Ahora que se fueron de sus respectivos ministerios, AgendAR se saca el sombrero ante el exministro de Agricultura, Luis Basterra, y ante el de Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza.
A ambos les damos las gracias en nombre de la biotecnología argentina. Defendieron con honor, a riesgo político y a veces en soledad a ese conjunto de interdisciplinas que emergen desde las universidades y laboratorios de investigación del estado. Lograron que ese conocimiento biológico llegara a las empresas agropecuarias, a las farmacológicas y a la salud pública.
Ambos contribuyeron al armado de cadenas de ciencias puras, aplicadas y de tecnologías patentadas. Todo lo que ayudaron a construir le añade pisos de complejidad a la economía nacional y a sus exportaciones, nos vuelve un país de biociencias: un exportador no sólo de materia prima barata sino de conocimiento caro. Y no es fácil en esta Argentina que desde los ’60 vive perdiendo ramas enteras de la industria y primarizándose.
¿Por cuál de ambos empezar? Da para tirar la moneda.
A Salvarezza se le pueden y deben agradecer muchas cosas, pero en la emergencia sanitaria global, le reconocemos haber dado los fondos y la organización para que la Argentina en 2020 desarrollara sus primeros tests de detección del Covid-19.
Tanto los tests serológicos (los que detectan anticuerpos o antígenos) y los confirmatorios, que detectan genes virales (los PCR) sacaron al diagnóstico de sus reductos en el AMBA y los llevaron a todo el país. De movida nomás fueron mucho más fiables y baratos que todo lo que se venía importando. Aceleraron diagnósticos, encaminaron tratamientos, salvaron vidas, crearon puestos de trabajo y ahorraron divisas.
Sobre esto, AgendAr publicó casi todo lo que pudo, y se quedó corta. Los ejemplos están aquí, aquí y aquí.
Salvarezza hizo más aún: acaba de apoyar con tres partidas inusualmente grandes para un ministerio pobre como el MinCyt, el desarrollo de tres posibles vacunas anti-Covid nacionales: la de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), la de la Fundación Instituto Leloir (FIL) y la de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Según el grado de avance de cada una, los 60 millones de pesos recibidos por cada una de las tres instituciones permitirán empezar una etapa clínica de fase I o de seguridad, (en el caso de la UNSAM, la que más avanzó), y cerrar las etapas pre-clínicas con animales de las otras dos vacunas.
Si estas fórmulas llegan al licenciamiento y a la fase III, depende de otro ministerio que hasta ahora no puso un centavo en vacunas nacionales: el de Salud, el MinSal, y que esperamos que ahora lo haga. Las tres fórmulas tienen posibles candidatos industriales que quieren fabricarlas.
Y cuando empiecen a salir de plantas industriales serán bienvenidas: ante el desabastecimiento mundial, se atrasan en llegar as vacunas importadas, tanto las muy buenas como las suficientemente buenas, (y ha sido mérito del MinSal no haber comprado fórmulas mediocres). Pero los atrasos nos han costado decenas de miles de vidas. Y además, U$ 1.661 millones de dólares, a fecha de hoy.
Y como la emergencia durará en forma global, estas tres nuevas vacunas nacionales en 2023 podrían llegar a ser 5, sumando las propuestas del INTA-Bariloche y de la Universidad Católica de Córdoba. Abren todo abren todo un campo nuevo de trabajo calificado nacional, de exportaciones y de prestigio biomédico.
En el caso de Luis Basterra seremos terminantes: le despejó la vía regulatoria al desarrollo biotecnológico más importante de la historia argentina. Son los cultivos HB4 desarrolladas por la Dra. Raquel Chan, del INDEAR, laboratorio de la Universidad Nacional del Litoral y del CONICET. Los cultivos HB4 son resistentes a los extremos hídricos.
Son las armas del campo argentino para enfrentar el cambio climático, y sobre todo las pérdidas por sequía prolongada. La soja, la alfalfa y el trigo HB4, gracias a sus genes de regulación metabólica del agua salidos del girasol, reaccionan de un modo paradójico ante el stress hídrico: en lugar de secarse, multiplican su productividad.
Ninguna semillera multinacional tiene esta tecnología. Los primereamos a todos.
Pero no sin “contra”. Desde tiempos de la De la Rúa, cuando un conjunto de productores agropecuarios y laboratorios universitarios fue tratando de formar una empresa mixta alrededor de estas patentes, y se empezaron a presentar las autorizaciones para “salir a campo”, se sucedió un largo desfile de ministros de agricultura de muy diverso pelaje político. Y ninguno se atrevió a darles luz verde plena, especialmente con el trigo. Era desafiar el lobby de las multinacionales de biociencias.
Ninguna de estas empresas se muere de entusiasmo de que este dócil comprador de patentes transgénicas y buen pagador de royalties, como ha sido la Argentina desde los ’93, se les vuelva de pronto un competidor.
Las conquistas regulatorias de Bioceres se fueron abriendo paso a lo largo de bastante más de una década, a través de organismos como SENASA (Servicio Nacional de la Sanidad Animal) y la CONABIA (Comisión Nacional de Biotecnología Agropecuaria). Ha sido una larga y sorda pelea de pasillos, con apenas eco en algunos medios –muchas veces en contra- y una incomprensiòn distraìda del resto de la sociedad.
Desde que existe la CONABIA (1991), aprobó más de 62 eventos transgénicos, mayormente de grandes semilleras multinacionales. Esas vienen con autorización regulatoria “de origen”, generalmente estadounidense, y avanzan al licenciamiento a “velocidad warp”.
En cambio, los escasos eventos transgénicos argentinos se empantanan burocráticamente, y los funcionarios a cargo de poner sellos y firmas se aterran de ONGs minúsculas y presuntamente ecologistas, pero poderosas por default. Y hay que ver qué marketing traen detrás: la primera fue la obvia multinacional Greenpeace, la última en asomar a la palestra se llama “Trigo Limpio”. Nada menos.
Ante Basterra nos sacamos el sombrero justamente porque le abrió paso a la siembra a campo del trigo HB4 de Bioceres, nuestra primera firma de biociencias agrícolas. Ya no había excusas científicas para detenerla: los genes de girasol incorporados a este trigo por el INDEAR, dirigido por la Dra. Chan, forman parte de la dieta humana y animal desde hace milenios. No mataron a nadie. No se comen a los chicos. El trigo HB4, estimados, es limpio. Eso sí, tiene el valor agregado argentino de no morirse fácil con las sequías.
Por dar una cifra de lo que cuestan las sequías, ahora que el clima se está desquiciando cada vez más, en 2018 la Argentina, único país del mundo con una soja, una alfalfa y un trigo resistentes a extremos hídricos, no los podía sembrar legalmente dentro de su territorio.
En consecuencia, perdió U$ 7 mil millones por muerte de cosechas ya implantadas. Quebraron miles de pequeños productores. El estado perdió horrores de recaudación. Nadie se responsabilizó.
El último bastión institucional de resistencia a los eventos nacionales, la Dirección de Comercialización del Ministerio de Agricultura, trabó exitosamente el trámite del trigo HB4 hasta que llegó Basterra. Desde 2020 se está sembrando. Y bancándose la peor sequía de los últimos 50 años. ¿Alguien fundará la ONG “Trigo vivo”?
AgendAR no va a dejar que se vaya Basterra de su cargo sin rendirle este pequeño reconocimiento.
Él y Salvarezza dejan una vara muy alta para sus sucesores, Julián Domínguez y Daniel Filmus.
Daniel E. Arias