La primera parte de esta nota está aquí.
En la 1ra. parte mencioné a dos “Saracho boys” que empezaron su carrera en la DIGAN: Max Gregorio Cernadas y Rafael Grossi. Hasta que existió la DIGAN, la diplomacia nuclear argentina ante Viena la debía inventar la propia CNEA, y debido al respeto reverencial de todo el arco político civil y militar argento hacia la institución hasta 1983, los gobiernos nacionales, fueran legítimos o no, la suscribían.
Dado que la CNEA durante sus primeros 44 años dependió directamente de Presidencia de la Nación, al menos hasta fines de 1983 cuando pedía audiencia era escuchada al toque por presidentes tan incompatibles entre sí como el reflexivo don Arturo Illia, el ofuscado general Juan Carlos Onganía, el complejísimo Juan D. Perón o aquel genocida insípido, Jorge Rafael Videla. Y lo que se charlaba en esas tenidas al día siguiente era política externa oficial del país en materia nuclear, y así se comunicaba a Viena, sede del OIEA. Y también al Palacio San Martín, que queda más cerca.
Era una diplomacia muy basada tres ideas fuerza, a las que adherían gentes tan distintas como el Alte. Pedro Iraolagoitía (peroncho duro y puro), su colega Oscar Quihillat (no los hacen más liberales), o el metalurgista e ideólogo nuclear Jorge Sabato (radical, pero “de los de antes”). Esas tres ideas fueron:
* Si es tecnología nuclear preferimos desarrollarla a comprarla. No queremos exportar dólares ni importar salvaguardias.
* Si es nuestra, la transferimos. Gratis a la industria argentina o negociando con nuestros clientes internacionales, todo legal y bajo salvaguardias OIEA.
* Last but not least, somos pacíficos no porque no sepamos o no podamos hacer la bomba, sino porque no queremos. Ergo: no nos jodan.
Mientras tuvo vigencia esa doctrina nunca escrita (pero bien conocida), nadie en estos andurriales del Sur intentó seriamente quedarse con un metro cuadrado de territorio seco o de mar legalmente argentino.
El anuncio de Pilca en 1983 no cayó en saco roto: Pinochet se abstuvo de toda acción armada contra una Argentina que acababa de perder una guerra, un tercio de su Fuerza Aérea y todo respeto de la población por sus propios militares.
El mismísimo Reino Unido esperó, prudente, hasta 1986, a ver qué onda con los vencidos. Al ver que el país no mejoraba ni reponía su armamento convencional y que además estaba autodestruyendo su Programa Nuclear, Su Graciosa Majestad empezó, muy de a poco, un seguidilla de anuncios unilaterales incontestados, según los cuales se quedaba con tal o cual pedazo de Mar Argentino, y toda su pesca. Y si había petróleo, el que hubiera (no hay). Política en la que ha ido envalentonándose y acumulando mar a mares: ya va por 1,65 millones de km2. Britannia, rule our waves!
El Palacio San Martín, a pesar de su alineación crónica con EEUU desde los ‘30, se tenía que bancar a la CNEA en Viena, entre otras cosas por falta de experticia propia. Y es que por su currícula de estudios puramente humanística, su erudición extrema en naderías protocolares y su vacío perfecto en cuestiones científicas y técnicas, tiene mayoría absoluta de habitantes que raramente distingue el uranio de los canapés.
La DIGAN acabó con eso, al menos un tiempo: sus primeros integrantes fueron elegidos a dedo por Saracho entre los mejores promedios del Instituto de Exterior, casi imberbes y con los estudios aún incompletos, y mandados a sepultarse un año entero en el Centro Atómico Bariloche de la CNEA, con un programa de estudios diseñado por la entonces juvenil empresa INVAP. Por eso hoy el director del OIEA es el argentino Grossi, y un simple secretario como Max Gregorio Cernadas frenó a Schlaudeman y sus mamuts en la puerta del CAB.
La DIGAN decididamente NO se construyó para que ratificáramos Tlatelolco o firmáramos su ampliación a nivel mundial, el TNP, o Tratado de No Proliferación. Pero terminó haciendo eso en tiempos de Menem porque la “reformateó” su canciller, Guido Di Tella, aquel tilingo que aconsejaba, con entusiasmo de inventor, tener relaciones carnales con EEUU (pasivas).
El TNP legaliza que los grandes proliferadores (EEUU, Rusia, el RU, Francia y China) no sean jamás inspeccionados y multipliquen y mejoren sus armas a placer. Pero mientras se abocan a ello, pueden visitar sin invitación, anuncio o límite todos nuestros laboratorios, talleres e instalaciones nucleares, “a ver que no estemos proliferando”. Sacan fotos, acceden a documentación, se llevan lo que quieren. Y es que ahora todas nuestras instalaciones están todas bajo salvaguardias. Olvidate de generar patentes, olvidate de la propiedad intelectual: Big Brother is watching you!
Nuestros años de aceptar salvaguardias únicamente sobre lo importado fueron de diplomacia inteligente: conllevaba algo de los beneficios que da tener la bomba, pero ninguno de los inconvenientes.
Blindado en esa postura y ante la propuesta del TNP en 1968 (tiempos de Onganía), la respuesta del embajador argento ante el OIEA, José María Ruda (radical “de los de antes”) fue llamar al documento “El desarme de los desarmados”. Era una síntesis tan redonda que Ruda la puso de título de un libro tan recomendable como ignorado. Pero antes se paró en la Asamblea General de la ONU y dijo (sic) “que un régimen nuclear que no obligue a las potencias nucleares era absurdo en su promulgación”.
Lo sigue siendo. Por eso la lista de países con armas atómicas pasó de los 5 legales según el TNP en 1968 (EEUU, la URSS/Rusia, Francia, el RU y China) a los 10 de hoy. Se añadieron 5 ilegales: la India, Pakistán, Israel, Sudáfrica y Corea del Norte. Sudáfrica reculó al asumir la presidencia Nelson Mandela: éste firmó el TNP y destruyó públicamente su armamento. Pero es un caso único. Y ni Mandela ni los gobiernos que sucedieron al suyo desmantelaron los recursos humanos nucleares del país. Si alguna vez vuelven a querer bombas, estos Springboks saben hacerlas. No da para patotearlos.
Y no es imposible que a la lista de armados se añada Irán, y detrás, Turquía y las petromonarquías de Medio Oriente. Sería buenísimo que eso no suceda, pero para ahí vamos no pese al TNP, sino debido al TNP.
La ONU y en realidad el mundo necesitan una ley nuclear universal más igualitaria: Saracho y la DIGAN inicial militaron por eso. Pero por su lógica de “Me Tarzan, You Jane”, el TNP se está desmoronando solito: antes pide reemplazo que refuerzo.
Con tal de que no iniciáramos un programa nuclear bélico, hasta el Reino Unido evitaba entuertos inútiles con Argentina. Al punto de que los “prime ministers” Harold Wilson (en 1974) y luego Maggie Thatcher (¡¡en 1981!!) intentaron vendernos las Malvinas. Ya no les veían mayor utilidad como apostadero: los enemigos navales de Su Majestad, la URSS y China, estaban todos en el Hemisferio Norte.
Y las ofertas por las islas demasiado famosas fueron bastante aceptables, atestigua el historiador Federico Lorenz, con 8 libros dedicados al tema Malvinas. Negociar duramente sobre la base de alguna de ellas habría cambiado bastante nuestra historia, pero Perón se murió al mes y monedas de recibir la oferta de Wilson y el dictador Roberto Viola dejó sin contestar la de Thatcher, lo que al año siguiente fue un regalo inesperado para esa señora: cuando se gobierna contra los laburantes, siempre es bueno tener alguna guerrita a mano para escaparse de una posible revuelta popular. Válido aquí y en Londres.
Como exportador nuclear que somos, desarrollar secretos comerciales con el TNP a cuestas se ha vuelto bastante imposible, y quizás ya nos haya dejado fuera de competencia en materia de centrales nucleoeléctricas. Cinco copias casi clonales del proyecto argentino CAREM en EEUU (NuScale, mPower y IRIS), China (ACP 100 Linglong) y Corea (SMART) dan una idea de hasta qué punto se volvió gratis robarnos tecnología.
Muy a contramano de su status actual, la DIGAN se hizo para poner la Cancillería, con sus muchas embajadas, como vendedora de las exportaciones nucleares argentinas. Éstas empezaron en 1978, con la venta del Complejo Nuclear de Huarangal, en Perú, completo con dos reactores (el RP-0 y el RP-10). Y Ornstein estuvo en lo de Huarangal como Jefe de Proyecto, para terminarlo y entregarlo.
Un día como cualquier otro (muy neblinoso) en el Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN), Huarangal, Lima, con los reactores RP-0 y RP-10 hechos por la CNEA e INVAP.
Dadas las represalias de EEUU contra que saliéramos a vender “en su traspatio”, que fueron durísimas e incluyeron el boicot de uranio enriquecido, creo que Ornstein celebró inicialmente la llegada de la DIGAN de Saracho en auxilio del Programa Nuclear, en 1984.
Lo que no quita que ambos personajes luego no mantuvieran peleas memorables y a puertas cerradas sobre si debíamos vender o no tecnología nuclear pacífica al país X o al país Y, conforme los EEUU cambiaban de enemigo favorito a toda velocidad dentro del mundo islámico: al alineado y obsecuente hoy, mañana lo declaramos terrorista y viceversa. That’s the name of the game!
EEUU no objetó que en 1965 –aquí, tiempos de Illia- el Shah de Irán recibiera ayuda de la CNEA –y bien pagada- para construir su primer reactorcito nuclear en Teherán. Como que al Shah lo coronaron ellos.
Caído el Shah, el Irán de Khomeini, a quien también inventaron ellos, fue anatema: no había que venderle nada, ni siquiera trigo (aunque en 1986 los persas habían suplantado a los soviéticos como primer cliente de Argentina).
Pero en 1987 los EEUU aprobaron a través del OIEA, que casi siempre (pero no siempre) manejan en Viena “de taquito”, que INVAP reconstruyera ese mismo reactorcito de Teherán, gastos pagos por Viena, para funcionar con uranio enriquecido al 20% (grado civil), en lugar de 90% (grado militar).
Y sin embargo, en 1991 los EEUU pusieron a INVAP al borde de la quiebra cuando estaba por embarcar caños y maquinaria a Irán, también bajo salvaguardias OIEA, para fabricar dióxido de uranio natural.
Es imposible hacer bombas con uranio natural: la movida iba dirigida claramente a lograr la bancarrota de INVAP, que venía del crimen serial de exportar el reactor NUR a Argelia y el ETRR2 de Inshas a Egipto. Bastante le costó luego a Menem hacer fracasar una tercera exportación de INVAP mucho más importante: la de la central nucleoeléctrica compacta CAREM a Turquía, siguiente destino del infatigable Saracho luego de dejar la DIGAN en 1987.
La TAEK (Comisión Atómica de Turquía) no tenía la tecnología, pero quiso asociarse con INVAP para testear dos prototipos, uno en cada país, y luego salir a venderlos producidos en serie, como aviones, y para ensamblar en destino. Para las ventas, se usaría la red internacional de negocios de Turquía, mucho más vasta y antigua que la de INVAP. Un win-win redondo, que habría cambiado el perfil de exportaciones de la Argentina en favor de la industria. Menem destruyó el acuerdo.
Desde entonces INVAP logró venderle reactores a Australia, Arabia Saudita y a Holanda. “Pudieron hacerlo porque firmaron el TNP, morochos”, te dicen en Viena. No, brother, lo entendiste al revés. Pudimos hacerlo pese a. Y no me vengas con Protocolos Adicionales, porque no te firmo más nada.
Ornstein, cuya navegación por la diplomacia –como se ve- no dejó tormenta sin atravesar, fue un integrante de esa rarísima raza híbrida, la de los “marinos nucleares”. Hasta que no los conocí, no sospechaba siquiera de su existencia, aunque estaban bien a la vista.
Montados sobre un decreto de Perón, fueron quienes crearon la CNEA en 1950. En su línea se inscriben los Altes. Roberto Iraolagoitía, Oscar Quihillalt y Carlos Castro Madero. Todos ellos fueron sumamente industrialistas y nacionalistas, las ovejas blancas de una Armada que desde su creación hasta 2013, según el catálogo Histarmar, sólo fabricó el 14,77% de sus naves: el resto, fueron importadas, y en ellas figura ese melancólico lote de chatarra de la OTAN con el que en 1982 fuimos a pelearnos con… caramba, ¿la OTAN?
Consta antes múltiples testigos que Castro Madero hizo lo posible por impedir que el Alte. Isaac Anaya, el ideólogo del desembarco en Malvinas, diera curso a una guerra que nuestro país sólo podía perder. Tras la derrota y ya retirado del arma y de la CNEA, Castro Madero se puso como misión de vida convencer a la Argentina de 1984 de meterle propulsión nuclear a uno de los submarinos TR-1700, entonces en construcción, detenida en 1994 y todavía hoy sin terminar. No lo logró.
El Dr. José Converti, de la CNEA, tiene diseñado el motor atómico para ello y el futuro ARA Santa Fe lo espera en el astillero Storni, pero los almirantes hoy quieren importar submarinos convencionales franceses, a U$ 800 M la unidad, aunque aquí tienen un astillero especializado (el Storni), dos submarinos excelentes a terminar y uno a reparar, todos TR-1700. Es que quieren generar recursos humanos (bueno, en Toulon, Francia). Lo dicho: los marinos nucleares fueron las ovejas blancas.
Los industrialistas navales son gente con dos únicos antecedentes en la alta oficialidad de mar: el Alte. William Brown y mucho después, el Alte. Segundo Storni. Tal vez haya sucesores de los marinos nucleares, pero no aparecen a la vista.
Muy contra sus instintos, la Armada tuvo que crear y luego defender a la CNEA: esa institución chúcara, llena de científicos barbudos y respondones, e ingenieros fierreros y remisos a lo importado. La protegió con una mezcla de orgullo, desconfianza y esperanza: Onganía nunca intentó siquiera una Noche de los Bastones Largos en el ámbito nuclear. La CNEA –fundacionalmente opuesta a “la bomba”- le podía dar a la Armada lo único que hace entrar en “meltdown” el corazón de cualquier almirante, y que es absoluta y totalmente imposible de importar: un submarino nuclear.
Y además, con ese prestigio de lo atómico, la Armada siempre ganó palanca para discutir cargos públicos con el Ejército, una fuerza mucho más poderosa, cuando los frecuentes golpes de estado.
Pero en 1976 el Alte. Emilio Massera y el general Menéndez secuestraron y mataron a 17 científicos y técnicos de la CNEA, muchos de ellos de un laboratorio fundado por decreto del propio Perón y que ofendía particularmente a los EEUU: el de Reprocesamiento.
Es fama que Castro Madero trató de que Massera y Menéndez liberaran a todos, aunque tuvo muy pocos éxitos, y en ese cruce de la Av. Libertador, desde la Sede Central de la CNEA hasta la Escuela de Mecánica de la Armada, volvió pálido y se encerró el resto del día en su despacho con órdenes de no ser molestado, cuenta el Dr. Luis Colangelo, entonces Jefe de Relaciones Públicas de la CNEA. Probablemente ese día cosechó algunos de los 5 by-passes coronarios con que terminaría muriendo en 1990. Más éxitos tuvo don Carlos en llevarse a la siguiente lista de víctimas al Centro Atómico Bariloche y a INVAP, entre ellos al famoso Dr. Tommy Buch, para evitar que los mataran. Pero es algo que incluso hoy no se le reconoce.
Al menguado capaz de confundir a Castro Madero con aquel playboy mafioso y genocida, Emilio Massera, les recuerdo (está en el libro de Max Gregorio Cernadas) lo que el «Almirante Cero» le dijo en uno de tantos choques: «Si yo fuera presidente, Ud. no sería ni portero de la CNEA».
Los marinos nucleares fueron seres muy contradictorios: proteccionistas de puertas de la CNEA para adentro, de puertas para afuera apoyaban sin reparos al neoconservador más peludo que encontraran subido a la palmera política. Y aquí sí que abundan.
Nunca me hice amigo de Roberto Ornstein, algo que hoy lamento, y fue para no discutir de política nacional, o sobre desaparecidos. O incluso sobre el TNP. Ignoro si Ornstein estaba a favor de ese documento, o simplemente se lo tuvo que tragar en silencio y sin agua, como parte del feroz mundo monopolar posterior a 1991. Un periodista se puede poner principista, un diplomático no puede no ser pragmático.
El principismo daltónico es la causa por la que, a partir de 1985, cuando me volví un periodista científico con cierta debilidad por lo atómico, nunca llamé por teléfono al mayor constructor del Programa Nuclear Argentino, que fue sin duda Carlos Castro Madero. Y por no haber tenido ese coraje de cruzar al menos un rato una grieta muy profunda por un tablón precario, me deprimí ferozmente cuando se murió. Cosa que hoy se me repite con Ornstein. Y explica que haya tardado dos semanas en escribir este mamotreto, de cuyo desorden y emocionalidad pido disculpas.
Esos navales fueron un poco como aquellos milicos mitológicos que generó el Ejército durante el siglo XX: los generales ingenieros Manuel Savio y Enrique Guglialmelli en metalurgia, industria pesada y fabricación de armas, Enrique Mosconi y Alonso Baldrich en petróleo y química, y el brigadier Juan de San Martín en construcción aeronáutica. Son los que –muy a su riesgo y pagándolo caro, a veces con prisión- aprovecharon ese recurso tan raro en Sudamérica, la educación pública y gratuita de calidad, para inventar la industria argentina sustitutiva liviana, y luego la compleja y pesada, marca de un país mejor que el actual en todo.
Roberto Ornstein no es el único ni el último retirado insustituible en seguir yendo a la CNEA “ad honorem”. Van quedando pocos y los llaman “los Eméritos”.
“El Apagón Nuclear” es el título que la periodista Eleonora Gosman, de Clarín, le puso al período de destrucción de recursos entre 1983 y 2006. La gente incorporada durante el Primer Renacimiento Nuclear, sucedido entre 2006 y 2015, advertida de que hay próceres sueltos y vivos por los pasillos, los mira dudando cuando los cruza, mientras se pregunta: “¿Y quién será este viejo?”.
Cosa que, certifico, a los viejos los desconcierta. Son los que discutían mano a mano el Programa Nuclear con Jorge Sabato. Son los inventores de la CNEA. Es como si Nikola Tesla, que impuso la electricidad alterna, anduviera por los pasillos del directorio de la Westinghouse, y los CEOs y sus secretarios no lo reconocieran. “Tesla, Tesla… me suena. ¿No es un auto?”
Sí, OK, el tema es Ornstein. Pero es imposible entenderlo fuera de su salsa histórica, que es triplemente rara por marinera, por nuclear y por desconocida. Creo que la persona más adecuada para explicar a Ornstein se acaba de morir. Fue el propio Ornstein, la única vez que se vio obligado a hablar públicamente de su persona.
Lo hizo en un reportaje del sagaz Fernando Krakowiak en Página 12, allá por 2010.
Ornstein no fue el único entrevistado en la ocasión: estaba también otro Emérito célebre de la CNEA, el Dr. Renato Radicella, otra historia que habrá que contar alguna vez. Pero en la foto (y esto es muy característico de él), Ornstein prefirió ponerse en segundo plano. Tarde, pero empiezo a conocerte, Roberto.
«–¿Por qué siguen viniendo a la CNEA?
Ornstein: –Porque siento un fuerte sentido de pertenencia. La CNEA es una institución única en el país que a uno lo va atrapando. Yo ingresé en 1979, ya de grande, y en muy poco tiempo me entusiasmó el empuje de la gente. Desde entonces, hemos pasado por épocas buenas y malas, pero la mayoría de la gente mantuvo esa pertenencia.
Además, creo que estoy cumpliendo un papel todavía útil para la institución, y mientras mi salud y las sucesivas presidencias me lo permitan pienso seguir trabajando y compartiendo lo que aprendí con las nuevas generaciones.
–¿Cuáles son los proyectos más importantes de los que formaron parte?
Radicella habla de su participación en la exportación del Centro Atómico de Huarangal a Perú, completo, con dos reactores, y el del reactor experimental NUR a Argelia desde INVAP. Ornstein contesta lo siguiente:
–Yo estuve como jefe durante la terminación del Proyecto Perú, cuando Radicella dejó el cargo, y desde el área de Relaciones Internacionales intervine bastante en el resto de las exportaciones nucleares que realizó el país. Además, representé a la Argentina como gobernador alterno del Organismo Internacional de Energía Atómica durante casi 15 años. En la actualidad, sigo trabajando en el área de Relaciones Internacionales.
–¿En qué medida el resurgir de la actividad nuclear durante los últimos años influyó para que ustedes decidieran seguir en la CNEA?
Va sólo la contestación de Ornstein:
– El apoyo del Gobierno a la actividad nuclear es un aliento. Esto no ocurría desde la década del 80, y se evidencia en un notable incremento del presupuesto y en el desbloqueo de las vacantes después de más de doce años de congelamiento. Nosotros no podíamos cubrir ninguna vacante y el promedio de edad en el organismo se había elevado hasta los 56 años. Ahora, en cambio, se incorporó una gran cantidad de gente joven que está permitiendo impulsar una renovación.
El reportaje sigue. Krakowiak pregunta por qué el átomo ha resurgido en Argentina y el mundo, a lo que Ornstein contesta (¡y lo hace en 2010!) que el petróleo se está encareciendo y viene de lugares inestables y llenos de guerras, y que además en Argentina no hay tanto gas como cree el Ing. Jorge Lapeña (un antinuclear acérrimo), y que los combustibles fósiles están desquiciando el clima en todo el planeta. Siguiendo con el desmantelamiento del Programa durante el Apagón Nuclear entre 1983 y 2006, Ornstein dice:
– No hay que olvidarse de que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, mandó a los científicos a lavar los platos a su casa.
Krakowiak se entera, no sin sorpresa pese lo conocedor, de que a los antiguos A1 (categoría top del elemento profesional de la CNEA) Cavallo les ofrecía U$ 100.000 de jubilación anticipada, con tal de que se fueran a romper el átomo a otra parte. Hechos los cálculos de depreciación del dólar, a fines de 2021 eran U$ 199.000. Y Krakowiak también se entera de que en general, en lo peor del Apagón Nuclear, los atómicos se negaron a agarrar viaje.
–¿Qué hacían durante esos años?- pregunta Krakowiak (lo supongo desconcertado). Y dice Ornstein:
– No soy de los que se van a casa a mirar televisión. Voy a seguir trabajando hasta el día en que me muera, salvo que la salud me lo impida.
¿Me piden algo más personal? En un mail al citado Mario Mariscotti, Ornstein confiesa que decidió volver a trabajar a la CNEA como fuera, cuando a pocos días de jubilarse se vio en el espejo barbudo y con pijama. ¿Qué pulcro oficial naval soporta esa visión?
Pero hay más. Transcribo parte de un mail que me mandó su reciente viuda, Laura.
“Días atràs encontré un dato en su PC que te puede interesar… es la nota (o borrador de nota) que redactò Roberto con tal motivo, con números de decreto, explicación legal, etc…. en la que al pie informa a la superioridad de Marina, que renuncia al retiro pero no al estado militar.
“Desde ese dìa hasta el ùltimo de la vida Roberto no cobrò retiro militar alguno, eso sì, continuò aportando voluntariamente a las instituciones de las que formaba parte, (Centro Naval, Sociedad Militar Seguro de Vida, Asociaciòn Socorros Mutuos de las Fuerzas Armadas, Hogar Stella Maris, Hospital Naval Dr Pedro Mallo, etc), en calidad de adherente».
“En 2012, habiendo cumplido ya 85 años y con los años de aportes por CNEA necesarios, se jubilò por ANSES.
«En ese entonces la Presidente de CNEA, Dra Norma Boero, lo designó Investigador Consulto por 5 años, por el mérito de su tarea y él siguiò trabajando ‘ad honorem’ por propia decisiòn, por considerar que su trabajo quedaba cubierto con la jubilación de ANSES.
“Al cumplir los 90 años le fue renovada esa distinción, por la que continuó trabajando para CNEA, en la redacciòn de la Memoria Institucional y de la Revista, tal y como venía haciendolo desde el año 2000, hasta que a finales del año 2019, delegó esas responsabilidades en personal más joven al que previamente habìa estado formando para la tarea.
“En la Asociación Mutual de Empleados de la CNEA, en la que ocupò diversos cargos, su participaciòn se prolongó ininterrumpidamente hasta el jueves 22 de septiembre de 2022, atento a que por la situaciòn sanitaria de pandemia, trabajó en forma virtual desde 2020.
“Dos fechas para tener presentes: Roberto decidió partir el 26 de septiembre 2022. Su cumpleaños 95 sería el 2 de octubre…
“Se puede decir que cumplió, también, su sueño de trabajar hasta que la muerte lo llamara...»
No comment.
Daniel E. Arias