(La 1ra. parte de este artículo está aquí); la 2da., aquí)
Si hay que justificar al capitán del Moskvá en su decisión -presunta- de desautomatizar las defensas antiaéreas y antimisil, aceptemos que es difícil vivir en un barco en alerta máxima permanente.
No parecía haber riesgos existenciales para el barco. Las inmediaciones de la Isla de las Serpientes no habían mostrado ser aguas peligrosas en absoluto para Rusia, al menos hasta aquel momento. Y un buque misilístico con los sistemas antiaéreos en “gatillo celoso” se vuelve peligroso de transitar por cubierta. Quien salga a cumplir tareas o simplemente tomar aire, corre peligro de ser incinerado por la reacción inesperada y brutal de los lanzamisiles o los cañones.
En la popa del barco además hay dos torretas retráctiles lanzacohetes, con misiles de menos pretensiones, los Osá (“avispa”, en ruso), una por cada banda. Los Osá son más bien chicos y de alcance medio (30 km). Normalmente viajan replegados. Sólo emergen en cubierta en caso de ataque y el lanzador los dispara desde 2 rieles de apuntamiento, sin canastas. Salen volando hacia el blanco con su motor principal.
Éste es un tipo de lanzamiento más bien “sesentoso” y algo perimido. Y no sólo por los peligros para la tripulación y los efectos del chorro de llamas de las toberas sobre las estructuras de la cubierta. Desde cubierta, hay demasiados ángulos muertos tanto para la puntería como para el tiro, justamente porque el puente y la timonera son obstáculos inevitables.
Lo dominante a partir de los ’90 es el disparo vertical desde canasta con un motor de arranque de baja potencia, como el de los Fort.
Tras este morterazo ascendente, y ya a más de 100 metros en el aire, el misil “se acuesta” casi en horizontal, ya tratando de apuntar la nariz en la dirección general de su blanco en algún radial de los 360º, y recién entonces dispara su motor principal. Cuando lo hace, sale disparado hacia el objeto agresor como un balazo. Toda esta secuencia de eventos es rapidísima, y permite evitar los ángulos muertos de tiro impuestos por la superestructura del barco en un lanzamiento desde cubierta, algo que sí obstaculiza el desempeño de los Osá.
El Moskvá vacío, escorado, ardiendo y a punto de darse vuelta en un mar más bien calmo. Ningún bote en el agua y las amarras vacías de los gomones salvavidas indican una evacuación exitosa, pero el humo testifica el fracaso en el control del fuego y la escora a babor podría dar cuenta de que en esa lucha el capitán mandó a inundar muchos compartimientos. Faltan piezas claves para armar el rompecabezas de ese hundimiento: no están -al menos a la vista- los clásicos agujeros de penetración de los misiles, que suelen afectar muchos metros cuadrados de casco sobre la línea de flotación. Amén de lo cual, tanto las misileras redondas Osá de popa como las tapas de los lanzamisiles antiaéreos Fort están cerradas: el barco no se defendió. Y no por falta de armas para hacerlo, precisamente.
Las últimas imágenes que se tienen del Moskvá sobre la superficie en la madrugada cuando se hundió son reveladoras. Muestran el crucero evacuado, echando aún mucho humo y fuertemente escorado a babor.
Se puede ver con los ojos la inacción de las dos capas externas de protección: no hay siquiera una compuerta de disparo abierta de los Fort. Y los dos lanzadores de Osá siguen encerrados bajo sus tapas redondas en el sector popa. No se pierda el análisis de un nuevo canal alemán de Youtube, Gadget Engineering:
En suma, que los dos sistemas principales de defensa del barco ni se enteraron del ataque.
Pero por supuesto, hay otras versiones: Moscú insiste en que efectivamente hubo un incendio espontáneo. Ojo, no son tan infrecuentes en naves que son verdaderos polvorines flotantes, y el Moskvá lo era en un grado extremo. Sería interesante ver qué evidencias forenses producen los intentos de rescate o fotografía de componentes del naufragio, tarea a cargo del catamarán especializado Kommuna. Pero lo raro en una guerra, y máxime en ésta, sería que alguna parte diga la verdad. ¿Cuál sería el beneficio? ¿Alguien la creería?
Un exradarista naval argentino que pide reserva de su nombre rechaza los cargos de incompetencia que los medios de la OTAN derraman hoy con gran placer propagandístico sobre la Armada Rusa. Ve, eso sí, un posible problema en las fotos y videos que circulan sobre las salas de operaciones de los barcos misilísticos rusos. A su entender, muestran interfases viejas, visualmente poco amigables.
“Tomá la pantalla común –analógica, viejísima, incluso de rayos catódicos- que todavía es común en muchos radares navales de control aéreo: círculos concéntricos que indican distancias respecto de la antena, y una barra luminosa que gira indicando su barrido en los 360º . ¿Es efectiva como medio de detección? Sí, por supuesto. Aunque sólo si estás en alerta.
“Pero no es efectiva si estás de guardia en una zona de baja actividad, mirándola fijamente 10 o 12 horas/día sin que suceda nada, porque el que se sale de alerta a cada rato sos vos. Media hora de mirarla al cuete y tus ojos se van solos en cualquier otra dirección.
“La guerra –prosigue mi informante- es básicamente aburrida. Nunca pasa nada, hasta que de repente pasa de todo, en pocos segundos. Pero vos estás de radarista en este barco impresionante, el Moskvá, y hace 41 días que venís mirando esa pantallita ochentosa y más bien repelente que te dice lo mismo minuto tras minuto, hora tras hora: que no hay nada en el aire. Y hace un minuto te pusiste a charlar con tu vecino de sala de operaciones, tan embolado como vos, y no viste ese puntito que acaba de aparecer, y que es un misil volando hacia vos, y que te va a pegar en uno o dos minutos.
“Cuando escuchás la alarma sónica, lo que sea que se te esté viniendo encima puede estar ya demasiado cerca para los misiles de largo alcance, ponele los Fort en este caso. Ahí tus acciones posibles son dar el alerta y esperar que el capitán ordene el disparo de los misiles de alcance medio, los Osá, y de paso, la activación de las baterías de cañones automáticos, los AK-360 para que ametrallen los misiles en cuanto se pongan a tiro. Y esa sería tu conducta en una marina con procedimientos demasiado centralizados y verticalistas.
“¿Por qué demasiado centralizados? Mirá, en otras marinas o al menos con otros procedimientos, activás las defensas vos, el radarista, porque con cada segundo perdido en explicarle la situación al capitán, que está en otra parte del barco haciendo otras cosas, las chances de interceptar los misiles disminuyen.
“Y en otras marinas, en situaciones de estar de guardia en zona de calma chicha, el capitán dispone que de las eventuales decisiones instantáneas, si hacen falta: que se encargue el software, que para eso está. Y entonces cuando las cosas tienen que suceder, suceden solas, automáticamente.
«¿Qué recomiendo yo? Interfases que no te rompan los ojos, que recolecten información pero también que la filtren, que la organicen, que le den sentido y te cuenten más de lo que pasa y menos de lo que no pasa. Es lo que se busca hacer con la aviónica de los aviones de caza, para que no abrumen al piloto con información inútil.
“Y en situaciones de alto aburrimiento pero no exentas de riesgo, hay automatizar todo lo posible la detección, la clasificación del riesgo y el tipo de reacción. Porque del lado atacante también hay robots y son rapidísimos.
«A la larga, cada eslabón humano que eliminás de la cadena de decisión en el lado defensivo, mayores las chances de salvarse el barco. Lo que los guerreros de sillón no toman en cuenta es que el avance tecnológico es mucho más rápido que el doctrinal, y que el retraso doctrinal sucede en todas las marinas. Pero pasa que la total automatización de sistemas tan poderosos choca también contra límites éticos”.
Nunca sabremos qué hizo o no hizo la última línea de defensa antimisiles de la nave. Está formada por 6 torretas de cañones automáticos multitubo rotativos AK-630 de 30 mm. Son armas terribles, bastante parecidas al sistema Phalanx estadounidense, de doble apuntamiento (radar y TV) y de muy alta cadencia de tiro (6000 disparos por minuto).
En esta reedición de una edición de 2013 del noticiero 60 Minutes hay una rápida recorrida visual de algunos de tales sistemas, entre el minuto 06:30 y el 08:00.
Las tambores que alojan los misiles de alcance medio Osá en los laterales de popa de un clase Slava, cada uno cubriendo un arco de tiro de unos 270 grados. El barco es el Varyag, gemelo del Moskvá.
Con 6 torretas a bordo cubriendo casi todos los ángulos y un volumen de tiro sumado de 600 proyectiles por segundo, los AK-630 pueden interponer una pared de balas entre aquello que se arriesgue a menos de 4 kilómetros de un clase Slava. Pero las últimas imágenes no muestran en qué dirección apuntaban los cañones de babor cuando el barco se ligó los Neptunos en ese flanco.
Es imposible demostrar si dispararon o no. Esa foto final, mientras no aparezcan otras mejores y anteriores, trasunta sorpresa total. O muy buena guerra electrónica, pero ¿cómo se engaña simultáneamente a 6 radares distintos, como los que lleva un Slava? A preguntarle a los ucranianos.
No dirán mucho. Con los 30 miembros de la OTAN alineados detrás de Ucrania y suministrando hardware y software de guerra, probablemente este país ahora dispone de artes de la interferencia, el engaño y la simulación electrónica e informática que hace 3 meses no tenía.
Los Slava son barcos de fines de los ’70 diseñados para circular por el mundo entero incluso sin naves de escolta. Casi todo enemigo les debió quedar chico hasta fines de siglo. En 1982 únicamente un par de estos bebés habrían hecho un desastre con toda la Task Force británica, empezando por sus dos portaaviones, y sin ayuda. Pero recién en 1983 empezaron a revistar en la flota soviética.
Del tipo Slava se empezaron 5 unidades en Mikolaiv, Ucrania, sólo se terminaron 3 y ahora sólo quedan 2. Al separarse de la URSS, Ucrania se quedó con uno, el Ucraniya, pero jamás lo terminó: no es una nave barata y dotarla de sensores y armamento probablemente todavía hoy excede la ingeniería ucraniana de guerra aérea. Construido por Rusia y con sus actuales sistemas, a precio de hoy un Slava costaría unos U$ 750 millones.
Lo más efectivo que puede hacer la OTAN para ganar esta guerra es volvérsela impagable a Rusia. Lo del Moskvá va en la dirección correcta: el PBI ruso actual es de U$ 1777 miles de millones, algo menos que el de Corea y algo más que el de Brasil. Moscú no tiene chequera para reponer esta unidad. Por el contrario, por lo caro de mantenerlos, está mandando a retiro los cruceros clase Kiev, aún más armados, de propulsión nuclear, y de 42 a 45.000 toneladas. Y aún si Rusia tuviera la plata, ¿adónde construye una nave de éstas?
El astillero que tiene sobre el Mar Negro, el de Sebastopol, en Crimea, está más para reparaciones que para construcción. El gran astillero fluvial de aguas profundas con acceso al Mar Negro es el de Mikolaiv, sitio de construcción de todos los Slava, pero esa ciudad sigue bajo control ucraniano. Si deja de estarlo, ese astillero (y la ciudad también) habrán sido borrados del mapa por la artillería.
E ingresar los otros dos Slava remanentes al Mar Negro desde el Mediterráneo es imposible: Turquía controla los tres «choke-points» sucesivos entre ambos mares, a saber, los estrechos del Bósforo, Dardanelos, y el pequeño lago intermedio, el Mar de Mármara.
En este caso, además de tener toda la fuerza de la OTAN de su lado (es miembro desde 1952), Turquía tiene también los papeles en orden: el tratado de Montreux, de 1936, le permite impedir tránsitos militares de estados en guerra. Por eso el Varyag y el Ústinov, los dos Slava remanentes, están de guardia en el Mediterráneo, gruñéndole bajito a los portaaviones estadounidenses para que no intenten nada raro. Pero están militar y legalmente impedidos de entrar al Mar Negro.
Lo dicho, el Mar Negro no es un lago ruso. En realidad, no lo fue casi nunca durante los últimos 400 años, y debido a la eterna rivalidad de Rusia, en todos sus formatos (zarista, socialista, actual) con Turquía en todos sus formatos (imperial otomano, republicano parlamentario, actual).
Vaya como responso, el Moskvá, el primer Slava en recibir su bautismo de mar, se fue al fondo apenas a 230 km. del astillero de Mikolaiv donde nació en tiempos soviéticos. Lo hicieron y destruyeron casi las mismas manos de casi la misma gente, que además habla ambos idiomas, lenguas que difieren tan poco entre sí como el español y el portugués. Son pueblos que comparten hasta una misma épica fundacional, el «Cantar de la Hueste de Igor», y que han luchado bravamente contra los mismos invasores. Si esto de ahora no es una tragedia perfecta, está muy cerca.
Además de las armas antiaéreas ya descriptas, cada Slava tiene dos sonares y portas laterales de popa ocultas para lanzar torpedos antisubmarinos de gran tamaño (53,33 cm. de diámetro). Son armas que, según el modelo, tienen distintos sistemas de búsqueda activa o semiactiva, alcances de hasta 50 km., velocidades de hasta 90 km/h y de 200 a 400 kg. de explosivo. Los mismos que usan los submarinos de caza de la flota rusa.
Pero para protección antisubmarina adicional de corta distancia, hay canastas de popa que lanzan cohetes con cargas de profundidad a poca distancia, de modo que caigan anillando el submarino.
El arma principal del Moskvá, que nunca llegó a usarse en esta guerra: los lanzamisiles hipersónicos Vulkan, hechos para hundir portaaviones clase Nimitz a 1000 km. de distancia
Al explotar simultáneamente, aplastan cualquier estructura atrapada en el medio del anillo por compresión hidráulica. Son una copia mejorada por la propulsión a cohete de los morteros ingleses Hedgehog, con los que la Royal Navy en 1943 empezó a dar vuelta la Batalla del Atlántico, que venia perdiendo hasta el año anterior.
Pero todas estas son armas más bien defensivas y cumplen funciones secundarias. Los Slava son básicamente ofensivos: se hicieron para reventar portaaviones estadounidenses clase Nimitz o Ford, como se muestra en este video.
Para ello tienen sus 16 misiles supersónicos mar-mar S1000 Vulkan exhibidos en plena cubierta, con dobles ringlas de canastas de lanzamiento en rampa. Éstas le dan a su proa el aspecto serruchado del techo de una fábrica.
Los Vulkan son verdaderos robots aéreos. Atacan en enjambre autónomo e interconectado a 3700 km/h, con uno que va haciendo de centinela de radar a altura media, dirigiendo al resto, que vuelan invisibles y pegados al mar. Pueden irse alternando en ese rol.
Con sus enjambres robóticos muy supersónicos, una nave de 12.500 toneladas como un Slava en teoría puede mandar al fondo en minutos un portaaviones nuclear de 100.000 toneladas. O volatilizarlo, porque además de cabezas semiperforantes y termobáricas, cada Vulkan puede llevar ojivas termonucleares. Y los Vulkan cubren distancias difícilmente franqueables para los cazas F-35 y los F-18 Super-Hornet a bordo de los clase Nimitz y Ford.
Los Vulkan son misiles demasiado caros como para desperdiciarlos en objetivos terrestres, por lo cual el arma principal del Moskvá sencillamente carecía de objetivos en el Mar Negro. La misión del Moskvá en esta guerra era dar protección antiaérea, básicamente con sus baterías Fort, a la pequeña flota de fragatas y corbetas rusas en el Mar Negro.
Todavía hoy esos barcos menores siguen dedicados a bombardear objetivos terrestres con misiles de crucero Kalibr, mucho más lentos y baratos. Sólo que ahora, sin el paraguas de fierro del Moskvá tendido sobre ellos, las naves rusas se tienen que acercar a las costas ucranianas con mucha cautela, y muy a su riesgo. Inevitablemente, serán atacadas.
El verdadero paraguas de fierro del Moskvá eran los misiles Fort. Si hay alguna lógica en que un sistema tan poderoso no esté librado a operar de modo puramente robótico probablemente se debe a una cultura institucional y a la creciente complejidad de la guerra aérea sobre Ucrania. Y volvemos al punto, a un problema ético y tal vez irresoluble.
Los capitanes rusos no libran sus decisiones a algoritmos. Tal vez ahora deban hacerlo. Explicación: a medida que la guerra se le fue complicando a Rusia, ésta aumentó los despegues de sus cazas de 200 a 300 por día. Y aunque dichos aviones atacan disparando armas “stand-off”, prudentemente cobijadas en la seguridad del espacio aéreo ruso o bielorruso, el control aéreo de tanto avión yendo y viniendo a baja altura sobre un escenario del tamaño de Francia se ha vuelto una enrevesada pesadilla.
Esto para decir que si un capitán ruso prefiere tomar personalmente la responsabilidad de lanzar un Fort, en lugar de automatizar el proceso y fumar su pipa, es probablemente porque odia derribar sus propios aviones.
Los medios pro-OTAN han aprovechado para hablar pestes del presunto mal entrenamiento de los marinos rusos y de sus normas laxas. Como prueba, exhiben videos que los muestran en situaciones de alerta sin usar casco ni ropa «antiflash», muy a contrapelo del modo OTAN de hacer las cosas. No puedo opinar sobre esta materia. En esta parte del planeta se suele criticar a los rusos por pelear las guerras a lo ruso, en lugar de seguir los manuales de la OTAN, tanto más rica. Lo cual, de acuerdo a los resultados de unos y otros, es un poco estúpido.
Pero si el capitán Anton Kuprin perdió su barco por haber desautomatizado las defensas, la conclusión es que la vieja ética militar que manda no matar a los propios tal vez tenga que desaparecer totalmente.
En tal caso, se pondrá peor el “blue on blue”, o «fuego amigo», casi inevitable en una guerra tan radarizada, donde se tira mucho a gran distancia y poco menos que a ciegas. El 3 de Mayo, por dar un ejemplo, Ucrania, liquidó de 2 misilazos S-300 dos aeronaves de Rumania, que es su aliada: primero un caza MiG-21, y minutos después un helicóptero de rescate que había ido a por el piloto. Según Ucrania y Rumania, esto no sucedió jamás.
Pero si sucedió, efectivamente podría haber sido la decisión de un algoritmo, no de una persona. Y a cantarle a Gardel. La guerra se automatiza.
5. ¿Un nuevo escenario?
Mariúpol desde una ventana que mira hacia la planta siderúrgica de Azovstal.
¿En qué cambia el hundimiento del Moskvá las perspectivas del combate terrestre? Entre Febrero y Marzo, el Moskvá participó en varios amagos de desembarco en Odessa. En ningún momento se trató de capturar ese puerto, sino de tener aferrado al Ejército Ucraniano en el Sur del país.
Eso sólo parece haber servido para que Rusia pudiera malgastar sangre, sudor y lágrimas a espuertas y en el lugar equivocado, el Norte, en un intento muy fallido de Putin de echarle el guante a la capital, Kiev. Un modo tal vez de empezar la guerra por la victoria misma.
Dado que Volodimir Zelensky puede ejercer de presidente de Ucrania en cualquier otro lado, en Kiev no hay mucho de valor militar intrínseco, salvo lo propagandístico. Pero lo propagandístico está sobrevaluado y viene con una factura impagable en vidas.
¿Por qué impagable para un ejército de masas, como el ruso? Porque ya no lo es más.
Con la mitad de la población que tenía en 1992, cuando 15 repúblicas aprovecharon la disolución de la URSS para secesionarse de Rusia, el país resultante sigue siendo el mayor del planeta, con sus 17 millones de km2, pero tiene natalidad negativa. Hoy son 143 millones, y a la baja. Las repúblicas secesionistas eran, por periféricas y por más rurales, las de mayor tasa de natalidad.
Por ello, el Ejército Ruso ya no puede vencer toda resistencia arrojándole mareas de soldados. Parte de la culpa está en la urbanización demográfica: el campo ruso estaba lleno de familias con muchos hijos.
Hay otro modo mucho menos sutil en que las ciudades dañan a los ejércitos, al menos las enemigas: las emboscadas. Ya lo había dicho Sun Tzu hace 2500 años, pero en chino y con más sutileza: ejército campal que se mete en una ciudad, se jode. Kiev no sólo fue un objetivo excesivo para Moscú, sino absurdo.
Otra cosa son las costas marinas. Cada metro de vista al mar en Ucrania es un bien cada vez más escaso y vale oro, porque es la vía preferencial de las exportaciones locales, mayormente “bulk commodities” que piden transporte masivo. Y Ucrania está bajo bloqueo y ha venido perdiendo demasiados puertos a manos rusas: sobre el Mar de Azov, todos salvo Mariúpol, ya aislada del resto del país y al toque de caer.
Los puertos de la península de Crimea Ucrania los perdió en 2014, y no parece que los vaya a recuperar, al menos en este guerra. Salvo que la OTAN, como acaba de anunciar el presidente Joe Biden, decida continuarla indefinidamente y hasta la última gota de sangre ucraniana. Pierdan o ganen, no parece que los ucranianos hayan medido bien el costo de meterse en la OTAN. Ya no son quienes deciden qué pasa con su país.
Ahora tienen que defender sus puertos remanentes. Sobre el Mar Negro a Ucrania le quedan Mikolaiv, 65 km. en el interior de la desembocadura común de los ríos Bug y e Inhul, inexpugnable desde el mar pero muy fácil de bloquear y hoy bajo ataque terrestre desde el Sureste.
Los astilleros donde se construyeron los cruceros clase Slava están allí, pero si lo sucedido en la inmensa planta siderúrgica Azovstal de Mariúpol anticipa lo que podría suceder en Mikolaiv, cuando los rusos los conquisten serán cascajo y fierro quemado, como el resto de la ciudad.
El ejército ruso es como casi todos los otros del mundo: el costo de perder termina con las carreras de sus altos mandos, y a veces con sus vidas. Por eso, cuando un objetivo no se rinde, se lo ablanda con artillería. Pero hoy Ucrania está MUY urbanizada, y los rusos tienen MUCHA artillería. Por lo cual cada vez Ucrania pierde más ciudades.
A fines del 1er mes del conflicto, cuando Rusia todavía no se había retirado del Norte ucraniano, los kilómetros de territorio capturados aquí y allá por el ejército ruso sumaban prácticamente la superficie de Inglaterra. Es mucho terreno a renunciar para un país que, como Ucrania, tiene más o menos el área de Francia.
En aquella instancia el presidente Zelensky dijo públicamente que estaba dispuesto a negociar términos de paz con Putin, y que ante el sufrimiento intolerable de la población civil, no debía sobreestimarse el valor del territorio.
Ahora, con 3 meses de guerra y los rusos con un plan militar más coherente, la postura de Zelensky es de un principismo territorialista muy raro. Con 2500 efectivos de su ejército, su marina, unos 1000 civiles y además el célebre Batallón de Azov cercados en la planta siderúrgica de Azovstal, su último baluarte en Mariúpol, el presidente llamó sin ambages a resistir hasta el último hombre. Ups.
Tres cosas podrían explicar este cambio: Mariúpol es un puerto, y los puertos se valorizan cuanto más escasos. Otra explicación es que ahora que la OTAN ha decidido escalar el conflicto y le da canilla libre a Ucrania. Con nuevo armamento pesado de reposición, el país puede explotar a fondo su ventaja en recursos humanos sobre Rusia: Ucrania por ahora va movilizando a TODA su población en edad de combatir sin oposición interna alguna.
Pero Rusia, con 3 veces más habitantes, no se atreve a mandar más conscriptos a la lucha, justamente para no alimentar una nueva oposición interna. La de Ucrania no es una guerra tan fácil de vender en Rusia, cuya población, a fuerza de urbana, clasemediera y sofisticada, ya no es tan patriótica y sólo aspira a un poco de consumo… y a un gobierno que no le rompa excesivamente las pelotas.
Sin embargo, la tercera causa posible del “aquí nadie se rinde” de Zelensky en Mariúpol es que él y Putin hayan acordado por señas de truco en sacarse de encima al Batallón de Azov, lleno de rubios guerreros arios deseosos de una muerte heroica que los lleve al Valhala o a la fama. Sin ellos, fumar la pipa de la paz sería menos imposible.
Los de Azov en Odessa, 2014, cuando eran una novedad política. Los estandartes hablan solos.
Cuando caiga Azovstal, si cae, Ucrania habrá perdido otro puerto y la mayor parte de su costa sobre el Mar Negro. Le queda Odessa, el mejor puerto de la región. Y es probable que lo conserve porque ahora, sin el Moskvá, las chances de un desembarco ruso para tomarlo se van al bombo.
Sin cambios de dueño previsibles en Odessa, se evaporan las posibilidades de que Rusia le haga a Ucrania lo que Chile le hizo a Bolivia en la Guerra del Pacífico de 1879. A saber: volverla un estado mediterráneo, sin acceso propio al mar.
No hay mayor crueldad infligible a un productor de “bulk commodities”.
Como están las cosas hoy, ni los rusos pueden conquistar toda la costa ucraniana, ni la OTAN podrá expulsar a los rusos de los territorios que han ocupado entre el Donbás y Crimea, máxime si estos reconstruyen las vías de tren de trocha ancha, de 153 mm, que antes ligaban profundamente a la URSS con Ucrania. Pero con su nueva artillería yanqui de 155 mm., los ucranianos pueden dejar a los rusos sin trenes, sin retaguardia y sin logística.
El Ejército Ruso es tan defensivo que no tiene suficientes camiones. Opera un país es tan grande y frío que su soporte logístico habitual es el tren, como lo ha sido desde fines del siglo XIX. Si Rusia logra rehacer su logística ferroviaria de retaguardia y se consolida en la media luna de territorios costeros y del Donbás que domina hoy, será duro echarla. La guerra puede estancarse y volverse de desgaste.
Y probablemente esto no le sirva a nadie. Esta es, ante todo, una guerra por el gas natural. Ucrania tiene al menos 2,5 billones de metros cúbicos de gas en Oleska, bien al Oeste, al pie de los Cárpatos. El del Este, en Yuzivska, es pleno Donbás, tiene 2 billones de m3 y está bajo control ruso, así como el yacimiento principal, que está en las tierras secas de la península de Crimea y en el off-shore al Oeste de la misma. Este último tiene más gas, y además “fácil”, el que sale de pozos baratos, verticales, duraderos y sin hacer fracking. Y hablo en billones latinos, no gringos. Los nuestros son millones de millones, con 12 ceros.
Aunque la vendan como el enfrentamiento entre la democracia y la autocracia, los gobiernos contendientes son represivos y corruptos, aunque Putin acredita más oligarcas en su entorno, y mayor experiencia en espionaje y persecución de oponentes que Zelensky. Pero son diferencias de matiz.
Hasta ahora, ésta se parece un poco a la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935: de un lado la Standard Oil, del otro la British Petroleum, y en el medio dos pueblos que se asesinaron casi 4 años sin rédito alguno.
Con mucho más ladrillo roto y más sangre, ésta no deja de ser una guerra de Lukoil y Gazprom contra Neftegaz y sus socias en 2014, Shell y ExxonMobil, por el monopolio de la venta de gas natural por ducto a la UE, hasta hoy en manos exclusivamente rusas. Ese gas produce U$ 1100 millones por día.
Fácil y difícil, hay 9,5 billones de m3 de gas bajo el suelo en Ucrania y la UE se está por quedar sin ésa, su fuente favorita de electricidad de base, de calefacción y de empleo. Y la OPEP ya anunció que no piensa aumentar su producción para echarle un salvavidas a Europa, y peor aún, las petroleras estadounidenses se niegan a arriesgarse a un futuro y previsible bajón de los hidrocarburos invirtiendo en nuevos pozos.
Lo que es claro es que mientras siga la guerra en Ucrania, nadie va a hacer un mango.
Es horrible decirlo, pero en la situación actual, es lo único que genera vagas esperanzas de paz.
Daniel E. Arias
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