Los pastizales del Río de la Plata, que se extienden por la Argentina, Brasil y Uruguay, sustentan la producción ganadera desde hace 200 años. Su relevancia llevó a ecólogos de los tres países a publicar numerosos estudios que, sorprendentemente, apenas están considerados en las síntesis globales sobre pastizales.
Para abordar esa problemática, un trabajo de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) y la Universidad de la República de Uruguay compiló y publicó la primera base de datos con esos estudios. Con este material, los investigadores descubrieron que excluir el pastoreo por más de tres años disminuyó a la mitad la biomasa de raíces.
Mariano Oyarzabal, docente de la FAUBA y coautor del trabajo, comentó que su estudio se centró en los pastizales del Río de la Plata, una región de 760.000 kilómetros cuadrados en el centro-oeste de la Argentina, el sur de Brasil y todo Uruguay. Es una de las pocas áreas del mundo que aún cuenta con pastizales no modificados por el ser humano y sus suelos son de muy alta fertilidad. Hoy, una parte considerable de la región se usa con fines ganaderos.
“Descubrimos que los trabajos que resumen a nivel global la información publicada sobre pastizales, sobre cómo responden las raíces al pastoreo, por ejemplo, no incluyen los del Río de la Plata. En parte, eso se debe a que muchas de estas publicaciones están en revistas locales de poca difusión o en capítulos de libro de difícil acceso. Entonces, ese problema nos motivó a compilarlas en una base de datos”, sostuvo.
“Al agrupar todos esos artículos, notamos que incluían comparaciones entre áreas pastoreadas y no pastoreadas. Por lo tanto, nos preguntamos: ¿qué efecto tiene sobre las raíces de estos pastizales la exclusión del pastoreo? Este interrogante es central, ya que la ganadería tiene casi dos siglos de historia en la región”, agregó.
Oyarzabal, quien además es investigador del Laboratorio de Análisis Regional y Teledetección de la UBA-CONICET destacó que recientemente el estudio fue publicado en la revista científica Austral Ecology.
“El efecto de la exclusión del pastoreo sobre la biomasa subterránea dependió del tiempo. Cuando fue menor o igual a tres años, no afectó la biomasa subterránea. Por el contrario, cuando el tiempo de exclusión fue mayor a tres años, redujo esa biomasa en un 62% (hasta 10 cm de profundidad) y en un 40% (profundidad total).
Impactos
“Nuestros resultados tienen implicancias concretas, ya que encontramos que la ganadería pastoril, muy extendida y típica en la región, es una herramienta valiosa para capturar carbono en el suelo. Aunque en la región casi no se les da ‘descansos’ a los pastizales, si un productor excluyera al ganado, se reduciría la cantidad de raíces en el suelo, lo cual sería muy negativo para eso que tanto nos importa que es mitigar el cambio climático”, concluyó Oyarzabal.
Comentario de AgendAR:
Nunca está de más redescubrir la pólvora o la rueda, que no tienen copyright. El asunto es hacerlo a tiempo.
La capa fértil de los grandes pastizales del mundo está desapareciendo desde hace siglos por haber sido dedicadas a la agricultura intensiva, sin rotación con animales, práctica frecuentemente agravada por el monocultivo.
En lugares de poca lluvia, como nuestro ecotono entre Pampa Húmeda y Pampa Seca, el viejo pastizal pampeano sirvió históricamente para la ganadería extensiva, que también resulta lesiva -aunque más lentamente- para el suelo, porque los animales son selectivos para comer y dejan lo peor, lo más amargo y arbustivo, y porque no están el tiempo suficiente ni en la densidad suficiente sobre el terreno como para fertilizarlo.
Con los ’90, la ampliación del área pampeana de lluvias y el boom de precios de la soja, esos sitios se volcaron a una agricultura frenética e inexperta, practicada según el evangelio químico de las semilleras y las firmas de biociencias. Y la microbiota del suelo, desde hongos de micorriza (asociados a raíces) y baterias, empezó a perecer bajo la ducha de agroquímicos.
Ése es el momento en que los suplementos rurales te dicen: «el campo argentino no usa suficiente nitrógeno, más o menos el 50% del necesario». En realidad, lo hay a patadas, pero las rizobacterias y la microflora fúngica capaz de entregárselo a las raíces están más muertas que los faraones.
Frente a esta realidad hace décadas que aparecieron escuelas de cría intensiva en movimiento, en las que se sobrecarga temporariamente de animales, durante unos días, un lote de pastizal natural, de pastura o de verdeo, encerrados por alambrado eléctrico desmontable.
La idea es copiar en espacios artificiales el modo de pastoreo y desplazamiento de los grandes herbívoros en las los grandes pastizales, algo que en forma natural sólo persiste en los parques nacionales africanos y algunos norteamericanos. ¿Por qué copiarlos? Porque producen cantidad de carne, sólo que es de caza, y además de caza prohibida. Otra respuesta: porque el suelo sigue intacto y fértil en esos sitios desde la última deglaciación.
¿Cómo copiarlos? Ésa es la pregunta inteligente, y la contestó muy bien Allan Savory, porque fue guardafaunas y y luego rastreador del Ejército en Rhodesia, hoy Zimbabwe. La respuesta de Savory, bastante alineada con el pensamiento del francés Voisin, es que en las llanuras salvajes, los grandes rumiantes pastorean hacinados, casi como en un feedlot, porque buscan la seguridad de la manada y están rodeados de predadores. Como es lógico, terminan alfombrando el pastizal de orina y bosta que detestan comer, por lo que en días, nomás, se ponen nuevamente en movimiento para buscar pasto virgen.
El pastoreo de rumiantes salvajes en condiciones salvajes es una especie de feedlot ambulante, sin ninguna de las contras de esos chiqueros de vacas de los cuales viene la carne (mala) que comemos hoy. Y esa sobrecarga en movimiento es conceptualmente fácil de imitar con alambrado eléctrico desmontable, de quita y pon.
Pero olvidate de la vida descansada del ganadero extensivo.
A los pocos días de llegados a un potrero virgen, los animales han comido lo comible sin remilgos por especie vegetal (hasta la altura de un puño, en el caso de vacunos), y han enterrado sus deyecciones líquidas y sólidas por pisoteo, y están casi que piden ser trasladados al potrero vecino, con vegetación intacta. Cosa que se hace desarmando el corralito eléctrico y dejando que pasen solos al próximo, prácticamente sin arreo.
Pero fuera de ese ahorro, armar y desarmar una o dos veces por semana el alambrado eléctrico de un potrero da trabajo.
Pero el terreno que abandonan, lejos de estar sobrepastoreado, tiene plantas comidas hasta unos 10 cm. de altura y ha fijado una cantidad de nitrógeno, fósforo y calcio como para que la vegetación herbácea rebrote con fuerza. Aunque el dueño, haciendo cuentas, tal vez quiera dedicar ese potrero a granos industriales, de cosecha gruesa o fina, según la temporada. Haga lo que haga, va a gastar menos plata en urea perlada o en amonio fosfatado, póngale la firma.
En los lugares del ecotono bonaerense donde se aplican estos métodos, llamados por algunos Pastoreo Racional Voisin y por otros, pastoreo Savory, la capa fértil no sólo permanece sino que se incrementa por fijación de carbono en las raíces. El suelo, efectivamente, es más negro y más grueso, y absorbe mejor el agua de las poco confiables lluvias de la zona.
Durante el primero y segundo años de los tres seguidos que duró la última super-sequía, en las imágenes aéreas y satelitales, algunos de estos campos con pastoreo racional alternado con agricultura se veían verdes, rodeados del amarillo gris de los campos de los vecinos atados a la agricultura intensiva tradicional. Y que son los que pagaron el pato de los U$ 20.000 millones de dólares que perdió el campo en el tercer año de la seca, 2022.
Esta práctica aprovecha mejor el agua, porque el suelo con celulosa, ya sea en forma de raíces o de rastrojos, es absorbente, lo que no sólo regenera napas sino elimina las inundaciones. Elimina también, y bastante, la necesidad de fertilizantes nitrogenados y fosforados, que cuestan en dólares, por lo que va empezando a ser imitada por los productores jóvenes de lugares de la Pampa Húmeda más favorecidos con lluvia.
En «La Celia», Huanguelén, provincia de Buenos Aires, el rinde de kilos de carne por hectárea ha aumentado un 10% anual acumulativo en la última década, desde el mismo momento en el que el campo empezó a ser administrado por veterinarios jóvenes con mucha práctica de agricultura industrial. Pero también con escaso amor por regalarle su tasa de ganancia a las semilleras y a los vendedores de agroquímicos.
Último pero no menos importante: algunas adaptaciones criollas y regionales del Savory lograron que campos que durante décadas fueron puramente ganaderos, y luego de alternancia con agricultura, empezaran a dejar de perder plata y suelo. Y de yapa diversificaran su producción, y se blindaran -hasta donde se puede- contra esta plaga que volvió, la langosta, y esa otra que nunca se fue, la tucura.
Sobre esto, hay detalles bastante coloridos en estos artículos (ver aquí y aquí) de AgendAR. Es un portal que siempre recomendamos.
Daniel E. Arias