«La vicepresidenta de la Nación y principal lideresa de la política nacional, acudió a la etimología para señalar algo que debería ser tomado como un verdadero desafío. Sostuvo que sus posiciones al interior del Frente de Todos no consisten en dar una pelea, ni siquiera una mera discusión, sino en presentar un debate. Las líneas que siguen, salvando las inmensas distancias, buscan precisamente ser un aporte para el debate interno en materia económica. En los debates se exponen ideas y exponer ideas distintas no debería llevar a que se considere enemigo al expositor de matices.
Lo dicho se dice fácil, pero en la práctica cotidiana de la militancia las cosas funcionan de otra manera, quien se aparta de las ideas dominantes al interior de su fuerza corre el riesgo de ser considerado virtualmente un hereje. En realidad, el vocablo es más específico. El militante que no se cuadra es considerado “un librepensador”. Ser un cuadro militante es no ser un librepensador, sino seguir la línea bajada por la dirigencia. Cristina dijo que ella vive en “on the record” perpetuo, por lo que la línea que baja a la militancia puede leerse en cada uno de sus discursos.
En su exposición chaqueña fue muy clara respecto de su visión económica. Si alguien tenía dudas del enojo de la vicepresidenta con Matías Kulfas, las dudas desaparecieron. Efectivamente a Cristina no le gustó “Los tres kirchnerismos”, el libro del ministro de Producción. Sin embargo, el citado texto no fue, no es, un libelo antikircnerista, sino que señala algunas de las limitaciones con las que se enfrentó el kirchnerismo a medida que avanzaba su administración.
Parte de lo que allí se dice fue reconocido por la propia Cristina en sus momentos de autocrítica. Por ejemplo, no haber avanzado en las transformaciones productivas estructurales que demanda cualquier proceso de desarrollo. CFK es muy consciente de lo que sucede cuando la economía crece y demanda más importaciones que las que se pueden financiar con las exportaciones, es decir sabe lo que sucede, porque además lo padeció, cuando aparece la restricción externa.
En su primer gobierno, por ejemplo, le ordenó a Amado Boudou la reapertura del canje de deuda y en su segundo período, el tercero del kirchnerismo, intentó, al menos hasta que apareció el fallo del juez Griesa, despejar todos los pendientes con los mercados financieros internacionales. No lo hizo por voluntad de subordinación al imperialismo de las finanzas, sino porque comprendió que, en el punto al que se había llegado, continuar con el crecimiento económico y avanzar al desarrollo demandaría financiamiento externo. Luego vino la intervención buitre y la historia ya conocida.
Sin embargo, el capítulo de mayor enojo con Kulfas no viene por el libro. Sería una actitud por lo menos extraña para alguien que dejó de lado cualquier rencor y construyó un frente político con personajes que, durante la noche macrista, proponían nada memos que “meterla presa”. Pero lo cierto es que si quedaba algún encono por el libro el cuadro empeoró luego de que Kulfas bochara a Hernán Lechter como secretario de Comercio interior.
El problema es aquí conceptual, no personal, no es que Cristina se haya enojado con Kulfas porque no aceptó que ponga a su candidato Lechter, sino que la lectura es sobre las políticas. Cristina parece creer que el problema de la inflación se combate en la Secretaría de Comercio, es decir toma como válida la falsa teoría del “área de economía y tecnología de FLACSO” sobre la “inflación oligopólica”, la gran confusión económica entre niveles de precios y variaciones de precios que ya fue analizada.
El ministro de Producción sería entonces el culpable de no luchar contra los formadores de precios, un ingenuo que cree que las asimetrías de poder en el mercado se resuelven por la vía del “diálogo y el consenso”. Alcanzaría con un llamado telefónico para enterarse que esto no es lo que piensa el ministro. El ministerio de Producción es el “ministerio de la oferta”. Como su nombre lo indica su ámbito es el de la producción. La dimensión en la que trabaja Kulfas, razón por la que cuenta con el consenso de muchos economistas heterodoxos, es en alejar el problema estructural de la restricción externa. Y uno de los pasos más firmes para hacerlo es aumentar la producción y las exportaciones en un país que tiene un grave problema de reservas internacionales y de endeudamiento.
La contradicción entre modelo exportador y mercadointernista es sencillamente falsa. No es posible mejorar el poder adquisitivo de los salarios si al mismo tiempo no se crece y, para eso se necesitan importaciones que deben financiarse con exportaciones.
Lo que surge de las ideas económicas de la vicepresidenta podría sintetizarse en una lista: subir el gasto, incrementar los controles cambiarios y de precios, clavar el tipo de cambio, bajar la tasa de interés y subir salarios. Pero sin reservas internacionales y sin la posibilidad de nuevo endeudamiento externo se trata de una receta simplemente hiperinflacionaria.
Luego, si se quiere terminar con la economía bimonetaria, un problema que Cistina interpreta muy bien, hay que hacer todo lo contrario. Se necesita bajar las expectativas de devaluación evitando la apreciación cambiaria (de la misma manera que se debe evitar la devaluación) y se necesita que quedarse en pesos no sea sinónimo de perder dinero, para lo cual una condición necesaria es subir la tasa de interés para que sea simplemente “real positiva”, para que le empate o le gane levemente al dólar. Quien escribe es partidario de subir el Gasto y los salarios, pero hacerlo significa recorrer un camino macroeconómico.
Ahora bien, Cristina sintoniza con la sociedad al hablar de “la insatisfacción democrática” sobre la base del incumplimiento de las expectativas económicas. Por eso crecen los esperpentos políticos como los Milei. La alta inflación es hoy una verdadera desgracia que debe ser combatida con mucha más decisión, lo que significa algo más que reducir el déficit y espera a ver qué pasa. La inflación es la causa que evito la recomposición salarial desde diciembre de 2020. Sucedió la pandemia, sucedió el mayor desempleo y los trabajadores perdieron en la puja distributiva. Por esta razón reapareció el fenómeno de fines de los ’90 del trabajador pobre aunque tenga trabajo registrado. Y lo peor para los sectores populares: también podría ser la causa por la que se pierdan las elecciones de 2023. Hacen falta más políticas activas para resolver este problema, por eso es tan importante el debate conceptual. De nuevo, los malos diagnósticos llevan a políticas erróneas y a resultados distintos a los esperados.
En la economía local del presente el diagnóstico correcto implica descartar los incorrectos. La inflación no es un problema de diferencia de poder de los actores en el mercado, no se debe a los oligopolios ni a los empresarios remarcadores malos. La inflación tampoco es un problema monetario. En circunstancias de normalidad en ninguna economía del planeta existe evidencia estadística alguna que relacione tasa de inflación y cantidad de dinero. Siempre en circunstancias normales la inflación, como enseña la buena teoría, es un problema de variaciones en los precios básicos, en los precios que determinan los costos de producción: salarios, tarifas y tipo de cambio. A ello se suman factores adicionales como los ajustes contractuales que provocan inercia y la inflación importada, que es la internacional.
La suba de la inflación mundial desde 2020 es el efecto primero de la pandemia y profundizado luego, desde febrero último, por la guerra en Ucrania. Una interpretación falsa de esta inflación es que los países gastaron más durante la pandemia y por ello emitieron más. No es así, lo que hubo fue problemas de oferta y de cortes o restricciones en las cadenas de suministros, incluida la logística, lo que provocó el crecimiento de los precios de las commodities y, a través de ellas, derramó al conjunto de los precios. La guerra en el este de Europa actuó como la gota que derramó el vaso. La suma de pandemia y guerra podría conducir a una estanflación global que transforme completamente el statu quo planetario.
En Argentina, mientras tanto, los precios básicos se mantuvieron relativamente estables desde 2021. No se puede explicar la inflación a través de ellos. Desde 2021 la causa principal de la suba generalizada de precios fue la inflación importada, el shock de los precios externos agravado por la guerra, por eso la aceleración local comenzó a registrarse desde el mismo febrero. Se trata de la inflación más difícil de combatir precisamente porque no depende de causas internas. Lo único que puede hacerse, y no es fácil, es encontrar mecanismos de separación de los precios internos de los externos. Precisamente por esta dificultad es que en la coyuntura las medidas deben centrarse en la política de ingresos, es decir en evitar que los salarios pierdan contra una inflación que se mantendrá inevitablemente alta.»
Claudio Scaletta
Comentario de AgendAR:
Es frecuente que en este portal agreguemos un comentario nuestro, aportando opiniones o datos a una nota que reproducimos.
En este caso, las afirmaciones de Scaletta -aunque expuestas en forma informal- desarrollan conceptos complejos. Deben ser discutidas con mayor profundidad y precisión que la que se puede agregar en unos párrafos. Queda para el debate, para el cual su artículo se ofrece como un aporte.
Pero… hay un punto que no podemos dejar de cuestionar. C. S. dice «en ninguna economía del planeta existe evidencia estadística alguna que relacione tasa de inflación y cantidad de dinero». Es cierto … por la negativa: la relación de la emisión con la inflación no es directa, no es lineal, no es automática.
Un país con una relativa estabilidad de precios y una economía razonablemente ordenada, puede emitir hasta aumentar en un porcentaje apreciable su base monetaria, sin provocar un estallido inflacionario. En realidad, sin efecto inflacionario alguno, al menos en el corto plazo. Este hecho es un dato fácil de apreciar, que se ha repetido en estas décadas en varios países desarrollados (como EE.UU., por ejemplo).
No en la Argentina, porque no tenemos estabilidad de precios ni una economía razonablemente ordenada. No tenemos una moneda que funcione como reserva de valor. Por eso somos un país «bimonetario».
Sólo naturalizando la inflación inercial, de décadas, que experimenta Argentina, se puede decir, como dice arriba C. S., que «los precios básicos se mantuvieron relativamente estables desde 2021».
Con esta observación, no se niega mucho de lo que dice aquí Scaletta -ni tampoco de lo que dijo la vicepresidenta en el Chaco. Queremos insistir en que la economía argentina tiene también un problema monetario: la falta de una moneda propia que funcione como reserva de valor.
A. B. F.