En la primera década de este siglo el planteo productivo implementado en el establecimiento La Unión –localizado entre Las Parejas y Cañada de Gómez, en el sur de Santa Fe– no era muy diferente al realizado en el resto de los campos agrícolas de la región.
El sistema, con un fuerte componente en aplicación de insumos, estaba enfocado en maximizar los rendimientos año tras año. Pero en 2012 una gran inundación generó un perjuicio enorme y eso los obligó a repensar el diseño agronómico.
“En apenas dos horas llovieron 200 milímetros; si bien se trató de una catástrofe, el hecho de contar entonces con un escaso volumen de rastrojos potenció el daño generado por la erosión hídrica”, recuerda Esteban Sconfienza, gerente de Producción de Ocha S.A., firma integrante del CREA Santa Isabel.
Mientras Esteban se encontraba investigando nuevas alternativas, se encontró con un libro sobre agroecología del agrónomo Luiz Carlos Pinheiro Machado y vislumbró que la respuesta que estaba buscando probablemente se encontraba en el desarrollo de un proceso de intensificación asociado a la incorporación de ganadería al sistema.
Así es como Esteban visitó los pocos establecimientos que pudieron encontrar en los cuales se desarrollaban planteos agrícolas agroecológicos combinados con ganadería manejada con Pastoreo Racional Voisin (PRV). “Actualmente esos modelos son mucho más frecuentes, pero por entonces se trataba de algo extremadamente limitado que no era sencillo encontrar”, recuerda en un artículo publicado por Contenidos CREA.
Luego de estudiar buena parte de la bibliografía referida al tema y de visitar establecimientos con sistemas agroecológicos, comenzó –con criterio propio– a reconvertir las 590 hectáreas de La Unión, la cuales casi en un 70% están conformadas por suelos clase II y III, mientras que otro 23% no tiene aptitud agrícola.
En 360 hectáreas implementaron un planteo ganadero con PRV –que desde 2017 no recibe ningún insumo de síntesis química–, mientras que en el área restante de La Unión se diseñó un modelo agrícola pero integrado con ganadería.
Para eso realizaron perforaciones y montaron un sistema de distribución de agua con presión en altura, el cual cuenta con bombas solares conectadas con molinos para mantener la provisión de agua tanto en el horario diurno como nocturno. “La idea de ese diseño fue no depender de ninguna fuente de energía externa para asegurar la provisión de agua. Y funciona muy bien: lo probamos el verano pasado con una sequía severa y el campo muy cargado de hacienda”, asegura.
En La Unión cuentan con una rodeo de cría de 180 vacas con invernada tanto propia como de compra. La metodología de pastoreo rotativo, además de facilitar la gestión de la hacienda, permite organizar mucho más eficientemente el tiempo de trabajo, dado que los animales, cuando se acostumbran, van de una parcela a la otra sin mayores inconvenientes. “El cambio de paradigma lo tuvimos que hacer todos los integrantes de la empresa, quienes fuimos aprendiendo juntos, lo que contribuyó a fortalecer el equipo de trabajo”, resalta Esteban.
“En el sistema anterior solíamos renegar por cuestiones que dependían de factores externos; hoy mucho de lo que pasa en el campo depende de nosotros y el clima laboral es mucho más satisfactorio: vamos a trabajar contentos”, añade.
En 2017 comenzaron a hacer pruebas de siembras en verde con muy buenos resultados en lo que respecta a gestión de napas. “Inicialmente el contratista no lo quería hacer porque decía que no iba a funcionar; en la actualidad se trata de un proceso bastante más extendido en el país”, apunta.
“En la facultad nos enseñaron a tratar la cuestión de la fertilidad del suelo desde la dimensión química y física, pero sin poner mucha atención en el factor biológico, que ahora sabemos que se trata de algo sustancial”, agrega.
En las últimas cuatro campañas el 100% del área agrícola de todos los establecimientos de la empresa están cubiertos todo el año, de manera tal que en invierno, si no se siembra trigo, se emplean cultivos de servicio con tres o cuatro especies diferentes. La excepción fue el ciclo 2022/23, que, a causa de una severa sequía, no permitió implantar cultivos en varios zonas.
“El principal motivo por el cual empezamos a incorporar cultivos de cobertura fue la necesidad de consumir agua de la napa freática. Después observamos todos los múltiples beneficios de esa tecnología de procesos, como el control de malezas y la mejora de la estructura física del suelo”, señala.
Parte de la invernada de La Unión durante el período invernal se alimenta con cultivos de servicio sembrados en el sector agrícola, mientras que otra proporción de la hacienda es enviada a El Trébol –un establecimiento 100% agrícola de la empresa que está localizado a unos 100 kilómetros de distancia–, donde también consume en pastoreo rotativo los cultivos de servicio con aguadas y boyeros eléctricos móviles.
La invernada que se lleva a cabo en El Trébol, que se extiende por 90 a 110 días en el año –dependiendo de la oferta disponible de recursos–, generó en 2021 y 2022 una producción de carne vacuna de 139 y 136 kg/ha respectivamente.
“En la campaña pasada teníamos el objetivo de terminar 600 animales pero con la sequía logramos producir 500 con un peso promedio de 380 kilogramos y un rendimiento en gancho del 56%; consideramos que se trata de un logro mayúsculo en función del desastre climático registrado en 2022/23”, afirma.
Cuando llega la primavera, los cultivos de servicio en El Trébol se suprimen y los terneros recriados regresan a La Unión para ser terminados 100% a pasto. “El cultivo de servicio es un costo de área agrícola, pero que es aprovechado por la ganadería para transformar ese recurso en carne sin observar impacto negativo en los rendimientos agrícolas”, explica el gerente de Producción.
En 2022 se incorporaron a Ovis 21 y comenzaron a emplear el protocolo EOV (Ecological Outcome Verification) –diseñado por Savory Institute en colaboración con Michigan State University, Texas A&M, Ovis 21 y The Nature Conservancy– para detectar en las áreas ganaderas una mejora progresiva en la salud del ecosistema a partir de la medición anual de un conjunto de indicadores de flujo de energía, ciclo del agua y de los minerales y dinámica de las comunidades. En tanto, en los sectores agrícolas se realiza una medición sistemática del impacto ambiental, a través del EIQ (Coeficiente de Impacto Ambiental por sus siglas en inglés), con el propósito de implementar aquellas prácticas que contribuyan a reducirlo.
“La Unión, un campo que se había quedado en 2012 sin horizonte superficial luego de un desastre climático, logró diez años después no sólo recuperarse, sino además mejorar de manera notable la salud del suelo. En 2023 los indicadores cayeron por efecto de la sequía, pero el nivel de resiliencia demostrado por el sistema es notable ante un evento tan dramático como al sequía registrada en la última campaña”, resalta Esteban.
La eficiencia de uso del agua promovida por los cultivos de servicio y la integración de la agricultura con la ganadería demostró en una campaña tan difícil como la 2022/23 la fortaleza del sistema. “La agricultura en 2022/23 no generó utilidades, pero la ganadería sí lo hizo y eso representa un gran logro para consolidar la sostenibilidad de la empresa”, comenta.
“Mientras que en la primera década del siglo hacíamos lo mismo en todos los ambientes, comprendimos que lo ideal, tanto en términos productivos como económicos y sociales, es implementar el sistema más apropiado para cada ambiente particular”, agrega.
El próximo desafío de la empresa, que está en pleno estudio, es buscar alguna alternativa que permita valorizar la hacienda propia en el canal comercial. “Sabemos que tenemos un producto diferenciado, elaborado completamente a pasto y que podría certificarse como orgánico y, así como tuvimos que aprender a trabajar de otra manera en el campo, tenemos mucho que aprender en el ámbito de la comercialización”, resume Esteban.
Nota de AgendAR:
Los sistemas de pastoreo Voisin y Savory, tan emparentados, hoy están desplegándose en el ecotono entre la Pampa Seca y la Húmeda, y empiezan a aparecer en la Llanura Chaqueña.
Aquí se los adopta porque restablecen la salud microbiana de suelos degradados, evitan inundaciones en los años de Niño porque la tierra recupera su capacidad natural de absorción, mitigan la sequía en los de Niña porque las napas se cargaron bien en el ciclo húmedo anterior, y fundamentalmente, al rotar a cultivos industriales los suelos recuperados, se baja notablemente el consumo de fertilizantes y desmalezantes.
Se bajan también las contrataciones, porque cosas que antes debían hacerse con sistemas químicos y mecánicos alquilados (desmalezar, desinsectar) empiezan a volverse menos urgentes. Una «pasada de gallinas» por un campo recién pastoreado por vacunos elimina las semillas de malezas y las ootecas de tucuras.
Pero además, donde las vacas dejaron nitrógeno, las gallinas aportan fósforo con sus deyecciones. Y por supuesto, dan huevos, y a turno de faenamiento, carne, todo vendible en el pueblo más a tiro, olvidate del acopiador y de toda la cadena comercial hasta China.
Todo esto defiende la tajada del negocio agropecuario en manos del productor. Esto no es para todos los productores: conviene ser joven y poner el cuerpo en el campo todos los días, no es un negocio que se pueda teledirigir. Los sistemas Voisin y Savory tampoco son muy apreciados por los contratistas, que junto a las semilleras multinacionales y las «traders», se han vuelto los nuevos sectores dominantes en el campo argentino, en detrimento de los viejos dueños de la tierra.
André Voisin fue un agrónomo francés de la posguerra, que observó la degradación y desertificación de los suelos franceses que, respondiendo linealmente al precio de los cultivos industriales, expulsaban ganado y se dedicaban puramente a la agricultura. Lo que vio es que sin importar cuáles y cuántos fertilizantes petroquímicos se le añadieran, la capa fértil iba adelgazándose y muriendo, hasta quedar desnuda de pastos y entrar en erosión eólica o hídrica rápida, hasta desertificarse definitivamente. Esto como hacer historia del campo español y del francés desde los ’50.
Savory fue rastreador del Ejército de Rhodesia (hoy Zimbabwe) y guardafaunas en sus parques nacionales. Obedeciendo órdenes y manuales, mató miles de elefantes y búfalos «para preservar el suelo del sobrepastoreo», hasta entender que estaba logrando el efecto exactamente contrario. Donde desaparecían los grandes herbívoros, el pastizal empezaba a desaparecer también, y con la alteración del ciclo hidrológico del suelo, se secaban arroyos y ojos de agua.
La base del Voisin y del Savory son las mismas: copiar el funcionamiento de los pocos pastizales remanentes naturales, poblados por grandes herbívoros migratorios. Sus manadas nunca se dispersan demasiado, porque están siempre rodeadas de predadores. Esto hace que la bosta y la orina se concentren en áreas pequeñas y sean pisoteadas y mezcladas por el suelo, hasta que la manada busca mejores pastos, y migra con sus predadores a la zaga, pero deja detrás de sí un suelo nitrificado y mezclado con celulosa, que le dan una estructura aterronada, aireada y permeable.
Esto se logra artificialmente en casi cualquier propiedad cuyo tamaño permita ir rotando ganado bovino de lote en lote. Pero con PRV (Pastoreo Racional Voisin) el lote que contiene el rodeo está en el llamado «punto óptimo de descanso del suelo», con las plantas en su mejor desarrollo de biomasa en forma de raíz, y el ganado está en sobrecarga.
Un agrónomo tradicional se agarraría la cabeza y gritaría que van a destruir el suelo, pero sucede exactamente lo contrario: lo pastorean hasta unos 8 cm. sin dañar las plantas, porque éstas tienen unas reservas excelentes de raíces, y con su pisoteo mezclan la tierra con la bosta y los orines, que es nitrógeno que no habrá que comprar en forma de urea al acopiador o al contratista.
El asunto es que luego los vacunos se vayan, porque si se quedan van a hacer daño al suelo y a sí mismos. Para eso hay que elegir otro lote que esté en punto óptimo (raramente es el contiguo), y arrear el ganado hasta ahí. Esto se hace con alambrado eléctrico: nada nuevo, aparentemente, salvo lo principal: se pastorea sólo en sobrecarga, y sólo en lotes en punto óptimo de descanso. Las duración de las estadías del rebaño en un lote se decide científicamente, con un análisis del estado del suelo, del pasto y de las raíces.
A este manejo, que cambió el estado del suelo y de la contabilidad en La Unión, un «campo flor» por su ubicación en el Cinturón Rosafe, se le agregaron chiches nuevos en «La Celia», una propiedad de 1200 hectáreas a 17 km. del pueblo de Huanguelén, en el Sudoeste de la Provincia de Buenos Aires, donde los límites los ponen últimamente las lluvias cada vez más escasas e impredecibles del ecotono entre Pampa Húmeda y Pampa Seca.
Las quiebras y cambios de manos en los últimos 20 años en esa zona han sido impresionantes. Las oscilaciones Niño-Niña se expresan en lluvias que te transforman el campo en laguna, o secas que lo sepultan en polvareda. Otro límite productivo local siempre fue la tucura, esa langosta enorme y de vuelo corto.
Pero La Celia adoptó el PRV hace 10 años, y la tierra cambió: se ha vuelto negra y esponjosa. La cantidad de carne por hectárea vino subiendo entre un 10 y un 15% anual. La desastrosa sequía de tres años sólo le pegó duro a los cultivos industriales en La Celia en 2022, las pérdidas en años anteriores fueron mínimas en comparación con las de la zona. Si quiere detalles, están aquí.
En 2021, con la sequía ya instalada y haciendo daños terribles, las fotos satelitales mostraban a La Celia como un montón de píxeles verdes, rodeados del amarillo-gris de los campos vecinos, donde las viejas generaciones mantienen los métodos de siempre, y a su costo. En cuanto a la tucura, siempre está la que viene desde campos vecinos, pero tanto el insecto como sus huevos se transforman en huevos y carne de gallina cuando pasa alguno de los dos «Ekobondis» que construyó el establecimiento, con dos colectivos del año de ñaupa transformados en gallineros ambulantes.
Lo que sí hay es mucho más trabajo humano. Hay que cuidar de zorros, perros salvajes y tejones a las gallinas que están desinsectando, desmalezando y fosfatando un lote del cual se acaban de ir las vacas. Para eso hay que armarles cercados de plástico (los cercos eléctricos de las vacas no sirven para ellos), y desarmarlos cuando el Ekobondi se va a mover a otro lote.
Todo esa trabajo manual de armar y desarmar cercados no se hace solo, ni el de recoger huevos, ni el de faenar medio millar de gallinas que ya son viejas y se han vuelto menos ponedoras. Eso hace diferencias: La Celia tiene personal efectivo y en blanco. Y contrata cada vez menos laboreos.
Y esto sucede a vista de campos propios sembrados de trigo, maíz, girasol o soja, donde las plantas soportaron mejor las condiciones durísimas de los últimos tres años porque al menos los primeros dos, lograban llegar con la raíz hasta la napa. Si los vecinos quieren llegar a la napa, lo hacen con pozos. Y tienen que perforar muchos metros. Y gastar energía en poner el agua en la superficie.
A esto del PRV y del Savory hay tarados que lo llaman «agricultura hippie». O «agricultura familiar», como supuesta oposición a la agricultura capitalista seria, vamos, que prefiere que las decisiones técnicas de sembrar, cosechar, rotar y similares las tomen muñecos yuppies del microcentro porteño, que «treidean futures» en criptomonedas y no distinguen soja de zapallo. Para estos tipos, que una familia siga en sus tierras desde hace 120 años no suma.
Supongo que es una perspectiva inevitable para quienes salen de la Facultad de Agronomía creyendo que el campo moderno debe ser una fábrica de cultivos industriales básicamente petroquímica y altamente mecanizada organizada, y dirigida por capitales financieros.
Pero lo cierto es que los propietarios medianos y chicos que siguen por esa vía cambian la plata, y con la primera supersequía o inundación, quiebran y terminan vendiendo la tierra. Siempre hay testaferros de contratistas, semilleras y traders compasivos, que se harán de esas propiedades.
Por algo el campo argentino emplea cada vez menos gente, importa cada vez más insumos, tiene suelos cada vez más degradados, es cada vez menos campo y cada vez más un armado financiero, y además de yapa está dejando de ser argentino.
Y lo rápido que viene sucediendo todo esto.
Daniel E. Arias