Biólogas argentinas exponen su trabajo en el desarrollo local de vacunas contra el covid – Video

Las biólogas e investigadoras del CONICET en la Universidad Nacional de San Martín Juliana Cassataro y Lorena Coria exponen su trabajo en el desarrollo de vacunas basadas en la producción de proteínas o regiones de proteínas presentes en la superficie de SARS-CoV-2.

Estas proteínas -llamadas antígenos por su carácter irritante, capaz de suscitar una respuesta inmune- tienen distintas funciones en el proceso en el que el virus invade una célula. La más estudiada, y el blanco exclusivo y/o preferencial de casi todas las vacunas desarrolladas este año en el mundo es el antígeno Spike, que el virus SARS CoV2 usa como garfio de abordaje, y que se engancha en los receptores ACE2 que tapizan distintas células respiratorias, renales y neuronales.

Otras proteínas del virus son simplemente estructurales, como algunas de las que forman su cápside, o cáscara externa. Hay otras proteínas virales cuya función aún es conjetural: la ciencia tiene apenas 11 meses de conocimiento con el SARS-CoV2. Pero todas ellas, por ajenas al catálogo de proteínas que el sistema inmune humano considera propias, son antigénicas en mayor o menor medida. La inmunidad las ataca con células blancas fágicas, los astrocitos, luego con proteínas bloqueantes, los anticuerpos, y finalmente con células blancas «asesinas», que destruyen los tejidos invadidos por el virus.

La vacuna de la UNSAM no usa únicamente el antígeno Spike, que es una proteína enorme y compleja, sino muchas «microrregiones» del mismo. También usa microrregiones funcionales de otros antígenos del SARS COv2.

La ventaja de una vacuna basada en antígenos, o fracciones de ellos, es que es mucho menos riesgosa. No incorpora el virus SARS CoV2, ni siquiera inactivado. Para el caso, tampoco usan distintos adenovirus vivos del resfrío, modificados genéticamente para producir el antígeno Spike en los tejidos invadidos, como es el caso de casi todas las vacunas recombinantes. La idea es no inyectar virus de ningún tipo y en ningún estado, y es una política de seguridad. La de la UNSAM no es una vacuna codificante ni infectiva. Una vacuna finge ser una invasión viral, pero es más segura si no lo es en absoluto.

En cuanto a usar microrregiones, en lugar de proteínas virales enteras, la idea es que la respuesta de anticuerpos sea muy específica y precisa. Las proteínas enteras pueden disparar reacciones inmunes más vastas y dañinas. Pero no se trata en absoluto de disparar fiebre, hinchazón, dolores y un estado irritativo general del organismo humano, sino de entrenarlo para reconocer el virus, bloquearlo y destruirlo sin síntomas y aquí no ha pasado nada. Un poco, es la misma idea de Calderón de la Barca cuando escribió aquella obra: «A secreta ofensa, secreta venganza».

Una vacuna a fracciones de distintos antígenos, y no únicamente del antígeno Spike, le cierra vías de escape evolutivas al virus, que por ser a ARN muta fácil y ya tiene decenas de cepas en todo el mundo. Ante una vacuna antigénicamente diversificada, el SARS COv2 debe hacerle frente a organismos que contraatacan a varias de sus proteínas, no a una sola.

Las fracciones antigénicas son polipétidos de longitud variable, pero más cortos y menos complejos que las proteínas virales. Para su conservación no necesitan de cadenas de frío extravagantes, como las de las vacunas a ARN, o de al menos -20o C, o como las basadas en adenovirus recombinantes. Las vacunas a fracciones son estables a temperaturas bajas, pero superiores a cero grados: vacunador o vacunadora: caja de telgopor, hielo seco, moto y su ruta. La UNSAM diseñó su vacuna para funcionar en todo el mundo, no en países ricos y libres de problemas de logística.

Por último, el enfoque de la UNSAM apunta a una vacuna que pueda administrarse tanto en forma oral como intramuscular. La oral, como resulta obvio, debe burlar esa planta de desensamblaje proteico que es el estomago, para lo cual requiere algunos trucos de fabricación. Pero es mucho más aceptada socialmente, además de requerir menos personal calificado para su suministro.

Dado que hasta ahora sólo el Ministerio de Ciencia apoyó con dinero el desarrollo de esta vacuna, pero el resto del gobierno no parece haber notado su existencia, es probable que la de la UNSAM sirva como vacuna de segunda generación. Inicia una fase I.

Las vacunas de segunda generación no van a ser necesariamente las más «high tech», sino las que funcionen mejor en casi todo: dentro del organismo vacunado, pero también fuera de él, en las cadena de producción y logística. Y es mejor tenerlas en el país, porque las vacunas que probablemente se licencien este año tienen diversos problemas, y como acaba de subrayar el British Medical Journal, el mayor de ellos es que se han testeado sobre decenas de miles de voluntarios, pero entre ellos no hay niños, no hay adolescentes, no hay embarazadas ni mujeres lactando. Y sucede que la mayor diferencia demográfica entre el mundo pobre y el rico es que el primero está más lleno de niños, adolescentes, embarazadas y mujeres lactando que el mundo rico.

Peor aún, para alcanzar la potencia estadística que determine si las primeras vacunas en licenciarse son efectivas para salvar de Covid grave a los ancianos con enfermedades crónicas de base, sus testeos de fase III deberían tener muchos más ancianos de este tipo. Y no es el caso. Un testo de AstraZeneca que terminó en escándalo dejaba afuera, por criterio de exclusión, a todo mayor de 55 años.

Serán las vacunas de segunda generación las que se desplieguen para «reforzar el frente» cuando las primeras en cruzar el licenciamiento resulten demasiado caras, o difíciles de repartir, o fracasen con los ancianos, o se produzcan en países con los que Argentina no tiene prioridad de suministro, o muestren efectos tóxicos que sólo se manifiestan no en pruebas de decenas de miles de voluntarios, en fase III, sino en el despliegue sobre millones de personas. Todo esto es inevitable.

Lo que es lamentable es que el Ministerio de Salud no esté empujando la vacuna de la UNSAM para que atraviese los estudios clínicos. No se trata de una cuestión de simple soberanía: es probable que en 2021 o 2022 la necesitemos.

Además, ¿desde cuándo la soberanía es un asunto simple?

Juliana Cassataro

 

 

 

 

Lorena Coria