Además de la guerra comercial y financiera desatada por Donald Trump, una de las noticias de la semana fue lo que se anunció como la reaparición de un lobo extinguido hace 10.000 años. Científicos de la empresa Colossal Biosciences habían reconstruido el genoma del “lobo terrible”, lo habían usado para editar el genoma del lobo gris moderno y de ese modo gestaron tres cachorritos blancos que nacieron en octubre del año pasado y cuyas fotos dieron la vuelta al mundo: Rómulo, Remo y Khaleesi.
Como muchos al ver la noticia, pensé “qué maravilla”. Después me puse a pensar un poco mejor y me di cuenta de que el anuncio, además de ciencia, tenía mucho de marketing (legítimo), que no es cierto que se haya revivido ninguna especie y que deberíamos pensar seriamente en qué hacer (y qué no hacer) con estas nuevas herramientas.
Desde hace años les muestro en clase a mis estudiantes una nota de Clarín de abril de 2013 donde se menciona la posibilidad de revivir especies extinguidas. Es posible que la nota de Clarín tuviera origen en una entrevista del semanario alemán Der Spiegel a George Church, un genetista de Harvard que suele meterse en temas raros. En esa entrevista, Church sostenía que en un futuro seria posible recrear especies extintas sintetizando químicamente sus genomas. Esto no es inverosímil, el ADN es un compuesto químico que se puede sintetizar como cualquier otro. Ese genoma sintético, introducido en un óvulo reemplazando el ADN original y, usando una madre sustituta —en caso de requerirse— daría origen a un nuevo organismo construido a partir de las instrucciones del genoma sintético. Casualidad o no, Church es uno de los fundadores de Colossal, la dueña de los lobeznos, creada en 2021 con el llamativo objeto de regresar a la vida animales extinguidos, fondeada por inversores de riesgo con cientos de millones de dólares y con un muy sólido staff profesional. Científicos y dinero: envidiable combinación.
Aún siendo un completo ignorante de qué es el marketing, creo que esta campaña de Colossal no empezó ayer y está planificada menos como una actividad científica que como una iniciativa empresaria (perfectamente legítima). Semanas antes de la presentación de los lobos, que ya habían nacido, algunas revistas científicas, como Nature, informaron que Colossal había producido ratones con características de mamuts (como el pelo largo), una prueba de concepto (es decir, una prueba inicial para ver la viabilidad de una idea) de que los genes de un organismo extinto pueden funcionar en otros organismos. Salvo para los nerds que seguimos estos temas, esto pasó desapercibido, porque no era ninguna novedad científica: hace rato que sabemos que los genes de un organismo (extinto o no) son transferibles a otro y les confieren características nuevas al receptor. Un transgén que confiere resistencia al glifosato, como tiene la soja más sembrada en el país, por ejemplo, es eso. Es más, fue este tipo de transferencias lo que en los años ’40 permitió a Avery, MacLeod y McCarthy demostrar que el ADN es el material genético.
Genes dentro de genes
Antes de seguir, veamos cómo se hicieron. Partiendo de la idea de que el ADN contiene la información para construir un organismo, los investigadores de Colossal obtuvieron la información genética contenida en el ADN de dos lobos distintos: uno extinguido, Aenocyon dirus, el lobo gigante; y otro actual, Canis lupus, el lobo gris. Compararon los genomas de ambas especies para ver qué diferencias tenían y se estableció que había un grupo de genes que podrían hacer la diferencia entre uno y otro. Todo los demás genes, asumieron, serían los que hacen que ambos sean lobos. Esto es una simplificación, pero necesaria para seguir adelante con el trabajo. Se los criticó por usar algunos genes y no todos, pero, insisto en este punto: el anuncio no era un trabajo académico sino una prueba de concepto para el desarrollo de un producto de la empresa. De haber querido tener en cuenta todos los cambios, que seguramente son muchos, habría sido imposible hacerlo en un tiempo razonable.
Después usaron una técnica de edición genética denominada CRISPR (que mencionamos en una nota anterior) para reemplazar cada uno de los genes del lobo gris por los del lobo gigante que hacían la diferencia. Esta técnica, cuando en 2013 se empezó a hablar de la recuperación de especies extintas, estaba aún en pañales y requirió casi una década de desarrollo para poder usarla en el reemplazo de genes enteros en un genoma, como en este caso. El reemplazo de los genes se hace en células vivas del lobo gris, cultivadas en el laboratorio a partir de tejidos del animal. Cuando se confirma que las células cultivadas tienen los cambios deseados (secuenciando el ADN), se extrae el núcleo de la célula modificada (donde está la mayor parte del ADN) y se transplanta a un óvulo de lobo gris al cual se le extrajo su núcleo. El óvulo con su nuevo núcleo se activa, como si lo hubiera fertilizado un espermatozoide, se cultiva en el laboratorio durante unos días y luego se lo transfiere al útero de una madre receptora, que en este caso fue una perra.
Después de la presentación de los lobitos, parte de la comunidad científica comenzó a discutir distintos aspectos del anuncio de Colossal. Uno de los temas fue sobre si tiene sentido traer al mundo especies extinguidas. Este debate es importante, pero no entraré en detalles: sólo diré que no estoy de acuerdo con la reintroducción de especies cuando los ecosistemas ya evolucionaron y siguieron su rumbo sin ellas. Soy poco amigo de volver atrás el reloj. Leí incluso a quien criticaba el uso de ese dinero en eso y no en salvar especies en riesgo. Para mí es simple: Colossal hace lo que quiere con su dinero, y de hecho estas tecnologías permiten producir embriones viables de especies en peligro. Todas estas discusiones son entendibles e importantes, pero hay una cuestión casi existencial, que es la que más me interesa: ¿qué es y qué significa este nuevo organismo?
Si bien sé más de insectos que de lobos, como zoólogo me animaré a meterme en detalles que van a sonar técnicos pero no lo son: son filosóficos. Si usara una herramienta muy común para establecer relaciones entre organismos, el ADN de las mitocondrias (organoides de las células que producen energía y tienen su propio material genético), no tendría ninguna duda en que estos lobos son lobos grises porque las mitocondrias del óvulo usado para el transplante (y su ADN) son de una loba gris contemporánea. Este ADN materno permite inferir genealogías y, por lo tanto, la evolución vía materna de generación en generación. Si analizara el genoma completo, en cambio, vería que es idéntico al del lobo gris salvo en todo lo que parece lobo gigante. Con eso no podría afirmar que no es un lobo gigante, porque la genómica no es nada democrática, las minorías cuentan más que las mayorías: esos pocos genes de lobo gigante le confieren el aspecto de lobo gigante.
De hecho, si miro el aspecto de los lobeznos (igual hay que dejar que crezcan y se desarrollen, no seamos ansiosos) diría que si bien no se puede asegurar que sean lobos gigantes, tampoco se parecen a un lobo gris. Es decir son y no son. Y esto es un desafío para los taxónomos, mis biólogos favoritos, los que establecen los criterios científicos y objetivos por los cuales una especie es una especie y otra especia es otra distinta. Y esos criterios pueden variar porque las especies son hipótesis, no algo tangible. Así que antes de enredarme en discusiones acerca de si es o no es, preferiría esperar a que los lobitos lleguen a adultos y se los analice en base a los criterios estrictos de la taxonomía. Si se establece científicamente que no son ni uno ni otro, serán una nueva especie con tres ejemplares. Pero, si son, de acuerdo a estrictos criterios taxonómicos, Aenocyon dirus o Canis lupus, nos indicará si efectivamente esos pocos genes son suficientes para definir a una especie o no.

Lo que puede venir
Es muy difícil imaginar el devenir de la ciencia. Las predicciones hechas hace 50 años no incluyeron aspectos que hoy son cotidianos y modificaron nuestra vida, como los teléfonos inteligentes o la clonación. Y 50 años es la duración de una carrera científica, desde el ingreso a la universidad hasta la jubilación. Es imposible, por lo tanto, saber con precisión qué nos deparan los próximos 25 o 50 años. La técnica de edición de genomas usada en la producción de estos lobos no existía hace 15 años, o era posible pero laboriosa y cara; hoy está al alcance de cualquier laboratorio.
Hace una década obtener la información genética completa de un organismo era costoso y llevaba tiempo. Hoy se puede secuenciar un genoma humano por unos pocos miles. El borrador del genoma humano, lanzado con bombos y platillos en 2001 por Bill Clinton y Tony Blair no se completó sino hasta hace dos años. Pero presentaron una prueba de concepto cuyo impacto fue más allá de obtener la secuencia de nuestro genoma, con el desarrollo de nuevas tecnologías que cambiaron nuestra forma de analizar la genética.
Lo mismo se puede decir del anuncio de Colossal y los lobeznos: es una prueba de concepto, un borrador de lobo. Una muestra de que reemplazando unos pocos genes clave podemos cambiar algunos aspectos de un organismo al punto de llegar quizás a ser otra especie. Ése es, creo, el tema relevante si quitamos la hojarasca del marketing de la des-extinción de una especie, en mi opinión un completo sinsentido científico, pero una entendible estrategia de ventas.
¿A qué viene esto? En medio de tantos aullidos de lobo, hubo otro trabajo que nos debería llamar la atención, un artículo en Nature del miércoles pasado sobre genomas de monos. Allí comparan el genoma de bonobos, chimpancés, orangutanes, gorilas, nada distinto a lo que se hizo entre el lobo gigante y el lobo gris, para plantear la pregunta: ¿qué es lo que nos hace humanos? Pensemos ya no en las formas sino en las capacidades. Hace ya un tiempo se viene estudiando un gen, llamado FOXO2, que se correlaciona con la capacidad de lenguaje hablado. Está conservado en Neanderthales, pero no en otros grandes primates y se encuentra mutado en personas con disfunciones de lenguaje. También hace un par de semanas se publicó un trabajo que encuentra que una característica del lenguaje que se creía exclusiva de humanos es compartida por los bonobos: combinar elementos con un significado dentro de estructuras con significados más complejos que la suma de los elementos individuales. Si se introdujera, del mismo modo que con los lobos, genes asociados a la modulación de sonidos en bonobos y se les enseñara a hablar con sonidos modulados entendibles, ¿serían bonobos o serían uno de nosotros? Si solamente un pequeño grupo de genes nos hacen distintos de los bonobos, técnicamente sería posible “humanizarlos”. César podría estar a la vuelta de la esquina.
Hace un tiempo comenzó a moverse la idea de que más que descifrar genomas tendríamos que comenzar a diseñarlos. Pasar de leer genomas a escribir genomas. La idea fue publicada en Science, pero también en el New York Times. Por lo tanto, no sería descabellado pensar (porque tecnológicamente es posible) en crear organismos que nunca existieron sobre la base de organismos existentes. La prueba de concepto está aquí, entre nosotros. Y volviendo a la entrevista a George Church en Der Spiegel, el organismo del que hablaban “revivir” no era un mamut, era un neanderthal.
Rolando Rivera