(La primera parte de esta crónica de Alejandro Álvarez (h) está aquí)
«Tanto interés argentino por la energía nuclear resulta inadmisible para las potencias triunfantes en la guerra. Estados Unidos pretende mantener el monopolio absoluto sobre los secretos nucleares. Se disputan, con la Unión Soviética, los científicos y técnicos alemanes, muchos son literalmente secuestrados o tratados como prisioneros de guerra. Ambos futuros rivales tienen equipos de búsqueda rastreando a cada científico valioso. Werner Heisenberg ha sido capturado por los aliados y es considerado de alta prioridad, prácticamente se lo consideraba un par de Einstein. Por eso Gran Bretaña prohíbe el viaje del científico y comunica ampliamente esa decisión, que se difunde en los diarios más importantes.
El 24 de febrero de 1947, “The New Republic” pone en tapa: “Exclusive, Perón’s Atomic Plans” y comienza su nota afirmando que Werner Heisenberg ha sido invitado por el gobierno de Perón y que “con una gran fuente de uranio descubierta en la Argentina, esta nación está lanzando un programa militar de investigación nuclear para romper la caja de Pandora de la energía atómica”. Gaviola y Beck desarrollan una intensa actividad de prensa para contestar a los medios norteamericanos, pero la decisión de los aliados es irreversible: Argentina no debe tener acceso a la tecnología nuclear. Gaviola increpa, en una dura carta, al jefe del Estado Mayor General de la Armada, por su falta de firmeza para traer a Heisenberg: “¿Es que la Argentina sigue siendo ‘Dominio Honorario’ inglés como en los tiempos de la Conferencia de Otawa?”.
Al mismo tiempo el físico Ronald Richter, que había trabajado en Berlín, en el laboratorio de Manfred von Ardenne, participando en el proyecto nuclear del Tercer Reich, llega en secreto a la Argentina, a mediados de agosto de 1948, como parte de un grupo de ingenieros, técnicos y pilotos de prueba alemanes, liderados por el experto en diseño y desarrollo aeronáutico Kurt Tank. El 24 de agosto, por recomendación de Tank, Perón conoce a Richter, quien logra persuadirlo sobre la posibilidad de obtener energía por el proceso de fusión controlada. Algo que hoy sabemos imposible con la tecnología de la época. La primera experiencia relativamente exitosa fue en el reactor experimental de fusión nuclear “Joint European Torus” (JET) en Culham, Gran Bretaña, en 1999.
El prestigio de Tank, reconocido mundialmente como diseñador de aviones de combate, y las dificultades que retrasaban el acceso a la tecnología nuclear, convencen a Perón de apoyar a Richter. Posiblemente, el ejemplo de Stalin, que no había apoyado ni creído a sus científicos lleva a Perón a no someter las ideas de Richter a una segunda evaluación. En junio de 1949, se decide impulsar la construcción de un conjunto importante de instalaciones en Bariloche (provincia de Río Negro), con sus principales laboratorios e instrumentos en la isla Huemul. El Coronel Enrique González, amigo personal de Perón, pragmático, administrador eficiente y poco afecto a las fantasías, es puesto a cargo del proyecto, como en Estados Unidos y la Unión Soviética, en los que la máxima autoridad nuclear estaba a cargo de militares. El proyecto se financia inicialmente con fondos reservados y en total secreto. Pronto González insiste en institucionalizar el proceso administrativo y convence a Perón de ello. El 31 de mayo de 1950 Perón firma el decreto de creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y nombra a González secretario general.
La CNEA dependería directamente de la Presidencia de la Nación a través del Ministerio de Asuntos Técnicos, encabezado por el médico Raúl Mendé. Su objetivo es controlar la totalidad de las investigaciones atómicas. El decreto explícitamente afirma la orientación pacífica de la institución: “que la República Argentina, despreocupada de toda intención ofensiva, puede trabajar en este orden de cosas también con elevado sentido de paz en beneficio de la humanidad”.
González había recibido opiniones escépticas de los físicos Isnardi y José Collo y había intentado fiscalizar sin éxito los “avances” de Richter. Gaviola se retira a la actividad privada y Beck es reclutado por el gobierno de Brasil, renuncia y abandona el país. En febrero de 1952 la renuncia de González, en protesta contra Richter y su falta de resultados genera el nombramiento en su lugar del capitán de Fragata Pedro Iraolagoitía, antiguo edecán de Perón. Esto significo el paso del sector de energía atómica, hasta entonces dependiente del Ejército, a manos de la Armada. Durante las siguientes tres décadas, oficiales navales estarán al frente del área nuclear. Pionero de la Antártida, avezado aviador naval, Iraolagoitía comanda el primer vuelo en la historia mundial que une el continente con la Antártica, consolidando la posición argentina en el continente blanco.
Rápidamente, con los sendos informes negativos de José A. Balseiro –convocado de manera urgente de Inglaterra, donde se halla realizando un perfeccionamiento, expresamente para integrar la comisión evaluadora-, Mario Báncora y otros miembros de la comisión convencieron a Perón que cierre el Proyecto Huemul.
Balseiro se queda en la Argentina y es nombrado jefe del departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. En 1954, pasa a prestar servicios a la Comisión Nacional de Energía Atómica y asiste, en Bariloche, al Primer Curso de Verano sobre Reactores y Física. Las instalaciones y equipos del fallido proyecto pasan a integrar el “Instituto de Física de Bariloche” (hoy “Instituto Balseiro”). Balseiro juega un rol importante en la creación del instituto y es su primer director.
El camino ya está trazado y el saldo son: tres reactores de potencia, hoy en funcionamiento (Central Nuclear de Embalse y Atucha I y II), la construcción y operación de reactores de investigación (el primero de Latinoamérica), el manejo del ciclo de combustible nuclear, dominando para ello el enriquecimiento de uranio, el diseño y comienzo de la construcción del reactor CAREM (primer reactor nuclear de potencia íntegramente nacional), el reactor multipropósito RA-10 en construcción (y otros nueve reactores de investigación en funcionamiento), el desarrollo de la medicina nuclear y la provisión de radioisótopos para su uso en el área de salud, tanto para diagnóstico (con radioisótopos tales como el Carbono, Iodo y Molibdeno, llamados “trazadores”, a través de los cuales se puede conocer el funcionamiento de determinados órganos), como para el tratamiento (mediante radiaciones ionizantes que son utilizadas para destruir lesiones cancerosas, exponiendo al tumor a dosis procedentes de fuentes de radiactividad externas con equipos de rayos X, radioterapia con fuente de cobalto-60 o internas, braquiterapia, radioterapia metabólica) y los proyectos de enriquecimiento por centrífugas y por láser, además de la extensa formación de recursos técnicos y científicos para el país en sus tres centros de formación superior de alta excelencia. Sus laboratorios abarcan desde la nanotecnología a los satélites, pasando por la producción de combustible nuclear y la tecnología láser avanzada.
Las tecnologías que la CNEA, a 70 años de su fundación, puestas en manos de la nación argentina, nos coloca a la vanguardia del desarrollo tecnológico contribuyendo de manera significativa a nuestra independencia y soberanía. El sueño de aquellos visionarios se ha plasmado en la institución científica más importante del país.»
Alejandro Álvarez (h)
Profesor de Historia Económica (UBA y UNlaM), ex asesor de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación