Habla el responsable del reactor RA-10, que pondrá a Argentina entre los grandes exportadores de radioisotopos

En 1958, la Argentina inauguró el primer reactor de investigación de América Latina. En una carrera épica que ubicó al país entre los estados nucleares más avanzados de la época, el RA-1 fue construido con tecnología propia por especialistas locales, y unas 80 empresas argentinas proveedoras de componentes metalúrgicos y electromecánicos.

A 65 años de aquel hito, la Comisión Nacional de Energía Atómica avanza en la construcción de su sexto reactor: el RA-10, que previsiblemente nos pondrá bastantes años como el mayor proveedor mundial de radioisótopos médicos, y volverá al Centro Atómico Ezeiza un foro regional de la investigación en ciencias básicas, de la salud y en el avance tecnológico de la industria nuclear.

Habrá muchos tesistas e investigadores de países hispanoparlantes y/o regionales, que es el modo de promover la futura venta de equipos nucleares argentinos cuando estos visitantes llegan a posiciones de responsabilidad en sus países de origen. Y como sus antecesores desde el RA-1 en más, el RA-10 será una planta muy segura.

“Muy pocos países tienen la capacidad de diseñar y construir un reactor como el RA-10 y el nuestro es uno de ellos”, sostiene el gerente del proyecto Ing. Nuclear Herman Blaumann, impulsor del proyecto desde sus orígenes.

Blaumann dice que la obra civil del edificio estará terminada en tres meses, mientras la construcción del reactor en sí finalizará en 2024. A partir de ese momento se realizarán pruebas preliminares y la puesta en marcha. Se espera que el RA-10 esté operativo en 2025.

 

Herman Blauman se graduó como ingeniero nuclear en el Instituto Balseiro y lidera la gerencia del Proyecto RA-10 en la CNEA
Herman Blauman es docente en el Instituto Balseiro y lidera la gerencia del Proyecto RA-10 de la CNEA.

 

La obra civil del RA-10 es realizada por la contratista GCDI, mientras que INVAP se ocupa de la provisión de suministros, componentes y el montaje del reactor. “La CNEA provee lo que es esencialmente nuclear, es decir el combustible, la instrumentación y el sistema de protección del reactor. Pero además participan más de 80 empresas nacionales, muchas de ellas PyMEs, que le dan trabajo directo a más de 1500 personas”, precisa Blaumann. También destaca que, desde el comienzo del proyecto, en 2010, la CNEA trabaja en la formación del personal que operará el futuro reactor.

– ¿Por qué se decidió construir un nuevo reactor de producción de radioisótopos y con una capacidad tan grande?

– En el año 1985 surgió la iniciativa de construir en Córdoba el Reactor RA-9 para la producción de radioisótopos, pero todo quedó en la piedra fundamental. En 2006, la idea tomó impulso con el resurgimiento del plan nuclear; y en el año 2010, se tomó la decisión política de avanzar en la construcción de un nuevo reactor experimental multipropósito. Una instalación de clase mundial, estratégica en lo local por su capacidad de impulsar la producción, la industria y la investigación, pero también porque permitiría aprovechar una oportunidad a nivel mundial.

– ¿Cómo se logró sostener el proyecto a pesar de los cambios de gobierno?

– La firma de los contratos para su construcción fue en 2016. Efectivamente, el proyecto tuvo continuidad a lo largo de los años, más allá de algunos problemas presupuestarios que nos obligaron a parar la obra durante dos meses en 2019 y de la pandemia, que causó otra pausa obligada de cuatro meses. Hoy el avance del proyecto global es del 80%, con una inversión del Estado Nacional de 300 millones de dólares.

– El RA-10 se basa en el reactor OPAL, que la Argentina le vendió a Australia y tiene 30 MW de potencia. Pero este nuevo reactor va a tener un 50% más de potencia. ¿Qué posibilidades aportará esta mejora?

– El RA-10 toma como referencia al OPAL, pero cada diseño de un reactor es diferente. En particular, la potencia se calcula en función de las aplicaciones que va a ofrecer. Se prevé que el RA-10 sea utilizado para objetivos que el OPAL no tiene, como la irradiación de materiales y de barras y elementos combustibles. Estas aplicaciones demandan una mayor potencia y por lo tanto un diseño de núcleo diferente, con su sistema de refrigeración asociado, y también con otros parámetros. Además, requiere innovaciones en el sistema de protección del reactor, que en este caso es de diseño propio.

– ¿Qué usos se le darán al reactor RA-10?

– Para empezar, va a asegurar nuestra demanda de radioisótopos a futuro, pero también la inserción de la Argentina en el mercado mundial, en particular con un radioisótopo muy utilizado, que es el molibdeno, del cual se obtiene el tecnecio. Este último se usa muchísimo en medicina nuclear, por ejemplo, en estudios muy corrientes, como los centellogramas utilizando una cámara gamma. Actualmente, el molibdeno se produce en el RA-3, pero en el RA-10 vamos a tener la capacidad de cubrir el 20% de la demanda del mercado mundial de ese radioisótopo. También se podrán producir otros radioisótopos que hoy no se hacen en el país y que están siendo muy utilizados en el mundo, como el lutecio, que se aplica para tratar el cáncer de próstata y otras patologías.

– ¿De qué manera puede contribuir a posicionar a la Argentina como exportadora de radioisótopos la salida de servicio de varios reactores de producción en el mundo?

– Para la Argentina, eso representa una oportunidad. Ya ha salido de servicio un reactor de Canadá (el NRU) que consolidaba a ese país como el principal productor mundial de radioisótopos. Para suplirlo, intentaron poner en marcha otros dos (los MAPLE), pero no pudieron. En la próxima década está agendado que salgan de servicio reactores en Bélgica, Holanda y la República Checa, que actualmente cubren un alto porcentaje de la demanda mundial. Si bien hay proyectos en marcha, los que estamos más cerca de estar listos para producir somos nosotros con el RA-10. Obviamente, exportar es un desafío enorme que no depende solamente de la capacidad de producir, sino del desarrollo de una logística y de un plan, con un modelo de negocios asociado.

– ¿Qué otro insumo se podrá producir en el RA-10?

– Se van a poder producir aproximadamente 80 toneladas anuales de silicio dopado a través de la exposición a los neutrones. Este semiconductor tiene características muy aptas para el uso en electrónica de alta potencia. La demanda actual es de 300 toneladas año, pero se espera que rápidamente crezca a 3.000 toneladas. La exportación de este insumo significa una oportunidad de negocios para la Argentina, con un ingreso aproximado de 10 millones de dólares por año.

– ¿Qué usos tendrá el RA-10 para la ciencia y la industria?

– Como parte de sus usos industriales, el RA-10 va a tener instalaciones para calificar los combustibles que la Argentina fabrica para reactores tanto de potencia como experimentales. Actualmente, hay que ensayarlos y calificarlos en en el exterior, y algunas de esas instalaciones han ido cerrando. Por eso, es una ventaja comparativa importante poder hacer esto en nuestro país. Por otra parte, el RA-10 va a ofrecer nuevas herramientas para la investigación básica en materia condensada, bioquímica y estructura molecular y para el desarrollo tecnológico.

– ¿Con qué instalaciones va a contar el reactor?

– Alrededor del RA-10 se va a desarrollar un conjunto de instalaciones. Una es la planta de procesamiento de radioisótopos de fisión. También va a estar el Laboratorio Argentino de Haces de Neutrones (LAHN), orientado a la explotación de los haces de neutrones que se originan en el núcleo del reactor para la ciencia y la tecnología. El plan es que cuente con 14 instrumentos, incluyendo dos de diseño propio, un neutrógrafo y un difractómetro. Además, va a haber un laboratorio de ensayo de materiales para estudiar su comportamiento bajo irradiación. Esto incluye las barras y placas de elementos combustibles, pero también materiales estructurales pensados para reactores nucleares de cuarta generación.

– El RA-10 recoge más de 60 años de evolución de la tecnología nuclear argentina. ¿Cuáles son los hitos fundamentales de esa evolución?

– Hay una continuidad que ha dado lugar a una evolución de nuestro país en el manejo de la tecnología nuclear a lo largo de más de seis décadas. Sin ser exhaustivo, hace poco celebrábamos los 65 años del RA-1, el primer reactor experimental de América Latina. En 1967 fue inaugurado el RA-3 y después comenzó la construcción de las centrales nucleares de Atucha y de Embalse. En 1982 se terminó de construir el RA-6, ubicado en el Centro Atómico Bariloche, en aquel momento para consolidar la recién iniciada carrera de Ingeniería Nuclear (del Instituto Balseiro, de la CNEA). A partir de allí comenzaron las exportaciones a Perú, Argelia, Egipto, Australia y Arabia Saudita. Todo este camino nos convierte en referentes a nivel mundial, por lo menos en lo que hace a reactores experimentales. Y, de alguna manera, nos conduce hasta la posibilidad de construir un reactor como el RA-10 en nuestro país.

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En 2006, cuando se inauguró el OPAL, en Australia, me pregunté si alguna vez nosotros, los argentinos, los proveedores de esa planta, podríamos pagarnos alguna vez una instalación tan buena, tan llena de capacidades industriales y científicas divergentes, tan casi perfecta, y de yapa, tan linda. Es pintón, el OPAL.

Es más que pintón. Es el ejemplo a imitar, el mejor reactor de producción de radioisótopos del mundo, dicho por Chalk River Laboratories, el centro de investigación y desarrollo de la vieja AECL (Atomic Energy Commission of Canada, Ltd). La AECL fue una de las tantas firmas nucleares de estatura mundial derrotadas por INVAP en la licitación del OPAL, sucedida en 2000.

Australia nunca creyó que la Argentina fuera siquiera a arrimar la bocha en la licitación. Pero como país esencialmente antinuclear y dominado en la materia por Greenpeace, debía mostrar una transparencia total en esta compulsa. Inevitable, porque Greenpeace movería su fuerza de militantes, pero el viejo reactor inglés australiano producía radioisótopos para unos 150 hospitales y centros de salud australianos, de modo que el reemplazo no estaba en discusión.

Para ello, el ANSTO (Australian Nuclear Science and Technology Organization) creó un comité independiente para cada subsistema de las ofertas, por ejemplo: el de sistema de autoprotección, el de instalaciones de irradiación, el de haces de neutrones, etc. Cada comité debía funcionar totalmente aislado de los otros, juzgar únicamente sobre su tema, y dar una puntuación de uno a diez del subsistema de su incumbencia para cada oferta. Al final, ganaría la oferta de mayor puntaje acumulado en todos los comités.

Esclava de su propia honestidad, la ANSTO se empezó a preocupar cuando los informes mostraban la oferta argentina a la cabeza de puntos acumulados. Se preocuparon seriamente cuando entre 10 concursantes, INVAP terminó entre los 3 pre-calificados, con los coreanos y rusos como rivales. Y sencillamente se quería matar cuando ganó INVAP.

Esto sucedió en 2000, cuando nadie sabía si la Argentina, en pleno colapso económico y político, seguiría siendo un país o implotaría. Bueno, no implotó. Con nuevo gobierno y una quita «across the board» del 60% de su deuda, mayormente ilegítima, se recuperó y empezó a crecer a velocidad de escape.

Greenpeace se cansó de ponerle palos a la rueda. Hizo concurso público para ponerle algún nombre tétrico al reactor de INVAP, que estaría instalado en las lomas boscosas de Lucas Heights, en Sydney. Ganó «Chernobyl Heights».

En Argentina, esta multinacional que salvará al mundo desató una campaña de terror en la que trató de convencer al país de que la licitación, ganada no por precio sino por pura calidad de oferta, se había otorgado a INVAP a cambio de que Australia nos llenara de desechos nucleares. Admito con dolor que una cantidad insólita de pelotudos en altos cargos de gobierno se creyó ese verso.

El tema aquí terminó en la Corte Suprema. Cuyo fallo era previsible. Si un combustible gastado que retiene el 96% de su energía nuclear potencial sin emplear es un desecho o un insumo, es como discutir sobre el sexo de los ángeles, eje del debate. Pero hablando de cosas más reales, Argentina carece de plantas de tratamiento y vitrificación de combustibles gastados. En cambio Francia, con La Hague, en Normandía, tiene las mayores del mundo. Era claro que los combustibles australianos se tratarían en La Hague y volverían luego a Australia para destino final. Como mandan los usos y costumbres de esa industria, y las leyes de casi todos los países.

¿Qué hizo Greenpeace? Movilizó a sus militantes contra la llegada de combustible gastado australiano a La Hague… que procesa los combustibles gastados de las 56 centrales nucleoeléctricas francesas, cada una 150 veces mayor en potencia térmica promedio que el minúsculo OPAL.

Pero además La Hague procesa las de todo el resto de los países de Europa Occidental, que aquel año incluía 18 centrales nucleares grandotas en Alemania, y tantas otras. Es como añadir un alfiler a la carga de un camión que transporta pianos. La opinión pública francesa no se inmutó demasiado. Ya están hartos de esos tipos que prometen Chernobyles y en realidad, sólo promueven los hidrocarburos, y siempre tienen demasiada plata.

Pese a tanta payasada al cuete en tres continentes distintos, y pese a la pobreza argentina, el OPAL se entregó en tiempo y forma acordados, en 2006. Cuando los expertos nucleares canadienses dicen que la nuestra es la ingeniería «a imitar», eso significa que para los Chalk River Laboratories el OPAL es todavía bastante asombroso. Ojo, son tipos que construyeron 49 centrales nucleoeléctricas excelentes en 7 países, incluido el nuestro, y ganaron dos premios Nobel por su física nuclear. 

Y es que con una potencia más bien escueta (20 MW térmicos) y una tecnología de riesgo casi nulo, pileta abierta y agua refrigerante a baja temperatura y presión ambiente, el OPAL llegó a producir el 30% del abastecimiento mundial de molibdeno.Y luego el 40%.

Si los canadienses estaban admirados, los australianos directamente no lo podían creer. En 2006, con el chiche nuevo argentino recién inaugurado, se daban por contentos con el 5% del mercado global. Pero el OPAL producía a lo loco, porque no había manera de romperlo. Sofisticado y simple a la vez (otro día lo explico), produce como una vaca lechera, y es robusto como un adoquín.

Antes de 2006, el 40% del molibdeno lo suministraba el NRU canadiense, de la AECL, un monstruito de 160 MW térmicos que ya entonces estaba más cerca del arpa que de la guitarra, por lo viejo (se había puesto crítico en 1957). Los reactores de radioisótopos envejecen sin reposición. Y eso sucede en todo el mundo por la misma causa: la producción la venden empresas privadas, el estado paga los gastos y reparaciones del reactor y no cobra. El esquema es tan expoliador y primitivo que excede el marbete de «capitalismo salvaje». Resultados, a la vista.

AECL no tuvo más remedio que cerrar el NRU «de prepo», obligada por la autoridad regulatoria nuclear canadiense, que venía exigiendo la salida de operaciones desde 2006. Y es que el reactor estaba tan corroído que perdía refrigerante a cada rato, por averías de caños.

AECL lo reemplazó en 2008 por dos notables reactores presurizados de 80 MW cada uno, los bellísimos MAPLE, y la consigna de copar con ambos el 200% del mercado mundial de radioisótopos, especialmente el molibdeno, que constituye el 80% del negocio.

200% suena a locura: significaba duplicar el mercado ampliando las aplicaciones médicas de los radioisótopos, y destruir, de paso, a la competencia. AECL siempre fue una empresa comercialmente muy agresiva. Si lo sabremos nosotros. Y es que lo tenemos que ser un poco más, quizás por chiquitos.

Perdón por el uso de la primera persona del plural. Aramos dijo el mosquito, ya sé. Pero INVAP me pone un poco como este año nuestra selección de fóbal puso a mis compatriotas: en trance. Y lo viene haciendo sin parar desde 1987, cuando los conocí.

Allá en el frío Canadá estaban por ponerse críticos los MAPLE, nomás, cuando la Canadian Nuclear Safety Commission (CNSC), tras sesudo análisis, volvió a tocar el silbato: «Los MAPLE son inseguros por coeficiente positivo de vacío», dictaminó el organismo, lo que en cristiano vendría a querer decir «inestables, demasiado reactivos, no les damos licencia».

Además de un flor de mercado de miles de millones de dólares estadounidenses por año, la medicina canadiense -y la estadounidense- se quedaban sin radioisótopos… salvo que los importaran de Australia. Y además se perdían dos reactores cero kilómetro que, en costo, sumaban U$ 400 millones de entonces.

En medio de escándalos de prensa y con el parlamento en pleno exigiendo la cabeza de Linda Keen, la directora del la CNSC, ésta tuvo que dimitir. Fue reemplazada al toque por Michael Binder y el gobierno, aliviado, pidió una reevaluación de los Maple. La CNSC cumplió… demasiado bien. Y falló de nuevo en que no quería resultar antipática, pero, en fin, mire lo que son las cosas, los MAPLE eran un poquitín inestables, quévacé. No se licencian, che. Comuníquese, colaciónese, archívese, etc.

En la desesperación resultante, el gobierno canadiense acordó un referato externo, y para ello llamó al proveedor de reactores de mejor reputación mundial. Chalk River Laboratories y las universidades canadienses metidas en el programa nuclear nacional se miraron entre si y dijeron, con cierta honesta acritud… «Ups, sólo puede ser INVAP, malditos Argies. Son los que ganan en todas las licitaciones honestas. Los que NOS ganan».

La firma barilochense se tomó el trabajo con seriedad, examinó los MAPLE de pe a pa y llegó a la misma conclusión que Keen, Binder y la CNSC: eran una belleza, pero ligeramente inestables. Nunca pudieron ser inaugurados.

Por eso en 2006, y con el PBI argentino en un ascenso glorioso, medio de cohete a Marte, yo me preguntaba si alguna vez nos daría el cuero para competir desde Argentina con aquel reactorcito argento que les habíamos dado a los australianos por U$ 300 millones. Que en 2006 eran buena plata.

En 2010 la pregunta me la contestaron Dilma Rousseff y Cristina Kirchner: Brasil y la Argentina, dijeron ambas en conferencia de prensa, se van a unir para copar el 40% del mercado mundial de radioisótopos, y lo van a hacer con dos reactores de ingeniería básica parecida al OPAL, pero de mayores prestaciones y potencias. Araca, me dije: el peronismo redescubrió el átomo. Y lo mismo el trabalhismo brasuca.

La ingeniería básica sería cosa de INVAP. El nuestro se iba llamar RA-10, siguiendo con la tradición de los anteriores Reactores Argentinos, que es lo que significa el acrónimo RA. Y el brasuca, RBM, por Reator Brasileiro Multiproposito. 30 megavatios térmicos cada uno. Dos OPALONES, mire Ud.

Aquel año, con el NRU pidiendo pista para morir en paz y el PALLAS de Holanda en similar trance, se preveía un desabastecimiento de mercado rampante en 2010. Y sucedió. Y todavía sigue sucediendo, y es una tragedia médica para el Hemisferio Norte en el área de diagnóstico. La falta de molibdeno hace que la mayor parte del mundo médico en los países adelantadísimos se conforme con diagnósticos de menor potencia, lo que implica subdetección o sobredetección de tumores, enfermedades circulatorias y otros asuntos de vida o muerte. Y la opinión pública mira para otro lado, y los pacientes ni se enteran.

Aquí estamos afuera de ESA crisis: aún con su pobreza, nuestro viejo RA-3, nacido en 1967 con 0,5 MW de potencia, fue sucesivamente repotenciado por la CNEA a 5 y luego a sus 10 MW actuales. Tenemos todo el molibdeno necesario para nuestros habitantes, y además un largo catálogo de otros radioisótopos, más de terapia que de diagnóstico. Exportamos excedentes al resto del Cono Sur y llenamos más o menos el 50% de la demanda brasileña.

Al RBM lo cascotearon el golpe de estado que tiró a Dilma Rousseff, y luego el desinterés absoluto de los presidentes Michel Temer y Jair Bolsonaro por la salud pública y la tecnología nuclear pacífica. No se puso ni un ladrillo. En Brasil sólo mantuvo su presupuesto el programa de propulsión nuclear para el futuro submarino Alte. Alvaro Alberto, que avanza con dificultades inevitables: es la primera planta de potencia que encara el país.

Vuelto Lula a la presidencia, se vuelve a hablar nuevamente del RBM. La ingeniería básica de INVAP ya fue pagada. De obras, todavía ni un poco. Pero lo van a hacer.

En 2010, haciendo cuentas de almacenero, le pregunté incrédulo al doctor Blaumann: «Dígame, Herman: ¿estoy loco yo, o a precio de hoy del molibdeno, el RA-10 se paga en 4 o 5 meses de producción?». Blaumann me dijo, reticente, que sí, que era verdad. Y que la vida de servicio del RA-10 debía estar en 50 años, de modo que 49 años y medio serían de ganancia, deducidos los gastos.

Con bastante ingenuidad, pensé que con 6 años de obra este negoción estaría en funcionamiento, como sucedió con el OPAL. Pero esto es la Argentina. Hubo una pausa de al menos 3 años para que distintas partes de la comunidad científica nuclear, algunas con intereses muy distintos de las otras, acordaran en las especificaciones técnicas que debía cumplir el reactor.

Finalizado ese paso, el resultado no era un OPALÓN, sino algo bastante distinto y más complejo, una máquina con tantas novedades tecnológicas que al principio va a ser una solución en busca de problemas.

Pero los problemas políticos no tienen soluciones tecnológicas. En 2016, el presidente Mauricio Macri le quitó el 50% del presupuesto de 2015 a la CNEA, y lo congeló hasta el fin de su mandato. Fue coherente, porque hizo lo mismo con todas las obras clave del Programa Nuclear, y también con todas las instituciones científicas y tecnológicas nacionales.

La obra del RA-10 se fue deteniendo muy de a poco, sólo porque Blaumann iba empujándola adelante a puro pulmón. Hasta que se detuvo. Por mucha onda e insomnio que pongas, los subcontratistas no trabajan gratis.

Cuando en 2019, con nuevo gobierno, pareció que podía reanudarse la obra. Pero, oh sorpresa, resultó que la vieja dirección nuclear nombrada por Macri para siguió en su puesto, como si nada. Es como decir una cochería fúnebre dirigiendo un hospital. Público, además.

Y llovido sobre mojado, sobrevino la pandemia. En 2021, a fuerza de escándalos, alguien en este gobierno se acordó, por fin, de cambiar la cúpula atómica y llegó la actual, gente de ley. Pero de darles plata mejor, no hablemos. Lentamente, la construcción del RA-10 volvió a ponerse en marcha.

Así que aquí estamos, esperando que el reactor se ponga crítico, se pague en algo así como un año y monedas (los precios han variado un poco), y nos haga un poco más ricos y un poco más famosos, y blanco sobre negro, más sanos. Blaumann ha dicho que entrega el reactor en marcha y se jubila. Yo ya me jubilé, pero haré todo lo posible por seguir vivo cuando se ponga crítico.

Lamentablemente, tengo que decir que eso depende mucho de qué haga, y sobre todo, de qué no haga, el próximo gobierno.

Daniel E. Arias

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