Así son los motores espaciales hechos en Argentina. ¡Todavía cantamos!

La empresa argentina VENG marcó un nuevo avance en el campo de la tecnología espacial tras completar con éxito las pruebas de su motor MT-B, un componente fundamental para los futuros lanzamientos satelitales del país. Este motor, cuya fabricación se realiza casi en su totalidad mediante impresión 3D, forma parte del programa de acceso al espacio desarrollado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).

Uno de los aspectos más relevantes del proyecto es que VENG diseña y produce internamente todos los elementos del motor, incluidas las válvulas electrónicas. Esta capacidad de desarrollo integral no solo fortalece la autonomía tecnológica nacional, sino que también permite a la empresa patentar sus innovaciones y consolidar su posición en un sector altamente competitivo, donde solo unos pocos países cuentan con tecnología propia para la fabricación de motores espaciales.

Detalles del motor espacial

El motor MT-B, con un empuje de 4,1 toneladas, utiliza queroseno y oxígeno líquido como propulsores, en línea con los estándares de compañías líderes como SpaceX. Su diseño de última generación garantiza alta precisión y eficiencia, gracias a la incorporación de válvulas electrónicas y componentes fabricados mediante impresión 3D, entre ellos la turbobomba, una de las piezas más complejas del sistema.

VENG cuenta con la impresora 3D de tecnología aditiva más grande de Argentina, lo que le permite acelerar los tiempos de desarrollo y optimizar el uso de materiales, reduciendo costos significativamente. Algunas de las aleaciones metálicas utilizadas en el motor no estaban disponibles en el mercado debido a su potencial aplicación en tecnología aeroespacial, lo que resalta cómo la fabricación aditiva ha abierto nuevas posibilidades para la industria nacional.

Son muy pocos los países en el mundo que desarrollan esta tecnología y Argentina es uno de ellos

Otros proyectos espaciales

El motor MT-B forma parte del proyecto ISCUL, una iniciativa orientada al desarrollo de lanzadores para cargas livianas. En este contexto, VENG también trabaja en la fabricación de tanques de combustible utilizando soldadura por fricción, una técnica avanzada que, en toda América Latina, solo se aplica en su laboratorio.

Gracias a su diseño modular, motores de pequeño porte como el MT-B pueden agruparse para conformar lanzadores multimotor, un enfoque cada vez más adoptado por la industria espacial. Este modelo no solo permite reducir costos, sino que también mejora la flexibilidad operativa y disminuye los riesgos asociados al vuelo.

Las siguientes etapas del desarrollo incluirán pruebas con la turbobomba, seguidas por la calificación integral del motor. Cada ensayo eleva el grado de madurez tecnológica del sistema, una métrica fundamental para reducir la incertidumbre y acercarse a operaciones reales de lanzamiento.

Con estos avances, Argentina se posiciona entre los pocos países con capacidad para desarrollar sus propios motores espaciales. En un mercado global altamente competitivo, VENG apuesta por construir una cartera de productos tecnológicos exportables, orientados a empresas que demandan soluciones eficientes para acceder al espacio.

AGENDAR AGREGA:

Nuestros lectores conocen bastante a INVAP como empresa independiente. Vive de lo que produce, sin aportes del estado, pero tiene una relación especial con la CNEA, la Comisión Nacional de Energía Atómica: nació de ella, ésta integra parte de su directorio, y le da su apoyo con laboratorios de ciencia de materiales, termohidráulica y desarrollo de combustibles nucleares. INVAP lleva ese know-how al mercado.

Como quien dice, «win-win». Un trabajo colaborativo, aunque entre bueyes nunca faltan cornadas.

Bien: INVAP es a la CNEA lo que VENG es la CONAE, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, un organismo más nuevo, creado en 1993.

VENG es ágil como una firma privada, sin serlo estatutariamente. Contrata libremente personal y servicios, desarrolla vínculos con industrias, universidades y gobiernos, y ofrece servicios a una velocidad mucho mayor que la de una institución constreñida por los las prácticas reglamentarias del estado nacional. Sin embargo, no puede acumular sus ganancias, pero sí puede quebrar.

En un punto, esto es lo peor de dos mundos, el estatal y el privado. Pero esta fórmula de trabajo es habitual entre las universidades «top» del hemisferio norte y las industrias como la aeroespacial, la de defensa y la farmacológica. Permite que un organismo muy estable, como la NASA, los National Labs o universidades como CALTECH, investiguen y obtengan patentes. Y logra que éstas no junten polvo hasta ser robadas, sino que las empresas asociadas las transformen en fabricación, ventas, servicios y exportaciones.

¿Algún presidente argentino se puede imaginar que VENG está en condiciones de ofrecer puesta en órbita de satélites livianos? Evidentemente no. Milagro si saben que existe. Gobiernos como los de Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Alberto Fernández y Javier Milei han combatido pasivamente a empresas como INVAP o VENG del modo más simple: nunca pusieron un mango en el Plan Nuclear o en el Plan Espacial.

Las cosas empeoraron con Macri, que se negó dos años a pagarle a INVAP la construcción de los radares de defensa, aeronavegación y meteorológicos del país, en una tentativa explícita de lograr la quiebra de INVAP. Milei es más brutal: aborrece en forma expresa a las empresas tecnológicas argentinas que compitan contra las multinacionales. Su programa es privatizarlas para que algún comprador caníbal las desguace, copie las novedades, y las cierre.

La CONAE, cliente preferencial y necesario de VENG, está paralizada. La CONAE está sin dinero desde… ¿su nacimiento, allá por 1993? Fue fundada en tiempo de Domingo Cavallo 1.0 como ministro: no se puede venir al mundo bajo peor estrella.

Logró, sin embargo, poner en órbita 6 satélites de observación de la Tierra, crecientemente complejos y capaces. Pero los dos últimos tenían radares en banda L, y a las potencias les hace maldita la gracia que las miren desde 600 km. de altura de día, de noche, caiga lluvia o brille el sol.

El objetivo principal de los dos satélites SAOCOM, en banda L, es medir agua subterránea. Que esto además permita saber la ubicación, velocidad y dirección de una flota naval al detectar no los buques sino sus estelas, fue es una capacidad que la CONAE descubrió DESPUÉS de lanzarlos. Obviamente los SAOCOM son satélites que le caen atravesados a los países y empresas que invaden el Mar Argentino.

Por ejemplo, las pesqueras piratas. También puede ver a los destructores y fragatas de Su Graciosa Majestad que custodian Port Stanley. Ciudad kélper cuyo negocio principal es vender licencias de pesca sobre NUESTRAS aguas.

No es por nada que un satélite mayormente agrícola, como el SAC-C, pasara de planos a lanzamiento en 5 años. Pero para que los SAOCOM cruzaran ese Rubicón, pasaron 20 años, y fueran lanzados sólo 2 de los 4 previstos, y que lo hicieran recién en 2016 y 2017, y con baterías de níquel-cadmio de los ´90, cuando los terrícolas ya usábamos baterías de iones de litio hasta en los audífonos. Son más livianas y de mayor densidad energética.

Como la CONAE soportó apretando dientes los mil desaires de la NA-SA para puesta en órbita de los SAC A, B y C, era imposible que en 2000 tras el éxito de su satélite SAC-C, no intentara lograr su propia escalera al cielo. VENG nació así, para ofrecer a todo el mundo servicios competitivos de lanzamiento de satélites de hasta 200 kg. Pero como la caridad empieza por casa, el primer cliente de VENG debería ser la CONAE.

El problema es que la CONAE no inicia la construcción de un satélite nuevo desde principios de siglo por «no hay plata». Se quedó atascada en el SABIAMAR. Sería un artefacto mucho más simple que los tremendos SAOCOM, un aparato de medición de la fotosíntesis marina. Generaría datos útiles para oceanógrafos y pesqueras, además del control de los municipios y empresas que contaminan el Atlántico por falta de plantas de depuración de residuos cloacales y biológicos.

Pero si el SABIAMAR se quedó en planes y planos no fue porque el intendente de Mar del Plata le haya puesto palos en las ruedas. Es porque a los presidentes y partidos políticos argentos administrar el MarArgentino les interesa un… comino, y porque EEUU y el Reino Unido están hartos de la CONAE. Geopolíticamente, no nos quieren en SU espacio. Bajate de ahí. Cucha, perro.

Para nuestros programas espaciales, se genera un combo bastante insuperable de indiferencia local estúpida, y de mala leche ajena pero informada.

Aún así, mirando el partido desde la torre de transmisión, AgendAR cree que a VENG le puede ir bien.

En el debe tiene que todavía no ha lanzado una carga, siquiera inerte, a órbita baja. Eso pega mal en el mercado mundial. VENG no ha podido poner nada ahí arriba porque su fundador y cliente principal y natural, la CONAE no tiene nada que poner ahí. ¿Qué empresa del sector privado va a arriesgar un satélite propio en una firma de lanzamiento sin un contrato ejecutado de su propio país?

No obstante, puede haber plata a ganar en negocios de «mientras tanto», aunque de poco ruido. Podrían tranquilamente ser mayores que poner cosas en el cielo. Quizás el verdadero «business» de VENG sea, durante años, la venta de tecnología espacial fina. ¿Ejemplos? La soldadura por fricción, o el desarrollo de un motor chico pero modular de 4,1 toneladas de empuje, y que funcione a kerosene y oxígeno líquido, kerolox en la jerga del gremio.

Ni la soldadura en sí ni la propulsión a kerolox son nuevas. Pero si VENG termina desarrollando la mejor soldadura por fricción del mundo, o la mejor turbobomba para mover oxígeno líquido criogénico, que rompe todos los metales, la bola se va a correr y los clientes y agencias y empresas grossas empezarán a buscar a Pipinas, Provincia de Buenos Aires, en Google Maps, y la página de VENG en internet.

Para el caso, la comparativamente enorme Agencia Espacial Brasileña ha desarrollado toda una línea de cohetes de combustible sólido. Son de despegar a toque de botón, y por ello de posible utilidad militar. Pero para la precisión de una puesta en órbita, un motor de kerolox es bastante mejor: se prende, se apaga, se vuelve a prender, se gradúa. ¿Fazemos parceria, irmaos brasucas?

La animadversión de las cancillerías grossas se puede vencer con calidad de oferta, y la estentórea estulticia de nuestra política, con ruido de medios y clientes con gran chequera. Pero hay que tener la tenacidad de un bulón oxidado.

Durante 51 años INVAP logró sobrevivir a zancadillas feroces y al desinterés glacial de nuestra propia burguesía, esa clase que Jorge Sabato llamaba «chanta», porque su modo de hacer plata eran (son) los golpes de estado y los negocios impresentables.

Para el caso, junto a la CNEA, INVAP había vendido reactores nucleares a Perú, Argelia, Egipto, y otros países que no están de moda. Sin pena ni gloria ni prensa, siempre al borde del cierre y pobre como una laucha.

Pero bastó que INVAP abrochara un reactor en Australia para que la descubriera, oh, ah, eh, el mundo entero. Incluso la distraída Argentina, país taaan cholulo. Los ninguneadores de INVAP de toda la vida se mataban por subirse al avión a Sydney para la inauguración del OPAL en 2006, clavarse unos canapés y sacarse la foto.

Significativamente, también en 2006, el peronismo redescubrió el átomo: gracias por la gauchada, australianos.

¿Y cómo sobrevivió y sobrevive INVAP entre reactor y reactor? De diversificarse aplicando tecnología nuclear, y con suerte muy diversa, a asuntos menos glamorosos: la medicina nuclear, la industria de servicios petroleros, la metalúrgica, la eólica, la construcción de los satélites de la CONAE y de ARSAT, la de los primeros radares argentinos, y cobrar, plink, caja.

Cuando no hay moros ni Mauris en la Rosada, al menos.

No he conocido empresa más sobreviviente, más viva, más valiente y más buscavidas. Hoy, a fuerza de fama, es a prueba de «fuego amigo». Quizás.

¿Es imposible que VENG siga un camino similar? Lo imposible es que no lo siga. Está en la brecha.

Somos Argentina, gente, hacemos goles en tiempo de descuento.

Buena suerte, amigos coheteros. Hasta el infinito, y más allá.

Daniel E. Arias

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