Cómo nos contagiamos el coronavirus. Y por qué la Organización Mundial de la Salud demora en aceptarlo

“El contagio del covid es 20 veces más frecuente en interiores que en el exterior. Y la mitad de las veces proviene de  gente que todavía no tiene síntomas, no tose ni estornuda»

Uno de los mayores errores cometidos en esta pandemia fue el de creer que el nuevo coronavirus se transmitía solo a través de gotitas que expulsábamos al toser o estornudar y que se llamaron “balísticas”. Esto llevó a la falsa idea de que bastaba con estar a por lo menos un metro y medio de distancia para reducir el riesgo. Hoy se sabe que, por el contrario, el microorganismo puede permanecer flotando en el aire en finos aerosoles que contagian con solo respirarlos.

José Luis Jiménez, doctor en ingeniería por el MIT y profesor de ciencias ambientales de la Universidad de Colorado, EE.UU., fue uno de los que libraron una ardua batalla de varios meses para lograr que esta noción fuera aceptada por la comunidad médica. Junto con colegas de un grupo internacional, acaba de publicar en The Lancet un artículo que reúne las razones que fundamentan esta afirmación, que habíamos publicado la semana pasada aquí en AgendAR.

“Lo que demostramos es no sólo que se puede transmitir por el aire, sino que esa es la forma dominante en que ocurren los contagios, que la transmisión por superficies es difícil y que por estas gotas que planteaba la OMS solo se da si alguien tose o te estornuda en la cara –destaca en este reportaje que le hace Nora Bär–. Tenemos que enfocar el esfuerzo en la forma de transmisión prioritaria”.

–¿Cuáles son las evidencias que no dejan lugar a dudas de que el virus se transmite por aerosoles?
–Son tantas, que es difícil mencionarlas suscintamente. Primero, se estudiaron miles de ejemplos de “superpropagación” [como el del coro de Skagit, que se juntó sin saber que uno de ellos estaba enfermo y en el que luego de dos horas cantando, 52 de los 60 integrantes se había infectado]. Son todos lo mismo: personas que se contagian por compartir el aire de una habitación. Esos casos no pueden explicarse por gotas “balísticas” o por tocar superficies contaminadas. Hay casos de transmisión a larga distancia, como el de una iglesia en Australia, donde gente a 15 metros de distancia por detrás de una persona infectada se contagió, donde se pudo probar mediante videos grabados que no tuvieron ningún contacto y el genoma del virus es exactamente el mismo. Después, el hecho de que la mitad de los contagios se dan a partir de gente que todavía no tiene síntomas.

Estos individuos no tosen ni estornudan, esto implica que tiene que ser por el aire. Luego, está el hecho de que el contagio es veinte veces más fácil en interiores que en exteriores, y la ventilación de interiores lo disminuye. Esto solo se explica si va por un humo. Si es un “proyectil”, el riesgo sería el mismo adentro que afuera. También se infectaron trabajadores de la salud que llevaban mascarillas que los protegían de las gotas. Se ha encontrado virus en el aire que luego se han puesto en células y han conseguido infectarlas. Se lo ha descubierto en tubos de edificios adonde solo puede llegar si está en el aire. Se han infectado a través del aire modelos animales como hurones y hamsters. No hay ningún estudio que demuestre u ofrezca algún argumento importante de que no vaya por el aire. Y lo último, y casi lo más importante, es que no hay evidencia de que vaya por superficies o por estas gotas pesadas.

–Si hay tantas pruebas del contagio por aerosoles, ¿a qué se debe que haya sido tan difícil que se aceptara esta idea?
–Por dos razones. La más importante es que había un error histórico en la ciencia y en la epidemiología de las enfermedades infecciosas. En 1910, hubo un investigador destacado en los Estados Unidos que propuso que si alguien se contagiaba en proximidad esto se debía a estas gotas “balísticas”. En realidad, él malinterpretó unos datos que se habían registrado en Alemania. Pero tuvo mucho éxito y esa visión se convirtió en un dogma que hizo que durante todo el siglo XX se considerara imposible que las enfermedades se transmitieran por el aire. Con gran esfuerzo, se consiguió demostrar este hecho para unas pocas: el sarampión, la tuberculosis y la varicela. Pero para las demás, como la gripe o el SARS, hubo mucha resistencia. Entonces, cuando aparece este virus, pues dicen lo mismo: que es una enfermedad que se transmite en gotas “proyectiles” sin ninguna prueba. Era una tradición, un dogma.

La segunda razón es práctica: siempre ha habido mucho miedo de decir que algo va por el aire porque a las autoridades les parece que entonces es como un fantasma y la gente no se sabe defender. Pero es precisamente al revés. Se entiende si explicamos que esto es algo que va por el aire como el humo del tabaco. ¿Cuándo respiras mucho humo de tabaco, que es otro aerosol? Cuando estás justo hablando delante de otra persona o cuando estás compartiendo el aire de una habitación. Si estás al aire libre, no. No solo es fácil de entender, sino que además no es muy difícil defenderse, ni es muy caro. Pero en lugar de eso, hemos estado desinfectando superficies, que no sirve para nada.

–¿Ahora, esto ya es algo definitivamente aceptado?
–La mayoría de los científicos está de acuerdo con nosotros, pero los referentes de epidemiología y enfermedades infecciosas, que tienen la sartén por el mango en la OMS y en los ministerios de Salud son dogmáticos. Durante 100 años han estado pensando que esto de que va por el aire es casi imposible. Algo que es casi imposible no lo estudias, ¿para qué lo vas a estudiar? El comité de la OMS, que es el que decide cómo se transmiten las enfermedades, tiene seis expertos en cómo lavarse las manos y cero expertos de transmisión por el aire. Entonces cuando llegó esta enfermedad, ¿qué dijeron? Que hay que lavarse las manos, que lo del aire era casi imposible. Y hacen unos errores en cuanto abren la boca y escriben artículos que es vergonzoso. Hay varios artículos de estos expertos del comité de la OMS en los que no hay nada correcto. Es todo incorrecto. Es vergonzoso.

–¿De acuerdo con los estudios que ustedes hicieron, cuánto tiempo se mantiene el virus en el aire?
–Como una o dos horas. En ese tiempo, o sale afuera por la infiltración de aire o pierde infectividad. Lo que es peligroso es que haya mucha gente a la vez en una habitación, así se ven muchos casos: cuando respiran el mismo aire durante mucho tiempo, o están hablando muy cerca de alguien. Si llegas a un sitio donde ha habido alguien infectado dos horas antes es muy improbable que te contagies.

–¿Sirve cualquier barbijo? ¿Es suficiente como se dijo al principio, que aunque nos pongamos una bufanda alrededor de la boca estamos protegidos?
–Cualquier barbijo ayuda. Pero una bufanda te protege el 10% y no es tan difícil llegar al 50, 60 o 70%. Es la cosa más fácil. Al principio, cuando nos decían que esto iba por gotas, el barbijo era un parapeto, como una barrera que las tapaba. Pero si llega por aerosoles, como el humo del cigarrillo, se mete por todos los huecos. Hay unos compañeros en Alemania que demostraron que si tuvieses un barbijo con un agujero muy pequeño, del 1% del área, por ahí pasa la mitad del aire. Va por donde menos trabajo le cuesta, y sale o entra por el agujero en lugar de ir por el filtro. Entonces, hay que ponerse las pilas y llevar barbijos de buena calidad, que no nos dejen huecos. Un buen barbijo te deja una marca en la cara; esa es la señal de que sella el ingreso y salida de aire.

–¿Qué se sabe sobre el aire en el interior del transporte público?
–Hay algunos subterráneos que estudiamos que tienen buena ventilación. Cambian el aire muy rápido, entonces a lo mejor no hace falta mantener las ventanillas abiertas. Pero en los autobuses se ve mucha más variedad, dependiendo del modelo, del fabricante, de la antigüedad. Muchos no están bien ventilados y la única manera de asegurarse es abrir bien las puertas o tener menos gente, o ambas cosas. También hay que preocuparse de que la gente lleve barbijos bien ajustados y que no hablen. Al hablar salen 10 veces más virus al aire y al cantar o hablar fuerte, 50 veces más. No hablar o bajar el volumen disminuye el riesgo para todos.

–¿Cómo actuar en lugares cerrados donde se junta mucha gente, como las oficinas?
–Lo más fácil y barato es hacer las cosas al aire libre los días que haga buen tiempo y las actividades que se pueda. Eso es gratis. Lo siguiente es abrir las ventanas, aunque durante el invierno tiene un costo de calefacción. Lo que tenemos que evitar a toda costa es usar química. Fíjate que yo soy químico, pero digo que hay que evitar la química. Sistemas con iones, con plasmas, con fotocatálisis, con hidroxilos, o poner desinfectantes en el aire, como ozono, agua oxigenada, ácido hipocloroso o dióxido de cloro, todo esto es una barbaridad. Y en mi opinión debería estar prohibido. Es peligroso.

–¿Qué consejo les daría a las familias? ¿Es prudente reunirse con las ventanas abiertas?
–Lo que yo le digo a mi familia es que lo mejor es que se reúnan al aire libre, con un poco de distancia y un buen barbijo estás muy seguro. Si te vas a reunir en interiores, siempre estás aceptando un poco más de riesgo. Entonces, sí, abrir varias ventanas contínuamente cuando está la gente. A veces se piensa que ventilar es abrir antes de que venga la gente. No, durante el tiempo que está la gente, constantemente, de manera que si están saliendo virus al aire se vayan yendo. Y yo aconsejaría también reunirse con barbijo en lo posible. Sobre todo, si hay personas de riesgo o adultos mayores.

VIALa Nación