Con una de las tasas de vacunación más altas del mundo, Portugal acaba de levantar sus restricciones y ensaya un cauto regreso a la normalidad.
En Lisboa, una ciudad obsesionada con el fútbol de un país obsesionado con el fútbol, las canchas están nuevamente llenas. Portugal, que en los primeros meses del año fue arrasado por la variante Delta, ahora tiene la tasa de vacunación contra el Covid más alta de Europa y permite entrever como será la transición de una pandemia a convivir con un virus endémico.
El miércoles pasado, decenas de miles de hinchas colmaron el Estadio da Luz para alentar al favorito local, el Benfica, en su enfrentamiento con el Bayern Múnich. Los hinchas se amontonaron en el subte que lleva al estadio, en las filas para ser cacheados por la policía, y después del partido, en los puestos de comida callejera, donde ahogaron en cerveza la aplastante derrota que acababa de sufrir su equipo.
El gobierno portugués levantó recientemente el aforo del 30% que regía en los estadios a causa del Covid. Pero no todo es como antes: los hinchas deben presentar constancia de vacunación, de reciente infección o de testeo negativo, y el barbijo es obligatorio en todas las instalaciones de los estadios.
Casi el 100% de los portugueses mayores de 50 años han recibido al menos una dosis de la vacuna, según el gobierno. Esa cifra es del 95% entre los de 25 a 49 años, y del 88% en los adolescentes de 12 a 17 años. Alrededor del 89% de los 10 millones de habitantes del país tiene al menos una dosis de la vacuna, muy cerca del país más vacunado del mundo, los Emiratos Árabes Unidos, y muy por encima del 65% de Estados Unidos y del 73% de Gran Bretaña, según el proyecto Our World in Data.
Durante el mes pasado, Portugal promedió seis fallecimientos diarios por Covid, frente al pico de casi 300 muertes diarias en enero. En mayo y junio, los fallecimientos habían caído a uno o dos por día, pero esa cifra subió a 20 durante julio. Desde mediados de año, la cifra diaria de nuevos contagios y hospitalizaciones está bajando. Portugal promedia actualmente unos 750 nuevos casos diarios, frente a los casi 13.000 de enero, y hay 320 personas internadas, en comparación con los 6700 del pico de la variante Delta.
El 1 de octubre, Portugal dio de baja la mayoría de sus medidas de restricción por el coronavirus, pero en más de un sentido, la vida en Lisboa parece un túnel del tiempo a los días más oscuros de la pandemia. Hay dispensers de alcohol en gel por todos lados, y en muchas iglesias los bancos siguen acordonados para garantizar el distanciamiento social, aunque ya no es obligatorio. Para los eventos masivos, se exige el certificado de vacunación, infección reciente o testeo negativo, y el barbijo sigue siendo obligatorio en el transporte público, en las escuelas para los alumnos mayores de 10 años, y para los empleados de comercios, restaurantes y bares.
Y al mismo tiempo, los subtes van atiborrados de pasajeros, y los tranvías, muy populares entre los turistas, van tan cargados que no pueden detenerse en todas las paradas. La vida nocturna volvió con fuerza en varias partes de la ciudad, y casi todos los días llega un inmenso crucero repleto de visitantes.
El cauteloso regreso a la normalidad de Portugal a pesar de esa envidiable tasa de vacunación es seguido de cerca como un posible caso testigo, ahora que muchos países han avanzado con el esquema de inmunización y ya evalúan levantar las restricciones que quedaban en pie. El enfoque de Portugal contrasta con el de Gran Bretaña, donde una combinación de menos vacunados y cero restricciones ha desencadenado un nuevo auge de contagios y un aumento de los fallecimientos.
“Sin turistas me fundiría, pero todos los días miro el índice de contagios, y por poquito que suba, ya me pongo nerviosa”, dice Paula Marques, dueña de un local de souvenirs en Lisboa. “Ojalá que en Portugal la pandemia sea un mal recuerdo, pero para ser honesta, sigo preocupada por lo que pueda pasar cuando llegue el frío.”
Portugal atravesó casi ileso la primera oleada pandémica, pero en noviembre de 2020 sufrió una escalada de contagios y en enero de este año una oleada que hizo añicos la ilusión de que este pequeño país del rincón sudoccidental de Europa pudiera zafar de lo peor de la pandemia.
Maria Mota, directora ejecutiva del Instituto de Medicina Molecular de Lisboa, tiene un recuerdo indeleble de ese momento, que todavía la hace estremecer. Una noche se quedó trabajando hasta tarde en el laboratorio, y desde su ventaba contó una fila de 52 ambulancias que esperaban para descargar pacientes frente a la guardia del hospital.
Ahora Portugal probablemente se encuentra en un “período de transición entre la pandemia y la nueva realidad del Covid-19 endémico», dice la doctora Mota. Con los traumáticos recuerdos de enero todavía frescos en la memoria colectiva y con interrogantes sobre lo que sucederá con la llegada del invierno boreal, es probable que la mayoría de los portugueses se siga cuidando, dice Mota.
“Jamás olvidaremos lo que pasamos en enero, pero ahora el Covid es endémico y tenemos que aprender a convivir con el virus”, dice Mota. “Casi toda la población está vacunada y el virus sigue circulando, y eso demuestra que no desaparecerá.”
Al igual que en otros países con gran proporción de su población vacunada, en Portugal la persistencia de los contagios no ha provocado un aumento significativo de las hospitalizaciones y las muertes por Covid.