Una llamativa consigna reavivó en las últimas semanas la polémica por la utilización de semillas transgénicas en los suelos argentinos. A través del hashtag #ChauHavanna se convocó a realizar un boicot en contra de la famosa marca de alfajores. ¿El motivo? El anuncio de un acuerdo de complementariedad entre Havanna y Bioceres para el desarrollo de alimentos a partir del trigo HB4 , un “trigo transgénico”.
El trigo HB4 es trigo modificado genéticamente mediante la tecnología HB4. La historia de esta tecnología se remonta al 2004, cuando un equipo de investigadores del Conicet, liderado por la bioquímica Raquel Chan, y la Universidad Nacional del Litoral concretaron una alianza público-privada con la firma de biotecnología Bioceres, para un proyecto basado en transformar especies de interés agronómico con el gen Hahb-4 de girasol y ensayar su tolerancia a la sequía y el estrés hídrico.
Tras un largo camino de investigación y desarrollo, la tecnología HB4 aplicada al trigo obtuvo la aprobación regulatoria del Ministerio de Agricultura en octubre de 2020, transformando a la Argentina en el primer país del mundo en aprobar un trigo transgénico. El trigo y la soja HB4 son ahora parte de una corta lista de tres eventos transgénicos de desarrollo ciento por ciento nacional, sobre un total de 61 eventos aprobados para su utilización en el país.
La aprobación de este trigo marca un hito en la historia de la biotecnología nacional. “Estamos hablando de una tecnología desarrollada en un instituto del Estado en asociación con una empresa formada por productores agropecuarios argentinos, que llegó (llegamos) a tener el mismo nivel que las multinacionales que cuentan con fondos millonarios que yo nunca tuve ni vi. Esto demuestra que el sistema científico argentino es capaz de responder a estos desafíos”, afirmó Raquel Chan en la newsletter de Elisabeth Mohle para Cenital.
No obstante, la campaña de boicot a la elaboración de productos Havanna con trigo transgénico y la efectiva instalación del tema en la agenda pública dan cuenta de lo difícil que sigue siendo hablar sobre semillas transgénicas. La polémica tomó la forma de un juego de rechazos y de respaldos a la utilización de organismos genéticamente modificados, cuando la discusión de fondo es por el modelo agropecuario argentino.
Julián Monkes es licenciado en Ciencias Ambientales y maestrando en Desarrollo Rural. Y Monkes inserta la discusión por el trigo transgénico dentro de un debate más estructural. “Falta planificación estatal que determine qué hacemos y cómo lo hacemos. Dentro de eso entra la discusión de los transgénicos. Si no hay planificación estatal, cualquier aparición técnico o tecnológica lo que terminará haciendo es favorecer un modelo del cual se benefician unos pocos”.
El desarrollo de un trigo que se adapta mejor a las situaciones de estrés hídrico es a priori una buena noticia para Monkes. “A veces no dimensionamos que vivimos en un país semi desértico, que tiene un clima seco. El 65% del país es de área semi o desértica. El cambio climático lo que va a hacer es profundizar los regímenes de sequía. Entonces pensar la producción para todo lo que es el Chaco seco pero también para la Patagonia es importante”, dice el científico ambiental.
Un elemento central en la polémica del trigo es el uso de glufosinato de amonio, un herbicida de amplio espectro como el glifosato, pero más potente. El entrevistado advierte “Es más grave para la salud que el glifosato. El problema con el glifosato es que se tira en enormes cantidades y de forma poco controlada. El glifosato en sí, aislado, no es tan contaminante o no es tan dañino para la salud. El tema es cómo se usa y los otros agentes químicos con los cuales se mezcla. Dentro de eso, el glufosinato vendría a ser un herbicida peor, que impacta más en el ecosistema y en nuestra salud”.
Monkes señala que el uso de los herbicidas viene siendo cuestionado por los propios productores rurales.
La aparición de malezas resistentes al glifosato está poniendo en jaque al modelo de la siembra directa. Se están buscando alternativas para proteger sus suelos de la aparición de malezas en los períodos entre cosecha y nueva siembra.
Una alternativa que viene ganando terreno es el uso de cultivos de servicios. AAPRESID, una de las asociaciones promotoras del cultivo de soja por siembra directa, viene empujando su uso. “El cultivo de servicio consiste en tener un cultivo de invierno que no es para cosechar, sino para mantener el suelo cubierto y que no salgan las malezas. Antes de sembrar la soja en la temporada siguiente, lo que se hace es introducir ese cultivo de servicio”, explica el docente de FAUBA.
El cultivo de servicio reemplaza la práctica del barbecho químico, que consiste en rociar de glifosato el suelo para mantenerlo libre de malezas y otras plantas, sin el cual no es posible realizar la siembra directa. “Lo que está pasando con los cultivos de servicio es que están apareciendo como una necesidad para evitar estas malezas que no están pudiendo controlar químicamente. Es un cambio que va a necesitar cierto tiempo para que se implemente. El 10% de los productores que trabajan con AAPRESID ya están implementando cultivos de servicio”, dice el ambientólogo.
De todas formas, Monkes advierte que el principal desafío es la planificación de los usos de los suelos. “Con un Estado fuerte, con un modelo agropecuario planificado, este trigo transgénico resistente a la sequía sería una gran noticia. Podríamos plantar trigo en zonas de secano, donde hoy no se planta nada, se deja el suelo desnudo y se pierde un montón de carbono, aparecen malezas resistentes y demás. Sería una gran noticia, pero no, es una mala noticia entre comillas porque no sabemos qué van a hacer los productores con eso, si van a aplicar glufosinato o no”, indica.
La principal deriva de esa falta de planificación y regulación es la expansión indiscriminada de la frontera agrícola, sobre todo en la región del NEA. Millones de hectáreas de bosques se han perdido en las últimas décadas a manos de emprendimientos principalmente agrícolas. Pese al aumento de la producción de granos, Monkes advierte que “no paramos de perder producción agropecuaria que se dedica a la producción de alimentos, no de mercancía. La soja o maíz son mercancías que se venden en el mercado internacional. No paran de desaparecer explotaciones agropecuarias productoras de alimentos que van a la boca de los y las argentinos”.
Julián Monkes concluye: «Un modelo agropecuario planificado, con un ordenamiento territorial que señale qué hacer, podría ser la llave para insertar innovaciones como el trigo transgénico en una trama de desarrollo nacional. “El cambio a un modelo que impacte menos, con menos agroquímicos sí o sí va a suceder. El tema es si ese campo futuro va a ser con los productores y campesinos adentro o va a ser un campo ultratecnificado donde no haya nadie. Esa es la discusión de fondo”.
Comentario de AgendAR:
Las observaciones del entrevistado son inteligentes e informadas, pero encontramos en ellas un sesgo similar al que aparece también en muchos planteos de la «agenda verde»: la idea que la planificación es algo que se hace desde el Estado, diseñada por expertos que tienen claro los objetivos a alcanzar.
No funciona así. Lo hemos visto en nuestro país, en experiencias muy recientes. En Francia, un país con una gran tradición de un Estado fuerte y centralizado, se desarrolló en los tiempos de De Gaulle el concepto de «planificación indicativa»: los organismos estatales dialogan con los sectores sociales y diseñan incentivos para que se sigan las políticas adecuadas.
Tengamos también presente que la «revolución de la siembra directa», que ha contribuido mucho a la preservación de los suelos, se llevó adelante sin que los niveles de conducción del Estado tuvieran mucha conciencia de ella.
Tampoco ese resulta el camino ideal. Es preferible la comunicación abierta de funcionarios, productores, gremios y la población en general. Un «feedback» positivo entre el Estado y los ciudadanos.
Vencer el prejuicio contra cualquier cosa que sea «transgénica», muy arraigado inclusive entre quienes no son militantes ecologistas, va a requerir educación, paciencia y prudencia por parte de los organismos estatales. Y de asociaciones con una trayectoria valiosa como AAPRESID.