Las dos viejas supersticiones económicas que frustran el desarrollo argentino

Ayer publicamos en AgendAR La economía argentina, al final del año, un informe detallado y comprensible del economista Juan Manuel Telechea sobre las variables fundamentales de la economía argentina: actividad, salarios, …, a punto de empezar el 2022.

Yo abusé del privilegio editorial para agregar al final un comentario en el que expresaba mis reservas con la obsesión actual acerca del acuerdo con el F.M.I. Una decisión importante, por cierto, pero, cualquieras sean los términos, no resuelve nuestros problemas ni nos encamina hacia un desarrollo equilibrado. (Salvo para los que creen que el F.M.I. es el organismo adecuado para dirigir nuestra economía).

Siento que ahora corresponde que baje de mi sitial de editor, y exponga mis ideas sobre la economía de nuestro país, para debatir como una voz más. No es un trabajo técnico como el de Telechea; no estoy en condiciones de hacerlo. Es sólo una reflexión que volqué en mi blog personal hace algunos meses, y que -lamentablemente- sigue siendo actual. En realidad, creo que en el debate económico argentino es válida desde hace al menos cinco décadas.

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«… Se trata de supersticiones opuestas y viejas. Ya se expresaron en el debate entre las ideas de dos economistas, Jean-Baptiste Say y Thomas Malthus, hace dos siglos. Pero se mantienen en pie, e influyen poderosamente en las posturas de las fuerzas políticas que compiten por gobernar Argentina, porque ambas tienen intereses poderosos a su favor, y de sostenerlas con elocuencia dependen contratos y cargos.

Empiezo por la que favorecen empresarios y, aún más que ellos, profesionales que trabajan para grandes empresas: La oferta crea la demanda.

En castellano un poco más claro: todo lo que es necesario y suficiente para estimular la economía y la producción es ofrecer ventajas y garantías a los inversores (gente tímida y cautelosa). Así, ellos pondrán en marcha empresas que darán empleo y crearán la prosperidad general. La magia del capitalismo, en la que creen con una fe similar a la que otros creían en la magia del socialismo. La especulación financiera, los impedimentos, físicos o legales, para ingresar al mercado o para aumentar la producción, los intereses nacionales (de otras naciones), son sombras a las que no se permite empañar esta luminosa imagen.

(El odio de los «liberales» -así llaman en Argentina a los fieles de esta superstición- hacia Keynes, un inglés conservador lúcido, cuya única excentricidad era su opción sexual, se debe a que demostró matemáticamente que, aún en condiciones de competencia, los mercados pueden encontrar equilibrio sin que se llegue a la utilización plena de los recursos. Entre ellos, el empleo. Todo lo demás que hoy pasa por keynesianismo es sarasa).

La mayoría de los propagandistas de estas supersticiones las creen, téngase en cuenta. Es muy humano. Cuando el entonces candidato Mauricio Macri les decía a grandes empresarios que le dieran el 1% de su patrimonio para su campaña, porque sus patrimonios valdrían mucho más cuando él fuera Presidente, no los estaba currando (esa vez). Era un convencido de eso. Iba a crear un clima propicio para los negocios, y además manejaba bien el inglés ¿Qué mas sería necesario?

Paso a la otra superstición: La demanda crea la oferta. En esta versión, lo único necesario y suficiente es «poner dinero en el bolsillo de la gente». Que va a ir a comprar productos, los empresarios venderán más y tendrán que tomar trabajadores para producir más, que a la vez consumirán productos… La magia del capitalismo, supervisado por el Estado (algunos de sus creyentes más fervientes antes creían en la magia del socialismo, pero eso es común. El neoconservadorismo yanqui fue fundado por ex troskistas).

Como en el otro caso, la especulación financiera, los impedimentos, físicos o legales, para ingresar al mercado o para aumentar la producción, … son espejismos en los que insisten los propagandistas del Otro Lado porque odian a los pobres y a los funcionarios.

El principal inconveniente resulta ser esa perversa predilección de la gente por ahorrar en una moneda que no se les derrita en los bolsillos (en nuestro caso, el dólar)… Vale la pena tener en cuenta que el mismo Keynes no simpatizaba mucho con lo que llamaba «la propensión al ahorro», pero no se le ocurría que era posible suprimirla. Silvio Gesell, y ahora Claudio Lozano, son más imaginativos, pero no creo que sus ideas sean prácticas, qué quieren que les diga….

Esto último se refiere al problema básico que incomoda a todos los economistas «nac&pop» (entre los cuales se me ha incluido, aunque no soy economista; sólo un simple contador): la inflación. La respuesta estándar es que es que «la inflación es multicausal». Lo que es cierto, pero no ayuda a detenerla, ni siquiera a moderarla.

Luego se afirma que la inflación se debe a la codicia irrefrenable de los «formadores de precios», que van a subirlos todo lo que puedan. También es cierto, y lo señaló Adam Smith hace dos siglos y medio. Pero ahí hay que explicar porqué la codicia de los empresarios en otros países no la provoca, por lo menos no en los índices locales.

La última trinchera la atribuye la inflación a la puja distributiva entre empresarios y trabajadores. También muy real, por supuesto. Y también universal, salvo en países donde la policía secreta es muy eficiente.»

No hace falta reiterar que este es un comentario informal. Sí vale la pena, creo, agregar que esas dos «supersticiones» se fundan, las dos, en hechos reales. El error, o el engaño deliberado, es pretender que una de ellas es una condición necesaria y suficiente para el desarrollo argentino.

Feliz 2022, compatriotas.

Abel B. Fernández