El momento Sputnik de Vladimir Putin

Esto es por encima de todo un golpe propagandístico casi perfecto. Me refiero, obviamente, al licenciamiento regulatorio de la primera vacuna rusa anti Covid-19, la del Centro  Gamaleya, sin haber hecho todavía una fase 3.

Lo es porque la campaña real y oficial de vacunación en Rusia empieza recién en el otoño ruso, es decir en nuestra primavera, y para el 21 de septiembre faltan 40 días.

Son tiempos cortos, pero dan para iniciar una fase 3 masiva, que ya empezó sin ruido con voluntarios de las Fuerzas Armadas, como hizo China con la fórmula de Sinovac, y al cual se irá sumando el cuerpo médico y también el considerable cuerpo educativo ruso. Este primer despliegue de pre-campaña en realidad es una fase 3 hecha a medias o a cuartas, y de todos modos puede dar una idea anticipada de cómo va a salir la campaña vacunatoria oficial, cuando ésta se lance.

Especialmente si de aquí al cambio de estación aparecen intercurrencias indeseables pero ocultables. Esconderlas no es tan difícil: todo queda entre militares y empleados del estado. Y las autoridades sanitarias rusas sabrán qué ocultar, y adónde y cómo. No es imposible, dentro del mayor territorio nacional del mundo, y uno de los peor comunicados.

No será tan fácil en tiempos de Whatsapp y Twitter, pero los rusos están entrenados para el silencio en general, incluido el de redes sociales, y a fecha de hoy su país goza de la transparencia de una caja fuerte. Y parece especialmente fuerte, en materia de Covid-19. Al punto de que nadie sabe bien qué cifras reales tienen los rusos de contagio, curación y sobre todo, mortalidad por millón de habitantes, y si no deberían estar rankeando peor que la India o incluso Brasil.

¿Qué puede ser potencialmente peligroso de la vacuna del Gamaleya? Nada en especial, pero las vacunas a veces dan sorpresas que sólo aparecen en fase III, o incluso después del licenciamiento y despliegue, por fármacovigilancia.

La Sputnik V -el nombre excelentemente elegido de esta fórmula- es un cóctel con dos adenovirus humanos recombinantes distintos. Ambos funcionan de vectores un paquete de genes que codifican la famosa proteína Spike o espiga, blanco de preferencia de las más de 140 vacunas en distintas etapas de desarrollo en el mundo.

Esto hace a la Sputnik V muy parecida a otras vacunas con adenovirus recombinados para el mismo fin (como la de Oxford-AstraZeneca). Pero los rusos, para los cuales -Pepe Stalin dixit- hay algo cualitativo en lo cuantitativo, han pensado, y probablemente con razón, que dos virus garantizan mayor expresión del antígeno Spike que uno solo.

Por supuesto, también, dependiendo de los adenovirus que se consideren, dos podrían causar mayores reacciones adversas que uno. ¿Cuáles? Fiebre, inflamación y síndrome paragripal. ¿De modo peligroso? Probablemente en muy pocos casos: se averiguará. Los rusos apostaron más a la efectividad que a la disminución de riesgo, y dado que la cifra oficial de muertos por Covid-19 ya pisa los 750.000 en todo el mundo en apenas 8 meses, y el virus no parece estar desapareciendo solo sin ayuda, nadie les va a echar esa apuesta en cara.

Por lo demás, ocultar los efectos indeseables de una vacuna es paradójicamente muy fácil en un mundo tan ruidoso y supuestamente hiperinformado. Hay mucha información circulando, en general mala, y aturde de tal modo que se neutraliza sola; más o menos por lo mismo en que se vuelve fácil esconder un elefante en una manada de elefantes. ¿Cuánta gente tiene claro que la vacuna anti-dengue de SANOFI se tuvo que suspender porque, suministrada en las escuelas a 830.000 escolares, mató a unos 600 chicos en Filipinas hace apenas 3 años? Casi nadie.

Del dengue sabemos que contraerlo por segunda vez y con un serotipo distinto de la primera vez puede desencadenar hemorragias difusas fatales. De SANOFI se sabe que es la única gran jugadora francesa en el campo de las biociencias, y heredera de una buena tradición farmacológica. De Filipinas, la gente a lo sumo oyó que el presidente Duterte vive haciendo ejecutar ilegalmente a los drogadictos, aunque los kioskos les venden legalmente cigarrillos a chicos de 4 años. Por estar rodeada de mar, así como Rusia lo está de continente, Filipinas está muy lejos de todo, salvo que Duterte decida dar noticias. Ésta no la dio, y SANOFI, no mucho.

Pase lo que pase con la vacuna del Instituto Gamaleya, y aunque la campaña oficial rusa de vacunación real todavía no haya empezado (probablemente por falta de un stock suficiente de fórmulas fabricadas), lo que queda claro a los ojos del mundo desde ayer es que los rusos fueron los primeros en licenciar, punto. Momento Sputnik garantizado.

En 1957, la puesta en órbita de aquel satélite artificial fue la primera gran humillación tecnológica que EEUU recibió de la URSS.

A las patinadas políticas que pueda sufrir Putin dentro de su país, esta noticia las cura como mano de santo. Toda cosa que aumente el prestigio internacional, y máxime en un país que entre 1945 y 1989 fue la superpotencia mundial número 2, estabiliza internamente a cualquier gobierno, atempera la disidencia. Y a subrayar lo siguiente: la vieja URSS no era simplemente una superpotencia bélica: tenía también el mayor sistema de medicina universal y gratuito del planeta.

Por otra parte, si se estudia cómo la vacuna Salk se ganó el licenciamiento, a los rusos no se les puede objetar absolutamente nada. ¿Fase 3, con la poliomielitis rampante? Olvídate, cariño. En 1956 una epidemia brutal en EEUU había dejado a 60.000 pibes con parálisis. La vacuna Salk, a virus entero pero inactivado con formol, debutó (sin más licencia que una orden presidencial y una luz verde social irrestricta) con una vacunación masiva de 1,8 millones de escolares, a la que el gobierno federal bautizó elegantemente como «fase 3». Y como 2 de las 5 farmacológicas a las que se encomendó la fabricación masiva de la Salk cometieron errores en el control de calidad final, llegaron dosis con virus semivivos a las escuelas y más de 150 chicos quedaron con parálisis rarísimas, asimétricas, que afectaban únicamente el miembro inyectado. También hubo unos pocos casos fatales.

Y si bien hubo escándalo, finalmente estos accidentes no importaron: por primera vez en la historia había una vacuna antipolio y, eliminados los malos fabricantes, funcionaba masivamente bien. Lo que quedó en la memoria popular fue eso, y que Jonas Salk había inyectado valientemente a sus propios hijos antes que empezara «la fase 3» (Putin tomó nota de eso, al parecer), y que además Salk había optado, magnánimo, por no patentar la vacuna, y regalársela a la humanidad.

Un par de años después, Albert Sabin desarrolló una mejor vacuna. Bueno, no exactamente mejor, salvo desde el punto de vista logístico, porque es a virus atenuado, no inactivado. Eso la hace más efectiva pero también más insegura, porque es realmente infectiva, y justamente por eso funciona a dosis bajísimas. Hablo de la Sabin de inoculación oral, la que conoció de chico casi todo pibe argentino, suministrada embebida en un terrón de azúcar, siempre más popular que el pinchazo en un hombro o una nalga de la Salk.

Y don Albert hizo lo mismo que don Jonas, no patentó nunca su desarrollo. Ignoro cómo ambos hombres jamás recibieron el premio Nobel. Pero la imagen mundial de los EEUU como superpotencia benigna literalmente rompió el techo.

Hace décadas que gracias al uso de ambas vacunas la polio está a punto de desaparecer del mundo, del mismo modo en que en 1980 la OMS, con una sola vacuna, pudo anunciar  que había librado a la humanidad de una de sus peores plagas de siempre, la viruela. La polio no ha sido barrida del planeta porque la materia fecal de los vacunados con la Sabin tiene cierta cantidad de virus semivivos, y la resistencia de esta especie viral a la desecación y a la exposición a luz ultravioleta solar es -desgraciadamente- fenomenal.

Por supuesto, tampoco ayuda a la extinción de ese virus la costumbre de los talibanes en Pakistán, Afganistán y la de sus socios de Boko Haram en el Norte nigeriano y en África Central, de matar a las enfermeras vacunadoras, «por estar esparciendo un producto destinado a dejar infértiles a los hombres musulmanes, de modo que los soldados de Allah no tengan hijos».

Los conspiranoicos son gente jodida, allá y acá, donde por suerte no usan armas. Hace 2 meses AgendAR escribió aquí sobre los «antivacunas», y también sobre las consecuencias del apuro.

Daniel E. Arias