Ayer Ámbito subió esta importante nota de Edgardo Aguilera a su página. Damos nuestra opinión sobre el tema:
Compiten Alemania y Francia por dotar a la Argentina de submarinos
El ministro Jorge Taiana recorrió, la semana pasada las góndolas de los astilleros Thyssenkrupp (alemán) y Naval Group (francés).
ooooo
La opinión de AgendAR:
Los submarinos «pelados», sin armas, sensores y electrónica de los que habla el colega Aguilera en Ámbito no nos sirven para nada.
Son el equivalente náutico de los A-4R Skyhawk comprados por Menem a EEUU: útiles sólo para entrenamiento sin armas y en desfiles aéreos. Entendemos que tener al menos una unidad pelada en Argentina eximiría a la Armada de la humillación reiterada de mandar a las tripulaciones de la Fuerza de Submarinos a entrenar en unidades peruanas, por supuesta falta de unidades propias. No hay suficiente modo de subrayar la palabra «supuesta».
Pero el Ministerio de Defensa no está para aliviar el sufrimiento psíquico de nuestros almirantes, sino para establecer una política de defensa de nuestros intereses marítimos. Por ende, el precio equivalente a U$ 500 millones por unidad pelada carece de todo sentido para el país.
Por lo demás, lo primero a charlar con los alemanes de ThyssenKrupp es que necesitamos que nos ayuden a reconstruir el astillero Storni. Ése el el nuevo nombre del Domecq García desde 2006, cuando lo reabrió Néstor Kirchner. Y dado que los alemanes lo construyeron a partir de 1974, y lo reconstruyeron a partir de 2006, lo que incluyó no sólo reposición de maquinaria sino 5000 horas de capacitación para especializar a 40 especialistas, desde técnicos en soldadura hasta ingenieros navales, sabemos que es una tarea que hacen bien. Bajo pago, obviamente. No creemos que sea tan caro.
Las tareas prioritarias del astillero re-re-potenciado por segunda vez serán reparar el ARA Santa Cruz, un TR-1700 oceánico, y el viejo ARA San Luis (un 209 costero), «esos submarinos que no tenemos pero tenemos», en lugar de comprar unidades nuevas pero únicamente decorativas.
La tarea siguiente es terminar aquí, bajo garantía, los dos TR-1700 a media construcción que siguen esperando sin avance alguno que se les eche mano desde 1992, y con las renovaciones y novedades necesarias. Y esto al Ministerio de Defensa le abre un arco enorme de posibilidades de mejora técnica:
* ¿Se mantienen las baterías de plomo-ácido originales, o se las suplanta por baterías de iones de litio como las que llevan ya 2 submarinos japoneses diésel-eléctricos clase Soryu, y el próximo clase Taigei? El Ministerio de Defensa japonés dice que, esperablemente, estas nuevas baterías son de mayor densidad energética que las de sulfúrico-plomo, ergo almacenan más carga, se recargan más rápido, y le han dado al Oryu y Toryu, los 2 últimos ejemplares de la clase Soryu, mayor autonomía y/o velocidad en navegación silenciosa puramente eléctrica, con los motores diésel apagados. Pero -son militares- no dan cifras concretas.
- ¿Se mantienen las motores diésel, o se los suplementa con algún tipo de planta térmica anaeróbica AIP (Atmosphere Indepent Power)? Un TR-1700 es un submarino relativamente compacto: no tiene espacio para ninguna planta de éstas, salvo que se le añada un anillo extra al casco. Pero justamente, hablamos de 2 unidades que no se terminaron jamás, lo cual quizás los exima de un corte de casco de presión: el ARA Santa Fe, con un avance de obra del 74%, y el ARA Santiago del Estero, con un 35%. ¿Qué se gana con una planta AIP? Las hay de diversa tecnología y con distintas prestaciones, pero su destino suele ser más la recarga de baterías que la propulsión, porque no dan grandes potencias. En general rinden casi una semana más de inmersión sin usar el snórkel, con los diésel apagados, en total silencio, pero con suministro de aire, agua y calor para la tripulación, y potencia para los sensores y sistemas de ataque. En caso de guerra, un submarino AIP tiene casi 3 semanas en las que al enemigo le será muy difícil localizarlo, incluso aunque esté directamente bajo sus barbas. Y ésa es otra cosa con la que nos pueden dar una mano los alemanes, sin que tengamos que comprarles un submarino entero (y de otro tipo, como el 214). No será barato. Sí, seguramente, menos caro.
- La opción nuclear: cualquiera de los TR-1700 sin terminar es el destino natural del reactor tipo PWR (Pressured Water Reactor) que el equipo del Ing. José Converti, de la Comisión Nacional de Energía Atómica, vienen desarrollando desde la ingeniería básica. Es sumamente compacto, para caber dentro de los 7,30 poco generosos metros de diámetro de los cascos resistentes de este tipo de naves. Pero desde que se murió el contraalmirante Carlos Castro Madero, las sucesivas cúpulas de la Armada han perdido todo interés por la CNEA. Para mal de ambas instituciones.
Lo de comprarle submarinos a Francia porque eso nos abre la opción nuclear es no entender el negocio naval y tampo el negocio nuclear. La opción nuclear ya la tenemos abierta por la Comisión Nacional de Energía Atómica.
En Francia no se nos perdió nada. Visitar Naval Group, nombre actual de la vieja Direction Nationale des Batiments Marins, firma estatal fundada en 1631 por el Cardenal Richelieu, es interesante, y tal vez un modo de que los alemanes no nos maten con los precios. Pero si hay que atenenerse a la historia local, nuestros submarinistas no han manejado ningún equipo francés. Y si hay que atenerse a la mundial, el terror de la navegación en el Atlántico en la Primera y Segunda Guerras Mundiales no fue Francia. Fue Alemania.
A Brasil, Naval Group sólo le ha dado la tecnología para fabricar su nueva flota de Scorpene diésel-eléctrica. El submarino nuclear brasileño SNB Alvaro Alberto usa el diseño de casco de un Barracuda, submarino del mismo astillero (Naval Group) pero bastante mayor que un Scorpene por sus dimensiones y alcance. Y por ahora con el motor nuclear los brasucas se las están arreglando solos, probando un prototipo instalado en tierra. No sin los esperables tropiezos: van muy despacio.
Podría ser que Francia sí los termine ayudando a los primos a motorizar el Alvaro Alberto. En Septiembre de 2021, los EEUU y el Reino Unido desairaron gravemente a Francia, cuando les soplaron a Australia como cliente de toda una flota de Barracudas diésel-eléctricos con AIP, a construirse fundamentalmente en Australia como reemplazo de los Clase Collins actualmente en servicio.
Esa licitación la había ganado Naval Group en 2018 por U$ 35.500 millones, y se la llamó «la venta del siglo» dentro de la industria naval. Ahora Australia está pendiente de que EEUU y el Reino Unido les cedan submarinos nucleares británicos de la clase Astute, pero de construir en astilleros australianos nadie dijo una palabra, y hasta el premier Scott Morrison empieza a sospechar que puede quedarse sin el pan y sin la torta. El presidente Emmanuel Macron no fue muy medido en sus palabras en 2021: llamó a la movida de EEUU, el RU y Australia «una puñalada por la espalda».
Lo que se dañó con esa movida, llamada AUKUS (Australia-United Kingdom-US) es una regla diplomática jamás formulada en forma pública, pero clarísima por sus efectos, nacida en la Primera Guerra Fría, cuando los EEUU comisionaron el primer submarino de propulsión nuclear de la historia: el Nautilus, en 1954.
Respetada por todas las potencias navales nucleares durante 67 años, esa regla dice -o decía- que la motorización nuclear para submarinos no se transfiere ni se vende, ni siquiera a aliados. Se ha respetado siempre y hoy los franceses por fin tienen una excusa perfecta para liquidarla. ¿Se atreverán a colaborar abiertamente con Brasil en la motorización nuclear del Alvaro Alberto? Podrían estar haciéndolo, y EEUU bancándoselo en humillado silencio, y aquí no nos enteraríamos jamás. Son puras especulaciones sin valor. Como argento viejo, confío más en un reactor naval propio y posible que en uno francés imaginario, montado además en un submarino impagable.
Un Barracuda, oh, lector, es un animalito de no menos de U$ 2000 millones por unidad, y eso con motores diésel-eléctricos + un motor Stirling AIP, pero a ese precio sale comprándolo de a 12 unidades, y con un rediseño total de los astilleros australianos a cargo de Naval Group.
Lo que dicen las revistas y webzines de defensa de nuestro país, que repiten acríticamente lo que les mandan decir algunos almirantes, es que conviene olvidarse de los TR-1700 y contentarse con el sucesor de exportación de ThyssenKrupp, el tipo 214.
Es decir, olvidate de que tenés YA COMPRADAS Y PAGADAS una Toyota Hilux usada a reparar y dos más sin uso pero a terminar de ensamblar, modelo ’90, y además tenés pagado dos veces el taller para ensamblarlas. Olvidate de todo eso y alegrate con una Corolla crossover. Eso sí, nuevita.
Los tipo 214 son submarinos excelentes si uno es Grecia, Corea del Sur, Portugal o Turquía, es decir si uno no está demasiado excedido de longitud de costas y de kilómetros cuadrados de plataforma continental. Lamentablemente somos el 8vo país del mundo por superficie monocontinental, con 6.400 km. de costas, 1,8 millones de km2 de mar, 1 millón de km2 de Zona Económica Exclusiva intrusados por pesca depredadora mayormente española y asiática, y pérdidas de soberanía sobre 1,7 millones de km2 de aguas usurpadas por el Reino Unido. No la tenemos fácil.
Me encantan los 214, como sucesores evolutivos del 209 que, con el nombre de San Luis, tan bien nos sirvió en Malvinas… aunque estaba tan miserablemente mal mantenido por el cliente (es decir la Armada) que le fallaba todo, desde la computadora de tiro hasta los torpedos.
Lo único que no falló fue la tripulación, que pese a ser interina demostró una pericia técnica y un coraje excepcionales. Dirigida por el capitán Luis Azcueta, soportó pegada al fondo del mar más de 200 cargas de profundidad, entre ellas 50 torpedos antisubmarinos autodirigidos MK 46, generosamente cedidos a la Royal Navy por los EEUU.
Si Alemania regalara los 214, le aceptaría todos los que nos donen. Pero prefiero los TR-1700, primero porque ya los compramos y están juntando óxido bajo el galpón de Storni desde hace 30 años.
Revistas autodenominadas nacionales de defensa insisten en que justamente, son viejos irremediables, valetudinarios, no tienen recuperación.
Clarísimo, los EEUU tienen todavía activo al USS Bremerton, el primer submarino nuclear de ataque de la clase Los Angeles, botado en 1978, comisionado en 1981. Peor aún, tienen activos 27 submarinos más de esa clase, los muy ignorantes. Si sólo leyeran un poco las revistas de defensa argentinas…
De la clase Los Ángeles, los EEUU retiraron únicamente a los 33 más ruidosos. Y si hay que hacer historia, la única vez que un TR-1700 argentino tuvo que hacerle frente en maniobras navales a una cantidad de ese tipo de naves, ¿adivine el lector quién ganó, a fuerza de silencioso y rápido? Sí, el TR-1700, concretamente el ARA San Juan, y eso sucedió en 1994 durante las maniobras Fleetex organizadas por los EEUU y Venezuela.
Los gringos sabían que los TR-1700 eran adversarios jodidos, pero ni se imaginaban cuánto. Cuando el ARA Santa Cruz se vino desde Bremen a la Argentina, viajó por superficie, escoltado por el destructor Phoebe, por su helicóptero Sea Lynx y por los cuatrimotores Nimrod antisubmarinos de la Royal Navy, que necesitaban tomarle la firma acústica… hasta entrar en el Golfo de Vizcaya.
Ahí, en medio de un tormentón, el Santa Cruz, dirigido por el capitán Miguel Carlos Rela, se les piró y no lo encontraron nunca más. Rela simplemente se sumergió a 50 metros de profundidad, y con los excelentes sensores sónicos pasivos de su nueva nave, esperó a que desaparecieran los ruidos de helicópteros y hélices de sus buscadores. Luego reanudó camino, cautelosamente, a baterías, y cuando se supo indetectado, ascendió a profundidad de snórkel para recargarlas con los motores diésel.
Maggie Thatcher literalmente enloqueció. Dio orden a los 2 submarinos nucleares en rotación quincenal de patrulla por el Mar Argentino de hundir al Santa Cruz, si se acercaba a las islas. Añadió 3 destructores a la búsqueda. Con sonar activo, pasivo y sonoboyas, los gringos le pasaron el peine fino al mar… pero nada. ¿Adónde estaba el Santa Cruz?
¡Pop! Reapareció como si nada frente a Mar del Plata, tras un viaje submarino de 556 horas y ocho minutos, y con un total navegado en inmersión de 5246,55 millas náuticas. Lo que en unidades más normalitas de medida, serían 9700 km. Faltaba nomás la Reina buscándolo. ¡Y no lo detectaron!
El siguiente TR-1700 fue el San Juan. Nuestro pobrecito viejo submarino inútil, según nuestros opinólogos, se coló en silencio a través de la cortina defensiva de submarinos nucleares y destructores y «hundió» el USS Mount Whitney, la nave capital del equipo atacante. Había que impedir un desembarco de 2000 marines, que efectivamente, tuvo lugar. Pero cuando llegó a puerto el capitán del San Juan, Gustavo Trama, mostró que el desembarco no habría podido suceder, porque la nave de comunicaciones, comando y control que lo dirigió había sido hundida horas antes. El bando ganador, el Azul, tuvo que parar los festejos. Habían perdido.
La US Navy había puesto toda la carne en el asador en este ejercicio: 2 portaaviones clase Nimitz, más de 30 naves escolta antisubmarinas con helicópteros, aviones cazasubmarinos P-3C Orion y S-3 Viking, 5 submarinos nucleares de caza clase los Ángeles, incontables sonoboyas… y los derrota el único «y atrasado» submarino diésel-eléctrico TR-1700: el San Juan.
Hablamos del mismo ARA San Juan que naufragó en 2017 por una válvula de snórkel que no cerraba bien, y falta de mantenimiento evidenciada por decenas de «novedades», como llama la jerga a los desperfectos, y falta de huevos en la cadena de mando para decir «Si el submarino no está 100% operable, no sale».
En lo más alto de dicha cadena de mano, el poliministro Jorge Aguad, que transitó desde Telecomunicaciones a Defensa, a cuyo paso por el estado los satélites argentinos morían en tierra y los aviones se caían del cielo, le echó obviamente la culpa al astillero Storni.
Todo el mundo se la tiene jurada al Storni. Al menos, el mundo alineado hoy con la OTAN. Para comprobarlo, sólo es ver la historia del ARA Santa Cruz, que en 2015 ingresó al Storni reparación de media vida, algo que dura entre 1 y 3 años de acuerdo a cuánto haya que renovar y sustituir. Pero ahí se quedó.
Porque en 2017, cuando se perdió el San Juan, Aguad interrumpió la reparación de su submarino gemelo. Hombre precavido, dicen algunos, y otros vivan a Su Majestad Isabel 2da. y dicen: «¡Dos por uno!». Desde entonces, seguramente por un traspapelamiento, uno querría creer, está en disponibilidad 4, es decir, para el chatarreo, aunque nadie ha querido tirar la primera piedra. O sacarlo de esa posición de peligro. Y oficialmente desde entonces, no tenemos submarinos. Pero es un macanazo.
La diferencia más importante entre los submarinos 209 de HowaldsWerke y los TR-1700 de Thyssen no era únicamente dimensional -que no es tanta- o de cantidad de combustible a bordo, que es notoria. Ambos usaban bancos de baterías de media tonelada por pieza, pero de ésas nuestro TR-1700 tenía 960, el doble que los tipo 209, un riesgo técnico (los incendios de baterías son la causa de pérdida más frecuente de los diésel-eléctricos), pero un riesgo que paga en performance. Su enorme capacidad de almacenamiento de electricidad es parte de la explicación de la velocidad de los TR-1700 en inmersión: 24 nudos de máxima… declarada.
Su Majestad doña Isabel sabe por reina pero más sabe por vieja. Con 4 de estos aparatos en Argentina, ni en un rapto de locura se habría atrevido a sacarle tantas aguas territoriales como nos sacó a nosotros desde 1989 en adelante. Se habría podido negociar cada kilómetro cuadrado a cara de perro, en lugar de acceder bobamente al pedido británico, en los acuerdos Foradori-Duncan, de 1989, de que la Argentina no objetaría la libre emisión de derechos de pesca por parte de Port Stanley, y que los pesqueros argentinos evitarían meterse en la FICZ (Falkland Islands Conservation Zone, el nombre para tiempos de paz del Área de Exclusión).
Desde entonces, y con sucesivas cesiones unilaterales, hemos perdido derechos de pesca sobre 1,7 millones de km2, la población kelper se duplicó y tiene ingresos raramente inferiores a los U$ 93.000 por cabeza, y la tremenda guarnición aeronaval de Malvinas se mantiene con plata pesquera. Estamos pagándoles por irnos desalojando de nuestro mar. Y nada indique que eso no siga empeorando.
Todos los TR-1700 son submarinos oceánicos, y como tales, constituyen armas de contrabloqueo. Ayuda-memoria: los ingleses nos bloquearon 2 veces en el siglo XIX, entre 1806 y 1807, cuando el Virreinato, y luego entre 1845 y 1850 en tiempos de Rosas. El costo económico para la naciente Confederación Argentina fue enorme. Salvo que reinventemos un poco nuestra geografía y nuestra producción, siempre seremos un país fácil de bloquear. El 80% de lo que producimos sale por el Plata.
Todos los submarinos alemanes han mostrado ser acústicamente muy invisibles, pero los TR-1700 siguen siendo, por velocidad y sigilo, un arma muy desequilibrante. Pueden reventar un bloqueo de la boca del Río de la Plata y del puerto de Quequén desde retaguardia, cosa que a los derivados de los 209, como el 214, les quedaría muy fuera de sus capacidades, por autonomía en inmersión.
Si tu misión es volver carísimo un bloqueo naval, olvidate de submarinos costeros y de la Plataforma Continental. Pensá en grande. Operá desde mar adentro. Para algo tenés como arma principal un diseño excepcional como el del TR-1700 con 90 días de autonomía real, y cuyo casco de presión -como lo demostró el naufragio del San Juan- resistió la implosión hasta la increíble profundidad de 600 metros.
No estamos apurados en comprar submarinos. Tenemos 4, uno declarado muerto cuando todavía tiene mucha vida por delante, y 2 a terminar, sin uso alguno, uno de ellos potencialmente nuclear.
Estamos, eso sí, muy apurados en recobrar el astillero Storni. Somos industrialistas.
Daniel E. Arias