«Abran paso a una vacuna argentina» – Conclusión

El valor de una imagen: tras mucho esperar la AstraZeneca el presidente Alberto Fernández recibe, en enero de 2021, una dosis de Sputnik-V. Sucedió poco antes de que la revista “The Lancet”, autoridad de licenciamiento por défault de la OMS, publicara la fase 3 de esa fórmula con números excelentes.

(La 1° parte de este artículo está aquí; la 2°, aquí); y la 3°, aquí)

¿Qué hemos venido importando y a cuánto?

La dispersión y evolución de los precios que supimos conseguir es interesante. La vacuna más barata fue la de AstraZeneca, a U$ 4 la dosis, centavito más, centavito menos, su precio standard en todo el mundo.

Todas las vacunas licenciadas hoy por la OMS se lograron con subvenciones de distintos estados, directas o intermediadas por fundaciones y ONGs. Pero AstraZeneca, además de sangrar en abundancia a Su Graciosa Majestad, tuvo el golpe de vista de subcontratar a más de 30 laboratorios de genéricos en todo el mundo como proveedores, entre ellos los gigantes del negocio: el Serum Institute de la India, SK de Corea del Sur, y en la América Latina de habla hispana, al grupo Insud. Y fueron veloces, lo hicieron antes de entrar siquiera en estudios de fase. Le tenían fe a su vacuna.

Dejaron al resto de las “Big Pharma” de Occidente casi sin capacidad instalada de fabricación en los países donde la hay buena y a bajo costo (somos uno de ellos). Por esta razón el precio de la AstraZeneca es imbatible incluso para la china Sinovac, pese a que ésta fue la vacuna más vendida en el planeta. AstraZeneca abarató su dosis encareciendo a las demás.

AstraZeneca solía decir que no piensa ganar plata con esta pandemia. Hace un tiempo que no insisten con eso. Resulta tan creíble como que, con su Armada Brancaleone de fabricantes, cumpla un pedido en tiempo y forma. No lo han hecho ni con el Reino Unido, país del cual es la vacuna “de bandera”.

Los rusos fueron nuestro plan B. Resultó muy superior al A medido por efectividad (91,8% a doble pinchazo). Los rusos recibieron uno de los dos mayores pedidos de Argentina: 30 millones de dosis. El RDIF cobra U$ 9,95 cada dosis de Sputnik-V, precio más que decente para la tercera vacuna más eficaz del planeta.

Pero el RDIF nos hizo (y hace) penar duro con los atrasos e incumplimientos, especialmente del segundo componente de la vacuna. La culpa es en parte nuestra: fuimos su segundo cliente internacional cuando a esa vacuna le hurtaban el hombro incluso en su país de origen, y el primer comprador externo que no era una casi provincia rusa, como Belarús.

Esto fue puro mérito de la actual ministra de Salud, la Dra. Carla Vizzotti, que logró ver el mérito de la fórmula rusa en origen, en Moscú, y entender que era muy superior a su propaganda. Al Instituto Gamaleya, pese a su tradición científica tan centenaria y digna como la del Institut Pasteur francés, fue una argentina quien lo puso de moda en Occidente. En mi barrio, eso es avivar giles. También fue el comienzo verdadero de la campaña de vacunación de nuestro país.

Entre las decenas de vacunas codificantes como la AstraZeneca o la Johnson & Johnson, que usan adenovirus del resfrío Ad5 como vectores de genes del SARS-CoV, la fórmula rusa tiene la rareza única de emplear el adenovirus Ad26 para primera dosis, y Ad5 para la segunda. Esta parece ser la clave de su impresionante eficacia: la segunda dosis no encuentra ninguna resistencia inmune generada por el vector viral de la primera. No hay reacción “cartero mata mensaje”.

En revancha, esto complica una fabricación conceptualmente compleja de suyo: el Ad5 parece más duro de producir en masa, al menos para los fabricantes rusos.

Lo concreto es que la Sputnik-V fue licenciada por las autoridades regulatorias de 70 países en los que viven 4000 millones de personas, la mitad de la humanidad. Que la OMS le siga retaceando su aprobación a lo sumo prueba que a esa agencia de la Naciones Unidas la teledirigen los EEUU, China y la UE. Lógico: ponen la mayor parte de su presupuesto. Lo apestoso de la situación es que, por propiedad transitiva, a la OMS la terminan dirigiendo las Big Pharma occidentales, y ahora también de China.

Las vacunas chinas que compramos han sido algo más previsibles en las entregas, aunque menos efectivas y más caras. Sinopharm, con tres pedidos argentos que se acumularon hasta sumar 30 millones de dosis, empezó cobrando U$ 20 la dosis con la primera orden chica, pero cuando pasamos a gran comprador, nos bajó el precio a U$ 15.

La china CanSino, en cambio, nos vendió 5,4 millones de dosis a U$ 17 la unidad: es una vacuna codificante, de vector adenoviral y eficacia mediocre. Tiene la ventaja de funcionar a dosis única. La casi inefectiva Sinovac, “dumpeada” a troche y moche por China sobre Sudamérica en sustitución de la Pfizer (que no llegaba jamás), aquí no la quisimos.

Con el diario del lunes, habría sido mejor olvidarse de la existencia de AstraZeneca y empezar comprándole directamente la Sinopharm a China y la Sputnik-V a Rusia. Y si lográbamos asegurar algunas entregas exitosas, empezar a negociar la transferencia de tecnología para fabricarlas enteras aquí, de punta a punta. No habría sido fácil obtenerla.

¿Pero quién podía suponer en marzo de 2020 que AstraZeneca, una multi de lo más seria, y la intermediación de tantos magnates como Gates y Slim podía desembocar en el caos? ¿Y quién podía poner la mano sobre el fuego porque rusos y chinos pudieran fabricar vacunas más que decentes según estándares occidentales? No lo habían hecho jamás.

Las vacunas génicas yanquis a mARN, o ARN mensajero, Pfizer y Moderna, nos salen previsiblemente saladas, pero sus fabricantes aquí parecen estar bajándose del caballo: Moderna cerró con el MinSal a U$ 21,50 la dosis. Alguien negoció bien: según la BBC, piden entre U$ 25 y U$ 37 la dosis.

Pfizer, que en 2020 nos empezó apretando con precios y garantías psicópatas y alguien (vaya a saber quién) desató el infierno mediático cuando los mandamos a bañarse, acaba de acordar con nuestro país por 20 millones de dosis a U$ 12 cada una. Eso, por la misma vacuna que Pfizer le acaba de volver a vender a Israel a U$ 23,5 la ampollita, vale decir el doble. La diferencia quizás está en la seguridad de las entregas: en Israel ya están dando 3ra dosis a razón de 150.000 pinchazos diarios.

No hay un “después del Covid-19”, aunque hoy aquí parezca tan a la baja. Va camino de volverse otra respiratoria de alcance planetario con la que lidiar, pero por ahora –y tal vez por varios años más- bastante peor que la gripe en contagiosidad, letalidad y secuelas.

Parecerá irse y rebrotará. Habrá meses o años en que no pensaremos en el virus SARS CoV2, y otros momentos en que no podremos pensar en nada más.

¿Estamos bien abastecidos de vacunas, por lo menos? En teoría, tenemos contratos que suman 130.404.710 dosis. Va en letras, casi cientotreinta millones. Suficiente para 65 millones de habitantes… que son 20 más que los 45 millones de argentinos existentes.

¿Entonces compramos de más? En absoluto. Primero, que confundir promesas de entrega con entregas en un mundo con un 60% de no vacunados sería un error de principiantes, y ya lo cometimos. Segundo, que si los fabricantes nos cumplen, cantaremos hosannas, aleluyas, y celebraremos que hay yapa, o tercera dosis de refuerzo, para casi la mitad de los argentinos.

Es un modo de zafar parte de 2022 hasta que lleguen las vacunas criollas, cuyo licenciamiento… viene lento. Como decía el viejo refrán español: “Las cosas de palacio… van despacio”.

Es que la Argentina rara vez logra sobreponerse a su entusiasmo cholulo por lo importado. Aquí hubo gran revuelo cuando la Organización Panamericana de la Salud (OPS, regional de la OMS, Naciones Unidas) dijo que nos transferiría la tecnología de vacunas a ARN mensajero, mARN en la jerga.

Por ahora, sólo hay 2 licenciadas por la OMS: Pfizer y Moderna. Y los receptores de la tecnología serían el Fiocruz en Brasil, formalmente el Instituto Oswaldo Cruz, una SE (Sociedad del Estado Federal), y el grupo Insud en Argentina. No parece una oferta muy pensada desde lo diplomático. ¿La OPS considera que no tenemos un estado federal, o que es tan obviable que tratando con Insud se acorta camino?

¿Qué parte de la tecnología de vacunas a mARN transferiría una firma como Pfizer, y a cuánto? ¿El “filtering-filling” terminal, quizás? Es lo que otorgó el Fondo Ruso para la Inversión Directa (RFDI) a laboratorios Richmond para el caso de la Sputnik-V ¿O la receta de la vacuna a granel, como le transfirió AstraZeneca a mAbxience, pero sin la terminación?

“Uno te vende la cola del pescado y el otro la cabeza, pero ninguno el pescado entero. Si querés el pescado entero, agarrá la caña porque tenés que pescarlo vos, papá”, resume un investigador a cargo del laborioso desarrollo de una vacuna argentina. Para que SU fórmula no sufra represalias de licenciamiento, prefiere no dar su nombre.

“Ninguna Big Pharma te va a transferir el ‘core’, el núcleo de ciencia pura, aplicada y tecnología que te permite dominar totalmente una vacuna conceptualmente nueva como una de mARN”, añade. “Pero perdoname si me pongo en Corea del Centro: no está mal que transfieran una parte de la producción a granel o del envasado de algo que no tenemos en el país, ni en el sector público ni en el privado”.

¿Y por qué lo hacen?, queremos saber.

“Lo hacen porque les conviene a ellos- contesta el experto- No somos Uganda. Aquí hay universidades y una industria. Cuando las papas queman y hay 8000 millones de personas a vacunar, tener empresas en el Sur capaces de recibir el granel, acondicionarlo y fraccionarlo, es estratégico”.

Parecería que el mercado estadounidense está saturado: los antivacunas le han puesto un techo más bajo que el previsible. Pfizer parecería estar revoleando stock antes de que se les venza. Pero además de planear vendernos su vacuna a granel a través de la OPS, tal vez tengan otras cosas distintas para vender.

En el Hospital Militar Central (HMC), mismo lugar donde Pfizer en 2020 testeó su vacuna en fase 3 sobre 6000 voluntarios, hoy avanza otro estudio de fase 3 bajo dirección del Dr. Gonzalo Pérez Marc. Se testea una novedosa “triple viral respiratoria”, dirigida contra el Covid-19, la gripe A y la bronquiolitis causada por el virus sincicial respiratorio. Éste último es mucho menos pediátrico de lo que se cree: en mayores de 60 está ligado a infecciones pulmonares con efectos cardíacos.

A diferencia de la triple viral anti-eruptiva infantil, de efectos muy prolongados (exige a lo sumo uno o dos refuerzos en toda una vida), una triple viral respiratoria para ambos extremos de la vida –mayorcitos y chicos- debería reformularse cada año, por la rápida deriva genética de los tres virus mentados.

Los patrocinantes de este estudio en el HMC por ahora esquivan dar el nombre. Pero en este nuevo plan triple pasarían de una situación “gallina de los huevos de oro”, como se las dio hasta hace meses con sus vacunas contra el Covid-19, a otra más definible como “la vaca atada”.

El médico investigador, Gonzalo Perez Marc, junto al infectólogo, Fernando Polack, están a cargo de los ensayos de la vacuna triple viral

En términos regulatorios, además, gastarían menos, porque los relicenciamientos se harían sobre fases 2/3 reducidas. Deberían ser muy expeditivos, cosa de seguirle las gambetas a virus tan mutantes.

El Dr. Fernando Polack, infectólogo referente que condujo aquel estudio, resume así esta novedad. “De esta forma te darías una vacuna una vez por año y te sacarías de encima el problema de las respiratorias”. Cualquier mayor de 60 años que ha salido vivo de una neumonía postgripal escucha eso y para la oreja.

No sabemos cuándo estarán licenciadas o cuánto costarán estas novedades, ni si estamos –como país- dando nuevamente un activo nacional como el Hospital Militar Central a cambio de nada y sin pedir garantías firmadas de provisión y de precio, como sucedió en 2020.

Sí sabemos que la ley 27573 de vacunas contra el Covid-19 fue redactada para evitar que en la desesperación inicial por importar una dosis salvadora termináramos aceptando garantías raras: una cuenta del Banco Nación, una embajada, unas tierritas fiscales, una fragata, vamos, algún activo militar, aflojen, che, argentos amargos, cambien la Constitución.

Porque los abogados de las farmacológicas son gente aprensiva y melindrosa. Necesita desesperadamente poner a sus firmas a salvo de eventuales juicios de mala praxis por parte del país comprador, si en fase 4 (post licenciamiento, ya en etapa de despliegue masivo) resulta que la fórmula mata a más gente de la que salva. ¿Acaso no pasó con la vacuna contra el dengue en Filipinas?

Aprietes de las multis significa eso, someterse a la paranoia de una manga de subnormales corporativos, no sólo a sus precios delirantes.

Dado que “la Cecilia” es la fórmula con los preclínicos más completos y por tecnología, será de producción barata y rápida, el único argumento que podrá esgrimirse para que el Ministerio de Salud no encare ya el licenciamiento, será tal vez que en 2022 no haya tantos argentinos sin inmunizar.

Pero en el escenario de un testeo exitoso de 4000 voluntarios adultos, luego estaríamos bien parados para exportar vacunas a otros países. Según viene de necesidades insatisfechas el mundo, si alcanzamos un punto de cruce lógico entre efectividad y costo, estaremos en carrera.

El costo de una “Cecilia”, si entra en producción, se estima en U$ 8 la dosis.

Y es argentina.

Daniel E. Arias

PS: Mientras este texto estaba en corrección, llegó la noticia de que el gobierno aceptará un crédito del Banco Mundial por U$ 500 millones para comprar 40 millones de dosis de vacunas contra el covid, y pinta que serán Pfizer y Moderna. Sin comentarios.