Un médico y docente de la UNTREF creó una cabina construida con un material que evita la proliferación de gérmenes y permite la atención con una reducción de riesgos para el personal sanitario.
Según los últimos reportes del Ministerio de Salud de la Nación, alrededor del 9% de los casos confirmados de coronavirus en la Argentina corresponde a trabajadores de la salud: casi una de cada diez personas contagiadas. ¿Cómo cuidar a los que nos cuidan? Motivado por esa pregunta, Santos Tieso, médico otorrinolaringólogo y profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), diseñó una cabina para testear casos sospechosos de COVID-19 de forma segura. Una de ellas ya está en funcionamiento en el Centro de Salud N° 10 del municipio bonaerense de Tres de Febrero.
“La idea surgió cuando mi primo, José Briguori, presidente de la pyme Tecnoamérica, me dijo que quería aportar algo para la situación sanitaria que estamos atravesando. Entonces pensé que, como médico, lo que necesitaba es algo que me permitiera estar cerca del paciente pero lejos del virus”, dijo Tieso. Así, decidieron construir una cabina que está dividida a la mitad por una placa de policarbonato: de un lado, ingresa el personal médico y, del otro, el paciente. Para que el primero pueda revisarlo, hicieron dos orificios a la altura de las manos y colocaron dos guantes de látex. De esa manera, el médico puede realizar su trabajo sin exponerse al virus.
Pero la ciencia no está hecha solo de desarrollos exitosos, sino que avanza a partir de ensayo y error. Antes de diseñar la cabina, Tieso, que es profesor de Biofísica en la carrera de Ingeniería de Sonido, quiso aprovechar sus conocimientos en ondas electromagnéticas para desarrollar un método para sanitizar elementos muy utilizados por la gente, como el dinero y las tarjetas de crédito. Sin embargo, sus cálculos no llegaron a buen puerto y abandonó la idea. Una semana después, recuperó el entusiasmo con la fabricación de la cabina, que está hecha de corián, un material sintético que suele utilizarse en la construcción de quirófanos por sus propiedades bacteriostáticas, que impiden la propagación de gérmenes sobre la superficie.
“Con la cabina se abarata enormemente la consulta del paciente febril. Se lo puede hisopar, sacar sangre y auscultar sin riesgos, y permite ahorrar una gran cantidad de equipos de protección individual (EPI) que deben utilizar los médicos para revisar a cada paciente, que son insumos caros y escasos. Además, si un médico revisa a 20 pacientes en un día, tiene que cambiarse 20 veces y con un cuidadoso protocolo. Esto lo termina enloqueciendo, además de exponerlo al riesgo de contagiarse al tener que vestirse y desvestirse tantas veces en medio de las urgencias”, explicó el médico.
Una vez construida la cabina, faltaba resolver un problema: cómo esterilizar el área del paciente para que no haya riesgos de contagio entre quienes ingresen allí para ser revisados. Para este aspecto, Tieso trabajó con el ingeniero Remo Marcovecchio, con quien vienen estudiando desde hace tiempo la sanitización del agua a partir de la luz ultravioleta C. A partir de esta idea crearon un sistema sencillo de luces UV-C que se encienden entre paciente y paciente para esterilizar el lugar.
“La cabina, que fue donada al Centro de Salud N° 10, se está utilizando con mucho éxito. Los médicos nos cuentan que trabajan más tranquilos, más enfocados en el paciente en vez de estar pensando si se llevan el virus a la casa”, afirmó Tieso. Además, la cabina también es útil para el rastreo de contactos estrechos de casos confirmados. En este caso, el centro de salud posee una unidad móvil que se encarga de ir a buscar y testear contactos estrechos, tarea para la cual también se utiliza la cabina.
Actualmente, están construyendo una segunda cabina y la idea es seguir fabricando más según la demanda que tengan. Con respecto al costo, Tieso estimó que con la atención de 25 pacientes (y el ahorro en insumos médicos) ya se amortiza. También están atentos a la devolución que les hacen los médicos que la están utilizando, para poder perfeccionar el desarrollo.
“Los otorrinolaringólogos estamos entre los que más sufrimos la epidemia porque trabajamos directamente sobre nariz y boca del paciente. La carga viral que se recibe es muy grande si no se toman precauciones. Eso es lo que me mueve a seguir trabajando en esto. Además, mi hija tiene la misma profesión: lo último que quisiera es que se contagie”.