: «El extraordinario apoyo presupuestario de los gobiernos hacia la economía, aunque necesario, empeorará las cosas de alguna manera. A los países que han permitido la aparición de un mercado laboral irregular y precario les resulta particularmente difícil canalizar la ayuda financiera a los trabajadores con un empleo tan inseguro. Mientras tanto, la gran relajación monetaria de los bancos centrales ayudará a los ricos en activos. Detrás de todo, los servicios públicos con fondos insuficientes están crujiendo bajo la carga de aplicar políticas de crisis».
Sigue el FT: «La forma en que libramos la guerra contra el virus beneficia a unos a expensas de otros. Las víctimas de Covid-19 están abrumadoramente entre los viejos. Pero los perjudicados por los encierros son los jóvenes y activos, a quienes se les pide que suspendan su educación y renuncien a sus ingresos. Los sacrificios son inevitables, pero cada sociedad debe demostrar cómo ofrecerá restitución a aquellos que soportan la mayor carga de los esfuerzos nacionales».
El Financial Times concluye: «Será necesario poner sobre la mesa reformas radicales, que inviertan la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de los ancianos y ricos se pondrán en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en el programa«.
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Como se insinuó en la primera parte de esta nota, en nuestra opinión la pandemia acelera el deterioro de una concepción de la sociedad que ya estaba en problemas.
Ahora, la alusión del FT a que «el Covid-19 … ha inyectado un sentido de unión en las sociedades polarizadas», no parece ser válida entre nosotros. La política argentina sigue amargamente dividida. Eso resulta satisfactorio para los entusiastas de ambos lados. Pero es fatal para el país.
A. B. F.