VENG, la UNSAM y Space Sur: vigilancia satelital para las Fuerzas Armadas

Con el foco puesto en la creciente actividad espacial, VENG S.A., la Universidad de San Martín (UNSAM) y Space Sur presentaron su nuevo proyecto de observación y vigilancia satelital a las Fuerzas Armadas Argentinas. Denominado como “FOCUS”, tiene como fin brindar al Instrumento Militar Nacional capacidades de procesamiento de imágenes satelitales a través de una constelación de microsatélites.

La presentación del Proyecto FOCUS tuvo lugar en el día 29 de marzo, a través de una reunión en la cual participó el Ministro de Defensa de la República Argentina, Jorge Taiana; siendo acompañado el jefe de Gabinete del MinDef, Héctor Mazzei; el subjefe del Estado Mayor Conjunto, brigadier Pedro Girardi, el subsecretario de Investigación Científica y Política Industrial, Roberto Adaro.

Desde las empresas privadas y estatales involucradas, junto a universidades nacionales, destacaron en su presentación a las autoridades ministeriales las posibilidades y potenciales del Proyecto FOCUS. Si bien fueron enumeradas las capacidades que puede brindar a las Fuerzas Armadas, también expresaron el uso dual del sistema, con el fin de brindar servicios de procesamiento y comercialización de imágenes satelitales de alta resolución. Pensado en clientes nacionales, como internacionales, de forma económica y eficiente.

En lo referidos a lo que puede brindar a las Fuerzas Armadas Argentina, el Proyecto FOCUS se presenta como una constelación de microsatélites de diseño y fabricación nacional, equipados con tecnología de observación SAR Banda X de alta resolución.

Los representantes de VENG S.A. (Vehículo Espacial Nueva Generación), la Universidad de San Martín (UNSAM) y la empresa Space Sur, indicaron que: “a partir de este desarrollo las Fuerzas Armadas contarán con una capacidad inédita de observación y vigilancia sobre el territorio argentino (continental y marítimo) con actualizaciones constantes y en un entorno de comunicación cibersegura”.

Agregaron esto: “Este sistema podrá emplearse tanto en operaciones militares, de vigilancia y control de los espacios, de búsqueda y rescate, y de apoyo logístico a las Fuerzas de Seguridad en cualquier condición atmosférica y de luminosidad solar, así como de una resolución sub-métrica”.

Comentario de AgendAR:

Desde el siglo pasado Conrado Varotto, fundador de la CONAE, viene planificando un futuro de satélites de bajo peso, bajo costo, fácil reposición y «arquitectura segmentada». En castellano derecho, eso significa que las muchas funciones concentradas en los satélites típicos de la CONAE, en general monolíticos y de alto costo, se podían dispersar en constelaciones de satélites mucho más baratos e intercomunicados entre sí.

En tiempos de Varotto la CONAE se volvió razonablemente exitosa con satélites monolíticos de observación terrestre, exactamente lo contrario de la arquitectura segmentada. El SAC-C, lanzado en 2000, tenía 11 sensores distintos en una plataforma de apenas 480 kg, y un diseño y un manejo evidentemente buenos: debía durar 5 años en órbita, y aguantó 13.

En contraposición, el satélite típico de la NASA tenía a lo sumo 2 sensores, pero con el viento a favor del presupuesto de esa agencia, cruzaba del diseño al lanzamiento en no más de 3 años. La NA-SA, generalmente a cargo del mayor costo desagregado de la misión, el lanzamiento, nos felicitaba por nuestra capacidad de integración. A nosotros que ellos no la necesitaran nos daba bastante envidia…

A la CONAE, pese a sus mejores intenciones, los satélites se le volvían monolíticos «en mesa de diseño», donde se eternizaban. La repartición nació pobre y vivió y vive pobre. Por ello, tuvo que ir desarrollando una diplomacia satelital extraña, de salir a reclutar agencias espaciales y universidades extranjeras para que pusieran sus sensores en nuestras plataformas, y de paso algunos morlacos, obvio. Esto, por lógica, obligaba al rediseño tanto eléctrico como de comunicaciones de las plataformas. 11 sensores son al menos 8 o 9 rediseños «da capo al fine», y una misión por década.

El punto de inflexión fueron las misiones SAOCOM, de radar en banda L. La CONAE buscó un único socio, la Agenzia Spaziale Italiana (ASI), que dentro del mundo de la Agencia Espacial Europea (ESA) recibía y recibe un trato de pariente pobre. Varotto le hizo a la ASI una propuesta a la que ésta no podía decirle que no: la constelación SIASGE, o Sistema Italo Argentino de Gestión de Emergencias, destinada a prevención y/o control de catástrofes y crisis ambientales, y basada en satélites de radar en órbita polar heliosincrónica baja, de 600 km. de altura.

A los ítalos les tocaban los satélites «fáciles», con radar en banda X, y a la CONAE los difíciles (sin comillas), en banda L. Cada cual resolvía su propia ingeniería y sus propios costos. Los resultados, es decir las imágenes, se compartían.

¿Cómo se iba a negar la ASI? Salvo los japoneses, nadie estaba tan loco como para lidiar con satélites tan horrorosamente difíciles de resolver como los dos actuales SAOCOM, con sus pantallas de radar del tamaño de canchas de squash. ¿Para qué meterse en semejante camisa de once varas? Para la CONAE, estaba claro desde el vamos: aunque la banda L de onda de 23 cm. de longitud da imágenes de resolución relativamente baja, tiene la virtud de penetrar el follaje y la tierra y detectar el agua, da igual si superficial o subterránea.

Nuestros SAOCOM pueden medir el estado de ríos, lagos, napas y acuíferos, y pronosticar desde sequías e incendios a inundaciones y enfermedades ligadas al agua, como el cólera o las 4 virosis (fiebre amarilla, dengue, chikingunya y zika) transmitidas por el mosquito Aedes aegyptii. Y otras tropicales que se nos vienen al humo, por el recalentamiento climático.

Pueden pronosticar el derrumbe de una ladera cubierta de bosque que absorbió demasiada lluvia. O la voladura inminente de un volcán pliniano en la frontera con Chile por cambios altimétricos en la cumbre. Logran determinar el avance de un derrame de petróleo, por río o por mar, sea de día o de noche. No alcanzan a discernir un barco chico, pero sí su estela en el mar, y más aún la de una flota.

La banda L recién empieza a mostrar sus capacidades. Es una solución en busca de problemas.

Los SAOCOM podrían haber evitado la catastrófica inundación de Santa Fe Capital en 2003, pero estaban en construcción, demorada por la falta de presupuesto. Raro, porque el país estaba resucitando económicamente después del colapso de 2000 a 2002. No era mal momento para darle bola a lo espacial. En 2000, el lanzamiento exitoso del SAC-C fue la única buena noticia que logró dar, como presidente, Fernando de la Rúa, quien -como se evidenció en su insulso discursito y por su ausencia en el sitio de lanzamiento o en el acto en la Estación Terrena Córdoba- no tenía ni idea de para qué servía. Lo mismo pudo decirse entonces de toda nuestra clase política.

Pero el campo argentino, por ejemplo, con el SAC-C empezó a consumir por primera vez en su historia imágenes de un satélite argentino, como que había sido diseñado para ese sector productivo. Las cámaras del SAC-C (los expertos las llaman radiómetros) no lograban resolver objetos menores de 100 metros, pero las propiedades rurales en Argentina raramente miden una o dos hectáreas: por lo general van de 100 a las 900.000 que acumula Benetton. Y tener un satélite propio le permite al país apuntar sus cámaras adonde están los problemas del país mientras suceden. No sucede lo mismo con los satélites de la NASA o la ESA. Tienen otras prioridades.

Por otra parte, en eso de usar cámaras de baja resolución hubo no poco realismo político, al menos en los ’90. El  Reino Unido y los EEUU habrían evitado a todo trance que Argentina tuviera una capacidad de observación óptica capaz de identificar un destructor clase 42 en Port Mare, o determinar cuántos y qué tipo de aviones tenía la RAF en la base de Mount Pleasant, en las islas demasiado famosas. Hoy la alta resolución ha seguido la evolución de sistemas como el GPS: ya no es asunto militar, cualquier satélite comercial la tiene.

Con la banda radárica X en los ’90 pasaba lo mismo que con las cámaras ópticas de alta definición: estaba mucho más al alcance tecnológico de Argentina que la L: después de todo, usa antenas más chicas, placas fotovoltaicas menores y baterías menos potentes. Pero esa resolución en radar espacial en los ’90 era cosa de militares.

Nadie le iba a objetar a Italia que tuviera este tipo de satélites, dado que «il paese del «bel canto» se abstuvo enérgicamente de hundirle 7 barcos a su Graciosa Majestad en las islas demasiado famosas en 1982. Con nosotros es otra historia.

El pacto CONAE-ASI fue tolerado por la OTAN porque era asimétricamente restrictivo: la Argentina no tenía acceso pleno a toda imagen generada por los satélites COSMO-SKYMED italianos, sólo a las carentes de valor militar. Italia, en cambio, no tiene límites para usar las imágenes de los SAOCOM, y en la ASI están encantados con ello, y también con mirar a la ESA, por fin, un poco por sobre el hombro. Por algo en los ’90 no le pudieron decir que no a la propuesta de Varotto. Tardamos, pero cumplimos. 

Tras dos décadas de avanzar con cuentagotas debido a la permanente inopia de la CONAE, los SAOCOM llegaron al espacio tardísimo, a partir de 2018, con baterías obsoletas y pesadas de níquel-cadmio que ya no existían en el mercado espacial, y una potencia eléctrica acotada a unas 160 imágenes/día. Eran realmente -y son- dos Rastrojeros. Si quisiéramos repetirlos, no conseguiríamos los componentes.

Aún así, la información que generan estos Rastrojeros es de un valor impresionante, y máxime por lo escasa. Sólo la JAXA, la agencia espacial académica japonesa, tiene banda L, con el satélite ALOS-DAIICHI-2, que es uno solo. Los países asiáticos bien forrados ya son todos clientes de la CONAE, vía distribuidores. ¿Eso le puede dar suficientes fondos a la CONAE, ahora dirigida por Raúl Kulichevsky, para 2 SAOCOM más, pero livianitos y más potentes? Lo ignoro.

También ignoro si frente al éxito comercial y al hecho de que por fin hay dos satélites que vuelven menos «Landsat-dependientes» a los productores rurales y administradores de la Argentina, estos seguirán sin poner un mango en lo espacial criollo. Seríamos muy estúpidos.

La CONAE es un hijo tardío de la CNEA, es decir la Comisión Nacional de Energía Atómica, la cuna de la tecnología local realmente alta. Varotto viene de ahí, y mucho antes de fundar la CONAE hizo lo propio con INVAP, la constructora de todos los satélites de la agencia espacial argentina.

Jorge Sabato, el verdadero autor intelectual de toda esta movida, en los ’60 escribió junto con el físico Alberto Maiztegui el mejor manual de física de secundaria del país. Carecía de la soporífera solemnidad glacial de otros. Aquel par de volúmenes fue solo una parte de su campaña para educar «a nuestra burguesía chanta», como la llamaba. Dejó la vida en ello.

Pero no sin algunos logros. De no haberse muerto en 1983, Sabato hoy diría que hay más mérito para nuestro país en haber puesto en órbita terrestre 2 Rastrojeros que el que tuvo Elon Musk al mandar a órbita solar su autito Tesla Roadster, chiche para niños ricos como él, e inútil incluso en tierra.

En cuanto a la ventaja de los radares espaciales contra las cámaras (bueh, radíómetros ópticos) es clarita: no usan la luz del sol para otra cosa que para generar electricidad a bordo. Iluminan la superficie con su propia emisión de microondas, recogen los ecos y mastican matemáticamente esa información hasta sintetizarla en imágenes de calidad visual. De modo que muestran lo que hay de día y de noche, llueva, truene o brille el sol.

Si uno tiene una constelación de algunas decenas de estos bichos, y además logra hacerlos baratos y segmentados, su capacidad de observación es casi la de los dioses griegos de la Ilíada, que misteriosamente veían la guerra de Troya como desde el ringside.

Pero si además uno puede armar imágenes combinando bandas X y L, su conciencia de qué pasa en el planeta a toda hora y en toda circunstancia se vuelve ya más propia de las teologías monoteístas. Hacia allá vamos.

De modo que cuando uno se entera de que VENG, una empresa fundada por la CONAE que trata de seguir el modelo de INVAP ahora planifica radares en banda X, y nada menos que con una universidad pública con un potente perfil científico como la UNSAM y con el Ministerio de Defensa como respaldo, hay que descorchar cerveza. Una IPA artesanal, mínimo.

Bienvenida también Space Sur a este consorcio. Es una empresa privada «de garage», que nació haciendo aplicaciones informáticas para uso e interpretación de información óptica y ahora radárica generada por satélites. Empezó en 2006 y no le debe estar yendo mal, porque con el impulso de los SAOCOM y la banda L, está abriendo su primera cabecera de playa en Europa.

El champagne en AgendAR lo reservamos para cuando este consorcio llamado FOCUS logre construir el prototipo de una constelación inicial de arquitectura segmentada con radar en banda X, aunque se trate de pocos aparatos.

Y nos anotamos con un cajón de Rutini para cuando logren ponerla en órbita, aunque todavía no sea con un cohete Tronador hecho por VENG. Cuando llegue el primer despliegue orbital de los FOCUS, ése va a ser un acto, para decirlo en dos palabras, de «Varottismo explícito». Tratamos deliberadamente de no usar palabras demasiado grossas como «patriotismo», que bajan la credibilidad.

Pero bueno, el lector sabrá entender.

Daniel E. Arias

 

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