Reproducimos esta nota del blog personal de nuestro editor:
Esta última semana de julio recibimos la visita de Bill Nelson, ex astronauta, ex senador, y actual Director de la NASA. Su objetivo anunciado como principal -que consiguió- fue que nuestro país se sumara a lo que los gringos llaman los Artemis Accords, una lista de buenas intenciones vinculadas a la exploración espacial, que hasta ahora han firmado el gobierno autor de la propuesta, el de Argentina y los de otros 26 países.
Enrique Garabetyan informa a fondo sobre el tema aquí, y Fabiola Czubaj da detalles de la conferencia de prensa de Nelson aquí. Ahora, gente suspicaz piensa que un objetivo no explícito es que autoricemos una base espacial de EE.UU. en nuestro territorio.
¿Los motivos? Bueno, la NASA tiene 3 bases distribuidas en distintos lugares de nuestro planeta para mantener contacto directo con satélites, naves y misiones en general en cualquier lugar del espacio. 2 en el Hemisferio Norte, en California y en Madrid, y 1 en Australia, en el Hemisferio Sur. Como la tierra gira, tal vez sería funcional tener otra al sur, en una ubicación casi exactamente opuesta a la australiana. Eso es por acá.
En realidad, esa misma gente suspicaz cree que el principal motivo, por lejos, es que China tiene una base espacial con ese mismo propósito explícito, en Neuquén. ¿Y por qué nosotros no, eh? Sería la actitud en Washington.
Puede ser, o no. En cualquier caso, siento el impulso de dar desde este humilde blog algunas reflexiones sobre lo que puede verse como el aspecto geopolítico del asunto. Más bien, astropolítico.
Ya había hecho algo así antes. Para el 40° aniversario del descenso de Armstrong y Aldrin en la Luna, el 20 de junio de 1969, escribí «El viaje que NO cambió la historia». Pues ya a fines del siglo XIX y principios del XX, soñadores prácticos en Rusia, Alemania y Estados Unidos habían empezado a estudiar medios de salir de nuestro planeta. «La tierra es la cuna de la humanidad. Pero no se vive siempre en la cuna«, decía el ruso, Tsiolkovsky.
Y en 1957, 1961 y, por supuesto, en 1969, se dieron pasos importantes, que permanecerán en la Historia. Se hablaba, recuerdo, de la Era del Espacio. Pero, no. Las dificultades eran mucho mayores que las que se suponían sólo 50 años atrás, para los frágiles seres humanos.
Atención: los satélites hoy son una parte imprescindible de la economía y la sociedad global. Pero todo lo que no orbita nuestro planeta es el equivalente de los barquitos vikingos de los siglos antes del viaje de Colón. Ni la NASA ni sus pares soviéticos fletaron carabelas. Para la conquista y la colonización… falta mucho.
Puede ser que esa etapa esté comenzando ahora. En todo caso, a pasos muy lentos. Pero es probable que en un lapso de 10 a 15 años EE.UU. y China instalen bases permanentes en la Luna (Una por cada superpotencia, claro). Y el satélite natural de la Tierra será para ellas lo que es hoy la Antártida para una veintena de países (entre ellos el nuestro): un lugar para establecer presencia, desarrollar las capacidades técnicas y humanas necesarias, y explorar oportunidades de explotación… en otras décadas.
¿Le conviene a nuestro país participar y colaborar con las misiones espaciales de las superpotencias, si se lo proponen? Por supuesto que sí! Preferentemente, con ambas. Las capacidades técnicas que se adquieran tienen múltiples usos industriales y hasta médicos, como lo demostró la «carrera espacial» en los ’70 y ´80.
(Eso sí, la hipotética base espacial yanqui no debería tener extraterritorialidad, como se cometió el error de conceder a la base china).
Pero la CONAE, y en general la tecnología y la industria argentinas, tienen tareas fundamentales a cumplir aquí en la Tierra y en el espacio cercano. Para esto último, el desarrollo del lanzador propio -el Tronador II- es un paso necesario.
Abel B. Fernández