
Durante la segunda jornada de la Expedición Cretácica I, Federico Agnolin, jefe científico del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados del Museo Argentino de Ciencias Naturales (LACEV-MACN-CONICET), notó algo inusual en el suelo. Matías Motta, investigador y explorador de National Geographic, filmaba la escena: “Varios de grupo quedamos más atrás y lo veo a Fede, que estaba delante. Se agacha, extiende la mano, mira al piso… y ahí estaba el huevo”, recuerda.
Lo que encontraron, transmitido a miles de espectadores, se convirtió en el momento más emocionante de la expedición: un huevo de dinosaurio carnívoro de 70 millones de años en estado casi perfecto. El yacimiento, ventana privilegiada al mundo previo a la extinción de los dinosaurios, ya había revelado en campañas anteriores al menos diez especies nuevas sin nombre.
La expedición forma parte del proyecto internacional El fin de la era de los dinosaurios, que reúne a más de 80 investigadores en una iniciativa que busca reconstruir la vida antes del impacto del meteorito que habría causado su extinción. Además del MACN y el CONICET, cuenta con el respaldo de National Geographic Society, la Fundación Félix de Azara y la Secretaría de Cultura de Río Negro.
El descubrimiento constituye el primer nido de dinosaurio carnívoro documentado en toda América. Mientras los huevos de titanosaurios, los gigantes herbívoros de cuello largo, abundan en la Patagonia, los de carnívoros son extremadamente escasos. Hasta ahora, solo un par de huevos incompletos se habían atribuido con certeza a Bonapartenykus, otro terópodo de la región.
La cáscara fina con ornamentación suave y el contorno ovoidal indica que perteneció a un dinosaurio carnívoro, posiblemente un raptor. Del tamaño de un huevo de ñandú, su nivel de preservación hace que parezca de un animal actual, según describen los investigadores.
En general, los huevos quedan rápidamente enterrados por sedimentos, lo que los protege de la descomposición. Con el tiempo, los minerales reemplazan los tejidos originales en un proceso llamado fosilización, que conserva su forma durante millones de años. Más tarde, la erosión remueve las capas superiores y deja el material fósil expuesto.
Pero la misma erosión que los expone también puede destruirlos. Jordi García Marsà, geólogo del equipo, explica: “Cuando un huevo está rodeado de roca, los agentes erosivos (agua, viento, hielo) empiezan a separarlo de la roca por la superficie de erosión”. El ejemplar probablemente estuvo expuesto durante cientos o miles de años: “En una o dos temporadas más, el huevo se habría perdido”, estima.
Durante las transmisiones en vivo, algunos espectadores se alarmaron al ver a los investigadores sostener el fósil con las manos desnudas pero la práctica responde a criterios técnicos: “No usamos guantes porque no hay riesgo de contaminación y la piel proporciona mejor control», explica Julia D’Angelo, paleontóloga especialista en reptiles marinos. El huevo siempre se sostiene con ambas manos y sobre una superficie firme: “Sabemos manipularlo y no lo íbamos a poner en riesgo”.

¿Qué esconde el huevo?: De la tomografía al museo
El próximo paso es un estudio tomográfico, técnica no destructiva que permite explorar su interior sin romper la cáscara. “Pueden pasar dos cosas: que el embrión se haya degradado o que se haya conservado. Las tomografías nos permitirán verlo”, explica Mauricio Cerroni, paleontólogo especializado en vertebrados.
El equipo evaluará el uso de un tomógrafo médico convencional o de un microtomógrafo de alta resolución en la Comisión Nacional de Energía Atómica. El tomógrafo realiza miles de cortes digitales, permitiendo ver sección por sección el interior del huevo: “Los embriones iniciales son cartílago y no se preservan, así que solo podrían observarse si estaban muy avanzados, casi listos para nacer”, aclara Cerroni.
Hace unos años, el único modo de ver dentro del huevo era abrirlo y destruir parte de la cáscara. Hoy, el proceso conserva el fósil intacto y permite extraer un modelo 3D sin tocarlo. Incluso, evalúan transmitir la tomografía en vivo, para que el público pueda compartir el momento del hallazgo junto con el equipo.
Un objetivo clave es estudiar el color original del huevo, técnica que ya se ha logrado con fósiles asiáticos y ahora se puede replicar en la Argentina. Este análisis, junto con la disposición de los huevos en el nido y restos vegetales, permitirá conocer los comportamientos reproductivos de estas especies.
El lugar parece haber sido un sitio recurrente de nidificación durante millones de años. Cercano al mar y atravesado por antiguos ríos, ofrecía microambientes ideales para la reproducción, lo que habría atraído repetidamente a distintas especies de dinosaurios. La posibilidad de encontrar nuevos nidos es concreta: “Podría haber otros nidos en capas cercanas, y el equipo espera seguir investigando”, explica Eric Del Campo, paleontólogo del equipo.
“Nos preguntaban mucho qué vamos a hacer con el huevo, si se lo llevan o dónde queda”, cuentan los investigadores. La Ley Nacional de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico regula que todos los materiales deben regresar al museo correspondiente, en este caso por su ubicación geográfica. Así, el destino del huevo será el Museo Patagónico de Ciencias Naturales, en General Roca, Río Negro. D’Angelo destaca que esta política garantiza la soberanía científica: “Cada provincia define qué institución actúa para su preservación. El huevo quedará disponible para cualquier investigador del CONICET o del exterior”.
La legislación adquiere sentido al compararla con otros países: “En muchos lugares, los fósiles se venden. Acá en cambio, gracias a la ley, el patrimonio es público y queda en la Argentina. Eso es fundamental para nuestro trabajo y para la soberanía científica. Muy pocos países tienen una norma así”, señalan los investigadores.
Una campaña que superó las expectativas
El huevo acaparó la atención mediática pero la Expedición Cretácica I fue mucho más que eso. En tres semanas, el equipo identificó fósiles que podrían expandir el conocimiento sobre la fauna del Cretácico Superior en Sudamérica: hadrosáuridos (dinosaurios herbívoros de pico de pato), otro de cuello largo apodado “pie pequeño”, restos de mamíferos fósiles, lagartos, una víbora diminuta y huevos de aves primitivas.

La transmisión en vivo desde el campo fue, en muchos sentidos, una apuesta. “Siempre habíamos fantaseado con esta idea de mostrar directamente cómo se saca un fósil. Hace un año esto era impensado y para llevarlo a cabo, necesitábamos internet”, cuenta Motta.
La incorporación de una antena Starlink generó debate dentro del equipo. “Muchos no querían tener conexión en el campo porque es un momento de desconexión, de contacto con la naturaleza y con lo que estás haciendo. Tener señal para subir fotos parecía que iba a hacer perder algo de esa experiencia”, comentan.
Aún así, el equipo coincide en que uno de los grandes logros del proyecto fue su impacto comunicacional. “La gente realmente tiene interés en la ciencia y tienen la atención de estar horas escuchando cómo hablan de una estrella de mar o de un dinosaurio patagónico”, cuenta D’Angelo.
La experiencia fue una oportunidad de acercar la ciencia al público desde otro lugar: “Es un formato nuevo para contar ciencia. Estamos acostumbrados a ver documentales o notas donde todo ya está editado. Acá era en vivo, sin filtro, mostrando los tiempos reales de la ciencia. Si un fósil tarda media hora en salir, tarda media hora. Y eso también es parte de la verdad científica”, concluye Del Campo.
Se pueden seguir todos los resultados y detalles de la expedición en la cuenta de Instagram del equipo: @paleocueva.lacev
Matías Ortale


