Cannabis, textiles y construcción: proponen que se vuelva a cultivar cáñamo, en un lugar histórico

Organizaciones cannábicas, estimuladas por el tratamiento de la ley de cannabis industrial en el Congreso, fueron al histórico pueblo de Jáuregui, en Luján con la intención de reconstruir esa actividad en el mismo lugar donde una dictadura la prohibió. En AgendAR contamos esa historia en «Cuando en la Argentina se produjo cannabis en forma industrial».

Jáuregui es una localidad a 7 kilómetros de la Basílica de Luján. Allí desde los años 50 hasta la última dictadura se produjo cáñamo, una variedad de la Cannabis sativa, que por la resistencia de sus fibras fue utilizada para hacer sogas, suelas, paneles para la construcción.

Fue el proyecto del belga Jules Steverlynck, que pensó la industria textil y sus empresas vinculadas a la localidad en la que se había afincado. Hasta allí esta semana llegaron organizaciones cannábicas que, a la luz del proyecto sobre cannabis industrial que se discute en el Congreso, intentan recuperar la tradición en un lugar al que nadie le resulta extraño que se hable de cáñamo. “Sería un enorme símbolo que en este lugar donde hubo una industria enorme y que fue desmantelada por los militares sea un polo de la producción cañamera”, explica Valery Martínez Navarro, productor de zapatillas con telas cannábicas.

En los años ´40 Jáuregui era un pueblo con un trazado urbano breve. La llegada de Steverlynck y sus fábricas moldearon la geografía local. La recorrida por Jáuregui sirve para darle dimensión a su gesta. Donde hoy funciona el Polo Industrial de Villa Flandria, compuesto por dos enormes conglomerados, con decenas de empresas, fue el corazón de la Algodonera Flandria, la nave insignia del belga, a la que luego le fue anexando la producción del lino y el cáñamo. Alrededor de la fábrica se construyeron casas, clubes, bibliotecas, cooperativas obreras, parroquias, sociedades de fomento, comercios. Muchos de esos edificios aún están, varios de ellos fueron construidos con placas de Linex (con mezcla de lino y cáñamo) y que resistieron el paso del tiempo con una fortaleza llamativa.

“Estas paredes internas fueron todas construidas con placas de cáñamo, los tirajes de los extractores y las aberturas de las puertas también. Piensen que esto estuvo casi dos décadas sin que nadie las mantuviera. Era una construcción con materiales de construcción muy sólidos, entre ellos las placas de cáñamo”, explica Laura Olivares, que vive en una de las construcciones que ocupaban los gerentes de la Algodonera y la Linera Bonaerense, las fábricas de Steverlynck.

Por la calle Flandes se va hacia lo que era la puerta de la Algodonera. En un recorrido a pie en medio de una gran arboleda, a la izquierda está la escuela construida también con Linex, el club náutico y al final de la calle, cruzando un puentecito que pasa sobre el río Luján está la cancha del Club Deportivo Flandria, que hoy lidera la Primera B y que también fue fundado por el empresario belga.

“Jáuregui tiene un polo industrial textil y está la mística, la historia del cáñamo. Con cualquiera que hablás lo vincula a una época de enorme progreso. La idea de venir hasta acá es hacer un primer acercamiento con el pueblo de Jáuregui para que se comience a saber entre los distintos actores sociales que cooperativas y organizaciones cannábicas quieren que el cáñamo se vuelva a producir en la zona. Ahora la intención es reunirnos con funcionarios del Municipio. Sería muy interesante que vuelva a resurgir su producción con la ayuda del Estado. Crear nuevos trabajos e investigar”, explica Nico Milione, titular de Acción Cannábica, que explica que en Tigre su organización impulsa un proyecto similar pero de cannabis medicinal.

“Aquí hay una tradición pero también un presente. En la zona hay desarrollo textil que se mantuvo todos estos años y, por ejemplo, está Argentun, la empresa de semillas de girasol. Las semillas de cáñamo también sirven para la producción alimenticia. Se hacen aceites, barritas, granolas y se prensan las semillas también porque tienen infinidad de nutrientes. Habría que ver si es posible compatibilizar y hacer eficiente lo que hay ahora completando con las posibilidades del cáñamo. Es una zona con muchas tierras. Sólo hay que ver si la escala de producción posible termina siendo rentable”, explica Diana Barreneche, de Proyecto Cáñamo, quien al ver el estado de las casas hechas con cáñamo remarca: “Si algo que se hizo hace 50 años sigue cumpliendo su función es incuestionable la nobleza de este material”.

Claudio Núñez atiende una parrilla sobre el Acceso Oeste, dos kilómetros antes del ingreso a Jáuregui. Cuenta que su padre fue uno de los encargados de confianza de Steverlynck y que trabajó en la fábrica casi 50 años. Y que a él llegó a trabajar casi 10 años en la Linera. “Para nosotros, plantar cáñamo era lo más normal del mundo. Era parte de la industria textil y se sumaba al lino que se plantaba y cosechaba. Era un cultivo más. Hasta que comenzaron a venir las excursiones desde Buenos Aires porque querían fumar la planta.

En los terrenos de la vieja Linera está Argensun y otras empresas pero está el casco antiguo de la fábrica y las oficinas, que nunca se tocaron desde mediados de los 70. Están las piletas donde se humedecía el cáñamo para hacer los hilados. También están las viejas máquinas, los carteles con la producción de las tres empresas que llegaron a tener juntas más de 2.000 empleados.

“En el recorrido por el pueblo te das cuenta que hay mucha gente que está contenta con la historia que tuvo, que no reniega ni esconde el cultivo del cannabis, que estuvo más de 20 años acá. Algunos de ellos aún mantienen un expertise que no hay en otros lugares. Esperemos que este sea el primer paso para un acercamiento con la gente de Jáuregui”, concluye Germán Pereira, de Proyecto Cáñamo.

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