«La geografía del poder mundial está cambiando, pero todavía es difícil anticipar cómo va a ser el nuevo tablero internacional. Lo que no debemos hacer es ir contra la tendencia mundial y abrir la economía cuando las potencias se están cerrando». Es el planteo de Sérgio Amaral, que fue embajador de Brasil en Gran Bretaña (1999-2001), en Francia (2003-2005) y en Estados Unidos (2016-2018), y ministro de Industria y Comercio Exterior entre 2001 y 2002, en el último gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
Un hombre de Itamaraty, y del «establishment» brasileño. Estas declaraciones públicas, que reproducimos en abril, pueden ayudar a entender, en nuestra opinión, porqué sectores decisivos de la clase dirigente brasileña evaluaron que era preferible el regreso de Lula a la continuidad de Bolsonaro.
Lo que considera evidente Amaral es que el nuevo orden internacional no va a definirse en cumbres diplomáticas, sino como resultado del enfrentamiento y las negociaciones entre las potencias. En ese marco, cree que “el Mercosur necesita un nuevo impulso político”.
«—Creíamos que la pandemia iba a ser el gran evento de este siglo y comenzó la guerra en Ucrania. ¿Cómo impacta en el escenario internacional?
—Estamos en un momento de transición desde la «Pax Americana» hacia un nuevo período de lucha por el poder. Hoy predomina un equilibrio entre tres grandes superpotencias, un triunvirato de imperios: el imperio que ya fue, el ruso; el imperio que es, el estadounidense; el imperio que quiere ser, el chino.
Hay otro cambio importante en el plano militar. Desde la Guerra Fría existía una estrategia de disuasión nuclear. Las armas nucleares estaban diseñadas para no ser usadas. ¿Qué pasó ahora? Rusia construyó armas nucleares de corto alcance, que tienen una capacidad de destrucción limitada. Son armas diseñadas para ser usadas.
Por otro lado, hay un instrumento nuevo en esta guerra y son las sanciones que impusieron las grandes potencias a Rusia. Un dato relevante: en EE.UU. las sanciones financieras eran manejadas por el Departamento del Tesoro y pasaron a la órbita del Departamento de Estado. Es decir, a ser parte de la diplomacia. Otro cambio geopolítico fue el fortalecimiento de la unidad dentro de la Unión Europea y la OTAN, contra los propios intereses de Vladímir Putin.
—¿Cómo será ese nuevo orden internacional?
–Todavía no está definido. Cuando empezó la Pax Americana, las reglas del juego de la economía, la política y las relaciones internacionales ya habían sido fijadas en Bretton Woods. Ahora eso no existe. Comparto la opinión de Henry Kissinger de que el nuevo orden va a ser plasmado por el eje entre EE.UU. y China, ya sea para la cooperación como para el conflicto. Lo que estamos viendo ahora es que Rusia también quiere ser parte de ese juego. Creo que no se puede anticipar cómo va a ser la nueva geografía del poder. Las reglas no se van a definir en una conferencia diplomática, sino en la práctica, en función de los encuentros y desencuentros que van a ir estableciendo los límites. Lo que sí está claro es que es imposible pensar en una alianza entre EE.UU. y China, que son los dos actores estratégicos.
—Una consecuencia de la disputa entre China y EE.UU. es la política de relocalización de empresas en territorio estadounidense. ¿Volvió el proteccionismo?
–Sí, hay una vuelta al proteccionismo, que comenzó en el gobierno de Barack Obama y tuvo su mayor impulso con Donald Trump. Ahora Joe Biden la continúa. Tiene que ver con la estrategia de desacople con China. Washington desalienta la integración de compañías chinas y estadounidenses, busca separarlas para proteger la tecnología americana y estimular la producción dentro del país. Esta situación se agudizó con la guerra en Ucrania porque todos los países tomaron conciencia de que tienen que ser más independientes, que no deben estar atados a nadie para abastecerse de energía o alimentos. Y no es solo en EE.UU. Alemania cambió mucho su visión estratégica. Durante los años de Angela Merkel había colaborado con Rusia, en lo que se llamó la (nueva) ostpolitik, lo que explica su alta dependencia del gas ruso. Eso ahora está en revisión.
—¿Cómo repercute en América Latina este aumento del proteccionismo?
—No es una buena noticia para América Latina. Nuestras exportaciones dependen sobre todo de China, Europa y EE.UU. Y el proteccionismo puede afectar al comercio, pero también a las inversiones. Es un intento de frenar la globalización, lo que no quiere decir que la globalización vuelva hacia atrás, pero sí que habrá menos acciones para expandirla. Es un cambio de paradigma. Lo que no debería hacer América Latina es ir contra las tendencias mundiales y apostar por abrir las economías en un momento en el que sus socios principales se están cerrando.
—¿América Latina debería definirse por un bando si esta disputa se agrava?
—De ninguna manera. América Latina tiene que fortalecer sus espacios de autonomía, no elegir entre las grandes potencias. Quizás la única manera de hacerlo es fortalecer internamente el Mercosur y la cooperación con Europa. ¿Por qué? Una forma de generar espacios de autonomía es acercarnos a otra región que también quiera tener los suyos propios. Y Europa es una de ellas, ya que no quiere ser un actor secundario. Por eso es absurdo que esté estancado el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea.
—¿Qué debería cambiar en el Mercosur?
—El Mercosur está pasando por un momento difícil, pero afortunadamente no es terminal. Dos datos: el comercio entre Mercosur y China llegó al 18% de la economía total del bloque, mientras que el comercio intra-Mercosur está desde hace mucho tiempo en el 11%. Esto quiere decir que nos estamos integrando con China y no entre nosotros. Para resolver este asunto hay que entender un hecho sencillo, pero muy importante: los procesos de integración no son el resultado de decisiones económicas, sino políticas. Esto es algo que a veces los economistas no comprenden. La integración no viene de la economía, es una intervención contra el funcionamiento del mercado. Y el Mercosur necesita un nuevo impulso político, porque es más importante que nunca.
—¿Por qué es más importante que nunca?
—El Mercosur es la única forma que tenemos de competir con China, que además está aumentando su presencia en la región. Hay que evaluar estos temas y adoptar políticas conjuntas para enfrentar estos problemas. Yo no soy contrario a China de ninguna manera, fui presidente del Consejo Empresario Brasil-China por mucho tiempo. El problema es de nosotros, que hemos perdido la capacidad de definir nuestros puntos estratégicos. Argentina y Brasil tienen la obligación de mostrar el camino para Mercosur. Tienen que ser un eje económico y político, como la relación entre Alemania y Francia fue en la Unión Europea.
—Si le pido una reflexión rápida sobre Argentina, ¿qué le viene a la cabeza?
—Siempre vi la relación entre Argentina y Brasil como una relación entre la calidad de Argentina y la dimensión de Brasil. Argentina es un país con un potencial muy grande, pero tiene un problema parecido al de Brasil: no consigue liberarse de las herencias del pasado para tener una visión más moderna y compatible con las demandas del siglo XXI.