Científicos del Laboratorio Nacional de Los Álamos (LANL) reinventaron el modo más simple y barato de identificar satélites desde tierra: emisores de infrarrojo alimentados por energía solar. Estos van pegados al satélite y emiten constantemente códigos que identifican al operador responsable del mismo, además de altura, rumbo y velocidad.
Los datos se captan desde tierra 24×7, con telescopios ópticos de baja potencia e ínfimo precio, y se almacenan. Estas balizas delatoras trabajan sin importar si es de día, si es de noche, o si llueve, truena o sale el sol.
Los Álamos está en Nuevo México, y desde 1943 fue un laboratorio secreto en un estado desértico, donde entonces había más ganado que personas. Allí vivieron en chozas, a veces con agua pero mayormente sin agua, dirigidos por Robert Oppenheimer y bajo estricta vigilancia militar, algunos centenares de físicos, centroeuropeos, judíos, británicos e incluso estadounidenses. Esa colección irrepetible de nerds inventó las bombas atómicas de uranio enriquecido y de plutonio que reventaron respectivamente las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
Entre ambas, obligaron al Imperio Japonés a someterse a la ocupación pacífica por parte de las fuerzas armadas estadounidenses. El Pentágono había calculado que una ocupación «manu militari» vendría al precio de 4 millones de muertos, algunos de ellos estadounidenses, y de civiles japoneses ni hablemos. Eso si la Unión Soviética, que acaba de destruir al Ejército Japonés en Manchuria y venía planeando un desembarco desde las islas Kuriles en Hokkaido, no llegaba primero.
En suma, que Los Álamos National Laboratories (LANL) hoy es un sitio de turismo histórico, pero donde otra población de nerds 80 años menor que la original sigue desarrollando cosas que cambian la historia. Incluso, la historia argentina que sucedió ayer. Ya volveremos sobre eso.
En el caso de marras, la craneoteca del LANL quiere evitar que el planeta Tierra quede envuelto en chatarra espacial. Ésta circula a 28.000 km/hora, promedio, por las órbitas bajas, y el promedio de impactos que se liga la Estación Espacial Internacional es de 3 corchazos cada 24 horas. La mayor parte se desintegra en forma de chorro de plasma en el blindaje ultraliviano tipo «spaced array». Éste envuelve a 10 centímetros de distancia distancia las verdaderas paredes duraluminio de la estación. Pero una detritus metálico del tamaño de una tuerca la destruiría.
Pese a lo que diga Elon Musk, el presidente del presidente de los Estados Unidos, en la órbita baja no sobra el espacio. Sobran satélites muertos, satélites activos y chatarra fina de satélites chocados, que a su vez está destruyendo satélites activos y generando nueva chatarra. El fenómeno fue identificado por la NASA en 1978 y tiene nombre propio: el Síndrome de Kessler.
El fin expreso de esta suerte de baliza para satélites del LANL es imponer, al menos a los nuevos satélites activos que suban a órbita baja, hoy tierra de nadie, una ley más primitiva que la del Talión: «el que las hace, las paga».
Dicho más corto, si tu empresa se llama Starlink y decidió inundar con 42.000 satélites de telecomunicaciones privadas la órbita baja en plan okupa (y todas las miradas se dirigen a Elon Musk), y desde 2019 a la fecha Starlink ya desplegó alrededor de 7000 aparatos en órbitas que se encapsulan unas a otras como capas de una cebolla, es lógico que las aseguradoras tengan un julepe de la gran siete.
Y esto, según los actuarios de compañías de seguros y reaseguros espaciales, elevó un 90% el riesgo de choque de satélites contra otros satélites. Obviamente, los satélites sin chapa, es decir todos los lanzados hasta hoy, son caso judicialmente muerto antes de empezar. Pero el LANL acaba de reinventar un pendorcho derivado del IFF, desarrollado por la Real Fuerza Aérea británica para diferenciar por radar amigos de enemigos.
Si los nuevos satélites con chapa identificatoria rompen algo, que al menos alguien tenga la culpa. No son las mejores noticias para el ingeniero Musk, el hombre más rico y poderoso de la Tierra. Este sudafricano con más inventos redituables que Thomas Edison y Henry Ford, sostiene con sus propias matemáticas que Starlink es tan necesaria para la humanidad como la Internet, porque Starlink es el segmento espacial de la Internet.
Además, como detalle, Starlink LCC es de propiedad de Musk como subsidiaria de Space X, la más exitosa firma de diseño, construcción y puesta en órbita de la historia. Por ende, Musk es el principol usuario de la Órbita Baja, patrimonio común de la humanidad, según todos los tratados sobre su uso refrendados por Naciones Unidas. Pero Starlink LCC anda floja de papeles, porque está llenando ese espacio común de objetos de 800 kg. de masa que viajan 10 veces más rápido que la bala de un fusil FAL. Y lo hace con la autorización de la FCC, la Federal Communications Commission de los EEUU.
Legalmente, es como si la ANAC, la Administración Nacional de Aviación Civil de la Argentina, decretara que Airbondi puede aterrizar sus aviones en rutas, calles y avenidas de Washington DC. Corré de lugar el Capitolio y la Casa Blanca, gringo invasor, que te atropello con un avión privado argentino, y además tengo derecho. Creo que las Naciones Unidas dirían que la ANAC no tiene jurisdicción sobre terrenos públicos de los EEUU. Pero ante al caso del mayor okupa del mayor espacio público del planeta, la órbita baja, o LEO, el silencio de la ONU es estrepitoso.
Ya no es «el que trajo el borracho a la fiesta, que se lo lleve». Van a ser 42.000 borrachos, sólo con Starlink, sin contar competidoras y rivales, contando agencias espaciales como la ESA de la Unión Europea, o las de China, Rusia, la India, Japón, y a sumar, varias agencias espaciales chicas pero con varios satélites exitosos, como la CONAE de Argentina.
Y los que tienen que bancarse a los 42.000 borrachos que irrumpieron sin papeles en la LEO somos el resto de los países con activos propios o alquilados en esa zona. Los argentos estamos ahí desde 1996, con nuestros 2 SAOCOM, todavía en servicio porque fueron admirablemente bien hechos por INVAP para la CONAE.
En septiembre de 2019 la superconstelación Starlink de Elon Musk recién empezaba su despliegue, tras testear 2 prototipos en 2018. Pero tras la brusca inyección a LEO de un primer lote de 60 Starlinks a bordo de un Falcon 9, hubo un primer casi encontronazo. La ESA, Agencia Espacial de la Unión Europea, tuvo que obligar a su satélite Aeolus a hacer maniobras evasivas para que no se lo llevara puesto el Starlink número 44. Apa.
Eso mostró cómo seguiría el show. Y se viene cumpliendo a rajatabla.
Hugh Lewis, jefe del Austronautical Research Group de la Southampton University, Reino Unido, llamó a Starlink la mayor amenaza mundial de colisión de satélites en LEO: ya en 2019 y despuntando, generaba el 50% de los «casi choques». Mejor aún, los cálculos indicaban que cuando esa constelación llegara a 12.000 Starlinks, estos iban a protagonizar el 90% de los eventos que podríamos llamar, en cauto lenguaje de ingeniería orbital, «zafó de puro pedo».
Corrijo: «Zafamos». Porque, como país espacial (y hoy todos lo son, activa o pasivamente) ya estamos metidos en el Síndrome de Kessler. Para los de otros palos de la tecnología humana, este síndrome no es una enfermedad neurológica, sino la inutilización completa de la LEO, las órbitas bajas entre 150 y 2000 km. de altura, la zona industrial por excelencia del espacio terrestre.
Sobre el Síndrome de Kessler, como ya prometí, vuelvo después.
Entre tanto, veamos qué dice al respecto Dan Robinson, de la revista de negocios estadounidense Forbes.
«Los nerds del LANL afirman que la órbita LEO está cada vez más saturada y es vital evitar colisiones. Sin embargo, aunque los servicios de seguimiento puedan detectar un problema, tienen que saber quién es el propietario de un satélite concreto para avisarle y que tome medidas.
«Una respuesta es una nueva tecnología llamada Identificador Óptico de Recursos Extremadamente Bajos, o ELROI*, desarrollada en el laboratorio de Nuevo México. Se trata simplemente de una pequeña luz que puede acoplarse a cualquier cosa que vaya al espacio y que emite un código de «matrícula» que identifica de forma única el objeto al que está acoplado.
«Se dice que el dispositivo es de bajo consumo, pues sólo emite tanta luz como un LED, pero LANL afirma que hace uso de «una serie de algoritmos novedosos» que permiten detectar su luz con un pequeño telescopio a mil kilómetros de distancia.
«La energía puede ser suministrada por una pequeña célula solar y sostenida por una batería recargable de unos pocos milímetros de grosor, lo que permite reducir el dispositivo al tamaño de un grueso sello de correos, de modo que podría fijarse al lateral de un satélite y dejarlo funcionar de forma independiente.
«ELROI es barato, diminuto, autosuficiente y fácil de acoplar a cualquier cosa que vaya al espacio», afirma David Palmer, científico de Los Álamos y director del proyecto ELROI.
«El dispositivo se probó en dos lanzamientos en 2024, y los nerds del LANL identificaron con éxito los satélites antes de que lo hiciera el operador, afirma Palmer.
«En el segundo lanzamiento había ocho objetos en el espacio, pero nadie sabía cuál era cuál. Observé los ocho mientras pasaban por encima de nuestro telescopio y, en 48 horas, tenía los datos que identificaban al satélite portador de ELROI», explica Palmer.
Pero observada a través de un telescopio o un radar, una plataforma orbital es sólo un punto de luz o un parpadeo en la pantalla, sin forma de identificarla.
Inevitablemente, el usualmente confiable Dan Robinson transforma un problema geopolítico de mal pronóstico en un embrollo entre científicos, a saber, los astrónomos y los radioastrónomos. Sumando unos y otros, todos los que hay en el mundo no llegan a llenar el Luna Park, mientras no demuelan el Luna Park.
Como dice Robinson, haciendo de un «casus belli» entre estados nación un desbole menor, casi woke, «…se sabe que los satélites de órbita terrestre baja causan problemas a los astrónomos debido a la contaminación lumínica, que puede arruinar las fotografías de exposición prolongada del cielo nocturno, porque irrumpen en ellas como estelas brillantes que cruzan el campo visual».
Remata Robinson, en un final de artículo que me pone verde de envidia y rojo de furia. «Es de esperar que ELROI no ayude a resolver un problema de los satélites, sólo para empeorar otro. El Roi es al parecer también una frase hebrea que significa «el Dios que me ve».
Este invento ya se inventó en 1941
ELROI es un transpondedor aeronáutico pero para uso espacial. En suma, un IFF, (Identification Friend or Foe), como el que la RAF usó para ganar la Batalla de Inglaterra en 1941 ahorrando nafta y vidas de pilotos en despegues innecesarios. Todo lo que apareciera en el radar pero no llevara chapa IFF, era avión enemigo por descarte, y en general era interceptado en tiempo y forma.
Pero ELROI es de acción automática, de uso voluntario y -por ahora- de duración indeterminada.
Lo de la acción automática es que el el ELROI emite la identidad, posición y velocidad del satélite en tiempo real, sin que se necesite la interrogación de algún agente externo, espacial o terrestre. Estés adonde estés, te bate siempre.
Mientras no sea de adopción universal y forzosa, con alguna agencia de la ONU como garante con capacidad de multa o denuncia del infractor que vuela sin chapa, no sirve. Y si la vida útil del ELROI es inferior a la de los satélites típicos en órbita baja (alrededor de 5 años), tampoco sirve.
El problema que vemos en AgendAR es éste: el okupa más peligroso de la órbita baja para cualquier país espacial es virtualmente el presidente del nuevo presidente de los EEUU, y lo va a ser a límites de conflicto internacional entre potencias espaciales y nucleares cuando su flota llegue a 42.000 satélites. ¿Quién la pone un cascabel a semejante gato?
Muchos de los satélites en órbita baja son de espionaje, y los de Starlink no son ninguna excepción. Starlink tiene una división llamada Starshield (Escudo Espacial). Sin esas dos constelaciones, donde lo civil y lo militar se entrecruzan, el Ejército Ucraniano habría sido barrido del mapa en 2022 por la destrucción de su red de comunicaciones bajo el primer chaparrón de misiles y drones rusos.
La red de comunicaciones y espionaje espacial que le dan posvida a la resistencia de Ucrania desde 2022 es la única a la que Rusia, por ahora, ha preferido no atacar. Destruir un Starlink o un Starshield es garantizar decenas de miles de esquirlas espaciales en órbita durante años, e inevitablemente van a destruir también algunos de los satélites del atacante, cuyas esquirlas determinarán a su vez una cascada de destrucciones por impacto. Ése es el famoso Síndrome de Kessler. Un megombo con fecha de inicio en los ’60, con certificado de nacimiento otorgado por la NASA en 1978, y que viene creciendo como una bola de nieve, que se agravó con Starlink en 2019 y que generó una nueva frontera de guerra mundial en el espacio.
Como si aquí abajo tuviéramos pocas. El síndrome de Kessler es también un certificado de expulsión de la Argentina como actor espacial en la LEO, las órbitas entre los 150 y 2000 km. de altura, donde tenemos los satélites de radar SAOCOM de la CONAE. Son un éxito total, generan imágenes de utilidad en el manejo del agua que otros países espaciales mucho más pulsudos que la Argentina se tienen que limitar a comprarnos, salvo Italia y Japón.
Pero con Musk encareciendo los seguros contra colisión con chatarra de todo usuario de las órbitas LEO, estamos fritos antes de siquiera diseñar los sucesores de los SAOCOM, cuyas vidas útiles terminan este año y el próximo. Eso, si antes no son discapacitados de un violento chatarrazo, y a hacerle juicio a Magoya. Circulan a 600 km. de altura, nada lejos de las trayectorias de Starlinks y Starshields.
Para más información, tenemos una nota absolutamente plúmbea, interminable en detalles, como por suerte para este portal sólo las escribo yo, en AgendAR. Fue escrita en tiempos de la casi presidencia del casi presidente Alberto Fernández. Y para lectores masoquistas y o nerds, está aquí.
El síndrome de Kessler es un juego de suma cero, pero hoy tiene dueño. Ahora que el Grupo Clarín es nuevo dueño del 70% del mercado de comunicaciones argentinos, y mediante contratos impublicables usa la Red Federal de Fibra Óptica de ARSAT a precio de pequeña cooperativa del interior, tiene un solo competidor a la vista: Starlink. Y pese al tremendo ancho de banda la la Red Federal, Elon Musk puede hacerle dumping desde el espacio al grupo de Héctor Magnetto para fumigarlo, pero obligándolo antes a vender todos sus activos, con jueces, diputados y senadores, es decir su dentadura habitual.
De modo que esta noticia del ELROI no nos es ajena. Se lucha sobre suelo y cielo propios, desde ayer, cuando el presidente Javier Milei decidió que el Grupo Clarín pudiera comprar Telefónica. Maniobra de guerra decidida para defender desde el suelo la invasión de comunicaciones instantáneas y casi gratis, o gratis, desde el cielo.
Pero creer que el enemigo de nuestro enemigo es un error que le dejamos a otros, en general bien intencionados y bien informados pero ajenos al palo espacial. Milei y Magnetto no son San Martín o Martín de Güemes.
No tenemos defensores. En este combate, hoy los argentinos de a pie estamos como los cuises, metidos en la cueva, mientras los elefantes en celo se pelean pisoteando el suelo como terremotos con patas.
No hay elefantes piadosos, dice el cuis Daniel Arias.
Entre tanto la ONU no decida la a adopción universal y obligatoria del ELROI o algún otro sistema equivalente, va a haber mucho pendorcho circulando a 28.000 km/h libre de todo control civil y/o internacional. ¿La ONU se va a pelear con Space X, o con Raytheon, o con Boeing, o con las agencias espaciales de China y Rusia por uso y abuso civil y militar de la órbita LEO? No parece.
No creo que los militares de ningún país desistan, a futuro, de ser propietarios de una flota de satélites «en negro». Hoy todos están en negro, por falta de identificación en tiempo real.
Cómica o trágicamente, ante las quejas de que los Starlink y Starshield joden la observación astronómica con su brillo, ahora el modelo nuevo de 800 kg. de masa viene pintado de negro. Es decir, sigue jodiendo, pero no lo ves venir. Toda decisión de Elon Musk es grotesca, a fuerza de gigantismo y absurdo.
Y para agravar el problema de lo que no vas a ver venir jamás, queda el problema de la chatarra de menos de 10 cm. de diámetro a velocidad 10 veces superior a la bala de un FAL, que ningún radar capta a tiempo, y que en caso de estrago, no tiene dueño. Andá a ponerle un ELROI a una tuerca explosiva, de las que usan los cohetes de puesta en órbita, para liberar los satélites, y contame cómo te va. ¿Es técnicamente posible? ¿Es políticamente posible?
No.
No es ponerle el cascabel al gato. Son tigres, jaguares y leones. Sin contar la fauna chica venenosa, y las ratas, y los mosquitos con dengue. Son millones de amenazas. Imposibles de etiquetar. Ganado suelto y fauna suelta en el circuito de las 24 horas de Le Mans.
Y con el sudafricano a cargo del mundo y alrededores, hoy los bichos se multiplican exponencialmente.
Daniel E. Arias