A medida que van apareciendo cifras más reales en China, Corea, Japón e Italia, la mortalidad estimativa del COVID-19 va en descenso. El porcentaje de víctimas fatales disminuye, porque en el registro empiezan a entrar los casos graves recuperados, los casos leves que no requirieron internación, y eventualmente los de los portadores sanos.
Según el registro global del Johns Hopkins Hospital, la estadística de hoy está en 121.000 casos confirmados, con 4300 muertes, y la novedad de 66.000 curaciones también confirmadas. Este último número parece crecer rápidamente.
En materia de mortalidad, a principios de esta semana todavía circulaba la cifra 3,4%, lo que de mantenerse nos daría un resultado global más sombrío aún que el de la mal llamada «gripe española» de 1917-1921, que era del 2,5%. Hoy el semanario científico británico New Scientist ya habla de un 0,7% para el COVID-19, cifra que todavía merece ser tomada con pinzas porque quizás (y ojalá) siga bajando, dado que 0,7% es un número demasiado alto para lo que es en su origen un virus del resfrío, aún tratándose de una especie nueva para los humanos, una zoonosis de murciélagos.