El S-80 Isaac Peral haciendo sus primeras pruebas de mar, con un retraso en construcción de casi dos décadas, por errores de cálculo y rediseños costosos con la nave ya casi construida. Dotado de una propulsión diésel-eléctrica como casi todos los submarinos no nucleares, debía llevar además una silenciosa planta de potencia auxiliar que quemaría hidrógeno molecular (H2) en una celda combustible.
Esta unidad, llamada AIP, le daría casi una semana más de inmersión total sin usar snórkel. El H2 se obtendría de alcohol vegetal, etanol, sujeto a un proceso de «reforming» a bordo en una planta diseñada por el equipo de químicos de Miguel Laborde, de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires.
Navantia nunca pudo instalar esta unidad de potencia, porque las pilas combustibles que empleó, de tipo PEM, requerían de H2 de una pureza casi total en monóxido y dióxido de carbono. Hoy podría montar perfectamente una pila de tipo SOFC, más potente y tolerante, pero había que cerrar el casco de apuro y botar el submarino de una vez porque, tras tantas demoras y rediseños, estaba en juego el prestigio del astillero Navantia.
La venta de esta tecnología a España se hizo a través de la Fundación Innova-T, que ahora empieza a presidir el propio Laborde. No es imposible que surja algún proyecto serio para mover camiones, trenes o barcos con H2 hecho por reforming de etanol, obtenible de la fermentación de desechos de cosecha.
Para la Argentina, que produce millones de toneladas anuales de rastrojos, sería una fuente de hidrógeno verde mucho más sensata y manejable que la electrólisis del agua. Y además, genera el H2 a demanda de la pila, sin tener que almacenarlo: este gas literalmente destruye los metales.
La Dra. Adriana Serquis, presidenta de la CNEA, es una autoridad nacional en pilas combustibles.
Daniel E. Arias