Revisitamos «El estado, el capitalismo y la innovación. El pensamiento de Mariana Mazzucato»

Su reciente visita a Argentina y a Chile nos hizo revisar nuestros archivos. Esta nota la publicamos el 31 de diciembre de 2019. Ahora, casi 3 años y una pandemia después, encontramos que sus conceptos son aún más actuales:

Mariana Mazzucato es una economista nacida en Roma que​ es profesora de Economía de Innovación y Valor Público y directora del Instituto para Innovación y Propósito Público en University College London y el RM Phillips Chair en Economía de Innovación en la Universidad de Sussex. Es decir, tiene todas las credenciales académicas que otorgan respetabilidad.

A pesar de eso, sostiene teorías chocantes al pensamiento económico «correcto». Dice que el Estado es un actor necesario en la innovación capitalista. Y que el papel de los bancos en la creación de valor está sobreestimado. Esta crítica de uno de sus libros, publicada este mes, permite una visión de su pensamiento menos superficial que las habituales notas periodísticas. Recomendamos leerla con tiempo, no para aceptar sus ideas a libro cerrado. Para debatirlas.

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«Hay un tipo de trabajo que aumenta el valor del objeto al que se incorpora, y hay otro tipo que no tiene este efecto. En tanto produce valor, el primero puede ser llamado trabajo productivo: y el segundo, trabajo improductivo» (Adam Smith, La riqueza de las naciones, 1776)

«Los bárbaros barones del oro; ellos no encontraron el oro, no extrajeron el oro, no molieron el oro, sino que por medios de alguna rara alquimia todo el oro les pertenecía» (Bill Haywood, fundador del primer sindicato industrial de Estados Unidos, 1929)

«Entre 1975 y 2017 el producto interno bruto (PIB) real de Estados Unidos se triplicó: pasó de 5,49 a 17,29 billones de dólares. Durante ese periodo la productividad creció alrededor del 60%; sin embargo, desde 1979 los sueldos por hora reales de la gran mayoría de los trabajadores estadounidenses se han estancado o reducido. En otras palabras, durante cerca de cuatro décadas una pequeña élite se ha apoderado de casi todas las ganancias de una economía en expansión». ¿Es porque son miembros de la sociedad particularmente productivos?»

Así arranca Mariana Mazzucato, catedrática de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres (UCL), el prefacio de su última obra: El valor de las cosas.

Autora de un sugerente y esclarecedor libro sobre el papel del Estado y las instituciones públicas en la creación de valor y el desarrollo económico en las economías occidentales, El Estado emprendedor, Mazzucato pone su atención, en su nuevo trabajo, en la distorsión que ha supuesto la imposición de una narrativa acerca de la creación de valor, así como en los criterios seguidos para su cuantificación e inclusión en las cuentas nacionales como parámetros representativos de los niveles de renta y bienestar de nuestras sociedades.

Mazzucato considera que se necesita una narrativa alternativa acerca de quién creó la riqueza, en primer lugar, y quién la extrajo, generalmente en su beneficio, posteriormente, Un proceso: la captura o extracción de rentas que bien podría describirse así: los tomadores se imponen a los hacedores y el capitalismo «depredador» al capitalismo «productivo», gracias a lo cual el 1% ha accedido al poder por encima del 99% restante.

En su tentativa de encontrar las bases en las que sustentar una teoría del «valor» que desvele correctamente los mecanismos de su creación y los agentes económicos, sociales e institucionales implicados, así como sus beneficiarios últimos, realiza una incursión histórica, desde los economistas preclásicos hasta la denominada revolución marginalista de la segunda mitad del siglo XIX. Una visión panorámica en la que sintetiza las aportaciones más relevantes a la teoría del valor que ocupa cerca de la mitad del libro, sin novedades interpretativas relevantes, que encuentra su justificación en la necesidad de establecer un anclaje en la teoría del valor-trabajo formulada por los principales economistas del clasicismo económico (Smith, Ricardo y Marx), prevalente hasta la revolución marginalista (Walras, Jevons y Menger) y la sistematización posterior de Pareto y Marshall, que contribuyeron a imponer en el pensamiento económico triunfante una teoría expresiva del valor de carácter subjetivo y desvinculado del coste del factor trabajo, por la que la utilidad marginal y la escasez determinan los precios y el tamaño del mercado. El precio sería, en última instancia, la medida del valor.

Así, lo que el modelo ganaba en versatilidad lo perdía en la falta de capacidad para medir lo que Smith llamaba «la riqueza de las naciones»: la producción total de una economía en términos de valor.

Mazzucato se ve en la necesidad de explicitar qué entiende por los conceptos de creación y extracción de valor. Por «creación de valor» se refiere al modo en el que las diferentes clases de recursos (humanos, físicos e intangibles) interactúan con el fin de producir nuevos bienes y servicios. Por el contrario, «extracción de valor» supondría que las actividades se centrarían únicamente en mover recursos y productos ya existentes y en ganar de manera desproporcionada con su comercio posterior.

Su objetivo de crear una economía más justa en la que la prosperidad se comparta de una manera más amplia y que, por lo tanto, sea más sostenible lo vincula no solamente a una política progresista de gravar la riqueza, sino a lograr una nueva narrativa, una nueva interpretación y un amplio debate acerca de la creación de riqueza. Y, para ello, echa mano del pensamiento clásico, que partía de una distinción clara entre el «trabajo productivo» y el «improductivo» y una visión ricardiana de la teoría del valor-trabajo que rescata, al tiempo que la reinterpreta con Marx y que considera más adecuada que la teoría neoclásica o marginalista para profundizar en la cuestión del «valor» en la economía globalizada actual.

La innovación en el sector financiero y la industria farmacéutica

Para Mazzucato, el extraordinario crecimiento del sector financiero, con ser preocupante, no lo es tanto como el intenso proceso de financiarización del conjunto de la economía.

El término «banca en la sombra» acuñado en 2007, describe un conjunto de instituciones bancarias o parabancarias que realizan actividades similares a las de la banca y que generan una amplísima red de diferentes intermediarios financieros, no sometidos a una regulación tan estricta como los bancos y que, surgidos de la nada, se expanden allí donde los bancos han sido condenados a contraerse. Como se caracterizan, en general, por ser «finanzas impacientes» que buscan retornos elevados a corto plazo, su comportamiento puede afectar a la capacidad productiva de la economía y a su potencial para la innovación.

Un fenómeno de nuestro tiempo, pero no inusual. Ya Winston Churchill, en 1925, siendo ministro de Hacienda y al observar la manera en que estaban cambiando las finanzas, afirmó que «prefería ver las finanzas menos orgullosas y a la industria más satisfecha».

«La intermediación financiera -el coste de los servicios financieros- constituye una forma de extracción de valor cuya escala reside en la relación entre lo que cobran las finanzas y el riesgo que realmente asumen» (pág. 215).

Así, la denominada gestión de cobros se ha convertido en una de las carácterísticas que definen el capitalismo moderno, y su reforma, no imposible, a través del establecimiento de una tasa a las transacciones financieras -aún no implantado- podría facilitar la reasignación hacia las inversiones a largo plazo en vez de los sustanciosos, aunque no creadores de valor, intercambios rápidos de un milisegundo.

El concepto de innovación es central en el análisis de Mazzucato.

Existe un acuerdo general sobre el papel de los cambios tecnológicos y organizativos como fuente principal de crecimiento y de creación de riqueza a largo plazo. Pero, para la autora, la innovación exige para su proceso de creación la presencia de tres carácterísticas: su carácter acumulativo, la incertidumbre que la preside y su carácter colectivo.

Es acumulativa, y en muchos casos el resultado de una inversión preexistente y en gran medida, fruto de inversiones a largo plazo que se realizaron a través de los años.

Es incierta. Con un alto grado de fracaso, y en general puede requerir mucho tiempo desde la concepción de la idea hasta su realización y comercialización. Con frecuencia pueden pasar décadas,

Y es colectiva. Como la autora desarrolló en su aclamado El Estado emprendedor, las ayudas públicas de Estados Unidos se encuentran detrás de innovaciones como el i-Phone, Siri, el GPS o la pantalla táctil, y supusieron ingentes cantidades de dinero gastado por el Departamento de Defensa de EE. UU., su armada, la CIA o la DARPA (Agencia de Proyectos de Inversión Avanzada de Defensa).

En el sector farmaceútico, la investigación muestra que el origen en los avances de dos terceras partes de los medicamentos más innovadores (nuevas identidades moleculares con calificación prioritaria) se remonta a la financiación de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU.

Una de las formas de extraer valor o «extracción de valor patentada» se realiza a través de la instrumentalización de patentes, herramientas asociadas como los copyrights y las marcas registradas, que han pasado de ser mecanismos para estimular la innovación a medios utilizados para su bloqueo. Lo exponía así The Economist (08-10-2015): «Se supone que las patentes propagan el conocimiento al obligar a sus propietarios a exponer su innovación para que todo el mundo la vea (?). En lugar de eso, el sistema ha creado una ecología parasitaria de trols y detentadores de patentes defensivas que bloquean la innovación, o la entorpecen a menos que puedan hacerse con una parte del botín».

Un fenómeno de extracción de valor que es posible que no encuentre un ámbito más representativo que en el del precio de los medicamentos.

Un caso reciente ilustra cómo las patentes conducen al monopolio.

En 2014 el gigante farmaceútico GILEAD sacó al mercado un nuevo tratamiento para el virus de la hepatitis C llamado Sovaldi, que supuso un avance notable respecto a las terapias existentes contra esta enfermedad que afecta a 3 millones de personas en EE. UU. y a 15 millones en Europa. En el mismo año, GILEAD lanzó una versión mejorada de Sovaldi conocida como Harvoni. Un tratamiento de 3 meses cuesta 84.000 dólares (mil dólares por pastilla) en el caso de Sovaldi y 94.000 dólares en el de Harvoni.

¿Cómo justifica la industria el cobro de estos precios que son centenares de veces más altos que los costes de producción?

Una línea de defensa tradicional de la industria consistió en justificar los precios por el enorme gasto en la investigación previa hasta la comercialización del producto, pero la realidad es muy distinta: los gastos en investigación básica en la industria farmaceútica son, en general, muy bajos en comparación con los beneficios que genera. También es muy bajo el gasto en marketing, y con frecuencia menos de lo que dedican a subir a corto plazo el precio de las acciones, las opciones sobre acciones y el pago a los ejecutivos.

Además, la financiación que da paso a la innovación farmaceútica definida en términos generales como nuevas entidades moleculares procede, fundamentalmente, de laboratorios financiados con dinero público.

La industria farmaceútica concentra cada vez más el gasto en I+D en la fase de desarrollo menos arriesgada y en los «medicamentos equiparables» que solo presentan ligeras variaciones de los productos existentes.

En el caso de Sovaldi y Harvoni se calcula que los inversores privados no gastaron más (y quizás menos) de 300 millones de dólares en I+D durante una década. En los primeros seis meses de 2015 los dos medicamentos generaron alrededor de 9.400 millones de dólares en ventas (y 45.000 millones de dólares en los tres primeros años desde su lanzamiento entre 2014 y 2016).

Una realidad incontestable que obligó a modificar la línea de defensa de la industria y a utilizar un argumento alternativo: los precios son proporcionales al «valor intrínseco de los medicamentos». El «valor» se sitúa como el referente fundamental del precio.

John LaMattina, antiguo vicepresidente de Pffeizer fue más explícito que nadie. En 2014, en un artículo publicado en la revista Forbes con el titular «Los políticos no deberían cuestionar el coste de los medicamentos, sino su valor», mantuvo que el precio debería vincularse con el valor que el medicamento aporta en términos de salvar vidas, mitigar el dolor y reducir los costes sanitarios generales, y, al hablar del medicamento Soliris, de la farmaceútica Alexion, utilizado para tratar una forma poco común de anemia y trastornos renales, con un precio de 440.000 dólares/año por paciente, argumentó que el precio no tenía ninguna relación con los costes de I+D necesarios para sacar el medicamento al mercado.

Un análisis básico y ortodoxo de la elasticidad de demanda ( es decir, la sensibilidad de los consumidores a los cambios de precios, dependiendo de la carácterística de los bienes), en el caso de algo que se necesita para sobrevivir, combinado con una situación de monopolio de los productores protegidos por patentes, es decir, una combinación de demanda rígida y monopolio da como resultado unos precios exorbitantes en los medicamentos especializados.

El capitalismo de plataforma

Se suele describir con este nombre la nueva forma en la que se producen, comparten y se entregan bienes y servicios; una forma más horizontal en la que los consumidores interactúan entre sí sin o con una mínima intervención de las instituciones tradicionales.

En este marco funciona la denominada economía colaborativa, reduciendo las fricciones entre los dos lados del mercado, conectando eficientemente a compradores y vendedores y a clientes potenciales con anunciantes.

La búsqueda de economías de escala (basadas en el tamaño de la red) y de economías de alcance (basadas en el abanico de servicios distintos) propicia que «el tamaño y crecimiento de las empresas más representativas no parece tener límite. Los efectos de red que se extienden por los mercados online añaden una carácterística importante: cuando una empresa establece su liderazgo en un mercado, su dominio aumenta y se perpetua automáticamente»( pág. 300).

Seis empresas (Facebook, Google, AOL, Yahoo, Twitter y Amazon) constituyen alrededor de un 53% del mercado publicitario digital (solo Google y Facebook representan el 39%).

Esta posición dominante implica que los gigantes digitales pueden imponer sus condiciones a los usuarios y a las empresas que son sus clientes, que no tienen opciones de cambio si no se sienten satisfechos, pues como dice Evgeny Morozov » no hay una segunda Amazon al que puedan irse».

Un problema a futuro, porque el auge de la «economía colaborativa» probablemente extenderá el intercambio de mercado a nuevas áreas, en las que las dinámicas de dominación mercantil parecen preparadas para perpetuarse a si mismas.

De una mirada ingenua sobre Google se podría inferir que proporciona servicios gratuitos a sus usuarios. La realidad es que son los usuarios quienes aportan a Google los inputs necesarios para su proceso de producción: nuestros datos personales son la materia prima con la que se configura el big data.

Google obtiene el grueso de sus beneficios de la venta a otras empresas de sus espacios publicitarios y de los datos de los usuarios: «Si algo es gratis online, tú no eres el consumidor, eres el producto».

Los modelos de negocio de Facebook y de Google se basan en la mercantilización de los datos personales, transformando por medio de la alquimia de un mercado bilateral, nuestras amistades, intereses, creencias y preferencias en propuestas vendibles. La llamada economía colaborativa se basa en la misma idea.

Parece comprensible, como sostiene Morozov, entonces, que, «en lugar de pagar nosotros a Amazon una tarifa por utilizar sus capacidades en inteligencia artificial -construida con nuestros datos-, debería exigírsele a Amazon que nos pague a nosotros».

Mazzucato ha descrito en su último libro un mundo inquietante, en el que el relato en torno a la creación de valor pertenece a las grandes y poderosas empresas , auténticos monopolios sin regulación en el mundo digital que a través del dominio ideológico establecen que el precio determina el valor y que los mercados representan el único mecanismo para estipular el precio.

La expresividad y contundencia de los ejemplos que representan esta denuncia deberían, sin embargo, completarse en dos direcciones: una, a través de un análisis empírico de un mayor número de empresas y sectores, y otra tratando de extender lo que fundamentalmente constituye un análisis del Estado y del sector público en EE. UU., con agencias e instituciones con un reconocido planteamiento estratégico, a otros territorios y ámbitos geográficos con un menor nivel de desarrollo y prácticas consuetudinarias muy diferentes respecto a la acción pública, sin olvidar la presencia perniciosa de la incompetencia o la corrupción que con excesiva frecuencia les acompaña.

Mazzucato ha realizado un trabajo sugerente que nos obliga a revisar en profundidad el análisis y nuestra propia consideración, a veces errónea por simplista, del papel de los gigantes digitales y del uso del big data en la configuración de nuestra sociedad y que nos desvela la importancia y la necesidad -en línea con Piketty- de contribuir al debate ideológico en busca de una sociedad más justa e igualitaria.

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