Los ictiosaurios fueron un grupo de reptiles que forman parte de lo que se considera el paradigma de adaptación al medio marino de los tetrápodos, es decir los vertebrados terrestres con dos pares de extremidades. Con un antecesor que se estima se desplazaba con sus cuatro patas sobre la tierra, a lo largo de su extensa historia evolutiva que comenzó en los albores del Triásico hace 250 millones de años, éstos fueron transformando completa y radicalmente su arquitectura ósea para desempeñarse plenamente en el agua. De esta manera, sus miembros se volvieron aletas, su cola simple pasó a ser una herramienta propulsora muy útil para el nado, e incluso desarrollaron una aleta dorsal. Es decir, sin tener relación de parentesco, su cuerpo se transformó casi netamente en uno similar al de un pez. De la ventana de tiempo que ocuparon los ictiosaurios, más de la mitad fue dominada por la familia de los oftalmosaurios, que se caracterizaba por la gran dimensión de sus ojos que llegaban a alcanzar órbitas de más de 30 centímetros de diámetro.
Recientemente, investigadores del CONICET que se desempeñan en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) reportaron el hallazgo del cráneo, huesos del oído interno y el miembro anterior derecho de un ejemplar de oftalmosaurio que vivió hace unos 150 millones de años en cercanías de lo que hoy es la ciudad de Zapala, Neuquén. La novedad se acaba de publicar en la revista Zoological Journal of the Linnean Society.
“El cráneo hallado mide alrededor de medio metro. Estimamos que este animal debe haber tenido unos sesenta y cinco centímetros desde la zona occipital hasta la punta de la trompa, y un cuerpo de dos a tres metros de largo. Es un tamaño discreto si consideramos que su familia alcanzó dimensiones de ocho a diez metros, y si adicionalmente pensamos que el grupo de los ictiosaurios fue el más grande de los reptiles marinos, alcanzando los veintidos metros a finales del Triásico, hace doscientos millones de años”, comenta el becario del CONICET Lisandro Campos, primer autor del trabajo.
Más allá del hallazgo del material en sí, una de las particularidades del trabajo radica en el método utilizado para su estudio posterior. Valiéndose de tomografías computadas y utilizando un software especial, los expertos pudieron diferenciar digitalmente y con mucha precisión los huesos del sedimento adherido a ellos, para lograr identificar con exactitud cada estructura ósea. “Además de reconstruir y modelar los huesos uno por uno, esa herramienta computacional nos permitió volver a articularlos entre sí para dar una aproximación a cómo estaban ubicados y de qué manera funcionaban cuando este animal vivía”, explica Campos.
Esta reconstrucción digital arrojó lo que para Campos es “el punto fuerte” del estudio: entender la morfología de las fosas nasales. “Presentan una estructura muy particular ya que está divida por un tabique óseo formado por dos huesos, uno nasal descendente y otro maxilar ascendente, resultando cada fosa con dos aberturas. Si bien no es una forma novedosa porque ya se la conoce en otros dos ejemplares hallados en Rusia y Australia, esos pertenecen el Cretácico, es decir son más nuevos, y en el caso de nuestro oftalmosaurio es la primera y única aparición de esa configuración en el Jurásico, lo que lo vuelve el más antiguo que se conoce en el mundo con estas características”.
Los expertos se propusieron estudiar qué correlato funcional, es decir qué implicaba para estos animales tener las fosas nasales divididas en dos partes. “Para todos los organismos relacionados con hábitat de estrés osmótico, es decir espacios donde la regulación de agua en relación con los niveles de concentración de sales en el cuerpo es más compleja, se conocen mecanismos o estructuras para la expulsión del exceso de esas sales. En el caso de los reptiles marinos existe una estructura conocida como glándula de la sal. Es un órgano extrarenal que cumple la función de concentrar iones y sales, funciona como un riñón sin serlo, y aparece siempre en distintas zonas de la cabeza”, desarrolla Campos, y amplía: “Los ictiosaurios estaban sometidos a estas condiciones porque permanentemente ingerían agua, tanto a la hora de atrapar alimento, o porque éste –mayormente moluscos– ya tenía en su interior una cantidad de sal abundante”.
Según explica el experto, la expulsión de esas secreciones de la glándula de sal debe ser rápida debido a que se encuentra en grandes concentraciones. “La solución hiperconcentrada que generan las glándulas de la sal en varios reptiles, incluidos los ictiosaurios, se expulsa a través de las fosas nasales y de no eliminarlas en un tiempo muy corto pueden formarse cristales que obstruyen las vías respiratorias”. Algunos animales, por ejemplo las iguanas marinas, generan algo semejante a un estornudo para expulsarlas y otros, como las gaviotas, sacuden la cabeza a alta velocidad para limpiar con celeridad esos conductos. “En los ictiosaurios no hay evidencia de musculatura para generar un estornudo, ya que ésta se asocia a la región pélvica que en ellos estaba extremadamente reducida, como ocurre con las ballenas actuales. Además de esto, su plan corporal contaba con una región cervical reducida, lo que hacía imposible que sacudieran la cabeza lateralmente. Teniendo en cuenta esto, postulamos una nueva hipótesis sobre el por qué de estas dos aberturas en las narinas: una abertura servía para vaciar la glándula de la sal, y la otra para respirar. Probablemente cumplía otras funciones, pero esta es la primera vez que se relaciona esa morfología con una función así”, cierra Campos.