Kenneth Raedeke, biólogo de la Universidad de Washington, en su tesis doctoral en 1979 estimó que había entre 30 y 50 millones de guanacos antes de la llegada de los conquistadores europeos, mientras William Lauenronth, de la Universidad Estatal de Colorado, en 1998 estimó que en los aproximadamente 790 mil kilómetros cuadrados de la estepa patagónica argentina habitaban unos 22 millones de ejemplares.
Ahora bien, todo esto, ¿sirve como argumento a los productores de ovejas que le echan la culpa de la escasez de comida a este gran herbívoro nativo y a la presencia de áreas protegidas que los albergan? Probablemente no, pero veamos más argumentos.
La historia cuenta que a pesar de que millones de guanacos pastorearon la estepa patagónica por miles y miles de años, cuando los primeros europeos llegaron se encontraron con pastizales de excelente calidad. Tan bueno era el escenario de pastos que la industria ovina comenzó a establecerse en la región hacia 1880 y para 1950, solo 70 años después, las ovejas llegaron a ser más de 20 millones.
“Si el guanaco es perjudicial para la vegetación, ¿cómo es posible que se haya llegado a tener millones de ovejas en la Patagonia luego de miles y miles de años de pastoreo por millones de guanacos? La respuesta es simple, el guanaco no es el problema, el problema fue la sobreexplotación de los recursos forrajeros de la estepa patagónica por parte de la oveja hasta convertirla en un verdadero desierto de polvo”, define Emiliano Donadío, biólogo y perteneciente a Fundación Rewilding Argentina.
El continuo y extendido sobrepastoreo ovino generó que un 94% de la estepa patagónica presentara algún nivel de degradación, lo que llevó a la erosión del suelo, reducción de la cobertura vegetal, declinación en el número de especies palatables y un incremento de especies exóticas. Esto, a su vez, debilitó servicios ecosistémicos fundamentales que proveía la estepa, como producción de forraje y secuestro de carbono (este último fundamental para mitigar el cambio climático).
“Durante estos años de gran desarrollo de la industria ovina la población de guanacos declinó drásticamente, ya que fueron cazados por miles, en particular sus crías de meses, envenenados e incluso ametrallados por el ejército”, agrega el científico. “De hecho, especialistas del Conicet y otras instituciones sostienen que las poblaciones de guanacos se redujeron entre un 90 y 97%, estimando que quedaban en Argentina solo unos 2 millones en 2016”.
En el Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales, un organismo perteneciente al Conicet ubicado en Trelew, Chubut, un grupo de investigadores está estudiando este tema (que será para una próxima nota, pero mientras podemos adelantar unos datos). En 2023 publicaron un trabajo en el cual evaluaron la dinámica de la población de guanacos y la vegetación en la reserva Cabo Dos Bahías (ubicada a 28 kilómetros del pueblo de Camarones) donde la densidad de guanacos es de alrededor de 40 individuos por kilómetro cuadrado, con picos de hasta 70. A pesar de esta alta densidad, la vegetación en la reserva presenta un estado similar o incluso más conservado que los campos vecinos con manejo ganadero tradicional. Del mismo modo, aunque todavía no hay evaluaciones cuantitativas, observaciones de campo indican que la vegetación se encuentra en un proceso de recuperación en áreas protegidas como el Parque Nacional Monte León y el Parque Patagonia, en la provincia de Santa Cruz.
Por otro lado, estudios recientes con radiocollares muestran que en Parque Patagonia el 38% de 42 guanacos adultos monitoreados con radiocollar se mantienen dentro de los límites del parque o salen de manera esporádica, mientras que el 62% realiza movimientos migratorios, típicos de la especie, hacia campos y áreas protegidas vecinas vecinos para luego regresar al Parque. Algo similar se observó en el Parque Nacional Monte León, donde el 42% de los guanacos se mantienen dentro del parque o salen de manera esporádica mientras que el 58% se desplaza hacia el norte del parque nacional de manera estacional para luego regresar.
“Estos movimientos son procesos naturales que ocurren año a año y existían antes de la creación del área protegida, por lo tanto que las áreas protegidas representan fuentes de individuos que invaden propiedades vecinas es una afirmación que por el momento no ha sido probado científicamente y es más, los datos disponibles indican que esto no estaría ocurriendo. El análisis final de los datos nos dará la respuesta definitiva”, recalca Donadío.
En resumen, según el especialista, la evidencia científica disponible indica que los guanacos no son responsables de la degradación de la vegetación, que cuando se sacan los ovinos de los campos la vegetación se recupera y que los guanacos en áreas protegidas tienden a permanecer dentro de ellas.
Otro punto importante: el intento de erradicar a los guanacos durante los 70-80 años de apogeo de la industria ovina dejó al principal depredador de la estepa, el puma, sin su presa más importante, y algo similar ocurrió con otras presas importantes como el choique y la mara, cuyas poblaciones se vieron reducidas por acción del humano. En este escenario los pumas comenzaron a depredar sobre la única presa disponible: la oveja, situación que resultó en el lanzamiento de un plan de erradicación de pumas, que fueron cazados con armas, trampas y perros además de ser envenenados.
“Estudios recientes en el Parque Nacional Monte León indican que de 19 pumas con radiocollar solo 3 presentaron un área de acción que incluía campos vecinos”, describe Donadío. “La evaluación de las presas utilizadas por estos pumas durante 3 años indicó que, de 250 presas, 103 (41%) fueron pingüinos de Magallanes, 82 (33%) fueron guanacos y 34 (14%) fueron liebres. Solo se registraron 7 (3%) eventos de depredación de ovinos en una estancia vecina”.
La dieta de los pumas de Parque Patagonia indicó algo similar. Durante 2 años se identificaron 327 presas, de las cuales, 248 (76%) fueron guanacos, 36 (11%) fueron choiques, 16 (5%) caballos, 10 (3%) ovejas y el resto incluyó liebres, zorros, chinchillones y otras aves. Lo que estos datos indican es que cuando se quita la hacienda de estos campos se recuperan las presas nativas, que comienzan a ser cazadas por los pumas. En otras palabras, lejos de producir desequilibrios en la fauna, las áreas protegidas generan las condiciones para “arreglar” los desequilibrios previamente existentes cuando esas tierras sufrían sobre pastoreo ovino y erradicación de fauna nativa.